IDENTIDAD CATÓLICA |
[Identidad Católica recomienda la lectura de este libro aunque no está de acuerdo con algunas opiniones históricas que el autor expone sobre sucesos del siglo XX, que con la información disponible hoy se saben erróneas. Hecha esta aclaración, nos parece en conjunto un libro excelente, perfecto para complementarlo con otros disponibles en Internet. Y es que las leyendas negras nos dañan a todos]
TERCERA PARTE
LA SINAGOGA DE SATANÁS.
[Capítulos 1-5 completos]
Capítulo Primero
IMPERIALISMO JUDÍO Y RELIGIÓN IMPERIALISTA.
El pueblo hebreo fue escogido por Dios como depositario de la verdadera
religión, cuya conservación le fue confiada en medio de los pueblos idólatras,
hasta la venida del Mesías prometido con Quién se cumplirían las profecías
del Antiguo Testamento. Pero los judíos empezaron, ya antes de la venida de
Cristo, a tergiversar las profecías dándoles una interpretación falsa,
racista e imperialista.
La promesa de un reinado del verdadero Dios en la Tierra –reinado espiritual de la religión auténtica-, lo interpretaron los judíos como el reinado material de su raza, como la promesa de Dios a los israelitas de un dominio material de su raza, como la promesa de Dios a los israelitas de un dominio mundial y de la esclavización, por ellos, de todos los pueblos de la Tierra.
Como ejemplo de esas falsas interpretaciones se pueden citar los
siguientes pasajes. En el Génesis (capítulo XXII, versículos 17 y 18) el Ángel
del Señor dice a Abraham:
“17.
Te bendeciré, y multiplicaré tu descendencia como las estrellas del cielo, y
como la arena que está a la ribera del mar: Tu posteridad poseerá las
puertas de sus enemigos, 18. Y en tu simiente serán benditas todas las
naciones de la Tierra...”
(1).
Los judíos imperialistas han dado a estos versículos una
interpretación material al considerar que Dios les ofrece, como descendientes
sanguíneos de Abraham, adueñarse de las puertas de sus enemigos, siendo sólo
en ellos, en los de raza judía, en quienes podrán ser benditas todas las
naciones de la Tierra. En cambio, la Santa Iglesia interpreta espiritualmente
estas profecías:
“...cual es la victoria, que por virtud de Jesucristo y por el
don de una justicia perseverante habían de conseguir los hijos espirituales
de Abraham (es decir los cristianos) de todos los enemigos visibles e
invisibles de su salud. Y así el cumplimiento a la letra de esta profecía se
verificó después del establecimiento de la Iglesia, cuando se sometieron a
Jesucristo todos los pueblos del mundo, y recibieron de Él la bendición y la
salud” (2).
En el Deuteronomio (capítulo II, versículo 25), dice el Señor:
“25. Hoy comenzaré a poner tu terror y espanto en los
pueblos, que habitan debajo de todo el cielo: para que oido tu nombre se
pongan despavoridos y como las mujeres que están de parto tiemblen, y sean
poseídos de dolor”.
También a este pasaje la Santa Iglesia da una interpretación
restringida, completamente distinta del sentido imperialista judío,
traducido, a través de la historia, en hechos palpables que demuestran la
aplicación práctica de esta interpretación falsa. Dondequiera que
triunfaron a través de la Edad Media los movimientos heréticos dirigidos por
judíos (aunque tales triunfos fueran locales y efímeros), iban siempre
acompañados del crimen, del terror y del espanto. Lo mismo ha ocurrido con
sus revoluciones masónicas, como la de 1789 en Francia o la de 1931-1936 en
España. ¡Y ya no se diga de las revoluciones judeo-comunistas! En la Unión
Soviética, donde los hebreos han logrado implantar su dictadura totalitaria,
han sembrado el pavor y la muerte de manera tan cruel que los pobres rusos
esclavizados al oir actualmente la palabra “judío” tiemblan de terror.
Otro ejemplo de este tipo nos lo proporciona la falsa
interpretación que hacen los israelitas del versículo 16, del capítulo VII
del citado Deuteronomio, que dice:
“16. Devorarás todos los pueblos, que el señor Dios tuyo te
ha de dar. No los perdonará tu ojo ni servirás a sus dioses...”.
Mientras
la Santa Iglesia da a este pasaje una interpretación igualmente restringida,
los judíos lo entienden de una manera monstruosa, en el sentido de que Dios
les ha dado el derecho para devorar a todos los pueblos de la Tierra y adueñarse
de sus riquezas. ya vimos (en el capítulo IV de la Primera Parte de esta
obra), lo que el rabino Baruch Levi escribía a su discípulo el joven judío
Karl Marx (más tarde fundador del socialismo malamente llamado científico),
dando supuestos fundamentos teológicos al derecho de los judíos para adueñarse
de las riquezas de todos los pueblos de la Tierra mediante los movimientos
proletarios comunistas, controlados por el judaísmo.
El
versículo 24 del mismo capítulo VII, reza así:
“24. Y entregará sus reyes
en tus manos, y borrarás los nombres de ellos de debajo del cielo: nadie te
podrá resistir, hasta que los desmenuces”.
Esta profecía que la Santa Iglesia refiere a los reyes pecadores que gobernaban en la tierra de Canaán, los judíos la entienden con carácter universal: consideran todas sus revoluciones y conspiraciones contra los reyes de los tiempos modernos como empresas santas realizadas en cumplimiento de las profecías de la Sagrada Biblia y además como un medio útil para lograr el dominio del mundo, que también creen les fue ordenado por Dios en las Sagradas Escrituras.
La
constante tergiversación del sentido verdadero de las profecías de la Biblia
por los judíos, se encuentra nuevamente al leer el versículo 27 del capítulo
VII de la profecía de Daniel:
“27.
Y que todo el reino, y la potestad, y la grandeza del reino, que está debajo
de todo el cielo, sea dado al pueblo de los santos del Altísimo: cuyo reino
es reino eterno, y todos los reyes le servirán, y obedecerán”.
Mientras
la Santa Iglesia interpreta esta profecía en relación al reinado eterno de
N.S. Jesucristo, los judíos consideran que ese reinado eterno sobre el mundo
será el de su raza sobre los demás pueblos, que llegarán a formar un solo
rebaño con un solo pastor, salido, naturalmente, de la grey de Israel.
La
profecía de Isaías señala: (capítulo LX, versículos 10, 11 y 12),
“10.
Y los hijos de los extraños edificarán tus muros, y los reyes de ellos te
servirán...11. Y estarán tus puertas abiertas de continuo: de día y de
noche no se cerrarán, para que sea conducida a ti la fortaleza de las
naciones, y te sean conducidos sus reyes. 12. porque la nación y el reino,
que a ti no sirviere, perecerá; y las naciones serán destruidas y
desoladas”.
Esta
profecía, que se refiere al reinado de Cristo y de su Iglesia (3), adquiere
para los judíos un sentido totalmente diferente que viene a cristalizar en
hechos, claramente reconocibles, dondequiera que se haya impuesto la dictadura
judeo-comunista en los diversos países que han tenido la desgracia de caer en
las garras del monstruo.
En
todos estos pueblos, los que no han servido a los judíos o han osado
rebelarse contra su servidumbre, han sido destruidos. No hay más dueño que
los judíos, porque ellos se apoderaron de la fortaleza de todas esas
naciones.
Así,
podrían seguirse citando versículos del Antiguo Testamento que han sido
falsamente interpretados por el imperialismo judaico. hay que tener presente
que muchos de los profetas fueron asesinados por los judíos sólo porque
contradecían y censuraban sus perversidades.
Pero
lo más grave de esas interpretaciones falsas de las profecías de la Biblia
fue la que se relacionó con la venida del Mesías, Redentor del género
humano, que establecería el reinado del verdadero Dios en el mundo. Aquí fue
donde los judíos se desviaron en forma más grave de la Verdad Revelada,
dando a las promesas sublimes relacionadas con el Mesías un carácter racista
e imperialista.
Ya
en tiempo de N. S. Jesucristo estaba tan arraigada entre los israelitas esa
interpretación falsa, que la generalidad pensaba en el Mesías prometido como
en un rey o caudillo guerrero, que, con la ayuda de Dios, conquistaría a
todas las naciones de la Tierra por medio de guerras sangrientas en las que
Israel resultaría siempre vencedor y acabaría por dominar materialmente al
mundo entero. Por ello, cuando Jesús ante tales pretensiones se opuso a todo
derramamiento de sangre, manifestando que su reino no era de este mundo, los
imperialistas judíos sintieron naufragar todas sus esperanzas y ambiciones y
empezaron a temer seriamente que la doctrina de Cristo llegara a convencer a
todos los hebreos, y los hiciera reconocer en El al Mesías prometido.
Cuando
Jesús predicó la igualdad de todos los hombres ante Dios, los judíos
pensaron –y con muy justa razón- que Cristo con sus doctrinas echaba abajo
sus equivocadas creencias acerca de Israel como pueblo escogido de Dios para
dominar materialmente al mundo, anulando, al mismo tiempo, la idea de un
pueblo superior a los demás por voluntad divina que estaba, según ellos,
destinado por orden de Dios a esclavizar a los demás pueblos y a adueñarse
de sus riquezas.
Por
ello, los dirigentes del judaísmo en esa época, sacerdotes, escribas, etc.,
sintieron que Jesús amenazaba el brillante porvenir acordado al pueblo de
Israel como futuro amo del Universo, ya que al ser todos los pueblos iguales
ante Dios, como lo predicaba N.S. Jesucristo, no había lugar en la Tierra
para uno de ellos, escogido a manera de futura casta privilegiada y dominante
de la humanidad.
En
defensa de la tesis imperialista judía, Caifás, sumo pontífice de Israel,
señalaba la conveniencia de que muriera un hombre, Jesucristo, para salvar a
un pueblo.
Con
posterioridad al crimen más negro y trascendental cometido en la historia de
la humanidad, o sea, el asesinato de Dios Hijo por los judíos, éstos
siguieron empecinados en sus ambiciones imperialistas, tratando de compilar y
justificar en un nuevo libro sagrado sus falsas interpretaciones de la Sagrada
Biblia. Así, surgió el Talmud, especie de Nuevo Testamento de los judíos,
condenado por la Santa Iglesia y en el cual, según ellos por inspiración
divina, se contiene la más perfecta interpretación del Antiguo Testamento.
Después
surgió la recopilación de la Cábala judía, que quiere decir tradición, en
la que fue consignada –también por inspiración divina, según los judíos-
la interpretación esotérica, es decir, oculta y verdadera de las Sagradas
Escrituras. A continuación pasamos a citar unos cuantos pasajes de esos
“libros santos” del judaísmo moderno, ya que la índole de este trabajo
nos impide extendernos más sobre la materia.
“Vosotros
israelitas, sois llamados hombres, en tanto que las naciones del mundo no
merecen el nombre de hombres, sino el de bestias”
(4).
“La
progenie de un extranjero es como progenie de animales”
(5).
En los anteriores pasajes dan los falsos intérpretes de las
Sagradas Escrituras un paso de gran trascendencia: el de quitar a los
cristianos y gentiles, es decir, a todos los pueblos de la Tierra, su carácter
humano, dejándolos en la categoría de bestias.
Para darse cuenta de la importancia de este paso infame hay que
tener en presente que, según la Revelación Divina del Antiguo Testamento,
todos los animales y bestias fueron creados por Dios para servicio del hombre,
el cual puede comer su carne, utilizar su piel como vestido, matarlos,
desollarlos y hacer con ellos todo aquellos que le convenga. En cambio, obligó
al hombre a guardar los Mandamientos respecto a sus semejantes, los demás
hombres.
Para los judíos –según la falsa interpretación que dan de
las Escrituras-, tanto los cristianos como los gentiles son simples animales y
no seres humanos, por lo que automáticamente, los hebreos quedan sin obligación
de guardar los Mandamientos con respecto a ellos, sintiéndose, al mismo
tiempo, con todo el derecho de matarlos, desollarlos y privarlos de todo lo
que tengan, como a cualquier animal. Jamás ha existido, ni existe sobre la
Tierra, un imperialismo tan implacable y totalitario como el de los judíos.
Este concepto trascendental acerca de la animalidad de los demás
pueblos explica claramente la conducta implacable, cruel y despectiva hacia
todo derecho humano, observada por los jerarcas judíos del comunismo
internacional.
Su desprecio por los demás llega al extremo de hacerlos
afirmar:
“¿Qué es una prostituta? Cualquier mujer que no sea
hebrea?”.
Esto explica, según lo han repetido y denunciado varios
escritores de distintas nacionalidades, el hecho de que los judíos hayan sido
en todas partes los más inescrupulosos comerciantes en la trata de blancas y
los más asiduos defensores de las doctrinas disolventes, el amor libre y la
promiscuidad, mientras mantienen a sus familias en la más absoluta disciplina
y moralidad. Es que siendo animales los cristianos y gentiles, nada de extraño
tiene que vivan en la prostitución y en la promiscuidad.
En cuanto a los instintos asesinos de los judíos, manifestados
a través de los siglos, se ven alentados con la que ellos creen inspiración
divina del Talmud y de la Cábala, pero que según la Santa Iglesia, no es
sino obra satánica.
“Al
mejor entre los gentiles, mátalo”
(7).
Si Dios les ordenó tal cosa, tratándose como se trata de un
pueblo cruel y sanguinario, como lo demuestra la Pasión y Muerte de Cristo,
las torturas y matanzas de la Rusia comunista, etc., ¿qué de extraño tiene
que, donde pueda hacerlo, asesine a todos aquellos que en alguna forma se
oponen a sus perversas maquinaciones?
Ese odio diabólico, ese sadismo que han demostrado siempre los
judíos en contra de los demás pueblos, tiene también su origen en la
interpretación falsa de la Revelación divina, es decir, en la cábala y el
Talmud. Sirva de ilustración el siguiente ejemplo:
“¿Qué significa `Har Sinai´ ¿ Significa el monte desde el
cual se ha irradiado el Sina, es decir, el odio contra todos los pueblos del
mundo”
(8).
Es necesario recordar, que fue en el Monte Sinaí donde Dios
reveló a Moisés los Diez Mandamientos; pero los judíos modernos consideran,
en forma tan equivocada como absurda, que allí fue revelada la religión del
odio que ellos observan hasta nuestros días; odio satánico contra los demás
pueblos que ha tenido su manifestación extrema en los tormentos y matanzas
perpetradas por el comunismo internacional.
La Cábala. reservada para los altos iniciados del judaísmo, no
para la plebe, llevó la división entre judíos y gentiles –entre los que
incluyen a los cristianos- a los extremos más absurdos. Mientras por una
parte, se rebajaba a los gentiles a la categoría de simples animales, por
otra parte, se elevaba a los judíos a la categoría de dioses, identificándolos
con la divinidad misma. ¡Hasta ese grado han falseado los judíos el
significado del Pentateuco y en general del Antiguo Testamento!
El blasfemo pasaje que aparece a continuación, es sumamente
ilustrativo al respecto:
“Dios
se exhibe en la Tierra en las semblanzas del judío. Judío, Judas, Judá,
Jevah o Jehová, son el mismo y único ser. El hebreo es el Dios viviente, el
Dios encarnado, es el hombre celeste, el Adán Kadmon. Los otros hombres son
terrestres, de raza inferior; sólo existen para servir al hebreo, son pequeñas
bestias”
(9).
Es natural que semejante manera de pensar haya llevado a los judíos
a la conclusión lógica de que todo cuanto existe en la Tierra les pertenece,
incluso las bestias –entre las que nos incluyen a los demás hombres- y todo
lo que a esas bestias pertenece.
Los falsificadores de las Sagradas Escrituras intentaron, tanto
en el Talmud como en la Cábala, fortalecer el imperialismo judaico dándole
el carácter de mandato divino. Los siguientes pasajes lo demuestran:
“El Altísimo habló a los israelitas así: Vosotros me habéis
reconocido como único dominador del mundo y por esto yo he de haceros los únicos
dominadores del mundo”
(10).
“Dondequiera
que se establezcan los hebreos, es preciso que lleguen a ser amos; y mientras
no posean el absoluto dominio, deben considerarse como desterrados y
prisioneros. Aunque lleguen a dominar naciones, hasta que no las dominen
todas, no deben cesar de clamar: `¡Qué tormento!´ `¡Qué indignidad!´”
(11).
Esta falsa revelación divina, contenida en el Talmud, es una de
las bases teológicas de la política del judaísmo moderno, que realizándola
al pie de la letra cree cumplir con la voluntad de Dios.
Cuando los pueblos cristianos y gentiles han abierto
generosamente sus fronteras a los emigrantes judíos, equiparándolos a los de
otras naciones, jamás han podido imaginar que dan albergue a eternos
conspiradores, siempre dispuestos a trabajar en la sombra y sin descanso hasta
dominar al pueblo ingenuo que les abrió sus puertas.
El Talmud claramente señala que los judíos no deben descansar
hasta que el dominio sea absoluto. Los judíos Los judíos han comprendido que
la democracia y el capitalismo –que les ha permitido dominar a los pueblos-
no les ha proporcionado ese dominio absoluto ordenado por el Dios de que habla
el Talmud; por eso, los judíos Karl Marx y Federico Engels inventaron un
sistema totalitario que les asegure poder quitar a cristianos y gentiles todas
sus riquezas, todas sus libertades y, en general, todos sus derechos humanos,
hasta igualarlos con las bestias.
La dictadura del socialismo comunista de Marx permite a los judíos
alcanzar ese dominio absoluto; por ello, desde que la implantaron en Rusia,
han trabajado sin descanso para destruir el régimen capitalista que ellos
mismos habían creado, pero que fue incapaz de hacerlos llegar a la meta
deseada.
Como revela el Talmud, no basta a los judíos dominar algunas
naciones, sino que deben dominarlas todas; mientras no lo logren, deben
clamar: “¡Qué tormento1” “¡Qué indignidad!”.
Esto explica el por qué es insaciable el imperialismo judío
comunista. Pone de manifiesto lo absurdo que es creer en una sincera
convivencia pacífica o en la posibilidad de que el comunismo cese en su
ambición de conquistar a todas las naciones de la Tierra. Los judíos creen
que Dios les ha ordenado imponer un dominio total a todas las naciones y que
ese dominio total lo conseguirán sólo por medio de la dictadura totalitaria
socialista del comunismo. Como ese dominio integral debe extenderse a todas
las naciones del mundo, no descansarán hasta imponer la esclavitud comunista
a todos los pueblos de la Tierra.
Es indispensable que los cristianos y gentiles acaben tan
tremenda tragedia. La existencia de un totalitarismo cruel e imperialista,
impulsado por un grupo de místicos, fanáticos y locos que realizan todos sus
crímenes y todas sus perversidades creyendo firmemente que están cumpliendo
con fidelidad los mandatos de Dios, es una ominosa realidad. Llega su maldad
hasta tal grado, que creen moralmente lícito hacer triunfar el ateísmo y el
materialismo comunista en todo el mundo, de manera transitoria, mientras
ellos, que son religiosos y creyentes, logran destruir “al odiado
cristianismo y demás religiones falsas”, con el fin de hacer imperar sobre
las ruinas de todas, la religión actual de Israel, la cual reconoce el
derecho de los judíos a dominar el mundo y su carácter de casta privilegiada
–por derecho divino- en la humanidad de los tiempos venideros.
Por otra parte, el Talmud dice dar a los judíos la verdadera
interpretación de las promesas bíblicas
acerca del Mesías:
“El
Mesías dará a los hebreos la dominación del mundo y a ella estarán
sometidos todos los pueblos”
(12).
Podría seguirse citando pasajes de los distintos tratados del
Talmud y de la Cábala judía –tan elocuentes como los anteriores- que nos
permitirían percibir cuál es el significado y trascendencia de la actual
religión de los judíos y el peligro que ella significa para la Cristiandad y
para el resto de la humanidad. Cuanto más se profundice en esta materia, más
claro se verá el abismo que
media entre la primitiva y verdadera religión revelada por Dios a los judíos
a través de Abraham, Moisés y los profetas, y la falsa religión que fueron
elaborando a base de la falsa interpretación de la Sagrada Biblia, tanto
aquellos hebreos que crucificaron a Cristo Nuestro Señor como sus
descendientes, sobre todo, a partir de la aparición del Talmud de Jerusalén
y el de Babilonia y de la posterior elaboración de lso libros cabalísticos
“Sepher-Ha-Zohar” y “Sepher-Yetsirah”, libros sagrados
que son la base de la religión de los judíos modernos.
Si media un abismo entre la religión de Abraham y de Moisés y
la del judaísmo moderno, éste se hace insondable entre el cristianismo y
dicho judaísmo moderno; puede decirse que este último es la antítesis y la
negación misma de la religión cristiana, contra la cual destila odio y afán
destructor en sus libros sagrados y en sus ritos secretos.
La lucha de siglos, emprendida por la Santa Iglesia en contra de
la religión judía y sus ritos, no tuvo por origen, como falsamente se ha
dicho, la intolerancia religiosa del catolicismo, sino la maldad inmensa de la
religión judía, que presentaba una mortal amenaza para la Cristiandad.. Esto
fue lo que obligó a la Iglesia –tan tolerante en un principio- a adoptar
una actitud decidida en defensa de la Verdad, de la Cristiandad y de todo el género
humano.
Es, pues, errónea y sofística la opinión de algunos clérigos
que se dicen cristianos, pero que le hacen el juego a los judíos en forma
bastante sospechosa, en el sentido de que es ilícito combatir al judaísmo
porque los judíos fieles –los judíos creyentes- tienen una religión afín
y hermana de la cristiana.
En primer lugar, es falsa la base de su tesis. Lo hemos
demostrado en este capítulo y podrá comprobarlo quien profundice su estudio
en los secretos de la religión judía postbíblica; secretos que fueron
condenados en la doctrina de los Padres de la Iglesia, en los concilios ecuménicos
y provinciales y en los estudios de ilustres clérigos católicos de la Edad
Media y de los siglos anteriores al presente.
En segundo lugar, lo que los judíos pretenden realmente con
imponer a los católicos esa tesis de la ilicitud de combatir a la criminal
secta judaica, es lograr la adquisición de una nueva patente de corso que les
permita, sin exponerse a contraataques directos, seguir adelante en sus
movimientos revolucionarios masónicos o comunistas, hasta lograr la destrucción
de la Cristiandad y la esclavización de la humanidad.
Los judíos y sus cómplices dentro del cristianismo quieren
asegurar, en forma cómoda el triunfo definitivo del imperialismo judaico, ya
que si los cristianos se abstienen de atacar y vencer a la cabeza de toda la
conspiración, reduciéndose a atacar únicamente su rama masónica,
anarquista, comunista o cualquier otra, la cabeza –el judaísmo-, libre de
ataques, conservará todo su vigor mientras sus tentáculos masónicos y
comunistas, con todos sus derivados, se dedicarán a atacar de manera
inmisericorde, como lo han venido haciendo, a las instituciones religiosas,
políticas y sociales de la Cristiandad y del mundo entero.
Capítulo
Segundo
ALGO
MÁS SOBRE LAS CREENCIAS RELIGIOSAS DE LOS JUDÍOS
La falsa interpretación de las Sagradas Escrituras hizo a los judíos
apartarse cada día más de la primitiva religión de los hebreos que les fue
revelada por Dios a través de Abraham, Moisés y los profetas, para llegar,
con la aparición del Talmud y de la Cábala, a una creencia sectaria,
anticristiana e imperialista, que nada de común tiene con la primitiva Verdad
Revelada.
Utilizamos para demostrarlo, entre otras pruebas, pasajes de
esos mal llamados libros sagrados que sirven de base a la religión del judaísmo
moderno.
En el presente capítulo se verá algo más sobre las creencias
religiosas de los llamados judíos fieles para poder demostrar, con mayor
claridad, que ninguna afinidad o parentesco existe entre éstas y la religión
de los cristianos.
Lo primero que debe tomarse en cuenta al abordar el problema de
la religión judía moderna, es que se trata de una religión secreta, a
diferencia de las demás religiones cuyos dogmas, doctrinas y ritos son de carácter
público y, por lo tanto, pueden ser conocidos por cualquier extraño a ellas.
Los judíos, después de la crucifixión del Señor, fueron –a
través de los siglos- ocultando a los cristianos y a los gentiles todas
aquellas doctrinas y ritos que, por constituir una amenaza contra los demás
hombres, necesitaban mantener en secreto. Temían, con toda razón, que al
conocer su doctrina, las gentes reaccionaran violentamente en contra de los
judíos.
Ya en un texto talmúdico puede leerse lo siguiente:
“Comunicar
algo de nuestra ley a un gentil equivale a al muerte de los hebreos, pues si
los Goyim (gentiles) supieran lo que nosotros enseñamos a propósito de
ellos, nos exterminarán sin más”
(13).
La mentira ha sido el arma principal de lo que Cristo Nuestro Señor
llamó, ya desde entonces, la “Sinagoga de Satanás”. Con mentiras
y engaños han controlado a los pueblos en sus revoluciones masónicas y con
mentiras y engaños llevan a las revoluciones comunistas. baste decir que
hasta se valen de la mentira para los asuntos relacionados con su propia
religión.
A los cristianos y a los gentiles los engañan haciéndoles
creer que la actual religión judía es como todas las demás: que se limita a
rendir culto a Dios, a fijar normas de moralidad y a defender los valores del
espíritu. Pero tienen mucho cuidado de ocultar que su religión es, en
realidad, una secta secreta que conspira para destruir a la Cristiandad, que
sigue odiando a muerte a Cristo y a su Iglesia y que trata de dominar primero
y esclavizar después a los demás pueblos de la Tierra.
No es de extrañar, por lo tanto, que en su propio libro sagrado, el Talmud, afirmen que si los gentiles (entre los que incluyen a los cristianos) “supieran lo que nosotros enseñamos acerca de ellos, nos exterminarían sin más”.
La historia nos demuestra lo acertado de esta previsión talmúdica. La Santa Iglesia, al descubrir lo que en secreto enseñaban los maestros o rabinos a sus fieles, mandó requisar y destruir en diversas ocasiones los libros del Talmud, ante el peligro que significaban sus enseñanzas para los judíos, convirtiéndolos en una secta de conspiradores, ladrones y hasta asesinos; peligro mayor para aquellos que, siendo más fervorosos en su religión, aceptaban sin condiciones y con fanatismo las enseñanzas del Talmud y de la cábala.
De nada sirvió otro fraude judío, consistente en hacer textos apócrifos del Talmud, dados después a conocer a las autoridades civiles y eclesiásticas sin los pasajes cuya lectura se consideraba peligrosa para los cristianos. Con frecuencia, tanto la Santa Iglesia como los gobiernos civiles descubrían los textos auténticos ante la indignación general, manifestada a menudo en reacciones violentas contra la secta religiosa del judaísmo, cuyos auténticos libros sagrados contienen ya los lineamientos de la conspiración que han venido desarrollando en contra de la humanidad entera.
El escritor judío Cecil Roth, en su obra “Storia del pòpolo ebraico”, habla con extensión de la condenación del Talmud por el Papa Gregorio IX y demás condenaciones sucesivas hasta aquella del Papa León X, en el siglo XVI, que tuvo su origen en una denuncia al Cardenal Carafa, de que la obra era perniciosa y blasfema. Esta denuncia fue hecha por el judío Vittorio Eliano, que era sobrino del sabio judío Elia Levita y tuvo como consecuencia, la quema pública del Talmud en el “Campo dei fiori”, de Roma, en el otoño de 1553 (14).
En los procesos de la Inquisición, seguidos en contra de los judíos clandestinos, llamados por la Santa Iglesia, “herejes judaizantes”, se encuentra otra fuente muy copiosa sobre las ocultas y verdaderas creencias religiosas de los judíos. Quienes deseen profundizar en este estudio necesitarán consultar los archivos de la Inquisición de esta capital del mundo católico; los de las ciudades italianas donde más se introdujeron los judaizantes; de Carcasona, de Narbona y de otros lugares de Francia; de Simancas, en España; de la Torre do Pombo, en Portugal; de México y de otros países de la catolicidad. Por nuestra parte, nos limitaremos a citar los “Procesos de Luis de Carvajal” (El Mozo), en donde se puede apreciar la mentalidad de los judíos y conocer ciertas creencia religiosas de los mismos, muy reveladoras.
Se trata de una edición del Gobierno de México del año de 1935, publicación oficial del Archivo General de la Nación. En éste se encuentran los manuscritos originales con las consiguientes firmas del judío procesado, de los inquisidores, testigos, etc. La autenticidad de estos valores manuscritos queda fuera de duda; ni los mismos judíos contemporáneos han podido negarla jamás, por el contrario, los consideran como valiosos documentos históricos y los citan en algunas obras hebreas.
El contenido de estos documentos es algo espantoso: monstruosas blasfemias contra Nuestro Señor Jesucristo y María Santísima; odio satánico hacia el cristianismo; odio que nada tiene que ver con la auténtica ley dada por Dios a Moisés en el Sinaí, pero que es la esencia de la religión oculta del judaísmo moderno; religión de odio, de odio feroz contra la Cristiandad; odio que inspira las matanzas de cristianos y las persecuciones contra la Santa Iglesia y que se ha desatado en forma explosiva, irrefrenable y ominosa en todos los lugares donde han triunfado las revoluciones judeo-masónicas y judeo-comunistas.
Del segundo proceso contra Luis de Carvajal, iniciado a fines del siglo XVI, en el año 1595, nos atrevemos a transcribir con verdadera repugnancia lo que sigue, porque es urgente desagraviar a Cristo Nuestro Señor y a María Santísima de las blasfemias que lanzan los judíos; y porque es necesario demostrar palpablemente la mendacidad de esta tesis extraña, sostenida actualmente por algunos clérigos que afirman que es indebido combatir al judaísmo por su afinidad con la religión cristiana, afirmación que raya en la demencia y que sólo puede prosperar entre quienes, desconociendo el problema, caen víctimas de las fábulas judaicas.
La intensa religiosidad de Luis de Carvajal se manifiesta en diversos pasajes del proceso. Transcribimos a continuación el testimonio de Manuel de Lucena, judío, amigo de Luis de Carvajal:
“...y lo que pasa es que habrá año y medio que yendo éste a Santiago a ver a Luis de Carvajal y visitándole en el colegio de los indios en un aposento de él, que estaba sacando moralidades de la Biblia, y éste le dijo: `cosas lindas estáis escribiendo´ ; y el dicho Luis de Carvajal le respondió que tales eran, y que se espantaba cómo no abría los ojos tosa criatura, y que quebrantado fuese quien quebrantaba la palabra del Señor, diciéndolo por los cristianos que fuesen quebrantados, porque quebrantaban la Ley de Moisén, que llamaba la Ley del Señor;...”
Después, sigue diciendo Manuel de Lucena, que manifestándole algunas dudas:
“...al dicho Luis de Carvajal como a hombre que guarda la Ley de Moisén y es muy leído en la Biblia, se las declaraba y le satisfacía; y el dicho Luis de Carvajal le decía a éste cómo vio que guardaba la Ley de Moisén y que también estaba en ella por habérsela comunicado a Ley y tratado de autoridades del Testamento Viejo: que de allí en adelante le tendría por hermano y aunque indigno, lo encomendaría a Dios en sus oraciones...” (15).
Hasta
aquí aparece Luis de Carvajal como un piadoso judío, fervorosamente
religioso; pero que ya demuestra su odio al cristianismo cuando dice: “quebrantados
sean los cristianos”, porque quebrantan la Ley de Moisés.
El mismo judío, Manuel de Lucena, afirma que en cierta ocasión
preguntó a Luis de Carvajal
“...cómo
se entendía un capítulo de Zacarías que comienza, que el principio de él
no se acuerda más de que se dice en él: `despierta, cuchillo, contra mi
pastor y contra el hombre, conjunto amigo, etc.´. Y el dicho Luis de Carvajal
le respondió que aquella autoridad y aquello que en aquello se contiende, diría
el Señor el día del Juicio a Jesucristo, por haberse hecho Dios, condenándole
a Él y a todo su reino a los infiernos;...”
(16).
Aquí, las interpretaciones equivocadas del Antiguo Testamento
levan a un judío piadoso en su religión, a destilar odio contra Cristo
Nuestro Señor, al afirmar que Este y su reino serán condenados a los
infiernos, blasfemia lanzada contra el Hijo de Dios por un hebreo intensamente
religioso, considerado actualmente por los judíos como un santo varón y mártir.
Sigue diciendo después el mismo Lucena, en su testimonio, que
cierto día fue a casa de Luis de Carvajal y halló
“...al dicho Luis de Carvajal, doña Francisca su madre, doña
Isabel, doña Leonor y doña Mariana, sus hermanas, hincadas de rodillas hacia
el Oriente, rezando Salmos y oraciones de la Ley de Moisén, y con voz baja y
llorando el dicho Luis de Carvajal, decía los dichos Salmos y oraciones; y
las dichas doña Francisca, doña Isabel, doña Leonor y doña Mariana respondían
de la misma manera, la voz baja y llorando; todo lo cual hacían en guarda y
observancia de la Ley de Moisén y del Día Grande del Señor...”
(17).
La religiosidad y piedad de este ferviente judío quedan, por
tanto, fuera de duda.
Los frailes dominicos inquisidores, para ayudarse en el
esclarecimiento de la verdad, utilizaban, además de los testimonios de
algunos judíos, un medio consistente en introducir a la celda del reo a un
sacerdote católico, que conociendo las creencias y ritos secretos del judaísmo,
apareciera ante el preso como otro judío encarcelado en la misma celda. Con
esta estratagema, se logró que Carvajal, creyéndose acompañado por un
hermano y correligionario, externara los verdaderos sentimientos ocultos en su
corazón. El clérigo escogido fue don Luis Díaz, cuyos testimonios constan
en las actas de la audiencia celebrada en la ciudad de México, el 9 de
febrero de 1595.
Ante el Inquisidor Don Alfonso de Peralta, el sacerdote
mencionado, bajo juramento prestado, hizo, entre otras, las siguientes
declaraciones:
“...que es verdad que él ha pedido audiencia, para decir y declarar
dichas cosas que le han pasado con Luis de Carvajal, compañero de cárcel de
éste, acerca de la Ley de Moisén; y en aprobación de ella le dijo a éste
el dicho Luis de Carvajal que no se encomendase a Ntra. Sra. la Virgen María,
porque era una mujercita embaidora, mujer de un carpintero, para que éste
viese lo poco en que la había de estimar, le hacía saber que estando un día
la Virgen Santísima, apartada de José, su santo esposo, vino a visitarla un
herrero que andaba enamorado de su Divina Majestad, y estando con su menstruo
tuvo acceso carnal con ella y entonces engendraron a Nuestro redentor
Jesucristo, llamándole el perro embaidor, barbillas, y que por él había
venido la perdición de todo el género humano y la que agora había entre
todos los cristianos que guardaban su secta, y que por esta causa están
Nuestro redentor Jesucristo y su Santísima Madre y todos los Apóstoles y
Stos. que los cristianos llaman mártires, ardiendo en los infiernos; y porque
la creyese éste y no tuviese
duda,
le dijo el dicho Luis de Carvajal que Adonay, verdadero Dios de los Ejércitos
y de las hazañas, había pronosticado al profeta Daniel que había cuatro
reinos, y que en el postrero vio el dicho profeta que había una figura
espantable, y que le salían de la frente diez cornezuelos y entre los cuales
había uno muy pequeño que tenía ojos y boca, y daba a entender esta bestias
fiera que era Jesucristo Ntro. Redentor, llamándole bestia abominable; y que
esta visión que vio el dicho profeta pronosticaba la perdición que (a la
venida de Jesucristo, habría en el mundo, y que como Cristo había sido tan
gran pecador, lo eran también los Sumos Pontífices y todos los prelados de
las iglesias) que seguían su doctrina y que cuando la magdalena fue a pedir
perdón a Cristo y le ungió y le dijo: `Remitunt tibi peccato´, la
estaba contemplando para pecar con ella”
(18).
Sigue la declaración del clérigo católico, Luis Díaz, en los
siguientes términos:
“Item, dijo: que queriendo éste saber del dicho Luis de Carvajal qué cómplices había que guardasen la Ley de Moisén, fingiendo éste que la quería guardar, para venir luego y manifestarlos ante los Sres. inquisidores, le dijo el dicho Luis de Carvajal que pues él estaba determinado a confesar y a morir en la Ley de Moisén, podría acudir éste a Manuel de Lucena y a Manuel Gómez Navarro y a Pedro Enríquez, que eran grandes judíos y guardaban con perfección la Ley de Moisén...” (19).
A continuación, se transcribe una escena inmunda relatada por
el padre Luis Díaz, en la que se ve de lo que pueden ser capaces esos judíos
muy fervorosos y apegados a su fe religiosa. Se trata del propio Luis de
Carvajal, cuya religiosidad es ya conocida, de Manuel Gómez Navarro, de quien
dice aquél ser gran judío y guardar con perfección la Ley de Moisés y de
Diego Enríquez, de quien dice ser el mayor judío que había en la Nueva España.
La declaración del R.P. Díaz dice:
“...se acuerda que el dicho Luis de Carvajal dijo a éste que Diego Enríquez, penitenciado por este Santo Oficio, hermano del dicho Pedro Enríquez, era aunque mozo, el mayor judío que había en al Nueva España y de mayor pecho y valor, y que estando en esta ciudad, en casa del dicho Diego Enríquez, se quedaron a dormir con el dicho Diego Enríquez en una misma cama el dicho Luis de Carvajal y Manuel Gómez Navarro, y toda la noche estuvieron en mucha chacota comiendo nueces y pasas, y el dicho Luis de Carvajal les hizo una plática en alabanza de la Ley de Moisén, y el dicho Diego Enríquez, después de una plática, se levantó al servicio, y habiendo puesto un Cristo que tenía a la cabecera de la cama, atado a los pies de ella, estándose proveyendo, decía: por Nuestro Redentor Jesucristo, esto puedo almorzar este perro por la mañana; y volviéndose a la cama, como dormía el dicho Diego Enríquez en medio del dicho Luis de Carvajal y Manuel Gómez Navarro, teniendo el rostro de Cristo a sus pies, alzaba la copa y ventoseaba diciendo al Cristo: bebe, perro, juro a Dios que os he de poner las barbas bermejas; y el dicho Manuel Gómez Navarro, no pudiendo sufrir el hedor, dijo al dicho Diego Enríquez: idos de ahí, lleva a ese perro con todos los diablos, y ponelde en otra parte y allí dalde de beber cuanto vos quisiéredes; y entonces dijo el dicho Luis de Carvajal: dexaldo estar que yo me huelgo mucho y no hay agua rosada ni agua de ángeles para mí, como ver tratar mal a este perro ahorcado, embaidor y hechicero” (20).
La terrible escena demuestra que, el odio satánico de los judíos
hacia Cristo Nuestro Señor seguía siendo el mismo mil seiscientos años
después de su crucifixión. Y, del mismo modo, evidencia que es falsa la
tesis sostenida por muchos israelitas en el sentido de que, los enemigos
implacables de Cristo y de su Iglesia son los judíos descreídos y no los judíos
fieles a su religión, la cual es pariente cercana de la cristiana.
Es evidente, que los judíos más fieles a su monstruosa religión
son los más enconados enemigos de Cristo y de la Cristiandad, ya que es en
tal secta religiosa donde beben el odio implacable contra Jesús y contra todo
lo cristiano. Por el contrario, los pocos hebreos que venciendo el temor a las
terribles amenazas –incluso el asesinato de los llamados apóstatas y de
represalias contra sus familias- logran desligarse de la secta demoníaca y
adquieren el calificativo de judíos de sangre; pero incrédulos en su religión,
acaban por perder su odio hacia la Cristiandad y hacia la humanidad entera, al
dejar de absorber constantemente ese ambiente de odio contra la Iglesia, ese
afán de esclavizar y odiar a la humanidad, que infesta las Sinagogas de Satanás.
Desgraciadamente son poquísimos los que lo hacen, puesto que casi nadie se
atreve a desafiar las iras de los dirigentes judíos manifestadas, a menudo,
por represalias y bloqueo económico, excomuniones terribles y amenazas de
muerte, siempre pendientes sobre las cabezas de los incrédulos que se atrevan
a desligarse de la Sinagoga.
Siguiendo con las constancias del expediente del segundo proceso
en contra del judío Luis de Carvajal, encontramos en las declaraciones del
Padre Díaz que habiendo preguntando al primero con qué otros judíos de
confianza podía tratar, respondióle Carvajal:
“...con
el dicho Antonio Díaz Márquez, porque era gran siervo de Dios y guardaba la
Ley de Moisén y que si no fuera casado con una perra cristiana, hija de
villanos, se hubiera ido a una judería...que el dicho Antonio Díaz Márquez,
cuando iba a la iglesia y se hincaba de rodillas y hacía que rezaba y decía
a las imágenes de los santos semejantes sean a vosotros los que en vosotros
adoran...y que cuando salía el sacerdote a decir misa al altar, de la hostia
decía el dicho Antonio Díaz Márquez, en un solo Dios creo, en un solo Dios
adoro y no en este perro que no es sino un pedazo de engrudo...y luego se
apartó hacia donde tenía el dicho Luis de Carvajal un Cristo y unas imágenes,
y se llegó al Cristo y le dio una higa, metiéndosela en los ojos por dos
veces y diciéndole: ¿qué secreto nos tendrá este perro de barbillas? y
entonces le escupió en el rostro y luego se levantó el dicho Luis de
Carvajal, diciendo: no me habéis de llevar en eso ventaja; y escupiendo a la
imagen de Nuestro Señor Jesucristo, dijo: no habéis de llamar a éste perro,
sino Juan Garrido...y que cuando la dicha Constanza Rodríguez va a la
iglesia, cuando el sacerdote alza la hostia, dice: encomendado seas a los
diablos tú y quien te alza, confundido seas por misterio del cielo, caiga aquí
un rayo y confunda a todos estos herejes, diciéndolo por los cristianos...”
(21).
Lo que sigue es algo terrible; pero es preciso citarlo para que
los católicos se den cuenta del peligro que encierra la llamada religión judía.
En el testimonio de Pedro de Fonseca, mandado por los
inquisidores a petición del Padre Díaz, para que escuchara junto a la puerta
de la cárcel la conversación sostenida por el sacerdote con Luis de
carvajal, afirmó que pudo escuchar, en la hora fijada por el Padre Luis Díaz,
entre otras cosas, lo siguiente:
“...que
el Mesías no había venido y que Jesucristo era profeta falso, y que era el
Antecristo que dicen los cristianos y que cuando venga el Antecristo, vendrá
el Mesías prometido en la Ley, y que los cristianos andan engañados y están
en los infiernos, y que el que tiene mayor dignidad entre ellos, terná (tendrá)
mayor pena en los infiernos, y que el Papa y el rey y todos los grandes
inquisidores y ministros del Santo Oficio, perseguidores de los que guardan la
Ley de Moisén que es la verdadera, y que los apóstoles están también en el
infierno, y que no hay santos en el cielo, y que Jesucristo estuvo amancebado
con la Magdalena, y que Nuestra Señora está en los infiernos y era una puta
que había parido cinco veces, y entonces el dicho Luis Díaz de Carvajal,
respondió: cómo se ha de creer en María Hernández, madre de Juan garrido,
que asó los llaman los judíos, diciendo María Hernández, por Nuestra Señora
y Juan Garrido, por Nuestro Redentor Jesucristo...tenía una imagen de Juan
Garrido, diciéndolo por Jesucristo, a los pies de su cama, y que cuando se
bajaba de ella para sus necesidades, pasaba por encima de él y lo ventoseaba,
para ver si le respondía, y que algunas veces lo ensuciaba, y que el dicho
Juan Garrido (diciéndolo por el Cristo), le tenía buen secreto y se reía de
él” (22).
Estos eran los judíos que la Inquisición, con la autoridad de
la Santa Iglesia, relajaba a la justicia y brazo secular para que fueran
quemados en la hoguera o muertos por medio del garrote. Sólo la ignorancia de
los que es la secta religiosa del judaísmo, puede hacer que gentes de buena
fe acusen a la Santa Iglesia de intolerancia por tales motivos. En realidad,
se requiere mucha ignorancia o mala fe, para asegurar a los cristianos que
puede haber un convenio entre la Santa Iglesia y la Sinagoga de Satanás; ya
que, si es imposible concebir un pacto o entendimiento entre el catolicismo y
el comunismo o entre aquél y la masonería, tanto más imposible es un pacto
entre la Santa Iglesia y el judaísmo satánico, que es la cabeza del
comunismo y la masonería, impregnados –por los judíos- de ese odio diabólico
a Cristo, a María Santísima y a la Cristiandad.
Luis de Carvajal, judío ejemplar, maestro de la –ya
falsificada- ley de Moisés, identificó al Mesías que ellos esperaban con el
Anticristo de los cristianos. Es muy significativo que, por otra parte,
diversos concilios de la Santa Iglesia católica, con su gran autoridad, hayan
afirmado que los judíos son verdaderos ministros del Anticristo.
Desde el año 633, el Concilio IV de Toledo, integrado por los
metropolitanos y obispos de España (incluyendo la actual Portugal) y las
Galias visigodas, aseguraba en el canon LVIII que eran del cuerpo del
Anticristo los obispos, presbíteros y seglares que prestaran apoyo a los judíos
en contra de la fe cristiana, declarándolos sacrílegos y excomulgados (23).
En su Canon LXVI llama a los hebreos “Ministros del
Anticristo” (24).
No deja, pues, de ser muy notable que personas tan autorizadas
de las dos partes en pugna, es decir, de la Santa Iglesia de Cristo y de la
Sinagoga de Satanás, hayan establecido alrededor del problema del Anticristo
posiciones similares, aunque desde un ángulo opuesto. Por otra parte, del
estudio profundo de la secreta religión de los judíos en la Era Cristiana
–cuyos secretos se han ido descubriendo a pesar de las precauciones tomadas
por ellos para evitarlo-, se llega a la conclusión cierta, de que dicha
religión, lejos de tener parentesco y afinidad con el cristianismo, es la antítesis
y la negación suprema de la fe de Cristo, con la que no hay la más remota
posibilidad de entendimiento.
Capítulo Tercero
MALDICIONES DE DIOS A LOS JUDÍOS
La judeo-masonería, el comunismo y las diversas fuerzas políticas que
ambos controlan, han lanzado innumerables ataques contra la política secular
de la Santa Iglesia Católica. Uno de los puntos más atacados, ha sido el
relativo al Santo Oficio de la Inquisición y a sus autor de fe, que algunos
clérigos –por ignorancia de la historia y por influencias propagandísticas
masónico-liberales- los han llegado a ver tan deformados hasta que la Santa
Iglesia se equivocó en su política inquisitorial, llegando al extremo de
tratar de evadir esta cuestión en cualquier controversia, con un sentimiento
de culpabilidad a veces subconsciente.
Esta actitud vergonzante, contrasta con la propia postura de
algunos historiadores judíos que, conocedores de la verdad, aceptan algunos
aspectos positivos del sistema inquisitorial, como Cecil Roth, que en su obra
“Storia del pòpolo ebraico”, dice textualmente:
“...Es
necesario reconocer que, desde un punto de vista, la Inquisición era justa.
Raramente procedía sin base seria; y, cuando un asunto estaba en marcha, el
objetivo último era el obtener una confesión completa que, unida a la
expresión del arrepentimiento, salvaría a las víctimas de los horrores de
los tormentos eternos. Los castigos impuestos eran considerados más como una
expiación que como un castigo...”
(25).
En este asunto tan controvertido –que los enemigos del
catolicismo han considerado como el tendón de Aquiles de la Iglesia-, es
preciso no perder vista la realidad en medio del cúmulo de mentiras,
distorsiones y fraudes históricos que ocultan la verdad con una espesa maraña
tejida especialmente con este objeto, por los judíos y sus cómplices. La política
inquisitorial de la Santa Iglesia, lejos de ser algo condenable, algo de los
cual la Iglesia tenga que avergonzarse, fue, no sólo teológicamente
justificada, sino de grandes beneficios para la humanidad. Gracias a la Santa
Inquisición –llamada santa por Papas, concilios, teólogos y santos de la
Iglesia- la humanidad se vio entonces, libre de la catástrofe que ahora la
amenaza y que se habría producido hace varios siglos. La Inquisición logró
detener seis siglos la espantosa revolución mundial judía que está a punto
de arrasarlo todo y de esclavizar a todos los hombres.
No somos partidarios de que en la actualidad se trate de imponer
la religión por la fuerza, ni de que se persiga a nadie por sus ideas; porque
la verdad deberá imponerse solamente por medio de la libre discusión, sin
necesidad de medios coercitivos. Sabemos que la Santa Iglesia, tolerante y benévola
en sus primeros tiempos, tuvo que enfrentarse a una situación extraordinaria:
la amenaza de muerte planteada a la Cristiandad entera, por el judaísmo
internacional, en el siglo XII; amenaza cuya
gravedad es comparable tan sólo con la que representa actualmente el
comunismo judaico para la humanidad libre.
Para salvar a la Cristiandad de ese peligro, la Santa Iglesia
tuvo que recurrir a medios extraordinarios, cuya justificación se evidencia
con el solo hecho de haber aplazado varios siglos el desastre que ahora se
cierne sobre la humanidad.
En su lucha milenaria contra la Iglesia de Cristo, los judíos
emplearon un arma básica de combate: la quinta columna. Esta nació al irse
convirtiendo fingidamente al cristianismo millares y millares de judíos de
todo el mundo.
El ya mencionado historiador judío, Cecil Roth, afirma
textualmente en la pág. 229 de su obra (“Storia del pòpolo ebraico”,
edición Milán, 1962): “...Naturalmente
en la mayor parte de los casos las conversiones eran fingidas...”.
Los falsos conversos tomaban las aguas del bautismo y seguían
siendo en secreto tan judíos como antes; aunque adoptaban nombres cristianos,
iban a misa y hasta recibían sacrílegamente los sacramentos.
Asistían a sinagogas secretas; se reunían en casas
particulares y en otros sorprendentes lugares, como después se verá. Estas
familias cristianas en apariencia, observadoras –hasta ostentosas- del
culto, ritos y oraciones cristianos, no sólo practicaban el judaísmo en
secreto, sino lo transmitían a sus hijos, que a determinada edad eran
iniciados ocultamente en el judaísmo por medio de secretas e imponentes
ceremonias, que nos recuerdan las iniciaciones masónicas.
Este sistema de judaísmo subterráneo ha existido desde los
primeros siglos del cristianismo hasta nuestros días, sin solución de
continuidad.
Pronto se vio que la Cristiandad entera estaba amenazada de
muerte si no tomaba con urgencia las medidas necesarias para contrarrestar las
organizaciones secretas del judaísmo y las asociaciones ocultas que los judíos
clandestinos estructuraban entre los verdaderos cristianos; llegándose a la
conclusión de que la Santa Iglesia sólo podría defenderse y defender a la
humanidad de la destrucción, formando una organización represiva, también
secreta. No quedaba más remedio que oponer a las organizaciones ocultas
anticristianas, estructuras de represión también secretas. Así nació la
eficacísima organización oculta del Santo Oficio de la Inquisición.
Mucho se ha criticado el procedimiento secreto empleado por la
Inquisición, así como el sigilo absoluto que rodeaba a todas sus
actividades. La Santa Iglesia no tuvo alternativa, y hubo de comprender lo
infructuoso que resulta combatir a una organización secreta con simples
actividades públicas. también los gobiernos han necesitado combatir las
actividades secretas de espionaje y sabotaje de sus enemigos, con servicios
secretos equivalentes, ya que de lo contrario, sucumbirían..
Siendo las organizaciones secretas la única medida
verdaderamente efectiva contra el judaísmo emboscado, no es extraño que éstas
hayan sido las que con más saña han combatido los judíos por todos los
medios posibles. Así, cuando Santo Domingo de Guzmán y otros santos varones
de su época lucharon por la creación de la Inquisición, los judíos
ocultos, metidos en el clero, organizaron innumerables intrigas para
impedirlo, tratando incluso de sublevar a los obispos en contra de la medida y
atacando sistemáticamente lo relativo al secreto. No hay cosa que tema más
la quinta columna judía, que el que la Santa Iglesia y los católicos
utilicen para combatirla, las mismas armas secretas que ella.
Por eso aún en nuestros días, cuando para combatir a la
masonería o a las organizaciones secretas del comunismo, algún grupo de católicos
quiere oponerles organizaciones también reservadas, inmediatamente, los judíos
subterráneos, organizan intrigas para que el obispo de la diócesis o sus
superiores condenen y destruyan la
organización reservada. Los judíos y sus agentes dentro del clero católico,
saben muy bien que contra una organización oculta fracasarán todas las de
carácter público que se le enfrenten y que para dominarla serán precisas
estructuras también de carácter secreto que, como la Santa Inquisición,
funcionen de acuerdo con la Doctrina católica.
Otro aspecto muy atacado de la Inquisición, es el relativo a la
quema de judíos y herejes o a su ejecución por el garrote; siendo difícil
precisar las cifras exactas de los ejecutados por herejes de distintas sectas
o por herejes judaizantes, como llamaba la Iglesia a los que, siendo
cristianos en apariencia, practicaban en secreto el judaísmo.
Muchos calculan en millares y otros hasta en decenas de miles,
tan sólo los judíos clandestinos muertos por la Inquisición en la hoguera y
por medio del garrote; pero sea la cantidad que sea, los enemigos de la
Iglesia han lanzado contra ésta injustificados ataques por estos
procedimientos. La defensa que se ha hecho de la Iglesia, sobre la base de que
ella no los ejecutaba directamente, sino que los relajaba al brazo seglar para
que éste dictara las sentencias de muerte y las ejecutara, es fácilmente
refutada por los enemigos del catolicismo, diciendo que aunque la Iglesia no
los condenara ni matara directamente, había dado su aprobación a los
procedimientos inquisitoriales y a las leyes que penaban con la muerte a los
herejes judíos relapsos y que, además, durante seis siglos había dado su
aprobación a estas ejecuciones. Otro argumento débil de los defensores de la
Iglesia, ha sido el pretender que la Inquisición de España y de Portugal
eran instituciones de Estado, no dirigidas por la Iglesia; pero el
razonamiento es endeble, puesto que éste no puede aplicarse a la Inquisición
pontificia que funcionó durante tres siglos en toda la Europa cristiana y que
estaba dirigida, nada menos que por Su Santidad el Papa, quien personalmente
nombraba al Gran Inquisidor. Los demás inquisidores, franciscanos o
dominicos, ejercían sus funciones como delegados papales con autoridad papal.
Es cierto que la Inquisición Pontificia llevó a la hoguera a
millares de judíos y herejes que, aunque ajusticiados por el brazo seglar,
morían, no obstante, con la aprobación de la Santa Iglesia que había
sancionado los procedimientos para juzgarlos, las leyes que los condenaban y
las ejecuciones mismas. Si la Iglesia no hubiera estado de acuerdo con las
condenaciones a muerte de judíos y herejes, las hubiera evitado con sólo
ordenarlo.
Incluso, en lo referente a la Inquisición española y
portuguesa, que eran instituciones de Estado donde el Gran Inquisidor era
nombrado por el rey y no por el Papa, la Santa Iglesia autorizaba a la Orden
de Santo Domingo para constituir los tribunales de la Inquisición, para
perseguir y descubrir a los judíos y herejes, para encarcelarlos y para
llevar todo el proceso hasta la relegación al brazo seglar.
También en estos casos, la Iglesia había dado su aprobación a
las leyes que autorizaban al brazo seglar para quemar o dar garrote a estos
delincuentes.
Para lograr una defensa eficaz y contundente de la Santa Iglesia
y de la Inquisición, es preciso tener el valor de recurrir a la verdad y a
toda al verdad. La Santa Iglesia no podrá jamás temerla ya que sus actos han
sido siempre normados por la equidad y la justicia. por eso, con al verdad,
que es siempre arrolladora, -expuesta ampliamente en la Cuarta Parte de este
libro (“La quinta columna judía en el clero”)-, se logrará una
defensa colectiva de la Santa Iglesia Católica, en lo que respecta a su política
inquisitorial.
Por lo pronto, empezaremos demostrando que los judíos no son un
pueblo intocable por el hecho de haber sido un tiempo el pueblo escogido de
Dios, sino que, por el contrario, Dios predijo que si no cumplían con todos
sus mandamientos, serían castigados muy severamente. Por esta consideración,
la política de la Iglesia contra los judíos, en materia inquisitorial, tiene
una base teológica amplia.
Mucho se vanaglorian los judíos de ser todavía, en la
actualidad, el pueblo elegido de Dios, basándose para fundamentarlo en
ciertos pasajes de la Sagrada Biblia, a los que dan una interpretación falsa
o imperialista, cuidándose mucho, sin embargo, de considerar otros pasajes en
los que Dios claramente condicionó aquel privilegio al hecho de que se
cumplieran fielmente con los mandamientos y demás órdenes del Señor, amenazándolos,
si no lo hacían, con retirarles la distinción de pueblo escogido para
convertirlos en un pueblo maldito, sobre el que caerían varios anatemas señalados
expresamente por Dios al propio Moisés. Pero los judíos tratan de ocultar
esta situación, así como tratan de hacerlo también ciertos clérigos
cristianos, cuya conducta, que parece inexplicable, más beneficia al judaísmo
y a sus planes subversivos que a la Santa Iglesia de Cristo.
En el Deuteronomio (capítulo XXVIII, versículos 1 y 2), Moisés,
transmitiendo a los hebreos la voluntad divina, define claramente esa situación.
“1. Y si oyeres la voz del Señor Dios tuyo, para cumplir y guardar
todos sus mandamientos, que yo te intimo hoy, el Señor te ensalzará sobre
todas las gentes, que hay sobre la Tierra. 2. Y vendrán sobre ti, y te
alcanzarán todas esa bendiciones: con tal que escuches sus mandamientos”.
Hay que tener presente que después de mencionar Moisés todas
las bendiciones que otorgaría Dios a los israelitas si cumplían con todos
los mandamientos y oían la voz del Señor, enumera las tremendas maldiciones
que haría caer sobre ellos si hacían lo contrario.
Quien quiera conocerlas íntegras puede consultar el propio
Deuteronomio, capítulo XXVIII; y Levítico, capítulo XXVI. Nos reduciremos
aquí únicamente a insertar algunas de las más importantes:
En el Deuteronomio (capítulo XXVIII), dice Moisés,
transmitiendo lo ordenado por Dios:
"15.
Pero si no quisieres escuchar la voz del Señor Dios tuyo, para guardar, y
cumplir todos sus mandamientos y ceremonias, que yo te prescribo hoy, vendrán
sobre ti, y te alcanzarán todas estas maldiciones. 16. Serás maldito en la
ciudad, maldito en el campo. 17. Maldito tu granero, y malditas tus obras. 18.
Maldito el fruto de tu vientre, y el fruto de tu tierra, las manadas de tus
vacas, los rebaños de tus ovejas. 19. Serás maldito cuando entres, y maldito
cuando salgas. 20. El Señor enviará sobre ti hambre y ansia por comer, y
maldición sobre todas tus obras, que tú hicieres: hasta que te desmenuce, y
pierda prontamente, a causa de tus malísimas invenciones, por las cuales me
abandonaste. 22. El Señor te hiera con suma pobreza, con calentura y frío,
con ardor y bochorno, y aire corrompido, y añublo, y te persiga hasta que
perezcas. 24. Dé el Señor a tu tierra polvo en vez
de
lluvia, y descienda del cielo ceniza sobre ti, hasta que seas desmenuzado. 25.
Haga el Señor que caigas delante de tus enemigos (tremenda amenaza de
destrucción). Salgas por un camino contra ellos, y huyas por siete, y seas
disperso por todos los reinos de la Tierra. 43. El extranjero, que vive
contigo en tu tierra, subirá sobre ti, y estará más alto: y tú descenderás,
y quedarás más bajo (26). 45. Y vendrán sobre ti, y te perseguirán y
alcanzarán todas estas maldiciones, hasta que perezcas: por cuanto no oíste
la voz del Señor Dios tuyo, ni guardaste sus mandamientos y ceremonias que te
mandó. 48. Servirás a tu enemigo, que el Señor enviará contra ti, con
hambre y con sed, y con desnudez, y con todo género de carestía: y pondrá
un yugo de hierro sobre tu cerviz, hasta que te desmenuce. (Tremenda profecía
de esclavitud primero, y luego, de aniquilamiento de los judíos, a manos de
enemigos que el mismo Dios les echará encima, como castigo y maldición). 54.
El hombre más delicado de los tuyos, y el más entregado a placeres, será
mezquino con su hermano, y con su mujer, que duerme en su seno. 55. Para no
darles de las carnes de sus hijos, que se comerá: por cuanto ninguna otra
cosa tendrá en el cerco y en la penuria, con que te habrán destruido tus
enemigos dentro de todas tus puertas. 62. Y quedaréis en corto número, los
que antes por la multitud erais como las estrellas del cielo, por cuanto no oíste
la voz del Señor Dios tuyo”
(27).
El Levítico (capítulo XXVI), también hace mención al dilema
presentado por Dios al pueblo judío, prometiéndole que será su pueblo
escogido y bendito si cumple con los mandamientos y lo maldecirá si no los
cumple; profetizando además, los castigos con que penará su mala conducta.
De las maldiciones lanzadas directamente por Dios contra los israelitas, en
este último caso, insertaremos sólo las que consideramos de mayor
trascendencia, remitiendo a los quieran conocerlas todas a la propia Sagrada
Biblia, que nos sirvió en este asunto.
“14.
Mas si no me oyéreis, ni cumpliéreis todos mis mandamientos. 15. Si despreciáreis
mis leyes, y no hiciéreis aprecio a mis juicios, de manera que no cumpláis
las cosas que yo he establecido, e invalidáseis mi pacto: (Aquí alude Dios
Nuestro Señor, al hecho de que los judíos, con sus pecados, son los que
invalidan y rompen el pacto o alianza que celebró Dios con dicho pueblo). 16.
Yo también haré esto con vosotros: Os visitaré prontamente con carestía, y
con un ardor que acabe con vuestros ojos, y consuma vuestras almas. En vano
sembraréis granos, que serán devorados por vuestros enemigos. 17. Pondré mi
rostro contra vosotros, y caeréis delante de vuestros enemigos ( otra
predicción de aniquilamiento) y quedaréis sujetos a aquellos que os
aborrecen. Huiréis sin que ninguno os persiga. (Es impresionante cómo el
delirio de persecución colectivo, que sufre actualmente el pueblo judío,
coincide sorprendentemente con esta maldición divina). 18. Y si ni aun así
me obedeciéreis, añadiré siete tantos más a vuestros castigos por causa de
vuestros pecados. 38. Pereceréis entre las gentes, y la tierra enemiga os
consumirá. 39. Y si quedaren aún alguno en sus iniquidades en las de ellos,
se pudrirán en sus iniquidades en la tierra de sus enemigos, y serán
afligidos por los pecados de sus padres y por los suyos”
(28).
La palabra de Dios habla por sí sola. Dios dio a Israel enorme
privilegio, pero no para que usara de él como de un fuero que le permitiera
cometer impunemente toda clase de pecados y de crímenes, violando los
mandamientos y órdenes divinas. Es por esto que Dios, que es todo justicia,
sujetó la existencia de ese privilegio y de esa bendición a condiciones muy
rigurosas, que garantizaran el buen uso de los mismos por parte de los judíos,
imponiéndoles como condición guardar no solamente algunos, sino precisamente
todos los mandamientos, tal como expresamente lo dicen diversos versículos
del Deuteronomio y del Levítico. Les mandó también que oyeran los mandatos
divinos, hicieran aprecio de sus juicios y cumplieran las cosas por Dios
establecidas (Levítico, capítulo XXVI, versículos 14 y 15),
so pena de invalidar el pacto o alianza otorgada por Dios a dicho
pueblo. Pero, ¿qué es lo que han hecho los judíos durante tres mil años?
En vez de cumplir con los mandamientos y demás condiciones por Dios
establecidas, asesinaron a gran parte de los profetas, renegaron del Hijo de
Dios, lo calumniaron y asesinaron; faltando al primer mandamiento que es amar
a Dios sobre todas las cosas; al 5º que prescribe no matar; al 8º que
prohibe levantar falso testimonio y mentir. Además de asesinar a varios discípulos
de Cristo, manchan sus manos en sangrientas revoluciones en donde han matado a
millones de seres humanos y despojado a los cristianos y gentiles de sus
riquezas, robándolos primero, con la usura y luego con el comunismo.
Blasfeman horriblemente contra el nombre de Dios en los países comunistas,
sin que valga la justificación que dan en sus reuniones secretas, en el
sentido de que sólo lo harán transitoriamente durante algunos siglos,
mientras la máquina destructora del socialismo comunista aniquila todas las
religiones falsas, para edificar sobre la ruina de éstas la religión
–totalmente deformada- del Dios de Israel y de su pueblo escogido, que será
la futura aristocracia de la humanidad.
Es preciso notar que las blasfemias contra Dios y las negaciones
del comunismo materialista no van dirigidas contra tal o cual religión tenida
como falsa, sino contra Dios en general y contra todos los valores del espíritu.
Ni el delirio de grandeza de la Sinagoga de Satanás ni su
imperialismo demoníaco, podrán justificar jamás las monstruosas blasfemias
que contra Dios se lanzan en los Estados sujetos a la dictadura socialista del
comunismo: aunque se diga que es una situación meramente transitoria de unos
cuantos siglos.
En una palabra, en lugar de cumplir con los mandamientos y con
todo aquello que Dios puso como condición para que fueran su propio pueblo
escogido, lo han violado todo sistemáticamente en la forma más
trascendental, sobre todo al perpetrar el deicidio –crimen horrendo
consistente en el asesinato de Dios Hijo-, culminación espantosa de tantos crímenes
y violaciones a los mandamientos, que han continuado cometiendo hasta nuestros
días.
Así, se han hecho merecedores de todas las maldiciones y
castigos con que Dios mismo los amenazó, ya que, en vez de cumplir todos los
mandamientos, los desobedecieron. Estas maldiciones y castigos profetizados
por el propio Dios Nuestro Señor, se han ido cumpliendo al pie de la letra,
hasta el más terrible de ellos, consistente en el aniquilamiento y la
destrucción en masa. Si se repasan de nuevo los versículos de la Biblia
insertados anteriormente que hablan de esa destrucción y se comparan con las
matanzas de judíos en la Europa ocupada por los nazis, se podrá comprobar
que una vez más, en la historia, se cumplieron las maldiciones y castigos
anunciados por Dios Nuestro Señor hace miles de años para el pueblo judío.
Evidentemente, Dios Nuestro Señor
ha utilizado incluso a los pueblos paganos –como los caldeos, los romanos y
últimamente los nazis -, como instrumentos de la Divina Providencia para
castigar los delitos y pecados del pueblo judío y hacer cumplir las
maldiciones predichas por el mismo Dios. La Santa Inquisición, al castigar
con la muerte a los judíos infiltrados en la Iglesia y en el clero, no fue más
que otro instrumento de la Divina Providencia para aplicar sobre ellos los
castigos anunciados por Dios al propio Moisés.
Si los hebreos o sus instrumentos dentro de la Cristiandad se
sienten molestos al leer estas líneas, deben reconocer, sin embrago, que ni
debemos ni podemos modificar los mandatos divinos.
En el capítulo siguiente veremos cómo los profetas bíblicos,
transmitiendo la voluntad de Dios, fueron todavía más claros que Moisés en
lo que respecta a los castigos que azotarían a los judíos en virtud de sus
pecados y crímenes.
Capítulo Cuarto
MATANZAS DE JUDÍOS ORDENADAS POR DIOS COMO CASTIGO
De los tremendos castigos prescritos por Dios en contra de los judíos,
hablan también, constantemente, los profetas de la Sagrada Biblia.
En la profecía de Isaías, Dios, por boca de aquél, predice
contra los israelitas varias sanciones que sería largo transcribir, reduciéndonos
solamente a estos dos versículos del capítulo LXV (remitiendo a quienes
quieran profundizar este tema a las Sagradas Escrituras):
“11.
Mas vosotros que desamparásteis al Señor, que olvidásteis mi santo monte,
que ponéis mesa a la Fortuna, y derramáis libaciones sobre ella. 12. Por
cuenta os pasaré a cuchillo, y todos caeréis en la matanza: porque llamé, y
no respondísteis: hablé, y no oísteis: y hacéis el mal delante de mis
ojos, y escogísteis lo que yo no quise”
(29).
El profeta Ezequiel narra que, indignado el Señor por la
idolatría de los judíos (¿cómo estará indignado ahora con ese tipo nuevo
de idolatría del Estado socialista y de otros fetiches que los judíos han
instaurado en los infiernos comunistas?), le había revelado Dios:
Capítulo VIII. “18.
Pues también yo haré en mi furor: no perdonará mi ojo, ni tendré piedad: y
cuando gritaren a mis orejas a grandes voces, no los oiré”
(30).
Capítulo IX. “1.
Y gritó en mis orejas con grande voz, diciendo: Se han acercado las visitas
de la ciudad, y cada uno tiene en su mano un instrumento de matar. 5. Y les
dijo, oyéndolo yo: Pasad por la ciudad siguiéndole, y herid: no perdone
vuestro ojo, ni os apiadéis. 6. Matad al viejo, al jovencito, y a la
doncella, al niño, y a las mujeres hasta que no quede ninguno: mas a todo
aquel, sobre quien viéreis el tháu no le matéis, y comenzad por mi
santuario. Comenzaron pues por los hombres más ancianos, que estaban delante
de la
casa.
7. Y les dijo: profanad la casa, y llenad los patios de muertos: salid. Y
salieron, y mataban a los que estaban en la ciudad. 8. Y acabada la mortandad,
quedé yo: y me postré sobre mi rostro, y dije a voces: Ah, ah, ah, Señor
Dios: ¿por ventura destruirás todas las reliquias de Israel, derramando tu
furor sobre Jerusalén? 9. Y me dijo: La iniquidad de la casa de Israel y de
Judá es grande muy en demasía, y llena está la tierra de sangres, y la
ciudad llena está de aversión: porque dijeron: Desamparó el Señor la
tierra, y el Señor no ve. 10. Pues tampoco mi ojo perdonará, ni tendré
piedad: retornaré su camino sobre sus cabezas”
(31).
La
palabra de Dios Nuestro Señor habla por sí sola. No podemos, sin blasfemar,
contradecirla o criticarla. Es la justicia divina, tal como nos la revelan las
Sagradas Escrituras, y no como la falsifican tanto los judíos declarados como
los clérigos que se dicen cristianos, pero que obran como si fuesen judíos,
haciéndole el juego a la Sinagoga de Satanás.
En la profecía de Oseas, se habla de los crímenes de Israel y
de Judá y de los castigos que Dios les impondrá:
Capítulo IV. “1.
...porque no hay verdad, ni hay misericordia, ni conocimiento de Dios en la
tierra. 2. La maldición, y mentira, y homicidio, y robo, y adulterio la
inundaron, y un homicidio se toca con otro homicidio” (32).
Capítulo
V.
“2. Y las víctimas hicísteis caer en el abismo...5. Y se mostrará la
arrogancia de Israel y Ephraím caerán en su maldad, caerá también Judá
con ellos”
(33).
Al tiempo que se refiere a las maldades de Israel, expresa Dios
Nuestro Señor, en la profecía de Amós, su resolución de no permitir que
esas maldades pasen más adelante:
Capítulo VIII. “2. Y dijo: ¿Qué ves tú, Amós? y dije: Un garabato para frutas. Y me dijo el Señor: Venido es el fin sobre mi pueblo de Israel: no le dejaré ya pasar más adelante” (34)
Capítulo IX. “1.
Vi al Señor que estaba sobre el altar, y dijo: Hiere en el quicio, y estremézcanse
los dinteles: porque hay avaricia en la cabeza de todos, y mataré a espada
hasta el ínfimo de ellos: ninguno escapará. Huirán y ninguno de los que
huyere se salvará” (35).
En la profecía de Daniel, menciona éste lo que le reveló el
Arcángel San Gabriel acerca de la muerte de Cristo, manifestando que el
pueblo que lo repudió no sería ya más el pueblo escogido de Dios, sino que
vendría la desolación a Israel hasta la consumación y el fin del mundo:
Capítulo IX. “25.
Sabe pues, y nota atentamente: Desde la salida de la palabra, para que Jerusalén
sea otra vez edificada, hasta Cristo príncipe, serán siete semanas, y
sesenta y dos semanas: y de nuevo será edificada la plaza, y los muros en
tiempos de angustia. 26. Y después de sesenta y dos semanas será muerto el
Cristo: y no será más suyo el pueblo que le negará. Y un pueblo con un
caudillo que vendrá, destruirá la ciudad, y el santuario: y su fin estrago,
y después del fin de la guerra vendrá la desolación decretada. 27. Y
afirmará su alianza con muchos (es decir, con lo que abracen el cristianismo
que sustituirá al antiguo pueblo elegido) en una semana: y en medio de esta
semana cesará la hostia y el sacrificio: y será en el templo la abominación
de la desolación: y durará la desolación hasta la consumación y el fin”
(es decir, hasta el fin del mundo) (26).
Es increíble que algunos clérigos que se dicen buenos
cristianos, pero que más se preocupan por defender al judaísmo que por
defender a la Santa Iglesia, se atrevan a sostener, en nuestros días, que el
pueblo deicida sigue siendo todavía el pueblo escogido de Dios, a pesar de
todos sus crímenes y de los pasajes de las Sagradas Escrituras, que
demuestran qué lejos de ser en la actualidad el pueblo elegido –como lo fue
antes de Jesucristo-, es un pueblo maldito de Dios por haber caído sobre él
las maldiciones que el Señor le lanzó en caso de que no cumpliera con todos
sus mandamientos; maldiciones que con mayor razón cayeron sobre los judíos
por haber cometido el crimen más atroz y punible de todos los tiempos:
desconocer, martirizar y crucificar a Dios Hijo en persona.
Es muy duro comprender toda la verdad sobre este asunto. Sobre
todo la verdad desnuda en un mundo influenciado, desde generaciones atrás,
por un cúmulo de mentiras y de fábulas judaicas, usando las propias palabras
de San pablo (37); fábulas que han ido deformando la verdad acerca del
problema judío, en la propia mente de los católicos. Es, pues, urgente que
alguien se atreva a hablar claro, aunque resulte desagradable a todos los que
en la Cristiandad, con sus actitudes erróneas o de mala fe, se sientan
heridos en carne propia. Recordemos que el mismo Cristo Nuestro Señor nos
dijo claramente que sólo la verdad nos haría libres (38).
Por otra parte, la palabra de Dios antes transcrita, nos
demuestra que así como Dios fue enérgico e implacable en su lucha contra
Satanás, también es implacable en su lucha contra las fuerzas de Satanás en
la Tierra.
Esto deja sin fundamento los intentos del enemigo de maniatar a
los cristianos con una moral derrotista y cobarde, basada en la idea de una
supuesta caridad cristiana que ellos modelan a su antojo y cuyo uso prescriben
para enfrentarse a las ya señaladas fuerzas de Satanás en la Tierra; moral
que contradice visiblemente la actitud combativa y enérgica de Dios Nuestro
Señor en estos casos.
Con los anteriores pasajes del Antiguo Testamento, que contienen
lo que Dios Nuestro Señor reveló por conducto de Moisés y de los profetas,
queda echado por tierra el mito de que
el pueblo judío es intocable, que nadie puede combatir sus crímenes porque
es una especie de pueblo sagrado, pues ya se ha visto que Dios prescribió los
castigos que haría caer sobre él si lejos de cumplir con todos los
mandamientos, los violara. La Santa Iglesia, al dar su aprobación a la política
represiva del Santo Oficio de la Inquisición. Obró en armonía con lo que
Dios había previsto en el Antiguo Testamento y defendió a toda la humanidad,
deteniendo durante varios siglos el progreso de la conspiración sangrienta
que está por hundir al mundo en el caos y en la esclavitud más monstruosa de
todos los tiempos.
Nosotros, sinceramente, somos enemigos del derramamiento de
sangre; nuestro fervoroso anhelo es que las guerras desaparezcan de la faz de
la Tierra. Pero los judíos deben comprender que esas terribles matanzas que
han sufrido a través de los milenios, además de estar anunciadas en el
Antiguo Testamento como castigo divino, han sido la consecuencia, en su mayor
parte, de una conducta criminal observada por los israelitas en el territorio
de los pueblos que generosamente los dejaron inmigrar y les brindaron cordial
hospitalidad.
Si los hebreos en cada país que los recibe con los brazos
abiertos pagan esa bondadosa acogida iniciando una traidora guerra de
conquista, organizando complots, haciendo estallar revoluciones y matando por
millares a los ciudadanos de esa nación, es natural que sufran las
consecuencias de sus actos criminales. Y si nosotros lamentamos el
derramamiento de sangre hasta de los criminales (aunque tenga su justificación),
con mayor razón, lamentamos el derramamiento de sangre cristiana y gentil que
los judíos hacen verter a torrentes con sus revoluciones masónicas y
comunistas o con el terror rojo donde logran imponerlo.
Si los judíos no quieren que en el futuro los pueblos
reaccionen violentamente contra ellos, es necesario que demuestren su buena
voluntad con hechos y no con promesas que nunca han cumplido; y que se
abstengan de seguir agrediendo a dichos pueblos con sus organizaciones
revolucionarias y terroristas de distinto género. Deberían disolver la
masonería, los partidos comunistas y demás asociaciones que ellos utilizan
como medio de dominación; también deberían libertar a los pueblos
esclavizados por sus dictaduras comunistas, permitiéndoles la realización de
elecciones libres. En una palabra, cesar la agresión que en todo el mundo
realizan contra las distintas naciones, pues deben comprender que quien inicia
una conquista, está expuesto al contraataque que en legítima defensa le
lance el agredido.
Capítulo Quinto
ANTISEMITISMO Y CRISTIANISMO
En todas sus empresas imperialistas y revolucionarias, los judíos han
empleado una táctica inconfundible para engañar a los pueblos, utilizando
conceptos abstractos y vagos o juegos de palabras de significado elástico que
pueden entenderse en forma equívoca y aplicarse de diferentes maneras.
Aparecen, por ejemplo, los conceptos de igualdad, libertad,
fraternidad universal y, sobre todo, el de antisemitismo, vocablo este último
de elasticidad enorme; abstracción a la que van dando distintos significados
y aplicaciones tendientes a encadenar a los pueblos cristianos y gentiles, con
miras a impedir que puedan defenderse del imperialismo judaico y de la acción
destructora de sus fuerzas anticristianas.
La engañosa maniobra puede sintetizarse como sigue:
PRIMER PASO. Lograr la condenación del antisemitismo por medio
de hábiles campañas y de presiones de todo género –insistentes,
coordinadas y enérgicas-, ejercidas por fuerzas sociales controladas por el
judaísmo o ejecutadas por medio de sus agentes secretos introducidos en las
instituciones cristianas, en sus iglesias o en sus estados.
Para poder dar ese primer paso y lograr que los dirigentes
religiosos y políticos de la Cristiandad vayan, uno tras otro, condenando el
antisemitismo, dan a éste un significado inicial que lo representa:
1º Como una discriminación racial del mismo tipo que la
ejercida por los blancos de ciertos países contra los negros o por los negros
contra los blancos. También presentan el antisemitismo como un racismo que
discrimina por inferiores a otras razas, contrario a las enseñanzas y a la
doctrina del Mártir del Gólgota, que estableció y afirmó la igualdad de
los hombres ante Dios.
2º Como simple odio al pueblo judío, que contradice la máxima
sublime de Cristo: “Amaos los unos a los otros”.
3º Como ataque o condenación al pueblo que dio su sangre a Jesús
y María. A éste, los judíos le han llamado el ”argumento irresistible”.
Dando al antisemitismo inicialmente esos u otros significados análogos,
han logrado los judíos o sus agentes infiltrados en la Cristiandad,
sorprender la caridad, la bondad y buena fe de muchos gobernantes cristianos e
incluso de jerarcas religiosos, tanto de la Santa Iglesia Católica como de
las iglesias protestantes y disidentes (39) para que, cediendo a tan bien
organizadas como oscuras y persistentes presiones, se formulen censuras o
condenaciones abstractas y generales contra el antisemitismo, sin entrar en
detalles sobre lo que realmente se condena o sobre lo que significa ese
antisemitismo censurado, dejando así, impreciso y vago, lo que fue realmente
objeto de condenación, con peligro de dejar a los judíos y a sus agentes
dentro de la Cristiandad como únicos intérpretes de tan graves decisiones.
Cuando los jerarcas religiosos –sometidos a inconfesables
presiones- tienen por lo menos el cuidado de definir lo que entienden por ese
antisemitismo que condenan, el peligro es menor, ya que en la condenación
quedan bien precisos los términos de lo que se condena, por ejemplo, la
discriminación racial o el odio a los pueblos.
Así, aunque los judíos tengan, de todos modos, la audacia de
pretender una interpretación más amplia del antisemitismo para extender mañosamente
el radio de acción de la condenación, es más fácil descubrir y demostrar
el sofisma en todos sus alcances.
SEGUNDO PASO. Después que los judíos o sus agentes secretos logran
esas condenaciones del antisemitismo, dan a este vocablo un significado muy
distinto del que le asignaron para obtener tales condenaciones. Entonces, serán
antisemitas:
1º Los que defienden a sus países de las agresiones del imperialismo
judaico, haciendo uso del derecho natural que tienen todos los pueblos de
defender su independencia y su libertad.
2º Los que critican y combaten la acción disolvente de las
fuerzas judaicas que destruyen la familia cristiana y degeneran a la juventud
con la difusión de falsas doctrinas o de toda clase de vicios.
3º Los que en cualquier forma censuran o combaten el odio y la
discriminación racial, que los judíos se creen con derecho a ejercer en
contra de los cristianos, aunque hipócritamente traten de ocultarlo; y los
que, en alguna forma, denuncian las maldades, delitos y crímenes cometidos
por los judíos contra los cristianos, musulmanes o demás gentiles y demandan
el merecido castigo.
4º Los que desenmascaran al judaísmo como dirigente del
comunismo, de la francmasonería y de otros movimientos subversivos, pidiendo
que se adopten las medidas necesarias para impedir su acción disolvente en el
seno de la sociedad.
5º Los que en cualquier forma se oponen a la acción judía
tendiente a destruir a la Santa Iglesia y a la civilización cristiana en
general.
Este juego sucio salta a la vista: obtienen censuras o condenaciones
contra un antisemitismo que identifican con una discriminación racial o con
una manifestación de odio a los pueblos ejercida contra los judíos, ambas
contrarias a la Doctrina cristiana, para después dar al vocablo nuevos
significados y tratar de que quienes defienden a la Santa Iglesia, a sus
naciones, a sus familias o sus derechos naturales en contra de las agresiones
del imperialismo judío, queden atados de pies y manos e impedidos para
realizar tan justa defensa.
Para lograrlo, las fuerzas hebreas públicas y secretas montan
un aparato estruendoso de propaganda y de lamentos, quejándose clamorosamente
de los antisemitas, que son los que hacen uso de tales derechos de legítima
defensa.
Se desgañitan afirmando que la Iglesia condenó el
antisemitismo y condenan en su nombre a dirigentes que, según aseguran, ningún
creyente debe secundar en esa antisemítica labor de defensa de sus pueblos,
de sus familias y de la Santa Iglesia contra la acción revolucionaria del
imperialismo judío; maniobra burda, pero que logra sembrar la desorientación
y provocar la desbandada, debilitando la acción de esos respetables caudillos
en defensa de sus naciones y de la civilización cristiana. Es la forma más
segura que ellos han ideado para conseguir el triunfo de las revoluciones
judeo-masónicos o judeo-comunistas.
Estas tácticas han asegurado el triunfo del judaísmo en los últimos
tiempos y han provocado la consiguiente catástrofe que amenaza al mundo
cristiano. Por ello, este asunto debe ser estudiado a fondo y meditado por
todos los que estamos obligados a defender a la Santa Iglesia y a nuestra
patria del imperialismo anticristiano que representa el judaísmo moderno.
Un ejemplo de estas increíbles maniobras nos lo presenta el
siguiente caso: el respetable escritor católico don Vicente Risco, nos
describe cómo ciertas organizaciones, fundadas para lograr la conversión de
los judíos, han sido más eficaces para defender a la raza judía que para
convertirla. Los hermanos Lemann, por ejemplo, aprovecharon el celo evangélico
de la Santa Iglesia, más para defender al pueblo judío que para lograr
resultados eficaces en la conversión. Así, cuando el escritor católico
Drumont denunció el siglo pasado en su obra “La France Juïve”, la
conspiración judía para destruir a la Cristiandad y dominar al pueblo francés,
el P. Lemann contestó en defensa de su raza, colaborando con ello a la
derrota de los católicos en Francia y al triunfo judeo-masónico. Otro tanto
ocurre con la Orden de Nuestra Señora de Sión, fundada por judíos
conversos, la cual se dedica más a defender a los hebreos afiliados a la
Sinagoga de Satanás, que a convertirlos de verdad.
En el presente siglo se fundó otra asociación (“Amigos de
Israel”) destinada a incorporar a los judíos a la Iglesia, mediante su
conversión. Tan evangélico ideal captó muchas simpatías, logrando atraer
innumerables adhesiones de clérigos y seglares. El culto historiador Vicente
Risco dice al respecto:
“De
ella formaban parte numerosos fieles influyentes y ricos, obispos y hasta
cardenales. Hacían propaganda, y publicaron un folleto favorable a los judíos,
titulado “Pax Super Israel”. Esta asociación comenzó a sostener
doctrinas extravagantes `un poco al margen del genuino espíritu de la
Iglesia católica, separándose paulatinamente de la tradición y de las enseñanzas
de los Santos Padres y de la Liturgia´, dice una revista católica”.
Decían
que no debía hablarse de `conversión´ de los judíos, sino solamente
de `ingreso´ en la Iglesia, como si los judíos no tuvieran para ello
que abandonar sus errores. Rechazaban los calificativos de pueblo `deicida´
aplicado a los judíos, de ciudad `deicida´ aplicado a Israel, como si
los judíos no hubiesen contribuido a la muerte de Jesús, y como si la
liturgia no les llamase `pérfidos´.
Incriminaban a los Santos Padres por `no haber comprendido al
pueblo judaico´, como si éste no fuese culpable al persistir
voluntariamente en el judaísmo.
Por último, insistían en la nacionalidad judía de Jesucristo,
y hacían observar que los cristianos, por medio de la Sagrada Comunión, nos
unimos con los judíos y contraemos con ellos parentesco de sangre...”
Naturalmente, esto era ya demasiado aventurado. La Iglesia no
podía tolerarlo y la Sagrada Congregación del Santo Oficio no tuvo más
remedio que intervenir. Como entre tan temerarios `Amigos de Israel´
había muchos fieles de buena fe, obispos y cardenales, la Congregación, en
su decreto, que es del año 1928, no pronunció una condena formal, sino implícita,
suprimiendo la asociación y el folleto `Pax Super Israel´, origen de
la intervención”
(40)
La revista de la Compañía de Jesús “Civiltá Cattòlica”
editada en Roma, dedicó –en el año de 1928- el opúsculo 1870 a combatir
esa infiltración judía bajo el título de: “El peligro judaico y los
`Amigos de Israel´”.
La asistencia divina fue patente, una vez más, al quedar desbaratada esta nueva conjura llevada a las más altas esferas de la Santa Iglesia. Este ejemplo tiene gran actualidad, porque según hemos sabido, los israelitas están tramando algo mucho más grave para el Concilio Vaticano II, en donde aprovechándose del santo celo de la unidad cristiana y de al conversión de los judíos, tratan de lograr que se aprueben resoluciones respecto a los hebreos que no sólo contradigan la Doctrina sostenida por la Santa Iglesia durante siglos, sino que, en forma casi imperceptible para la gran mayoría de los Padres del Concilio, constituyan, tales resoluciones, una condenación tácita de la política observada por Papas y concilios anteriores, durante mil quinientos años.
Respecto a la asociación filosemita “Amigos de Israel”,
de la cual formaban parte cardenales, obispos y fieles, y su folleto “Pax
Super Israel”, su condenación implícita por el Santo Oficio
–mediante el decreto de supresión del año 1928-, no fue cosa fácil. Hubo
lucha encarnizada en las más altas esferas de la Iglesia, según se dice en
fuentes dignas de crédito; y cuando sus miembros vieron inevitable la
disolución de la sociedad y la prohibición consiguiente, dieron un
contragolpe desesperado, aprovechándose nuevamente de la caridad cristiana y
de la buena fe de los altos jerarcas de la Santa Iglesia para lograr que se
condenara también el antisemitismo, considerándolo como una manifestación
del odio de razas contrario a las prédicas de Cristo Nuestro Señor, basadas
en el sublime lema: “Amaos los unos a los otros”. Así lograron,
después de ejercer influencias y presiones múltiples, que el Santo Oficio
que disolvía a la asociación filosemita, promulgara un decreto el 25 de
marzo del mismo año en el cual se establecía que la Santa Iglesia:
“Así como reprueba todos los odios y animosidades entre los
pueblos, así condena el odio contra el pueblo en otros tiempos escogido por
Dios, este odio que hoy de ordinario se designa con la palabra
antisemitismo”.
Como de costumbre, el judaísmo –por medio del grupo condenado
“Amigos de Israel” y su publicación “Pax Super Israel”-
consiguió también una condenación del antisemitismo, identificándolo como
un odio a determinado pueblo, odio incompatible con las prédicas de amor de
Cristo Nuestro Señor; con posterioridad ha tratado de hacer caer esa
condenación sobre los católicos que defienden de la conspiración judía a
la Santa Iglesia, a su patria y a sus hijos, dándole a la palabra
antisemitismo otro significado distinto del que sirvió de base a la condenación.
Con esta técnica seguida por los judíos, cuando algún católico
de estados Unidos pide que se castigue a los espías hebreos por entregar
secretos atómicos a Rusia dando al comunismo poder para avasallar al mundo,
se le dice que eso es antisemitismo, condenado por la Iglesia y que debe
callarse. Si alguien denuncia a los judíos como dirigentes del comunismo y de
la masonería y pone en claro sus deseos de destruir a la Santa iglesia, será
también condenado por antisemita. El resultado de estos sofismas e intrigas,
es lograr que se considere a los judíos como intocables, para que puedan
cometer toda clase de crímenes contra los cristianos, musulmanes y demás
gentiles; urdir las más destructoras conspiraciones en contra de la Iglesia y
de los estados cristianos y realizar las más demoledoras revoluciones
francmasónicas o comunistas, sin que nadie pueda tocarlos, castigarlos ni
mucho menos impedir sus actividades, pues sería acusado de antisemitismo y
caería dentro de la condenación del Santo Oficio. Si los dirigentes de esta
benemérita Institución (Sagrada Congregación del Santo Oficio), que
disolvieron la organización filojudía
“Amigos de Israel” y su folleto “Pax Super Israel”, se
hubieran dado cuenta del mal uso que iban a hacer –el judaísmo y todos sus
agentes- del decreto que condena el odio a todos los pueblos y por lo tanto,
al pueblo judío, se habrían quedado, sin duda, horrorizados.
Si se quiere ver más claramente la patraña urdida por el judaísmo
a este respecto, basta con tener en cuenta un ejemplo muy elocuente que hace
ver lo malévolo de estos verdaderos malabarismos, realizados por los hebreos
y sus cómplices, con la palabra antisemitismo.
¿Qué les parecería a los judíos, si partiendo de la base de
que la Santa Iglesia condena el odio de unos pueblos contra otros, se hubiera
llegado durante la guerra pasada a la conclusión de que dicha condena incluye
el odio al pueblo alemán, llamado por analogía antigermanismo, para luego
declarar ilícita toda lucha contra los nazis, ya que éstos eran alemanes, y
que combatirlos es una manifestación de antigermanismo, condenado
previamente? ¿Hubieran los judíos aceptado semejante manera de razonar,
permitiendo que al amparo de estos juegos de palabras se pretendiera declarar
intocable a la Alemania nazi?
Ante un silogismo semejante, los judíos, como su antecesor Caifás,
hubieran desgarrado sus vestiduras protestando contra los criminales juegos de
palabras, lo cual no obsta para que los hebreos, con tranquilidad y cinismo
utilicen estos equívocos para tratar de impedir que los cristianos puedan
defenderse.
Los judíos acechan actualmente a la Santa Iglesia como antes
acechaban a Cristo Nuestro Señor. Recordemos cuántas veces sus dirigentes,
sacerdotes, escribas y fariseos, le tendían lazos y le ponían trampas para
lograr que se contradijera y perdiera su influencia sobre el pueblo o para
tratar de colocarlo en una situación falsa que les permitiera justificar su
asesinato.
Algo similar ocurre ahora con la Santa Iglesia, que habiendo
condenado al judaísmo y a los judíos en repetidas ocasiones, durante mil
ochocientos años y habiendo también luchado contra ellos en forma tenaz y enérgica
durante mil quinientos años, está teniendo que sortear más que nunca, las
trampas y lazos que le preparan los hebreos para hacerla contradecirse a sí
misma, utilizando a sus espías dentro del clero con el fin de empujarla por
medio de engaños sutiles a condenar la doctrina y la política de los padres
de la Iglesia, de SS. SS. los Papas y de los concilios ecuménicos y
provinciales que durante tantos siglos condenaron repetidamente a los judíos
como ministros del demonio, y también a quienes, dentro del clero, los
ayudaban en perjuicio de la fe cristiana.
En cuanto a las condenaciones del racismo, ocurre algo por el
estilo. Los israelitas y sus cómplices dan al vocablo racismo un significado
restringido, equiparándolo a la pretensión de determinada raza de considerar
inferiores a los demás o a un racismo antisemita que sacrílegamente incluye
en sus diatribas a Cristo Nuestro Señor y a la Santísima Virgen. Los judíos
y sus colaboradores dentro del clero quieren lograr con tan impresionantes
argumentos, una condenación del racismo en general, para luego acusar los judíos
y a sus colaboradores dentro del clero como racistas a todos los que luchan en
defensa de la Iglesia y de su patria en contra de la agresión, infiltración
y dominio judaicos. Además, debemos tomar en cuenta que eso de condenar al
racismo en una forma explotable por los hebreos es peligrosísimo para la
Iglesia católica, ya que existen bulas de SS. SS. los Papas Paulo III y Paulo
IV, prohibiendo y confirmando la prohibición del acceso a las dignidades de
la iglesia a los católicos de raza judía; existen también bulas que definen
esta doctrina –las cuales estudiaremos mas adelante- por lo que una
condenación al concepto abstracto del racismo, al que los hebreos le van
dando la interpretación y significado que mejor les conviene, según las
circunstancias, se prestará a que los malintencionados puedan afirmar que la
Santa iglesia se contradijo a sí misma, y lo que es más grave aún, que
condena tácitamente a algunos de sus más ilustres Papas, que confirmaron los
llamados Estatutos de Limpieza de Sangre.
NOTAS:
[1]
Biblia Scio traducida al español de la “Vulgata” latina por el
Ilmo. Sr. D. Felipe Scio de San Miguel, 5 vols. Madrid: Gaspar y Roig,
Editores. 1852.
Tomo I, p. 59.
[2]
Biblia Scio, anotaciones autorizadas a la sagrada Biblia. Tomo
I, p. 59.
[3]
Biblia Scio, Profecía de Isaías, Cap. IX, Vers. 10-12. Tomo IV, p. 115.
[4]
Talmud tratado “Baba Metzia”. Folio 114, columna 2.
[5]
“Jebamoth”. Folio 94, columna 2.
[6]
“Eben Ha Eser” 6 y 8.
[7]
“Aboda Sara” 26B Tosephot.
[8]
“Shabbath”. Folio 89, columna 2.
[9]
Kabala ad Pentateucum. Folio 97, columna 3.
[10]
“Chaniga”. Folio 3ª. 3b.
[11]
Talmud de Babilonia, tratado “Sanhedrín”. Folio 104, columna 1.
[12]
Talmud de Babilonia, tratado “Schabb”. Folio 120, columna 1;
tratado “Sanhedrín”. Folio 88, columna 2 y folio 89, columna 1.
[13]
Divre en “Dav”. Folio 37.
[14]
Cecil Roth, Storia del popolo ebraico. Milán: 1962. pp. 327, 408.
[15]
Gobierno de México, Procesos de Luis de Carvajal (el mozo). México:
Publicaciones del Archivo General de la nación, 1935. XXVIII, pp. 127-128.
[16]
Procesos de Luis de Carvajal (el mozo). Edición citada, p. 128.
[17]
Procesos de Luis de Carvajal (el mozo). Edición citada, pp. 130-131.
[18]
Procesos de Luis de Carvajal (el mozo). Edición citada, pp. 140-141.
[19]
Procesos de Luis de Carvajal (el mozo). Edición citada, pp. 141.
[20]
Procesos de Luis de Carvajal (el mozo). Edición citada, pp. 158-159.
[21]
Procesos de Luis de Carvajal (el mozo). Edición citada, pp. 143-144, 150.
[22]
Procesos de Luis de Carvajal (el mozo). Edición citada, pp. 162-164.
[23] Juan Tejada y Ramiro, Colección de cánones y de todos los concilios de la Iglesia en España y América. Madrid, 1859. Tomo II, p. 305.
[24]
Juan Tejada y Ramiro, Colección de cánones y de todos los concilios de la
Iglesia en España y América. Tomo II, p. 308.
[25]
Cecil Roth, Storia del pòpolo ebraico. Milán, 1962. p. 477.
[26] “Los Padres de la Iglesia entienden en esta profecía la vocación de los gentiles a la fe, los cuales fueron por esta causa gloriosamente preferidos a los judíos” (San Cipriano, Contra Judae. Libro I, Cap. 21) en Biblia Scio, edición citada. Tomo I, nota 2, p. 447.
[27]
Biblia, Deuteronomio, Cap. XXVIII, Vers. 43, 45, 48, 54, 55, 62.
[28]
Biblia, Levítico, Cap. XXVI, Vers. 14-18 y 38-39.
[29]
Biblia, Profecía de Isaías, Cap. LXV, Vers. 11-12.
[30]
Biblia, Profecía de Ezequiel, Cap. VIII, Vers. 18.
[31]
Biblia, Profecía de Ezequiel. Cap. IX, Vers. 1, 5-10.
[32]
Biblia, Profecía de Oseas. Cap. IV, Vers. 1-2.
[33]
Biblia, Profecía de Oseas. Cap.
V, Vers. 2, 5.
[34]
Biblia, Profecía de Amós. Cap. VIII, Vers. 2.
[35]
Biblia, Profecía de Amós. Cap. IX, Vers. 1.
[36]
Biblia, Profecía de Daniel. Cap.
IX, Vers. 25-27.
[37]
San Pablo (Epístola a Tito, Cap. I, Vers. 13-14) le decía: “Y
que no den oído a las fábulas judaicas, ni a mandamientos de hombres, que se
apartan de la verdad”.
[38]
Biblia, Evangelio según San Juan, Cap. VIII, Vers. 32.
[39]
Nos abstenemos de emplear términos más duros para designar a las iglesia
protestantes y cismáticas, atendiendo al deseo que tenemos de lograr la
unidad de los cristianos, sobre las bases de la auténtica ortodoxia.
[40]
Vicente Risco, Historia de los judíos. 3ª edición. Barcelona: Editorial
Surco, 1960, 1960. pp. 430-431.