IDENTIDAD CATÓLICA

 

[Identidad Católica recomienda la lectura de este libro aunque no está de acuerdo con algunas opiniones históricas que el autor expone sobre sucesos del siglo XX, que con la información disponible hoy se saben erróneas. Hecha esta aclaración, nos parece en conjunto un libro excelente, perfecto para complementarlo con otros disponibles en Internet. Y es que las leyendas negras nos dañan a todos]  

 

            TERCERA PARTE

            LA SINAGOGA DE SATANÁS.

              [Capítulos 1-5 completos]

              Capítulo Primero

              IMPERIALISMO JUDÍO Y RELIGIÓN IMPERIALISTA.

 

            El pueblo hebreo fue escogido por Dios como depositario de la verdadera religión, cuya conservación le fue confiada en medio de los pueblos idólatras, hasta la venida del Mesías prometido con Quién se cumplirían las profecías del Antiguo Testamento. Pero los judíos empezaron, ya antes de la venida de Cristo, a tergiversar las profecías dándoles una interpretación falsa, racista e imperialista.

           La promesa de un reinado del verdadero Dios en la Tierra –reinado espiritual de la religión auténtica-, lo interpretaron los judíos como el reinado material de su raza, como la promesa de Dios a los israelitas de un dominio material de su raza, como la promesa de Dios a los israelitas de un dominio mundial y de la esclavización, por ellos, de todos los pueblos de la Tierra.

            Como ejemplo de esas falsas interpretaciones se pueden citar los siguientes pasajes. En el Génesis (capítulo XXII, versículos 17 y 18) el Ángel del Señor dice a Abraham:

            “17. Te bendeciré, y multiplicaré tu descendencia como las estrellas del cielo, y como la arena que está a la ribera del mar: Tu posteridad poseerá las puertas de sus enemigos, 18. Y en tu simiente serán benditas todas las naciones de la Tierra...” (1).

            Los judíos imperialistas han dado a estos versículos una interpretación material al considerar que Dios les ofrece, como descendientes sanguíneos de Abraham, adueñarse de las puertas de sus enemigos, siendo sólo en ellos, en los de raza judía, en quienes podrán ser benditas todas las naciones de la Tierra. En cambio, la Santa Iglesia interpreta espiritualmente estas profecías:

            “...cual es la victoria, que por virtud de Jesucristo y por el don de una justicia perseverante habían de conseguir los hijos espirituales de Abraham (es decir los cristianos) de todos los enemigos visibles e invisibles de su salud. Y así el cumplimiento a la letra de esta profecía se verificó después del establecimiento de la Iglesia, cuando se sometieron a Jesucristo todos los pueblos del mundo, y recibieron de Él la bendición y la salud” (2).

            En el Deuteronomio (capítulo II, versículo 25), dice el Señor:

            “25. Hoy comenzaré a poner tu terror y espanto en los pueblos, que habitan debajo de todo el cielo: para que oido tu nombre se pongan despavoridos y como las mujeres que están de parto tiemblen, y sean poseídos de dolor”.

            También a este pasaje la Santa Iglesia da una interpretación restringida, completamente distinta del sentido imperialista judío, traducido, a través de la historia, en hechos palpables que demuestran la aplicación práctica de esta interpretación falsa. Dondequiera que triunfaron a través de la Edad Media los movimientos heréticos dirigidos por judíos (aunque tales triunfos fueran locales y efímeros), iban siempre acompañados del crimen, del terror y del espanto. Lo mismo ha ocurrido con sus revoluciones masónicas, como la de 1789 en Francia o la de 1931-1936 en España. ¡Y ya no se diga de las revoluciones judeo-comunistas! En la Unión Soviética, donde los hebreos han logrado implantar su dictadura totalitaria, han sembrado el pavor y la muerte de manera tan cruel que los pobres rusos esclavizados al oir actualmente la palabra “judío” tiemblan de terror.

            Otro ejemplo de este tipo nos lo proporciona la falsa interpretación que hacen los israelitas del versículo 16, del capítulo VII del citado Deuteronomio, que dice:

            “16. Devorarás todos los pueblos, que el señor Dios tuyo te ha de dar. No los perdonará tu ojo ni servirás a sus dioses...”.

Mientras la Santa Iglesia da a este pasaje una interpretación igualmente restringida, los judíos lo entienden de una manera monstruosa, en el sentido de que Dios les ha dado el derecho para devorar a todos los pueblos de la Tierra y adueñarse de sus riquezas. ya vimos (en el capítulo IV de la Primera Parte de esta obra), lo que el rabino Baruch Levi escribía a su discípulo el joven judío Karl Marx (más tarde fundador del socialismo malamente llamado científico), dando supuestos fundamentos teológicos al derecho de los judíos para adueñarse de las riquezas de todos los pueblos de la Tierra mediante los movimientos proletarios comunistas, controlados por el judaísmo.

El versículo 24 del mismo capítulo VII, reza así:

            “24. Y entregará sus reyes en tus manos, y borrarás los nombres de ellos de debajo del cielo: nadie te podrá resistir, hasta que los desmenuces”.

            Esta profecía que la Santa Iglesia refiere a los reyes pecadores que gobernaban en la tierra de Canaán, los judíos la entienden con carácter universal: consideran todas sus revoluciones y conspiraciones contra los reyes de los tiempos modernos como empresas santas realizadas en cumplimiento de las profecías de la Sagrada Biblia y además como un medio útil para lograr el dominio del mundo, que también creen les fue ordenado por Dios en las Sagradas Escrituras.

La constante tergiversación del sentido verdadero de las profecías de la Biblia por los judíos, se encuentra nuevamente al leer el versículo 27 del capítulo VII de la profecía de Daniel:

“27. Y que todo el reino, y la potestad, y la grandeza del reino, que está debajo de todo el cielo, sea dado al pueblo de los santos del Altísimo: cuyo reino es reino eterno, y todos los reyes le servirán, y obedecerán”.

Mientras la Santa Iglesia interpreta esta profecía en relación al reinado eterno de N.S. Jesucristo, los judíos consideran que ese reinado eterno sobre el mundo será el de su raza sobre los demás pueblos, que llegarán a formar un solo rebaño con un solo pastor, salido, naturalmente, de la grey de Israel.

La profecía de Isaías señala: (capítulo LX, versículos 10, 11 y 12),

“10. Y los hijos de los extraños edificarán tus muros, y los reyes de ellos te servirán...11. Y estarán tus puertas abiertas de continuo: de día y de noche no se cerrarán, para que sea conducida a ti la fortaleza de las naciones, y te sean conducidos sus reyes. 12. porque la nación y el reino, que a ti no sirviere, perecerá; y las naciones serán destruidas y desoladas”.

Esta profecía, que se refiere al reinado de Cristo y de su Iglesia (3), adquiere para los judíos un sentido totalmente diferente que viene a cristalizar en hechos, claramente reconocibles, dondequiera que se haya impuesto la dictadura judeo-comunista en los diversos países que han tenido la desgracia de caer en las garras del monstruo.

En todos estos pueblos, los que no han servido a los judíos o han osado rebelarse contra su servidumbre, han sido destruidos. No hay más dueño que los judíos, porque ellos se apoderaron de la fortaleza de todas esas naciones.

Así, podrían seguirse citando versículos del Antiguo Testamento que han sido falsamente interpretados por el imperialismo judaico. hay que tener presente que muchos de los profetas fueron asesinados por los judíos sólo porque contradecían y censuraban sus perversidades.

Pero lo más grave de esas interpretaciones falsas de las profecías de la Biblia fue la que se relacionó con la venida del Mesías, Redentor del género humano, que establecería el reinado del verdadero Dios en el mundo. Aquí fue donde los judíos se desviaron en forma más grave de la Verdad Revelada, dando a las promesas sublimes relacionadas con el Mesías un carácter racista e imperialista.

Ya en tiempo de N. S. Jesucristo estaba tan arraigada entre los israelitas esa interpretación falsa, que la generalidad pensaba en el Mesías prometido como en un rey o caudillo guerrero, que, con la ayuda de Dios, conquistaría a todas las naciones de la Tierra por medio de guerras sangrientas en las que Israel resultaría siempre vencedor y acabaría por dominar materialmente al mundo entero. Por ello, cuando Jesús ante tales pretensiones se opuso a todo derramamiento de sangre, manifestando que su reino no era de este mundo, los imperialistas judíos sintieron naufragar todas sus esperanzas y ambiciones y empezaron a temer seriamente que la doctrina de Cristo llegara a convencer a todos los hebreos, y los hiciera reconocer en El al Mesías prometido.

Cuando Jesús predicó la igualdad de todos los hombres ante Dios, los judíos pensaron –y con muy justa razón- que Cristo con sus doctrinas echaba abajo sus equivocadas creencias acerca de Israel como pueblo escogido de Dios para dominar materialmente al mundo, anulando, al mismo tiempo, la idea de un pueblo superior a los demás por voluntad divina que estaba, según ellos, destinado por orden de Dios a esclavizar a los demás pueblos y a adueñarse de sus riquezas.

Por ello, los dirigentes del judaísmo en esa época, sacerdotes, escribas, etc., sintieron que Jesús amenazaba el brillante porvenir acordado al pueblo de Israel como futuro amo del Universo, ya que al ser todos los pueblos iguales ante Dios, como lo predicaba N.S. Jesucristo, no había lugar en la Tierra para uno de ellos, escogido a manera de futura casta privilegiada y dominante de la humanidad.

En defensa de la tesis imperialista judía, Caifás, sumo pontífice de Israel, señalaba la conveniencia de que muriera un hombre, Jesucristo, para salvar a un pueblo.

Con posterioridad al crimen más negro y trascendental cometido en la historia de la humanidad, o sea, el asesinato de Dios Hijo por los judíos, éstos siguieron empecinados en sus ambiciones imperialistas, tratando de compilar y justificar en un nuevo libro sagrado sus falsas interpretaciones de la Sagrada Biblia. Así, surgió el Talmud, especie de Nuevo Testamento de los judíos, condenado por la Santa Iglesia y en el cual, según ellos por inspiración divina, se contiene la más perfecta interpretación del Antiguo Testamento.

Después surgió la recopilación de la Cábala judía, que quiere decir tradición, en la que fue consignada –también por inspiración divina, según los judíos- la interpretación esotérica, es decir, oculta y verdadera de las Sagradas Escrituras. A continuación pasamos a citar unos cuantos pasajes de esos “libros santos” del judaísmo moderno, ya que la índole de este trabajo nos impide extendernos más sobre la materia.

“Vosotros israelitas, sois llamados hombres, en tanto que las naciones del mundo no merecen el nombre de hombres, sino el de bestias” (4).

“La progenie de un extranjero es como progenie de animales” (5).

            En los anteriores pasajes dan los falsos intérpretes de las Sagradas Escrituras un paso de gran trascendencia: el de quitar a los cristianos y gentiles, es decir, a todos los pueblos de la Tierra, su carácter humano, dejándolos en la categoría de bestias.

            Para darse cuenta de la importancia de este paso infame hay que tener en presente que, según la Revelación Divina del Antiguo Testamento, todos los animales y bestias fueron creados por Dios para servicio del hombre, el cual puede comer su carne, utilizar su piel como vestido, matarlos, desollarlos y hacer con ellos todo aquellos que le convenga. En cambio, obligó al hombre a guardar los Mandamientos respecto a sus semejantes, los demás hombres.

            Para los judíos –según la falsa interpretación que dan de las Escrituras-, tanto los cristianos como los gentiles son simples animales y no seres humanos, por lo que automáticamente, los hebreos quedan sin obligación de guardar los Mandamientos con respecto a ellos, sintiéndose, al mismo tiempo, con todo el derecho de matarlos, desollarlos y privarlos de todo lo que tengan, como a cualquier animal. Jamás ha existido, ni existe sobre la Tierra, un imperialismo tan implacable y totalitario como el de los judíos.

            Este concepto trascendental acerca de la animalidad de los demás pueblos explica claramente la conducta implacable, cruel y despectiva hacia todo derecho humano, observada por los jerarcas judíos del comunismo internacional.

            Su desprecio por los demás llega al extremo de hacerlos afirmar:

            “¿Qué es una prostituta? Cualquier mujer que no sea hebrea?”.

            Esto explica, según lo han repetido y denunciado varios escritores de distintas nacionalidades, el hecho de que los judíos hayan sido en todas partes los más inescrupulosos comerciantes en la trata de blancas y los más asiduos defensores de las doctrinas disolventes, el amor libre y la promiscuidad, mientras mantienen a sus familias en la más absoluta disciplina y moralidad. Es que siendo animales los cristianos y gentiles, nada de extraño tiene que vivan en la prostitución y en la promiscuidad.

            En cuanto a los instintos asesinos de los judíos, manifestados a través de los siglos, se ven alentados con la que ellos creen inspiración divina del Talmud y de la Cábala, pero que según la Santa Iglesia, no es sino obra satánica.

            “Al mejor entre los gentiles, mátalo” (7).

            Si Dios les ordenó tal cosa, tratándose como se trata de un pueblo cruel y sanguinario, como lo demuestra la Pasión y Muerte de Cristo, las torturas y matanzas de la Rusia comunista, etc., ¿qué de extraño tiene que, donde pueda hacerlo, asesine a todos aquellos que en alguna forma se oponen a sus perversas maquinaciones?

            Ese odio diabólico, ese sadismo que han demostrado siempre los judíos en contra de los demás pueblos, tiene también su origen en la interpretación falsa de la Revelación divina, es decir, en la cábala y el Talmud. Sirva de ilustración el siguiente ejemplo:

           “¿Qué significa `Har Sinai´ ¿ Significa el monte desde el cual se ha irradiado el Sina, es decir, el odio contra todos los pueblos del mundo” (8).

            Es necesario recordar, que fue en el Monte Sinaí donde Dios reveló a Moisés los Diez Mandamientos; pero los judíos modernos consideran, en forma tan equivocada como absurda, que allí fue revelada la religión del odio que ellos observan hasta nuestros días; odio satánico contra los demás pueblos que ha tenido su manifestación extrema en los tormentos y matanzas perpetradas por el comunismo internacional.

            La Cábala. reservada para los altos iniciados del judaísmo, no para la plebe, llevó la división entre judíos y gentiles –entre los que incluyen a los cristianos- a los extremos más absurdos. Mientras por una parte, se rebajaba a los gentiles a la categoría de simples animales, por otra parte, se elevaba a los judíos a la categoría de dioses, identificándolos con la divinidad misma. ¡Hasta ese grado han falseado los judíos el significado del Pentateuco y en general del Antiguo Testamento!

            El blasfemo pasaje que aparece a continuación, es sumamente ilustrativo al respecto:

            “Dios se exhibe en la Tierra en las semblanzas del judío. Judío, Judas, Judá, Jevah o Jehová, son el mismo y único ser. El hebreo es el Dios viviente, el Dios encarnado, es el hombre celeste, el Adán Kadmon. Los otros hombres son terrestres, de raza inferior; sólo existen para servir al hebreo, son pequeñas bestias” (9).

            Es natural que semejante manera de pensar haya llevado a los judíos a la conclusión lógica de que todo cuanto existe en la Tierra les pertenece, incluso las bestias –entre las que nos incluyen a los demás hombres- y todo lo que a esas bestias pertenece.

            Los falsificadores de las Sagradas Escrituras intentaron, tanto en el Talmud como en la Cábala, fortalecer el imperialismo judaico dándole el carácter de mandato divino. Los siguientes pasajes lo demuestran:

           “El Altísimo habló a los israelitas así: Vosotros me habéis reconocido como único dominador del mundo y por esto yo he de haceros los únicos dominadores del mundo” (10).

            “Dondequiera que se establezcan los hebreos, es preciso que lleguen a ser amos; y mientras no posean el absoluto dominio, deben considerarse como desterrados y prisioneros. Aunque lleguen a dominar naciones, hasta que no las dominen todas, no deben cesar de clamar: `¡Qué tormento!´ `¡Qué indignidad!´” (11).

            Esta falsa revelación divina, contenida en el Talmud, es una de las bases teológicas de la política del judaísmo moderno, que realizándola al pie de la letra cree cumplir con la voluntad de Dios.

            Cuando los pueblos cristianos y gentiles han abierto generosamente sus fronteras a los emigrantes judíos, equiparándolos a los de otras naciones, jamás han podido imaginar que dan albergue a eternos conspiradores, siempre dispuestos a trabajar en la sombra y sin descanso hasta dominar al pueblo ingenuo que les abrió sus puertas.

            El Talmud claramente señala que los judíos no deben descansar hasta que el dominio sea absoluto. Los judíos Los judíos han comprendido que la democracia y el capitalismo –que les ha permitido dominar a los pueblos- no les ha proporcionado ese dominio absoluto ordenado por el Dios de que habla el Talmud; por eso, los judíos Karl Marx y Federico Engels inventaron un sistema totalitario que les asegure poder quitar a cristianos y gentiles todas sus riquezas, todas sus libertades y, en general, todos sus derechos humanos, hasta igualarlos con las bestias.

            La dictadura del socialismo comunista de Marx permite a los judíos alcanzar ese dominio absoluto; por ello, desde que la implantaron en Rusia, han trabajado sin descanso para destruir el régimen capitalista que ellos mismos habían creado, pero que fue incapaz de hacerlos llegar a la meta deseada.

            Como revela el Talmud, no basta a los judíos dominar algunas naciones, sino que deben dominarlas todas; mientras no lo logren, deben clamar: “¡Qué tormento1” “¡Qué indignidad!”.

            Esto explica el por qué es insaciable el imperialismo judío comunista. Pone de manifiesto lo absurdo que es creer en una sincera convivencia pacífica o en la posibilidad de que el comunismo cese en su ambición de conquistar a todas las naciones de la Tierra. Los judíos creen que Dios les ha ordenado imponer un dominio total a todas las naciones y que ese dominio total lo conseguirán sólo por medio de la dictadura totalitaria socialista del comunismo. Como ese dominio integral debe extenderse a todas las naciones del mundo, no descansarán hasta imponer la esclavitud comunista a todos los pueblos de la Tierra.

            Es indispensable que los cristianos y gentiles acaben tan tremenda tragedia. La existencia de un totalitarismo cruel e imperialista, impulsado por un grupo de místicos, fanáticos y locos que realizan todos sus crímenes y todas sus perversidades creyendo firmemente que están cumpliendo con fidelidad los mandatos de Dios, es una ominosa realidad. Llega su maldad hasta tal grado, que creen moralmente lícito hacer triunfar el ateísmo y el materialismo comunista en todo el mundo, de manera transitoria, mientras ellos, que son religiosos y creyentes, logran destruir “al odiado cristianismo y demás religiones falsas”, con el fin de hacer imperar sobre las ruinas de todas, la religión actual de Israel, la cual reconoce el derecho de los judíos a dominar el mundo y su carácter de casta privilegiada –por derecho divino- en la humanidad de los tiempos venideros.

            Por otra parte, el Talmud dice dar a los judíos la verdadera interpretación de las promesas  bíblicas acerca del Mesías:

            “El Mesías dará a los hebreos la dominación del mundo y a ella estarán sometidos todos los pueblos” (12).

            Podría seguirse citando pasajes de los distintos tratados del Talmud y de la Cábala judía –tan elocuentes como los anteriores- que nos permitirían percibir cuál es el significado y trascendencia de la actual religión de los judíos y el peligro que ella significa para la Cristiandad y para el resto de la humanidad. Cuanto más se profundice en esta materia, más claro se verá  el abismo que media entre la primitiva y verdadera religión revelada por Dios a los judíos a través de Abraham, Moisés y los profetas, y la falsa religión que fueron elaborando a base de la falsa interpretación de la Sagrada Biblia, tanto aquellos hebreos que crucificaron a Cristo Nuestro Señor como sus descendientes, sobre todo, a partir de la aparición del Talmud de Jerusalén y el de Babilonia y de la posterior elaboración de lso libros cabalísticos “Sepher-Ha-Zohar” y “Sepher-Yetsirah”, libros sagrados que son la base de la religión de los judíos modernos.

            Si media un abismo entre la religión de Abraham y de Moisés y la del judaísmo moderno, éste se hace insondable entre el cristianismo y dicho judaísmo moderno; puede decirse que este último es la antítesis y la negación misma de la religión cristiana, contra la cual destila odio y afán destructor en sus libros sagrados y en sus ritos secretos.

            La lucha de siglos, emprendida por la Santa Iglesia en contra de la religión judía y sus ritos, no tuvo por origen, como falsamente se ha dicho, la intolerancia religiosa del catolicismo, sino la maldad inmensa de la religión judía, que presentaba una mortal amenaza para la Cristiandad.. Esto fue lo que obligó a la Iglesia –tan tolerante en un principio- a adoptar una actitud decidida en defensa de la Verdad, de la Cristiandad y de todo el género humano.

            Es, pues, errónea y sofística la opinión de algunos clérigos que se dicen cristianos, pero que le hacen el juego a los judíos en forma bastante sospechosa, en el sentido de que es ilícito combatir al judaísmo porque los judíos fieles –los judíos creyentes- tienen una religión afín y hermana de la cristiana.

            En primer lugar, es falsa la base de su tesis. Lo hemos demostrado en este capítulo y podrá comprobarlo quien profundice su estudio en los secretos de la religión judía postbíblica; secretos que fueron condenados en la doctrina de los Padres de la Iglesia, en los concilios ecuménicos y provinciales y en los estudios de ilustres clérigos católicos de la Edad Media y de los siglos anteriores al presente.

            En segundo lugar, lo que los judíos pretenden realmente con imponer a los católicos esa tesis de la ilicitud de combatir a la criminal secta judaica, es lograr la adquisición de una nueva patente de corso que les permita, sin exponerse a contraataques directos, seguir adelante en sus movimientos revolucionarios masónicos o comunistas, hasta lograr la destrucción de la Cristiandad y la esclavización de la humanidad.

            Los judíos y sus cómplices dentro del cristianismo quieren asegurar, en forma cómoda el triunfo definitivo del imperialismo judaico, ya que si los cristianos se abstienen de atacar y vencer a la cabeza de toda la conspiración, reduciéndose a atacar únicamente su rama masónica, anarquista, comunista o cualquier otra, la cabeza –el judaísmo-, libre de ataques, conservará todo su vigor mientras sus tentáculos masónicos y comunistas, con todos sus derivados, se dedicarán a atacar de manera inmisericorde, como lo han venido haciendo, a las instituciones religiosas, políticas y sociales de la Cristiandad y del mundo entero.

 

 

Capítulo Segundo

ALGO MÁS SOBRE LAS CREENCIAS RELIGIOSAS DE LOS JUDÍOS

 

 

            La falsa interpretación de las Sagradas Escrituras hizo a los judíos apartarse cada día más de la primitiva religión de los hebreos que les fue revelada por Dios a través de Abraham, Moisés y los profetas, para llegar, con la aparición del Talmud y de la Cábala, a una creencia sectaria, anticristiana e imperialista, que nada de común tiene con la primitiva Verdad Revelada.

            Utilizamos para demostrarlo, entre otras pruebas, pasajes de esos mal llamados libros sagrados que sirven de base a la religión del judaísmo moderno.

            En el presente capítulo se verá algo más sobre las creencias religiosas de los llamados judíos fieles para poder demostrar, con mayor claridad, que ninguna afinidad o parentesco existe entre éstas y la religión de los cristianos.

            Lo primero que debe tomarse en cuenta al abordar el problema de la religión judía moderna, es que se trata de una religión secreta, a diferencia de las demás religiones cuyos dogmas, doctrinas y ritos son de carácter público y, por lo tanto, pueden ser conocidos por cualquier extraño a ellas.

            Los judíos, después de la crucifixión del Señor, fueron –a través de los siglos- ocultando a los cristianos y a los gentiles todas aquellas doctrinas y ritos que, por constituir una amenaza contra los demás hombres, necesitaban mantener en secreto. Temían, con toda razón, que al conocer su doctrina, las gentes reaccionaran violentamente en contra de los judíos.

            Ya en un texto talmúdico puede leerse lo siguiente:

            “Comunicar algo de nuestra ley a un gentil equivale a al muerte de los hebreos, pues si los Goyim (gentiles) supieran lo que nosotros enseñamos a propósito de ellos, nos exterminarán sin más” (13).

            La mentira ha sido el arma principal de lo que Cristo Nuestro Señor llamó, ya desde entonces, la “Sinagoga de Satanás”. Con mentiras y engaños han controlado a los pueblos en sus revoluciones masónicas y con mentiras y engaños llevan a las revoluciones comunistas. baste decir que hasta se valen de la mentira para los asuntos relacionados con su propia religión.

            A los cristianos y a los gentiles los engañan haciéndoles creer que la actual religión judía es como todas las demás: que se limita a rendir culto a Dios, a fijar normas de moralidad y a defender los valores del espíritu. Pero tienen mucho cuidado de ocultar que su religión es, en realidad, una secta secreta que conspira para destruir a la Cristiandad, que sigue odiando a muerte a Cristo y a su Iglesia y que trata de dominar primero y esclavizar después a los demás pueblos de la Tierra.

            No es de extrañar, por lo tanto, que en su propio libro sagrado, el Talmud, afirmen que si los gentiles (entre los que incluyen a los cristianos) “supieran lo que nosotros  enseñamos acerca de ellos, nos exterminarían sin más”.

           La historia nos demuestra lo acertado de esta previsión talmúdica. La Santa Iglesia, al descubrir lo que en secreto enseñaban los maestros o rabinos a sus fieles, mandó requisar y destruir en diversas ocasiones los libros del Talmud, ante el peligro que significaban sus enseñanzas para los judíos, convirtiéndolos en una secta de conspiradores, ladrones y hasta asesinos; peligro mayor para aquellos que, siendo más fervorosos en su religión, aceptaban sin condiciones y con fanatismo las enseñanzas del Talmud y de la cábala.

            De nada sirvió otro fraude judío, consistente en hacer textos apócrifos del Talmud, dados después a conocer a las autoridades civiles y eclesiásticas sin los pasajes cuya lectura se consideraba peligrosa para los cristianos. Con frecuencia, tanto la Santa Iglesia como los gobiernos civiles descubrían los textos auténticos ante la indignación general, manifestada a menudo en reacciones violentas contra la secta religiosa del judaísmo, cuyos auténticos libros sagrados contienen ya los lineamientos de la conspiración que han venido desarrollando en contra de la humanidad entera.

           El escritor judío Cecil Roth, en su obra “Storia del pòpolo ebraico”, habla con extensión de la condenación del Talmud por el Papa Gregorio IX y demás condenaciones sucesivas hasta aquella del Papa León X, en el siglo XVI, que tuvo su origen en una denuncia al Cardenal Carafa, de que la obra era perniciosa y blasfema. Esta denuncia fue hecha por el judío Vittorio Eliano, que era sobrino del sabio judío Elia Levita y tuvo como consecuencia, la quema pública del Talmud en el “Campo dei fiori”, de Roma, en el otoño de 1553 (14).

           En los procesos de la Inquisición, seguidos en contra de los judíos clandestinos, llamados por la Santa Iglesia, “herejes judaizantes”, se encuentra otra fuente muy copiosa sobre las ocultas y verdaderas creencias religiosas de los judíos. Quienes deseen profundizar en este estudio necesitarán consultar los archivos de la Inquisición de esta capital del mundo católico; los de las ciudades italianas donde más se introdujeron los judaizantes; de Carcasona, de Narbona y de otros lugares de Francia; de Simancas, en España; de la Torre do Pombo, en Portugal; de México y de otros países de la catolicidad. Por nuestra parte, nos limitaremos a citar los “Procesos de Luis de Carvajal” (El Mozo), en donde se puede apreciar la mentalidad de los judíos y conocer ciertas creencia religiosas de los mismos, muy reveladoras.

            Se trata de una edición del Gobierno de México del año de 1935, publicación oficial del Archivo General de la Nación. En éste se encuentran los manuscritos originales con las consiguientes firmas del judío procesado, de los inquisidores, testigos, etc. La autenticidad de estos valores manuscritos queda fuera de duda; ni los mismos judíos contemporáneos han podido negarla jamás, por el contrario, los consideran como valiosos documentos históricos y los citan en algunas obras hebreas.

            El contenido de estos documentos es algo espantoso: monstruosas blasfemias contra Nuestro Señor Jesucristo y María Santísima; odio satánico hacia el cristianismo; odio que nada tiene que ver con la auténtica ley dada por Dios a Moisés en el Sinaí, pero que es la esencia de la religión oculta del judaísmo moderno; religión de odio, de odio feroz contra la Cristiandad; odio que inspira las matanzas de cristianos y las persecuciones contra la Santa Iglesia y que se ha desatado en forma explosiva, irrefrenable y ominosa en todos los lugares donde han triunfado las revoluciones judeo-masónicas y judeo-comunistas.

            Del segundo proceso contra Luis de Carvajal, iniciado a fines del siglo XVI, en el año 1595, nos atrevemos a transcribir con verdadera repugnancia lo que sigue, porque es urgente desagraviar a Cristo Nuestro Señor y a María Santísima de las blasfemias que lanzan los judíos; y porque es necesario demostrar palpablemente la mendacidad de esta tesis extraña, sostenida actualmente por algunos clérigos que afirman que es indebido combatir al judaísmo por su afinidad con la religión cristiana, afirmación que raya en la demencia y que sólo puede prosperar entre quienes, desconociendo el problema, caen víctimas de las fábulas judaicas.

            La intensa religiosidad de Luis de Carvajal se manifiesta en diversos pasajes del proceso. Transcribimos a continuación el testimonio de Manuel de Lucena, judío, amigo de Luis de Carvajal:

            “...y lo que pasa es que habrá año y medio que yendo éste a Santiago a ver a Luis de Carvajal y visitándole en el colegio de los indios en un aposento de él, que estaba sacando moralidades de la Biblia, y éste le dijo: `cosas lindas estáis escribiendo´ ; y el dicho Luis de Carvajal le respondió que tales eran, y que se espantaba cómo no abría los ojos tosa criatura, y que quebrantado fuese quien quebrantaba la palabra del Señor, diciéndolo por los cristianos que fuesen quebrantados, porque quebrantaban la Ley de Moisén, que llamaba la Ley del Señor;...”

            Después, sigue diciendo Manuel de Lucena, que manifestándole algunas dudas:

            “...al dicho Luis de Carvajal como a hombre que guarda la Ley de Moisén y es muy leído en la Biblia, se las declaraba y le satisfacía; y el dicho Luis de Carvajal le decía a éste cómo vio que guardaba la Ley de Moisén y que también estaba en ella por habérsela comunicado a Ley y tratado de autoridades del Testamento Viejo: que de allí en adelante le tendría por hermano y aunque indigno, lo encomendaría a Dios en sus oraciones...” (15).

            Hasta aquí aparece Luis de Carvajal como un piadoso judío, fervorosamente religioso; pero que ya demuestra su odio al cristianismo cuando dice: “quebrantados sean los cristianos”, porque quebrantan la Ley de Moisés.

            El mismo judío, Manuel de Lucena, afirma que en cierta ocasión preguntó a Luis de Carvajal

            “...cómo se entendía un capítulo de Zacarías que comienza, que el principio de él no se acuerda más de que se dice en él: `despierta, cuchillo, contra mi pastor y contra el hombre, conjunto amigo, etc.´. Y el dicho Luis de Carvajal le respondió que aquella autoridad y aquello que en aquello se contiende, diría el Señor el día del Juicio a Jesucristo, por haberse hecho Dios, condenándole a Él y a todo su reino a los infiernos;...” (16).

            Aquí, las interpretaciones equivocadas del Antiguo Testamento levan a un judío piadoso en su religión, a destilar odio contra Cristo Nuestro Señor, al afirmar que Este y su reino serán condenados a los infiernos, blasfemia lanzada contra el Hijo de Dios por un hebreo intensamente religioso, considerado actualmente por los judíos como un santo varón y mártir.

            Sigue diciendo después el mismo Lucena, en su testimonio, que cierto día fue a casa de Luis de Carvajal y halló

           “...al dicho Luis de Carvajal, doña Francisca su madre, doña Isabel, doña Leonor y doña Mariana, sus hermanas, hincadas de rodillas hacia el Oriente, rezando Salmos y oraciones de la Ley de Moisén, y con voz baja y llorando el dicho Luis de Carvajal, decía los dichos Salmos y oraciones; y las dichas doña Francisca, doña Isabel, doña Leonor y doña Mariana respondían de la misma manera, la voz baja y llorando; todo lo cual hacían en guarda y observancia de la Ley de Moisén y del Día Grande del Señor...” (17).

            La religiosidad y piedad de este ferviente judío quedan, por tanto, fuera de duda.

            Los frailes dominicos inquisidores, para ayudarse en el esclarecimiento de la verdad, utilizaban, además de los testimonios de algunos judíos, un medio consistente en introducir a la celda del reo a un sacerdote católico, que conociendo las creencias y ritos secretos del judaísmo, apareciera ante el preso como otro judío encarcelado en la misma celda. Con esta estratagema, se logró que Carvajal, creyéndose acompañado por un hermano y correligionario, externara los verdaderos sentimientos ocultos en su corazón. El clérigo escogido fue don Luis Díaz, cuyos testimonios constan en las actas de la audiencia celebrada en la ciudad de México, el 9 de febrero de 1595.

            Ante el Inquisidor Don Alfonso de Peralta, el sacerdote mencionado, bajo juramento prestado, hizo, entre otras, las siguientes declaraciones:

           “...que es verdad que él ha pedido audiencia, para decir y declarar dichas cosas que le han pasado con Luis de Carvajal, compañero de cárcel de éste, acerca de la Ley de Moisén; y en aprobación de ella le dijo a éste el dicho Luis de Carvajal que no se encomendase a Ntra. Sra. la Virgen María, porque era una mujercita embaidora, mujer de un carpintero, para que éste viese lo poco en que la había de estimar, le hacía saber que estando un día la Virgen Santísima, apartada de José, su santo esposo, vino a visitarla un herrero que andaba enamorado de su Divina Majestad, y estando con su menstruo tuvo acceso carnal con ella y entonces engendraron a Nuestro redentor Jesucristo, llamándole el perro embaidor, barbillas, y que por él había venido la perdición de todo el género humano y la que agora había entre todos los cristianos que guardaban su secta, y que por esta causa están Nuestro redentor Jesucristo y su Santísima Madre y todos los Apóstoles y Stos. que los cristianos llaman mártires, ardiendo en los infiernos; y porque la creyese éste y no tuviese duda, le dijo el dicho Luis de Carvajal que Adonay, verdadero Dios de los Ejércitos y de las hazañas, había pronosticado al profeta Daniel que había cuatro reinos, y que en el postrero vio el dicho profeta que había una figura espantable, y que le salían de la frente diez cornezuelos y entre los cuales había uno muy pequeño que tenía ojos y boca, y daba a entender esta bestias fiera que era Jesucristo Ntro. Redentor, llamándole bestia abominable; y que esta visión que vio el dicho profeta pronosticaba la perdición que (a la venida de Jesucristo, habría en el mundo, y que como Cristo había sido tan gran pecador, lo eran también los Sumos Pontífices y todos los prelados de las iglesias) que seguían su doctrina y que cuando la magdalena fue a pedir perdón a Cristo y le ungió y le dijo: `Remitunt tibi peccato´, la estaba contemplando para pecar con ella” (18).

            Sigue la declaración del clérigo católico, Luis Díaz, en los siguientes términos:

            “Item, dijo: que queriendo éste saber del dicho Luis de Carvajal qué cómplices había que guardasen la Ley de Moisén, fingiendo éste que la quería guardar, para venir luego y manifestarlos ante los Sres. inquisidores, le dijo el dicho Luis de Carvajal que pues él estaba determinado a confesar y a morir en la Ley de Moisén, podría acudir éste a Manuel de Lucena y a Manuel Gómez Navarro y a Pedro Enríquez, que eran grandes judíos y guardaban con perfección la Ley de Moisén...” (19).

            A continuación, se transcribe una escena inmunda relatada por el padre Luis Díaz, en la que se ve de lo que pueden ser capaces esos judíos muy fervorosos y apegados a su fe religiosa. Se trata del propio Luis de Carvajal, cuya religiosidad es ya conocida, de Manuel Gómez Navarro, de quien dice aquél ser gran judío y guardar con perfección la Ley de Moisés y de Diego Enríquez, de quien dice ser el mayor judío que había en la Nueva España. La declaración del R.P. Díaz dice:

            “...se acuerda que el dicho Luis de Carvajal dijo a éste que Diego Enríquez, penitenciado por este Santo Oficio, hermano del dicho Pedro Enríquez, era aunque mozo, el mayor judío que había en al Nueva España y de mayor pecho y valor, y que estando en esta ciudad, en casa del dicho Diego Enríquez, se quedaron a dormir con el dicho Diego Enríquez en una misma cama el dicho Luis de Carvajal y Manuel Gómez Navarro, y toda la noche estuvieron en mucha chacota comiendo nueces y pasas, y el dicho Luis de Carvajal les hizo una plática en alabanza de la Ley de Moisén, y el dicho Diego Enríquez, después de una plática, se levantó al servicio, y habiendo puesto un Cristo que tenía a la cabecera de la cama, atado a los pies de ella, estándose proveyendo, decía: por Nuestro Redentor Jesucristo, esto puedo almorzar este perro por la mañana; y volviéndose a la cama, como dormía el dicho Diego Enríquez en medio del dicho Luis de Carvajal y Manuel Gómez Navarro, teniendo el rostro de Cristo a sus pies, alzaba la copa y ventoseaba diciendo al Cristo: bebe, perro, juro a Dios que os he de poner las barbas bermejas; y el dicho Manuel Gómez Navarro, no pudiendo sufrir el hedor, dijo al dicho Diego Enríquez: idos de ahí, lleva a ese perro con todos los diablos, y ponelde en otra parte y allí dalde de beber cuanto vos quisiéredes; y entonces dijo el dicho Luis de Carvajal: dexaldo estar que yo me huelgo mucho y no hay agua rosada ni agua de ángeles para mí, como ver tratar mal a este perro ahorcado, embaidor y hechicero” (20).

            La terrible escena demuestra que, el odio satánico de los judíos hacia Cristo Nuestro Señor seguía siendo el mismo mil seiscientos años después de su crucifixión. Y, del mismo modo, evidencia que es falsa la tesis sostenida por muchos israelitas en el sentido de que, los enemigos implacables de Cristo y de su Iglesia son los judíos descreídos y no los judíos fieles a su religión, la cual es pariente cercana de la cristiana.

            Es evidente, que los judíos más fieles a su monstruosa religión son los más enconados enemigos de Cristo y de la Cristiandad, ya que es en tal secta religiosa donde beben el odio implacable contra Jesús y contra todo lo cristiano. Por el contrario, los pocos hebreos que venciendo el temor a las terribles amenazas –incluso el asesinato de los llamados apóstatas y de represalias contra sus familias- logran desligarse de la secta demoníaca y adquieren el calificativo de judíos de sangre; pero incrédulos en su religión, acaban por perder su odio hacia la Cristiandad y hacia la humanidad entera, al dejar de absorber constantemente ese ambiente de odio contra la Iglesia, ese afán de esclavizar y odiar a la humanidad, que infesta las Sinagogas de Satanás. Desgraciadamente son poquísimos los que lo hacen, puesto que casi nadie se atreve a desafiar las iras de los dirigentes judíos manifestadas, a menudo, por represalias y bloqueo económico, excomuniones terribles y amenazas de muerte, siempre pendientes sobre las cabezas de los incrédulos que se atrevan a desligarse de la Sinagoga.

            Siguiendo con las constancias del expediente del segundo proceso en contra del judío Luis de Carvajal, encontramos en las declaraciones del Padre Díaz que habiendo preguntando al primero con qué otros judíos de confianza podía tratar, respondióle Carvajal:

            “...con el dicho Antonio Díaz Márquez, porque era gran siervo de Dios y guardaba la Ley de Moisén y que si no fuera casado con una perra cristiana, hija de villanos, se hubiera ido a una judería...que el dicho Antonio Díaz Márquez, cuando iba a la iglesia y se hincaba de rodillas y hacía que rezaba y decía a las imágenes de los santos semejantes sean a vosotros los que en vosotros adoran...y que cuando salía el sacerdote a decir misa al altar, de la hostia decía el dicho Antonio Díaz Márquez, en un solo Dios creo, en un solo Dios adoro y no en este perro que no es sino un pedazo de engrudo...y luego se apartó hacia donde tenía el dicho Luis de Carvajal un Cristo y unas imágenes, y se llegó al Cristo y le dio una higa, metiéndosela en los ojos por dos veces y diciéndole: ¿qué secreto nos tendrá este perro de barbillas? y entonces le escupió en el rostro y luego se levantó el dicho Luis de Carvajal, diciendo: no me habéis de llevar en eso ventaja; y escupiendo a la imagen de Nuestro Señor Jesucristo, dijo: no habéis de llamar a éste perro, sino Juan Garrido...y que cuando la dicha Constanza Rodríguez va a la iglesia, cuando el sacerdote alza la hostia, dice: encomendado seas a los diablos tú y quien te alza, confundido seas por misterio del cielo, caiga aquí un rayo y confunda a todos estos herejes, diciéndolo por los cristianos...” (21).

            Lo que sigue es algo terrible; pero es preciso citarlo para que los católicos se den cuenta del peligro que encierra la llamada religión judía.

            En el testimonio de Pedro de Fonseca, mandado por los inquisidores a petición del Padre Díaz, para que escuchara junto a la puerta de la cárcel la conversación sostenida por el sacerdote con Luis de carvajal, afirmó que pudo escuchar, en la hora fijada por el Padre Luis Díaz, entre otras cosas, lo siguiente:

            “...que el Mesías no había venido y que Jesucristo era profeta falso, y que era el Antecristo que dicen los cristianos y que cuando venga el Antecristo, vendrá el Mesías prometido en la Ley, y que los cristianos andan engañados y están en los infiernos, y que el que tiene mayor dignidad entre ellos, terná (tendrá) mayor pena en los infiernos, y que el Papa y el rey y todos los grandes inquisidores y ministros del Santo Oficio, perseguidores de los que guardan la Ley de Moisén que es la verdadera, y que los apóstoles están también en el infierno, y que no hay santos en el cielo, y que Jesucristo estuvo amancebado con la Magdalena, y que Nuestra Señora está en los infiernos y era una puta que había parido cinco veces, y entonces el dicho Luis Díaz de Carvajal, respondió: cómo se ha de creer en María Hernández, madre de Juan garrido, que asó los llaman los judíos, diciendo María Hernández, por Nuestra Señora y Juan Garrido, por Nuestro Redentor Jesucristo...tenía una imagen de Juan Garrido, diciéndolo por Jesucristo, a los pies de su cama, y que cuando se bajaba de ella para sus necesidades, pasaba por encima de él y lo ventoseaba, para ver si le respondía, y que algunas veces lo ensuciaba, y que el dicho Juan Garrido (diciéndolo por el Cristo), le tenía buen secreto y se reía de él” (22).

            Estos eran los judíos que la Inquisición, con la autoridad de la Santa Iglesia, relajaba a la justicia y brazo secular para que fueran quemados en la hoguera o muertos por medio del garrote. Sólo la ignorancia de los que es la secta religiosa del judaísmo, puede hacer que gentes de buena fe acusen a la Santa Iglesia de intolerancia por tales motivos. En realidad, se requiere mucha ignorancia o mala fe, para asegurar a los cristianos que puede haber un convenio entre la Santa Iglesia y la Sinagoga de Satanás; ya que, si es imposible concebir un pacto o entendimiento entre el catolicismo y el comunismo o entre aquél y la masonería, tanto más imposible es un pacto entre la Santa Iglesia y el judaísmo satánico, que es la cabeza del comunismo y la masonería, impregnados –por los judíos- de ese odio diabólico a Cristo, a María Santísima y a la Cristiandad.

            Luis de Carvajal, judío ejemplar, maestro de la –ya falsificada- ley de Moisés, identificó al Mesías que ellos esperaban con el Anticristo de los cristianos. Es muy significativo que, por otra parte, diversos concilios de la Santa Iglesia católica, con su gran autoridad, hayan afirmado que los judíos son verdaderos ministros del Anticristo.

            Desde el año 633, el Concilio IV de Toledo, integrado por los metropolitanos y obispos de España (incluyendo la actual Portugal) y las Galias visigodas, aseguraba en el canon LVIII que eran del cuerpo del Anticristo los obispos, presbíteros y seglares que prestaran apoyo a los judíos en contra de la fe cristiana, declarándolos sacrílegos y excomulgados (23).

            En su Canon LXVI llama a los hebreos “Ministros del Anticristo” (24).

            No deja, pues, de ser muy notable que personas tan autorizadas de las dos partes en pugna, es decir, de la Santa Iglesia de Cristo y de la Sinagoga de Satanás, hayan establecido alrededor del problema del Anticristo posiciones similares, aunque desde un ángulo opuesto. Por otra parte, del estudio profundo de la secreta religión de los judíos en la Era Cristiana –cuyos secretos se han ido descubriendo a pesar de las precauciones tomadas por ellos para evitarlo-, se llega a la conclusión cierta, de que dicha religión, lejos de tener parentesco y afinidad con el cristianismo, es la antítesis y la negación suprema de la fe de Cristo, con la que no hay la más remota posibilidad de entendimiento.

 

 

 

            Capítulo Tercero

            MALDICIONES DE DIOS A LOS JUDÍOS

 

            La judeo-masonería, el comunismo y las diversas fuerzas políticas que ambos controlan, han lanzado innumerables ataques contra la política secular de la Santa Iglesia Católica. Uno de los puntos más atacados, ha sido el relativo al Santo Oficio de la Inquisición y a sus autor de fe, que algunos clérigos –por ignorancia de la historia y por influencias propagandísticas masónico-liberales- los han llegado a ver tan deformados hasta que la Santa Iglesia se equivocó en su política inquisitorial, llegando al extremo de tratar de evadir esta cuestión en cualquier controversia, con un sentimiento de culpabilidad a veces subconsciente.

            Esta actitud vergonzante, contrasta con la propia postura de algunos historiadores judíos que, conocedores de la verdad, aceptan algunos aspectos positivos del sistema inquisitorial, como Cecil Roth, que en su obra “Storia del pòpolo ebraico”, dice textualmente:

            “...Es necesario reconocer que, desde un punto de vista, la Inquisición era justa. Raramente procedía sin base seria; y, cuando un asunto estaba en marcha, el objetivo último era el obtener una confesión completa que, unida a la expresión del arrepentimiento, salvaría a las víctimas de los horrores de los tormentos eternos. Los castigos impuestos eran considerados más como una expiación que como un castigo...” (25).

            En este asunto tan controvertido –que los enemigos del catolicismo han considerado como el tendón de Aquiles de la Iglesia-, es preciso no perder vista la realidad en medio del cúmulo de mentiras, distorsiones y fraudes históricos que ocultan la verdad con una espesa maraña tejida especialmente con este objeto, por los judíos y sus cómplices. La política inquisitorial de la Santa Iglesia, lejos de ser algo condenable, algo de los cual la Iglesia tenga que avergonzarse, fue, no sólo teológicamente justificada, sino de grandes beneficios para la humanidad. Gracias a la Santa Inquisición –llamada santa por Papas, concilios, teólogos y santos de la Iglesia- la humanidad se vio entonces, libre de la catástrofe que ahora la amenaza y que se habría producido hace varios siglos. La Inquisición logró detener seis siglos la espantosa revolución mundial judía que está a punto de arrasarlo todo y de esclavizar a todos los hombres.

            No somos partidarios de que en la actualidad se trate de imponer la religión por la fuerza, ni de que se persiga a nadie por sus ideas; porque la verdad deberá imponerse solamente por medio de la libre discusión, sin necesidad de medios coercitivos. Sabemos que la Santa Iglesia, tolerante y benévola en sus primeros tiempos, tuvo que enfrentarse a una situación extraordinaria: la amenaza de muerte planteada a la Cristiandad entera, por el judaísmo internacional, en el siglo XII; amenaza  cuya gravedad es comparable tan sólo con la que representa actualmente el comunismo judaico para la humanidad libre.

            Para salvar a la Cristiandad de ese peligro, la Santa Iglesia tuvo que recurrir a medios extraordinarios, cuya justificación se evidencia con el solo hecho de haber aplazado varios siglos el desastre que ahora se cierne sobre la humanidad.

            En su lucha milenaria contra la Iglesia de Cristo, los judíos emplearon un arma básica de combate: la quinta columna. Esta nació al irse convirtiendo fingidamente al cristianismo millares y millares de judíos de todo el mundo.

            El ya mencionado historiador judío, Cecil Roth, afirma textualmente en la pág. 229 de su obra (“Storia del pòpolo ebraico”, edición Milán, 1962): “...Naturalmente en la mayor parte de los casos las conversiones eran fingidas...”.

            Los falsos conversos tomaban las aguas del bautismo y seguían siendo en secreto tan judíos como antes; aunque adoptaban nombres cristianos, iban a misa y hasta recibían sacrílegamente los sacramentos.

            Asistían a sinagogas secretas; se reunían en casas particulares y en otros sorprendentes lugares, como después se verá. Estas familias cristianas en apariencia, observadoras –hasta ostentosas- del culto, ritos y oraciones cristianos, no sólo practicaban el judaísmo en secreto, sino lo transmitían a sus hijos, que a determinada edad eran iniciados ocultamente en el judaísmo por medio de secretas e imponentes ceremonias, que nos recuerdan las iniciaciones masónicas.

            Este sistema de judaísmo subterráneo ha existido desde los primeros siglos del cristianismo hasta nuestros días, sin solución de continuidad.

            Pronto se vio que la Cristiandad entera estaba amenazada de muerte si no tomaba con urgencia las medidas necesarias para contrarrestar las organizaciones secretas del judaísmo y las asociaciones ocultas que los judíos clandestinos estructuraban entre los verdaderos cristianos; llegándose a la conclusión de que la Santa Iglesia sólo podría defenderse y defender a la humanidad de la destrucción, formando una organización represiva, también secreta. No quedaba más remedio que oponer a las organizaciones ocultas anticristianas, estructuras de represión también secretas. Así nació la eficacísima organización oculta del Santo Oficio de la Inquisición.

            Mucho se ha criticado el procedimiento secreto empleado por la Inquisición, así como el sigilo absoluto que rodeaba a todas sus actividades. La Santa Iglesia no tuvo alternativa, y hubo de comprender lo infructuoso que resulta combatir a una organización secreta con simples actividades públicas. también los gobiernos han necesitado combatir las actividades secretas de espionaje y sabotaje de sus enemigos, con servicios secretos equivalentes, ya que de lo contrario, sucumbirían..

            Siendo las organizaciones secretas la única medida verdaderamente efectiva contra el judaísmo emboscado, no es extraño que éstas hayan sido las que con más saña han combatido los judíos por todos los medios posibles. Así, cuando Santo Domingo de Guzmán y otros santos varones de su época lucharon por la creación de la Inquisición, los judíos ocultos, metidos en el clero, organizaron innumerables intrigas para impedirlo, tratando incluso de sublevar a los obispos en contra de la medida y atacando sistemáticamente lo relativo al secreto. No hay cosa que tema más la quinta columna judía, que el que la Santa Iglesia y los católicos utilicen para combatirla, las mismas armas secretas que ella.

            Por eso aún en nuestros días, cuando para combatir a la masonería o a las organizaciones secretas del comunismo, algún grupo de católicos quiere oponerles organizaciones también reservadas, inmediatamente, los judíos subterráneos, organizan intrigas para que el obispo de la diócesis o sus superiores condenen y destruyan  la organización reservada. Los judíos y sus agentes dentro del clero católico, saben muy bien que contra una organización oculta fracasarán todas las de carácter público que se le enfrenten y que para dominarla serán precisas estructuras también de carácter secreto que, como la Santa Inquisición, funcionen de acuerdo con la Doctrina católica.

            Otro aspecto muy atacado de la Inquisición, es el relativo a la quema de judíos y herejes o a su ejecución por el garrote; siendo difícil precisar las cifras exactas de los ejecutados por herejes de distintas sectas o por herejes judaizantes, como llamaba la Iglesia a los que, siendo cristianos en apariencia, practicaban en secreto el judaísmo.

            Muchos calculan en millares y otros hasta en decenas de miles, tan sólo los judíos clandestinos muertos por la Inquisición en la hoguera y por medio del garrote; pero sea la cantidad que sea, los enemigos de la Iglesia han lanzado contra ésta injustificados ataques por estos procedimientos. La defensa que se ha hecho de la Iglesia, sobre la base de que ella no los ejecutaba directamente, sino que los relajaba al brazo seglar para que éste dictara las sentencias de muerte y las ejecutara, es fácilmente refutada por los enemigos del catolicismo, diciendo que aunque la Iglesia no los condenara ni matara directamente, había dado su aprobación a los procedimientos inquisitoriales y a las leyes que penaban con la muerte a los herejes judíos relapsos y que, además, durante seis siglos había dado su aprobación a estas ejecuciones. Otro argumento débil de los defensores de la Iglesia, ha sido el pretender que la Inquisición de España y de Portugal eran instituciones de Estado, no dirigidas por la Iglesia; pero el razonamiento es endeble, puesto que éste no puede aplicarse a la Inquisición pontificia que funcionó durante tres siglos en toda la Europa cristiana y que estaba dirigida, nada menos que por Su Santidad el Papa, quien personalmente nombraba al Gran Inquisidor. Los demás inquisidores, franciscanos o dominicos, ejercían sus funciones como delegados papales con autoridad papal.

            Es cierto que la Inquisición Pontificia llevó a la hoguera a millares de judíos y herejes que, aunque ajusticiados por el brazo seglar, morían, no obstante, con la aprobación de la Santa Iglesia que había sancionado los procedimientos para juzgarlos, las leyes que los condenaban y las ejecuciones mismas. Si la Iglesia no hubiera estado de acuerdo con las condenaciones a muerte de judíos y herejes, las hubiera evitado con sólo ordenarlo.

            Incluso, en lo referente a la Inquisición española y portuguesa, que eran instituciones de Estado donde el Gran Inquisidor era nombrado por el rey y no por el Papa, la Santa Iglesia autorizaba a la Orden de Santo Domingo para constituir los tribunales de la Inquisición, para perseguir y descubrir a los judíos y herejes, para encarcelarlos y para llevar todo el proceso hasta la relegación al brazo seglar.

            También en estos casos, la Iglesia había dado su aprobación a las leyes que autorizaban al brazo seglar para quemar o dar garrote a estos delincuentes.

            Para lograr una defensa eficaz y contundente de la Santa Iglesia y de la Inquisición, es preciso tener el valor de recurrir a la verdad y a toda al verdad. La Santa Iglesia no podrá jamás temerla ya que sus actos han sido siempre normados por la equidad y la justicia. por eso, con al verdad, que es siempre arrolladora, -expuesta ampliamente en la Cuarta Parte de este libro (“La quinta columna judía en el clero”)-, se logrará una defensa colectiva de la Santa Iglesia Católica, en lo que respecta a su política inquisitorial.

            Por lo pronto, empezaremos demostrando que los judíos no son un pueblo intocable por el hecho de haber sido un tiempo el pueblo escogido de Dios, sino que, por el contrario, Dios predijo que si no cumplían con todos sus mandamientos, serían castigados muy severamente. Por esta consideración, la política de la Iglesia contra los judíos, en materia inquisitorial, tiene una base teológica amplia.

            Mucho se vanaglorian los judíos de ser todavía, en la actualidad, el pueblo elegido de Dios, basándose para fundamentarlo en ciertos pasajes de la Sagrada Biblia, a los que dan una interpretación falsa o imperialista, cuidándose mucho, sin embargo, de considerar otros pasajes en los que Dios claramente condicionó aquel privilegio al hecho de que se cumplieran fielmente con los mandamientos y demás órdenes del Señor, amenazándolos, si no lo hacían, con retirarles la distinción de pueblo escogido para convertirlos en un pueblo maldito, sobre el que caerían varios anatemas señalados expresamente por Dios al propio Moisés. Pero los judíos tratan de ocultar esta situación, así como tratan de hacerlo también ciertos clérigos cristianos, cuya conducta, que parece inexplicable, más beneficia al judaísmo y a sus planes subversivos que a la Santa Iglesia de Cristo.

            En el Deuteronomio (capítulo XXVIII, versículos 1 y 2), Moisés, transmitiendo a los hebreos la voluntad divina, define claramente esa situación.

            “1. Y si oyeres la voz del Señor Dios tuyo, para cumplir y guardar todos sus mandamientos, que yo te intimo hoy, el Señor te ensalzará sobre todas las gentes, que hay sobre la Tierra. 2. Y vendrán sobre ti, y te alcanzarán todas esa bendiciones: con tal que escuches sus mandamientos”.

            Hay que tener presente que después de mencionar Moisés todas las bendiciones que otorgaría Dios a los israelitas si cumplían con todos los mandamientos y oían la voz del Señor, enumera las tremendas maldiciones que haría caer sobre ellos si hacían lo contrario.

            Quien quiera conocerlas íntegras puede consultar el propio Deuteronomio, capítulo XXVIII; y Levítico, capítulo XXVI. Nos reduciremos aquí únicamente a insertar algunas de las más importantes:

            En el Deuteronomio (capítulo XXVIII), dice Moisés, transmitiendo lo ordenado por Dios:

            "15. Pero si no quisieres escuchar la voz del Señor Dios tuyo, para guardar, y cumplir todos sus mandamientos y ceremonias, que yo te prescribo hoy, vendrán sobre ti, y te alcanzarán todas estas maldiciones. 16. Serás maldito en la ciudad, maldito en el campo. 17. Maldito tu granero, y malditas tus obras. 18. Maldito el fruto de tu vientre, y el fruto de tu tierra, las manadas de tus vacas, los rebaños de tus ovejas. 19. Serás maldito cuando entres, y maldito cuando salgas. 20. El Señor enviará sobre ti hambre y ansia por comer, y maldición sobre todas tus obras, que tú hicieres: hasta que te desmenuce, y pierda prontamente, a causa de tus malísimas invenciones, por las cuales me abandonaste. 22. El Señor te hiera con suma pobreza, con calentura y frío, con ardor y bochorno, y aire corrompido, y añublo, y te persiga hasta que perezcas. 24. Dé el Señor a tu tierra polvo en vez de lluvia, y descienda del cielo ceniza sobre ti, hasta que seas desmenuzado. 25. Haga el Señor que caigas delante de tus enemigos (tremenda amenaza de destrucción). Salgas por un camino contra ellos, y huyas por siete, y seas disperso por todos los reinos de la Tierra. 43. El extranjero, que vive contigo en tu tierra, subirá sobre ti, y estará más alto: y tú descenderás, y quedarás más bajo (26). 45. Y vendrán sobre ti, y te perseguirán y alcanzarán todas estas maldiciones, hasta que perezcas: por cuanto no oíste la voz del Señor Dios tuyo, ni guardaste sus mandamientos y ceremonias que te mandó. 48. Servirás a tu enemigo, que el Señor enviará contra ti, con hambre y con sed, y con desnudez, y con todo género de carestía: y pondrá un yugo de hierro sobre tu cerviz, hasta que te desmenuce. (Tremenda profecía de esclavitud primero, y luego, de aniquilamiento de los judíos, a manos de enemigos que el mismo Dios les echará encima, como castigo y maldición). 54. El hombre más delicado de los tuyos, y el más entregado a placeres, será mezquino con su hermano, y con su mujer, que duerme en su seno. 55. Para no darles de las carnes de sus hijos, que se comerá: por cuanto ninguna otra cosa tendrá en el cerco y en la penuria, con que te habrán destruido tus enemigos dentro de todas tus puertas. 62. Y quedaréis en corto número, los que antes por la multitud erais como las estrellas del cielo, por cuanto no oíste la voz del Señor Dios tuyo” (27).

            El Levítico (capítulo XXVI), también hace mención al dilema presentado por Dios al pueblo judío, prometiéndole que será su pueblo escogido y bendito si cumple con los mandamientos y lo maldecirá si no los cumple; profetizando además, los castigos con que penará su mala conducta. De las maldiciones lanzadas directamente por Dios contra los israelitas, en este último caso, insertaremos sólo las que consideramos de mayor trascendencia, remitiendo a los quieran conocerlas todas a la propia Sagrada Biblia, que nos sirvió en este asunto.

            “14. Mas si no me oyéreis, ni cumpliéreis todos mis mandamientos. 15. Si despreciáreis mis leyes, y no hiciéreis aprecio a mis juicios, de manera que no cumpláis las cosas que yo he establecido, e invalidáseis mi pacto: (Aquí alude Dios Nuestro Señor, al hecho de que los judíos, con sus pecados, son los que invalidan y rompen el pacto o alianza que celebró Dios con dicho pueblo). 16. Yo también haré esto con vosotros: Os visitaré prontamente con carestía, y con un ardor que acabe con vuestros ojos, y consuma vuestras almas. En vano sembraréis granos, que serán devorados por vuestros enemigos. 17. Pondré mi rostro contra vosotros, y caeréis delante de vuestros enemigos ( otra predicción de aniquilamiento) y quedaréis sujetos a aquellos que os aborrecen. Huiréis sin que ninguno os persiga. (Es impresionante cómo el delirio de persecución colectivo, que sufre actualmente el pueblo judío, coincide sorprendentemente con esta maldición divina). 18. Y si ni aun así me obedeciéreis, añadiré siete tantos más a vuestros castigos por causa de vuestros pecados. 38. Pereceréis entre las gentes, y la tierra enemiga os consumirá. 39. Y si quedaren aún alguno en sus iniquidades en las de ellos, se pudrirán en sus iniquidades en la tierra de sus enemigos, y serán afligidos por los pecados de sus padres y por los suyos” (28).

            La palabra de Dios habla por sí sola. Dios dio a Israel enorme privilegio, pero no para que usara de él como de un fuero que le permitiera cometer impunemente toda clase de pecados y de crímenes, violando los mandamientos y órdenes divinas. Es por esto que Dios, que es todo justicia, sujetó la existencia de ese privilegio y de esa bendición a condiciones muy rigurosas, que garantizaran el buen uso de los mismos por parte de los judíos, imponiéndoles como condición guardar no solamente algunos, sino precisamente todos los mandamientos, tal como expresamente lo dicen diversos versículos del Deuteronomio y del Levítico. Les mandó también que oyeran los mandatos divinos, hicieran aprecio de sus juicios y cumplieran las cosas por Dios establecidas (Levítico, capítulo XXVI, versículos 14 y 15),  so pena de invalidar el pacto o alianza otorgada por Dios a dicho pueblo. Pero, ¿qué es lo que han hecho los judíos durante tres mil años? En vez de cumplir con los mandamientos y demás condiciones por Dios establecidas, asesinaron a gran parte de los profetas, renegaron del Hijo de Dios, lo calumniaron y asesinaron; faltando al primer mandamiento que es amar a Dios sobre todas las cosas; al 5º que prescribe no matar; al 8º que prohibe levantar falso testimonio y mentir. Además de asesinar a varios discípulos de Cristo, manchan sus manos en sangrientas revoluciones en donde han matado a millones de seres humanos y despojado a los cristianos y gentiles de sus riquezas, robándolos primero, con la usura y luego con el comunismo. Blasfeman horriblemente contra el nombre de Dios en los países comunistas, sin que valga la justificación que dan en sus reuniones secretas, en el sentido de que sólo lo harán transitoriamente durante algunos siglos, mientras la máquina destructora del socialismo comunista aniquila todas las religiones falsas, para edificar sobre la ruina de éstas la religión –totalmente deformada- del Dios de Israel y de su pueblo escogido, que será la futura aristocracia de la humanidad.

            Es preciso notar que las blasfemias contra Dios y las negaciones del comunismo materialista no van dirigidas contra tal o cual religión tenida como falsa, sino contra Dios en general y contra todos los valores del espíritu.

            Ni el delirio de grandeza de la Sinagoga de Satanás ni su imperialismo demoníaco, podrán justificar jamás las monstruosas blasfemias que contra Dios se lanzan en los Estados sujetos a la dictadura socialista del comunismo: aunque se diga que es una situación meramente transitoria de unos cuantos siglos.

            En una palabra, en lugar de cumplir con los mandamientos y con todo aquello que Dios puso como condición para que fueran su propio pueblo escogido, lo han violado todo sistemáticamente en la forma más trascendental, sobre todo al perpetrar el deicidio –crimen horrendo consistente en el asesinato de Dios Hijo-, culminación espantosa de tantos crímenes y violaciones a los mandamientos, que han continuado cometiendo hasta nuestros días.

            Así, se han hecho merecedores de todas las maldiciones y castigos con que Dios mismo los amenazó, ya que, en vez de cumplir todos los mandamientos, los desobedecieron. Estas maldiciones y castigos profetizados por el propio Dios Nuestro Señor, se han ido cumpliendo al pie de la letra, hasta el más terrible de ellos, consistente en el aniquilamiento y la destrucción en masa. Si se repasan de nuevo los versículos de la Biblia insertados anteriormente que hablan de esa destrucción y se comparan con las matanzas de judíos en la Europa ocupada por los nazis, se podrá comprobar que una vez más, en la historia, se cumplieron las maldiciones y castigos anunciados por Dios Nuestro Señor hace miles de años para el pueblo judío. Evidentemente,  Dios Nuestro Señor ha utilizado incluso a los pueblos paganos –como los caldeos, los romanos y últimamente los nazis -, como instrumentos de la Divina Providencia para castigar los delitos y pecados del pueblo judío y hacer cumplir las maldiciones predichas por el mismo Dios. La Santa Inquisición, al castigar con la muerte a los judíos infiltrados en la Iglesia y en el clero, no fue más que otro instrumento de la Divina Providencia para aplicar sobre ellos los castigos anunciados por Dios al propio Moisés.

            Si los hebreos o sus instrumentos dentro de la Cristiandad se sienten molestos al leer estas líneas, deben reconocer, sin embrago, que ni debemos ni podemos modificar los mandatos divinos.

            En el capítulo siguiente veremos cómo los profetas bíblicos, transmitiendo la voluntad de Dios, fueron todavía más claros que Moisés en lo que respecta a los castigos que azotarían a los judíos en virtud de sus pecados y crímenes.

 

 

            Capítulo Cuarto

            MATANZAS DE JUDÍOS ORDENADAS POR DIOS COMO CASTIGO

 

            De los tremendos castigos prescritos por Dios en contra de los judíos, hablan también, constantemente, los profetas de la Sagrada Biblia.

            En la profecía de Isaías, Dios, por boca de aquél, predice contra los israelitas varias sanciones que sería largo transcribir, reduciéndonos solamente a estos dos versículos del capítulo LXV (remitiendo a quienes quieran profundizar este tema a las Sagradas Escrituras):

            “11. Mas vosotros que desamparásteis al Señor, que olvidásteis mi santo monte, que ponéis mesa a la Fortuna, y derramáis libaciones sobre ella. 12. Por cuenta os pasaré a cuchillo, y todos caeréis en la matanza: porque llamé, y no respondísteis: hablé, y no oísteis: y hacéis el mal delante de mis ojos, y escogísteis lo que yo no quise” (29).

            El profeta Ezequiel narra que, indignado el Señor por la idolatría de los judíos (¿cómo estará indignado ahora con ese tipo nuevo de idolatría del Estado socialista y de otros fetiches que los judíos han instaurado en los infiernos comunistas?), le había revelado Dios:

            Capítulo VIII. “18. Pues también yo haré en mi furor: no perdonará mi ojo, ni tendré piedad: y cuando gritaren a mis orejas a grandes voces, no los oiré” (30).

            Capítulo IX. “1. Y gritó en mis orejas con grande voz, diciendo: Se han acercado las visitas de la ciudad, y cada uno tiene en su mano un instrumento de matar. 5. Y les dijo, oyéndolo yo: Pasad por la ciudad siguiéndole, y herid: no perdone vuestro ojo, ni os apiadéis. 6. Matad al viejo, al jovencito, y a la doncella, al niño, y a las mujeres hasta que no quede ninguno: mas a todo aquel, sobre quien viéreis el tháu no le matéis, y comenzad por mi santuario. Comenzaron pues por los hombres más ancianos, que estaban delante de la casa. 7. Y les dijo: profanad la casa, y llenad los patios de muertos: salid. Y salieron, y mataban a los que estaban en la ciudad. 8. Y acabada la mortandad, quedé yo: y me postré sobre mi rostro, y dije a voces: Ah, ah, ah, Señor Dios: ¿por ventura destruirás todas las reliquias de Israel, derramando tu furor sobre Jerusalén? 9. Y me dijo: La iniquidad de la casa de Israel y de Judá es grande muy en demasía, y llena está la tierra de sangres, y la ciudad llena está de aversión: porque dijeron: Desamparó el Señor la tierra, y el Señor no ve. 10. Pues tampoco mi ojo perdonará, ni tendré piedad: retornaré su camino sobre sus cabezas” (31).

La palabra de Dios Nuestro Señor habla por sí sola. No podemos, sin blasfemar, contradecirla o criticarla. Es la justicia divina, tal como nos la revelan las Sagradas Escrituras, y no como la falsifican tanto los judíos declarados como los clérigos que se dicen cristianos, pero que obran como si fuesen judíos, haciéndole el juego a la Sinagoga de Satanás.

            En la profecía de Oseas, se habla de los crímenes de Israel y de Judá y de los castigos que Dios les impondrá:

            Capítulo IV. “1. ...porque no hay verdad, ni hay misericordia, ni conocimiento de Dios en la tierra. 2. La maldición, y mentira, y homicidio, y robo, y adulterio la inundaron, y un homicidio se toca con otro homicidio” (32).

            Capítulo V. “2. Y las víctimas hicísteis caer en el abismo...5. Y se mostrará la arrogancia de Israel y Ephraím caerán en su maldad, caerá también Judá con ellos” (33).

            Al tiempo que se refiere a las maldades de Israel, expresa Dios Nuestro Señor, en la profecía de Amós, su resolución de no permitir que esas maldades pasen más adelante:

            Capítulo VIII. “2. Y dijo: ¿Qué ves tú, Amós? y dije: Un garabato para frutas. Y me dijo el Señor: Venido es el fin sobre mi pueblo de Israel: no le dejaré ya pasar más adelante” (34)

            Capítulo IX. “1. Vi al Señor que estaba sobre el altar, y dijo: Hiere en el quicio, y estremézcanse los dinteles: porque hay avaricia en la cabeza de todos, y mataré a espada hasta el ínfimo de ellos: ninguno escapará. Huirán y ninguno de los que huyere se salvará” (35).

            En la profecía de Daniel, menciona éste lo que le reveló el Arcángel San Gabriel acerca de la muerte de Cristo, manifestando que el pueblo que lo repudió no sería ya más el pueblo escogido de Dios, sino que vendría la desolación a Israel hasta la consumación y el fin del mundo:

            Capítulo IX. “25. Sabe pues, y nota atentamente: Desde la salida de la palabra, para que Jerusalén sea otra vez edificada, hasta Cristo príncipe, serán siete semanas, y sesenta y dos semanas: y de nuevo será edificada la plaza, y los muros en tiempos de angustia. 26. Y después de sesenta y dos semanas será muerto el Cristo: y no será más suyo el pueblo que le negará. Y un pueblo con un caudillo que vendrá, destruirá la ciudad, y el santuario: y su fin estrago, y después del fin de la guerra vendrá la desolación decretada. 27. Y afirmará su alianza con muchos (es decir, con lo que abracen el cristianismo que sustituirá al antiguo pueblo elegido) en una semana: y en medio de esta semana cesará la hostia y el sacrificio: y será en el templo la abominación de la desolación: y durará la desolación hasta la consumación y el fin” (es decir, hasta el fin del mundo) (26).

            Es increíble que algunos clérigos que se dicen buenos cristianos, pero que más se preocupan por defender al judaísmo que por defender a la Santa Iglesia, se atrevan a sostener, en nuestros días, que el pueblo deicida sigue siendo todavía el pueblo escogido de Dios, a pesar de todos sus crímenes y de los pasajes de las Sagradas Escrituras, que demuestran qué lejos de ser en la actualidad el pueblo elegido –como lo fue antes de Jesucristo-, es un pueblo maldito de Dios por haber caído sobre él las maldiciones que el Señor le lanzó en caso de que no cumpliera con todos sus mandamientos; maldiciones que con mayor razón cayeron sobre los judíos por haber cometido el crimen más atroz y punible de todos los tiempos: desconocer, martirizar y crucificar a Dios Hijo en persona.

            Es muy duro comprender toda la verdad sobre este asunto. Sobre todo la verdad desnuda en un mundo influenciado, desde generaciones atrás, por un cúmulo de mentiras y de fábulas judaicas, usando las propias palabras de San pablo (37); fábulas que han ido deformando la verdad acerca del problema judío, en la propia mente de los católicos. Es, pues, urgente que alguien se atreva a hablar claro, aunque resulte desagradable a todos los que en la Cristiandad, con sus actitudes erróneas o de mala fe, se sientan heridos en carne propia. Recordemos que el mismo Cristo Nuestro Señor nos dijo claramente que sólo la verdad nos haría libres (38).

            Por otra parte, la palabra de Dios antes transcrita, nos demuestra que así como Dios fue enérgico e implacable en su lucha contra Satanás, también es implacable en su lucha contra las fuerzas de Satanás en la Tierra.

            Esto deja sin fundamento los intentos del enemigo de maniatar a los cristianos con una moral derrotista y cobarde, basada en la idea de una supuesta caridad cristiana que ellos modelan a su antojo y cuyo uso prescriben para enfrentarse a las ya señaladas fuerzas de Satanás en la Tierra; moral que contradice visiblemente la actitud combativa y enérgica de Dios Nuestro Señor en estos casos.

            Con los anteriores pasajes del Antiguo Testamento, que contienen lo que Dios Nuestro Señor reveló por conducto de Moisés y de los profetas, queda echado por tierra el mito de que el pueblo judío es intocable, que nadie puede combatir sus crímenes porque es una especie de pueblo sagrado, pues ya se ha visto que Dios prescribió los castigos que haría caer sobre él si lejos de cumplir con todos los mandamientos, los violara. La Santa Iglesia, al dar su aprobación a la política represiva del Santo Oficio de la Inquisición. Obró en armonía con lo que Dios había previsto en el Antiguo Testamento y defendió a toda la humanidad, deteniendo durante varios siglos el progreso de la conspiración sangrienta que está por hundir al mundo en el caos y en la esclavitud más monstruosa de todos los tiempos.

            Nosotros, sinceramente, somos enemigos del derramamiento de sangre; nuestro fervoroso anhelo es que las guerras desaparezcan de la faz de la Tierra. Pero los judíos deben comprender que esas terribles matanzas que han sufrido a través de los milenios, además de estar anunciadas en el Antiguo Testamento como castigo divino, han sido la consecuencia, en su mayor parte, de una conducta criminal observada por los israelitas en el territorio de los pueblos que generosamente los dejaron inmigrar y les brindaron cordial hospitalidad.

            Si los hebreos en cada país que los recibe con los brazos abiertos pagan esa bondadosa acogida iniciando una traidora guerra de conquista, organizando complots, haciendo estallar revoluciones y matando por millares a los ciudadanos de esa nación, es natural que sufran las consecuencias de sus actos criminales. Y si nosotros lamentamos el derramamiento de sangre hasta de los criminales (aunque tenga su justificación), con mayor razón, lamentamos el derramamiento de sangre cristiana y gentil que los judíos hacen verter a torrentes con sus revoluciones masónicas y comunistas o con el terror rojo donde logran imponerlo.

            Si los judíos no quieren que en el futuro los pueblos reaccionen violentamente contra ellos, es necesario que demuestren su buena voluntad con hechos y no con promesas que nunca han cumplido; y que se abstengan de seguir agrediendo a dichos pueblos con sus organizaciones revolucionarias y terroristas de distinto género. Deberían disolver la masonería, los partidos comunistas y demás asociaciones que ellos utilizan como medio de dominación; también deberían libertar a los pueblos esclavizados por sus dictaduras comunistas, permitiéndoles la realización de elecciones libres. En una palabra, cesar la agresión que en todo el mundo realizan contra las distintas naciones, pues deben comprender que quien inicia una conquista, está expuesto al contraataque que en legítima defensa le lance el agredido.

 

 

 

            Capítulo Quinto

            ANTISEMITISMO Y CRISTIANISMO

 

            En todas sus empresas imperialistas y revolucionarias, los judíos han empleado una táctica inconfundible para engañar a los pueblos, utilizando conceptos abstractos y vagos o juegos de palabras de significado elástico que pueden entenderse en forma equívoca y aplicarse de diferentes maneras.

            Aparecen, por ejemplo, los conceptos de igualdad, libertad, fraternidad universal y, sobre todo, el de antisemitismo, vocablo este último de elasticidad enorme; abstracción a la que van dando distintos significados y aplicaciones tendientes a encadenar a los pueblos cristianos y gentiles, con miras a impedir que puedan defenderse del imperialismo judaico y de la acción destructora de sus fuerzas anticristianas.

            La engañosa maniobra puede sintetizarse como sigue:

            PRIMER PASO. Lograr la condenación del antisemitismo por medio de hábiles campañas y de presiones de todo género –insistentes, coordinadas y enérgicas-, ejercidas por fuerzas sociales controladas por el judaísmo o ejecutadas por medio de sus agentes secretos introducidos en las instituciones cristianas, en sus iglesias o en sus estados.

            Para poder dar ese primer paso y lograr que los dirigentes religiosos y políticos de la Cristiandad vayan, uno tras otro, condenando el antisemitismo, dan a éste un significado inicial que lo representa:

            1º Como una discriminación racial del mismo tipo que la ejercida por los blancos de ciertos países contra los negros o por los negros contra los blancos. También presentan el antisemitismo como un racismo que discrimina por inferiores a otras razas, contrario a las enseñanzas y a la doctrina del Mártir del Gólgota, que estableció y afirmó la igualdad de los hombres ante Dios.

            2º Como simple odio al pueblo judío, que contradice la máxima sublime de Cristo: “Amaos los unos a los otros”.

            3º Como ataque o condenación al pueblo que dio su sangre a Jesús y María. A éste, los judíos le han llamado el ”argumento irresistible”.

            Dando al antisemitismo inicialmente esos u otros significados análogos, han logrado los judíos o sus agentes infiltrados en la Cristiandad, sorprender la caridad, la bondad y buena fe de muchos gobernantes cristianos e incluso de jerarcas religiosos, tanto de la Santa Iglesia Católica como de las iglesias protestantes y disidentes (39) para que, cediendo a tan bien organizadas como oscuras y persistentes presiones, se formulen censuras o condenaciones abstractas y generales contra el antisemitismo, sin entrar en detalles sobre lo que realmente se condena o sobre lo que significa ese antisemitismo censurado, dejando así, impreciso y vago, lo que fue realmente objeto de condenación, con peligro de dejar a los judíos y a sus agentes dentro de la Cristiandad como únicos intérpretes de tan graves decisiones.

            Cuando los jerarcas religiosos –sometidos a inconfesables presiones- tienen por lo menos el cuidado de definir lo que entienden por ese antisemitismo que condenan, el peligro es menor, ya que en la condenación quedan bien precisos los términos de lo que se condena, por ejemplo, la discriminación racial o el odio a los pueblos.

            Así, aunque los judíos tengan, de todos modos, la audacia de pretender una interpretación más amplia del antisemitismo para extender mañosamente el radio de acción de la condenación, es más fácil descubrir y demostrar el sofisma en todos sus alcances.

 

            SEGUNDO PASO. Después que los judíos o sus agentes secretos logran esas condenaciones del antisemitismo, dan a este vocablo un significado muy distinto del que le asignaron para obtener tales condenaciones. Entonces, serán antisemitas:

 

            1º Los que defienden a sus países de las agresiones del imperialismo judaico, haciendo uso del derecho natural que tienen todos los pueblos de defender su independencia y su libertad.

            2º Los que critican y combaten la acción disolvente de las fuerzas judaicas que destruyen la familia cristiana y degeneran a la juventud con la difusión de falsas doctrinas o de toda clase de vicios.

            3º Los que en cualquier forma censuran o combaten el odio y la discriminación racial, que los judíos se creen con derecho a ejercer en contra de los cristianos, aunque hipócritamente traten de ocultarlo; y los que, en alguna forma, denuncian las maldades, delitos y crímenes cometidos por los judíos contra los cristianos, musulmanes o demás gentiles y demandan el merecido castigo.

            4º Los que desenmascaran al judaísmo como dirigente del comunismo, de la francmasonería y de otros movimientos subversivos, pidiendo que se adopten las medidas necesarias para impedir su acción disolvente en el seno de la sociedad.

            5º Los que en cualquier forma se oponen a la acción judía tendiente a destruir a la Santa Iglesia y a la civilización cristiana en general.

 

            Este juego sucio salta a la vista: obtienen censuras o condenaciones contra un antisemitismo que identifican con una discriminación racial o con una manifestación de odio a los pueblos ejercida contra los judíos, ambas contrarias a la Doctrina cristiana, para después dar al vocablo nuevos significados y tratar de que quienes defienden a la Santa Iglesia, a sus naciones, a sus familias o sus derechos naturales en contra de las agresiones del imperialismo judío, queden atados de pies y manos e impedidos para realizar tan justa defensa.

            Para lograrlo, las fuerzas hebreas públicas y secretas montan un aparato estruendoso de propaganda y de lamentos, quejándose clamorosamente de los antisemitas, que son los que hacen uso de tales derechos de legítima defensa.

            Se desgañitan afirmando que la Iglesia condenó el antisemitismo y condenan en su nombre a dirigentes que, según aseguran, ningún creyente debe secundar en esa antisemítica labor de defensa de sus pueblos, de sus familias y de la Santa Iglesia contra la acción revolucionaria del imperialismo judío; maniobra burda, pero que logra sembrar la desorientación y provocar la desbandada, debilitando la acción de esos respetables caudillos en defensa de sus naciones y de la civilización cristiana. Es la forma más segura que ellos han ideado para conseguir el triunfo de las revoluciones judeo-masónicos o judeo-comunistas.

            Estas tácticas han asegurado el triunfo del judaísmo en los últimos tiempos y han provocado la consiguiente catástrofe que amenaza al mundo cristiano. Por ello, este asunto debe ser estudiado a fondo y meditado por todos los que estamos obligados a defender a la Santa Iglesia y a nuestra patria del imperialismo anticristiano que representa el judaísmo moderno.

            Un ejemplo de estas increíbles maniobras nos lo presenta el siguiente caso: el respetable escritor católico don Vicente Risco, nos describe cómo ciertas organizaciones, fundadas para lograr la conversión de los judíos, han sido más eficaces para defender a la raza judía que para convertirla. Los hermanos Lemann, por ejemplo, aprovecharon el celo evangélico de la Santa Iglesia, más para defender al pueblo judío que para lograr resultados eficaces en la conversión. Así, cuando el escritor católico Drumont denunció el siglo pasado en su obra “La France Juïve”, la conspiración judía para destruir a la Cristiandad y dominar al pueblo francés, el P. Lemann contestó en defensa de su raza, colaborando con ello a la derrota de los católicos en Francia y al triunfo judeo-masónico. Otro tanto ocurre con la Orden de Nuestra Señora de Sión, fundada por judíos conversos, la cual se dedica más a defender a los hebreos afiliados a la Sinagoga de Satanás, que a convertirlos de verdad.

            En el presente siglo se fundó otra asociación (“Amigos de Israel”) destinada a incorporar a los judíos a la Iglesia, mediante su conversión. Tan evangélico ideal captó muchas simpatías, logrando atraer innumerables adhesiones de clérigos y seglares. El culto historiador Vicente Risco dice al respecto:

            “De ella formaban parte numerosos fieles influyentes y ricos, obispos y hasta cardenales. Hacían propaganda, y publicaron un folleto favorable a los judíos, titulado “Pax Super Israel”. Esta asociación comenzó a sostener doctrinas extravagantes `un poco al margen del genuino espíritu de la Iglesia católica, separándose paulatinamente de la tradición y de las enseñanzas de los Santos Padres y de la Liturgia´, dice una revista católica”.

            Decían que no debía hablarse de `conversión´ de los judíos, sino solamente de `ingreso´ en la Iglesia, como si los judíos no tuvieran para ello que abandonar sus errores. Rechazaban los calificativos de pueblo `deicida´ aplicado a los judíos, de ciudad `deicida´ aplicado a Israel, como si los judíos no hubiesen contribuido a la muerte de Jesús, y como si la liturgia no les llamase `pérfidos´.

            Incriminaban a los Santos Padres por `no haber comprendido al pueblo judaico´, como si éste no fuese culpable al persistir voluntariamente en el judaísmo.

            Por último, insistían en la nacionalidad judía de Jesucristo, y hacían observar que los cristianos, por medio de la Sagrada Comunión, nos unimos con los judíos y contraemos con ellos parentesco de sangre...”

            Naturalmente, esto era ya demasiado aventurado. La Iglesia no podía tolerarlo y la Sagrada Congregación del Santo Oficio no tuvo más remedio que intervenir. Como entre tan temerarios `Amigos de Israel´ había muchos fieles de buena fe, obispos y cardenales, la Congregación, en su decreto, que es del año 1928, no pronunció una condena formal, sino implícita, suprimiendo la asociación y el folleto `Pax Super Israel´, origen de la intervención” (40)

            La revista de la Compañía de Jesús “Civiltá Cattòlica” editada en Roma, dedicó –en el año de 1928- el opúsculo 1870 a combatir esa infiltración judía bajo el título de: “El peligro judaico y los `Amigos de Israel´”.

           La asistencia divina fue patente, una vez más, al quedar desbaratada esta nueva conjura llevada a las más altas esferas de la Santa Iglesia. Este ejemplo tiene gran actualidad, porque según hemos sabido, los israelitas están tramando algo mucho más grave para el Concilio Vaticano II, en donde aprovechándose del santo celo de la unidad cristiana y de al conversión de los judíos, tratan de lograr que se aprueben resoluciones respecto a los hebreos que no sólo contradigan la Doctrina sostenida por la Santa Iglesia durante siglos, sino que, en forma casi imperceptible para la gran mayoría de los Padres del Concilio, constituyan, tales resoluciones, una condenación tácita de la política observada por Papas y concilios anteriores, durante mil quinientos años.

            Respecto a la asociación filosemita “Amigos de Israel”, de la cual formaban parte cardenales, obispos y fieles, y su folleto “Pax Super Israel”, su condenación implícita por el Santo Oficio –mediante el decreto de supresión del año 1928-, no fue cosa fácil. Hubo lucha encarnizada en las más altas esferas de la Iglesia, según se dice en fuentes dignas de crédito; y cuando sus miembros vieron inevitable la disolución de la sociedad y la prohibición consiguiente, dieron un contragolpe desesperado, aprovechándose nuevamente de la caridad cristiana y de la buena fe de los altos jerarcas de la Santa Iglesia para lograr que se condenara también el antisemitismo, considerándolo como una manifestación del odio de razas contrario a las prédicas de Cristo Nuestro Señor, basadas en el sublime lema: “Amaos los unos a los otros”. Así lograron, después de ejercer influencias y presiones múltiples, que el Santo Oficio que disolvía a la asociación filosemita, promulgara un decreto el 25 de marzo del mismo año en el cual se establecía que la Santa Iglesia:

            “Así como reprueba todos los odios y animosidades entre los pueblos, así condena el odio contra el pueblo en otros tiempos escogido por Dios, este odio que hoy de ordinario se designa con la palabra antisemitismo”.

            Como de costumbre, el judaísmo –por medio del grupo condenado “Amigos de Israel” y su publicación “Pax Super Israel”- consiguió también una condenación del antisemitismo, identificándolo como un odio a determinado pueblo, odio incompatible con las prédicas de amor de Cristo Nuestro Señor; con posterioridad ha tratado de hacer caer esa condenación sobre los católicos que defienden de la conspiración judía a la Santa Iglesia, a su patria y a sus hijos, dándole a la palabra antisemitismo otro significado distinto del que sirvió de base a la condenación.

            Con esta técnica seguida por los judíos, cuando algún católico de estados Unidos pide que se castigue a los espías hebreos por entregar secretos atómicos a Rusia dando al comunismo poder para avasallar al mundo, se le dice que eso es antisemitismo, condenado por la Iglesia y que debe callarse. Si alguien denuncia a los judíos como dirigentes del comunismo y de la masonería y pone en claro sus deseos de destruir a la Santa iglesia, será también condenado por antisemita. El resultado de estos sofismas e intrigas, es lograr que se considere a los judíos como intocables, para que puedan cometer toda clase de crímenes contra los cristianos, musulmanes y demás gentiles; urdir las más destructoras conspiraciones en contra de la Iglesia y de los estados cristianos y realizar las más demoledoras revoluciones francmasónicas o comunistas, sin que nadie pueda tocarlos, castigarlos ni mucho menos impedir sus actividades, pues sería acusado de antisemitismo y caería dentro de la condenación del Santo Oficio. Si los dirigentes de esta benemérita Institución (Sagrada Congregación del Santo Oficio), que disolvieron la organización  filojudía “Amigos de Israel” y su folleto “Pax Super Israel”, se hubieran dado cuenta del mal uso que iban a hacer –el judaísmo y todos sus agentes- del decreto que condena el odio a todos los pueblos y por lo tanto, al pueblo judío, se habrían quedado, sin duda, horrorizados.

            Si se quiere ver más claramente la patraña urdida por el judaísmo a este respecto, basta con tener en cuenta un ejemplo muy elocuente que hace ver lo malévolo de estos verdaderos malabarismos, realizados por los hebreos y sus cómplices, con la palabra antisemitismo.

            ¿Qué les parecería a los judíos, si partiendo de la base de que la Santa Iglesia condena el odio de unos pueblos contra otros, se hubiera llegado durante la guerra pasada a la conclusión de que dicha condena incluye el odio al pueblo alemán, llamado por analogía antigermanismo, para luego declarar ilícita toda lucha contra los nazis, ya que éstos eran alemanes, y que combatirlos es una manifestación de antigermanismo, condenado previamente? ¿Hubieran los judíos aceptado semejante manera de razonar, permitiendo que al amparo de estos juegos de palabras se pretendiera declarar intocable a la Alemania nazi?

            Ante un silogismo semejante, los judíos, como su antecesor Caifás, hubieran desgarrado sus vestiduras protestando contra los criminales juegos de palabras, lo cual no obsta para que los hebreos, con tranquilidad y cinismo utilicen estos equívocos para tratar de impedir que los cristianos puedan defenderse.

            Los judíos acechan actualmente a la Santa Iglesia como antes acechaban a Cristo Nuestro Señor. Recordemos cuántas veces sus dirigentes, sacerdotes, escribas y fariseos, le tendían lazos y le ponían trampas para lograr que se contradijera y perdiera su influencia sobre el pueblo o para tratar de colocarlo en una situación falsa que les permitiera justificar su asesinato.

            Algo similar ocurre ahora con la Santa Iglesia, que habiendo condenado al judaísmo y a los judíos en repetidas ocasiones, durante mil ochocientos años y habiendo también luchado contra ellos en forma tenaz y enérgica durante mil quinientos años, está teniendo que sortear más que nunca, las trampas y lazos que le preparan los hebreos para hacerla contradecirse a sí misma, utilizando a sus espías dentro del clero con el fin de empujarla por medio de engaños sutiles a condenar la doctrina y la política de los padres de la Iglesia, de SS. SS. los Papas y de los concilios ecuménicos y provinciales que durante tantos siglos condenaron repetidamente a los judíos como ministros del demonio, y también a quienes, dentro del clero, los ayudaban en perjuicio de la fe cristiana.

            En cuanto a las condenaciones del racismo, ocurre algo por el estilo. Los israelitas y sus cómplices dan al vocablo racismo un significado restringido, equiparándolo a la pretensión de determinada raza de considerar inferiores a los demás o a un racismo antisemita que sacrílegamente incluye en sus diatribas a Cristo Nuestro Señor y a la Santísima Virgen. Los judíos y sus colaboradores dentro del clero quieren lograr con tan impresionantes argumentos, una condenación del racismo en general, para luego acusar los judíos y a sus colaboradores dentro del clero como racistas a todos los que luchan en defensa de la Iglesia y de su patria en contra de la agresión, infiltración y dominio judaicos. Además, debemos tomar en cuenta que eso de condenar al racismo en una forma explotable por los hebreos es peligrosísimo para la Iglesia católica, ya que existen bulas de SS. SS. los Papas Paulo III y Paulo IV, prohibiendo y confirmando la prohibición del acceso a las dignidades de la iglesia a los católicos de raza judía; existen también bulas que definen esta doctrina –las cuales estudiaremos mas adelante- por lo que una condenación al concepto abstracto del racismo, al que los hebreos le van dando la interpretación y significado que mejor les conviene, según las circunstancias, se prestará a que los malintencionados puedan afirmar que la Santa iglesia se contradijo a sí misma, y lo que es más grave aún, que condena tácitamente a algunos de sus más ilustres Papas, que confirmaron los llamados Estatutos de Limpieza de Sangre.

 

 

 

 

NOTAS:

 

 

[1] Biblia Scio traducida al español de la “Vulgata” latina por el Ilmo. Sr. D. Felipe Scio de San Miguel, 5 vols. Madrid: Gaspar y Roig, Editores. 1852. Tomo I, p. 59.

[2] Biblia Scio, anotaciones autorizadas a la sagrada Biblia. Tomo I, p. 59.

[3] Biblia Scio, Profecía de Isaías, Cap. IX, Vers. 10-12. Tomo IV, p. 115.

[4] Talmud tratado “Baba Metzia”. Folio 114, columna 2.

[5] “Jebamoth”. Folio 94, columna 2.

[6] “Eben Ha Eser” 6 y 8.

[7] “Aboda Sara” 26B Tosephot.

[8] “Shabbath”. Folio 89, columna 2.

[9] Kabala ad Pentateucum. Folio 97, columna 3.

[10] “Chaniga”. Folio 3ª. 3b.

[11] Talmud de Babilonia, tratado “Sanhedrín”. Folio 104, columna 1.

[12] Talmud de Babilonia, tratado “Schabb”. Folio 120, columna 1; tratado “Sanhedrín”. Folio 88, columna 2 y folio 89, columna 1.

[13] Divre en “Dav”. Folio 37.

[14] Cecil Roth, Storia del popolo ebraico. Milán: 1962. pp. 327, 408.

[15] Gobierno de México, Procesos de Luis de Carvajal (el mozo). México: Publicaciones del Archivo General de la nación, 1935. XXVIII, pp. 127-128.

[16] Procesos de Luis de Carvajal (el mozo). Edición citada, p. 128.

[17] Procesos de Luis de Carvajal (el mozo). Edición citada, pp. 130-131.

[18] Procesos de Luis de Carvajal (el mozo). Edición citada, pp. 140-141.

[19] Procesos de Luis de Carvajal (el mozo). Edición citada, pp. 141.

[20] Procesos de Luis de Carvajal (el mozo). Edición citada, pp. 158-159.

[21] Procesos de Luis de Carvajal (el mozo). Edición citada, pp. 143-144, 150.

[22] Procesos de Luis de Carvajal (el mozo). Edición citada, pp. 162-164.

[23] Juan Tejada y Ramiro, Colección de cánones y de todos los concilios de la Iglesia en España y América. Madrid, 1859. Tomo II, p. 305.

[24] Juan Tejada y Ramiro, Colección de cánones y de todos los concilios de la Iglesia en España y América. Tomo II, p. 308.

[25] Cecil Roth, Storia del pòpolo ebraico. Milán, 1962. p. 477.

[26] “Los Padres de la Iglesia entienden en esta profecía la vocación de los gentiles a la fe, los cuales fueron por esta causa gloriosamente preferidos a los judíos” (San Cipriano, Contra Judae. Libro I, Cap. 21) en Biblia Scio, edición citada. Tomo I, nota 2, p. 447.

[27] Biblia, Deuteronomio, Cap. XXVIII, Vers. 43, 45, 48, 54, 55, 62.

[28] Biblia, Levítico, Cap. XXVI, Vers. 14-18 y 38-39.

[29] Biblia, Profecía de Isaías, Cap. LXV, Vers. 11-12.

[30] Biblia, Profecía de Ezequiel, Cap. VIII, Vers. 18.

[31] Biblia, Profecía de Ezequiel. Cap. IX, Vers. 1, 5-10.

[32] Biblia, Profecía de Oseas. Cap. IV, Vers. 1-2.

[33] Biblia, Profecía de Oseas. Cap. V, Vers. 2, 5.

[34] Biblia, Profecía de Amós. Cap. VIII, Vers. 2.

[35] Biblia, Profecía de Amós. Cap. IX, Vers. 1.

[36] Biblia, Profecía de Daniel. Cap. IX, Vers. 25-27.

[37] San Pablo (Epístola a Tito, Cap. I, Vers. 13-14) le decía: “Y que no den oído a las fábulas judaicas, ni a mandamientos de hombres, que se apartan de la verdad”.

[38] Biblia, Evangelio según San Juan, Cap. VIII, Vers. 32.

[39] Nos abstenemos de emplear términos más duros para designar a las iglesia protestantes y cismáticas, atendiendo al deseo que tenemos de lograr la unidad de los cristianos, sobre las bases de la auténtica ortodoxia.

[40] Vicente Risco, Historia de los judíos. 3ª edición. Barcelona: Editorial Surco, 1960, 1960. pp. 430-431.

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