IDENTIDAD CATÓLICA |
TERCERA PARTE
LA SINAGOGA DE SATANÁS.
[Capítulos 6-11 completos]
Capítulo
Sexto
CRISTO
NUESTRO SEÑOR, SÍMBOLO DEL ANTISEMITISMO SEGÚN LOS JUDÍOS
Para que se den cuenta los clérigos católicos bienintencionados de lo
peligroso que es este asunto del antisemitismo, deben saber que los hebreos en
distintas épocas han considerado como antisemitas a Nuestro Señor Jesucristo,
a los Evangelios, a diversos Papas, concilios y santos de la Iglesia. Y es
natural que lo hayan hecho, ya que consideran como antisemita a todo aquel que
critica o combate sus maldades, sus crímenes o sus conspiraciones contra la
humanidad; tanto Nuestro Señor Jesucristo como los apóstoles y demás
autoridades católicas mencionadas, criticaron y combatieron en diversas
ocasiones las depredaciones de los judíos.
El Nuevo Testamento de la Sagrada Biblia, los cánones
de los concilios, las bulas y breves de los Papas y los testimonios fidedignos
de santos canonizados por la Iglesia, así como las confesiones de parte hechas
por los mismos judíos, lo demuestran irrecusablemente las depredaciones de los
judíos.
Para que los católicos no tengan la menor duda
sobre los testimonios que se señalan, vamos a transcribir, por principio de
cuentas, lo que el destacado escritor sionista, Joseph Dunner, escribió en su
libro “La República de Israel”, en el cual afirma lo siguiente:
“Para
toda secta creyente en Cristo, Jesús es el símbolo de todo lo que es limpio,
sano y digno de amar. Para los judíos, a partir del siglo IV, es el símbolo
del antisemitismo, de la calumnia, de la violencia, de la muerte violenta” (41).
Al considerar a Cristo Nuestro Señor como símbolo
del antisemitismo, o mejor dicho, del antijudaísmo, los israelitas tienen toda
la razón, pues si llaman antisemita a todo aquel que censura y combate sus
maldades, nuestro Divino Redentor fue el primero que lo hizo.
Jesucristo Nuestro Señor, discutiendo con unos
judíos entabló con ellos el siguiente diálogo, según lo narra el Evangelio
de San Juan:
Capítulo VIII. “39.
Respondieron, y le dijeron: NUestro padre es Abraham. Jesús les dijo: Si sois
hijos de Abraham, haced las obras de Abraham. 40. Mas ahora me queréis matar,
siendo hombre, que os he dicho la verdad, que oí de Dios: Abraham no hizo esto.
41. Vosotros hacéis las obras de vuestro padre. Y ellos le dijeron: Nosotros no
somos nacidos de fornicación: un Padre tenemos que es Dios. 42. Y Jesús les
dijo: Si Dios fuese vuestro Padre, ciertamente me amaríais. Porque yo de Dios
salí, y vine: y no de mí mismo, mas El me envió. 43. ¿Por qué no entendéis
este mi lenguaje? Porque no podéis oir mi palabra. 44. Vosotros sois hijos del
diablo, y queréis cumplir los deseos de vuestro padre: él fue homicida desde
el principio, y no permaneció en la verdad: porque no hay verdad en él: cuando
habla mentira, de suyo habla, porque es mentiroso, y padre de la mentira. 47. El
que es de Dios, oye las palabras de Dios. Por eso vosotros no las oís, porque
no sois de Dios. 48. Los judíos respondieron, y le dijeron: ¿No decimos bien
nosotros, que tú eres Samaritano, y que tienes demonio? 49. Jesús respondió:
Yono tengo demonio: más honro a mi Padre, y vosotros me habéis deshonrado. 52.
Los judíos le dijeron: Ahora conocemos, que tienes demonio. Abraham murió y
los profetas: y tu dices: el que guardare mi palabra, no gustará muerte para
siempre”.
Y este pasaje de Evangelio termina con estos
versículos:
“57.
Y los judíos le dijeron: ¿Aún no tienes cincuenta años, y has visto a
Abraham? 58. Jesús les dijo: En verdad, en verdad os digo, que antes que
Abraham fuese, yo soy. 59. Tomaron entonces piedras para tirárselas: mas Jesús
se escondió, y salió del templo” (42).
En el pasaje anterior del Evangelio de San
Juan, se ve cómo Cristo Nuestro Señor, con palabras serenas les echa en cara
sus intentos homicidas, llamando concretamente a los judíos hijos del diablo.
Este pasaje tan ilustrativo muestra cómo los
hebreos desde esos tiempos tenían las mismas malas ideas que ahora.
En efecto, los judíos no pueden sostener una
discusión en forma serena y honesta sin hacer intervenir en ella los insultos,
la calumnia o la acción violenta, según les conviene. Y si con nuestro Divino
Salvador emplearon la mentira y el insulto tratando de deshonrarlo –como El
mismo lo testifica en el mencionado versículo 49- o pretendiendo terminar la
discusión a pedradas; ¿qué podemos esperar de ellos nosotros, pobres seres
humanos?
En el capítulo XXIII del Evangelio según San Mateo, Nuestro Señor Jesucristo, refiriéndose a los dirigentes judíos que tanto lo combatieron (43), los llama hipócritas (versículos 13, 14, 15); llenos de iniquidad (versículo 28); necios, ciegos (versículo 17); limpios por fuera y llenos de rapacidad y de inmundicia por dentro (versículo 25); sepulcros blanqueados, que parecen de fuera hermosos a los hombres y dentro están llenos de huesos de los profetas (versículo 31); terminando dicho capítulo de los Santos Evangelios con esta terminante acusación de Nuestro Señor Jesucristo contra los judíos que renegaron de su Mesías y lo combatían y que por su importancia insertamos completa:
“33.
Serpientes, raza de víboras, ¿cómo huiréis del juicio de la gehenna
(infierno)? 34. Por esto he aquí, yo envío a vosotros profetas y sabios, y
doctores, y de ellos mataréis, y crucificaréis y de ellos azotaréis en
vuestras Sinagogas; y los perseguiréis de ciudad en ciudad: 35. Para que venga
sobre vosotros toda la sangre inocente, que se ha vertido sobre la tierra, desde
la sangre de Abel el justo, hasta la sangre de Zacarías, hijo de Baraquías, al
cual matásteis entre el templo y el altar. 36. En verdad os digo, que todas
estas cosas vendrán sobre esta generación. 37. Jerusalén, que matas los
profetas y apedreas a aquellos que a ti son enviados, ¿cuántas veces quise
allegar a tus hijos, como la gallina allega sus pollos debajo de las alas, y no
quisiste?” (44).
Cristo Nuestro Señor, mejor que nadie,
denuncia aquí los instintos asesinos y crueles de los judíos, siendo
comprensible por qué en la revelación que hizo a su discípulo amado y que éste
consignó en el Apocalipsis, llamó a los judíos que desconocieron a su Mesías,
la “Sinagoga de Satanás” (45); denominación tan acertada, como
divina, que en los siglos posteriores fue usada por la Santa Iglesia Católica,
con mucha frecuencia, como designación del judaísmo criminal y conspirador, ya
que desde que asesinó al Hijo de Dios no ha cesado de cometer toda clase de crímenes
contra Dios y contra la humanidad. Por nuestra parte, en el presente libro
utilizaremos el término Sinagoga de Satanás para identificar con frecuencia al
judaísmo moderno, ya que difícilmente se podrá encontrar un calificativo más
apropiado que el concebido por Cristo Nuestro Señor.
Muy difícil será encontrar entre los
caudillos, que han combatido al judaísmo en la Era Cristiana, quiénes hayan
usado palabras tan duras en su contra como las que usó el propio Jesucristo. No
es, pues, de extrañar que el escritor judío Joseph Dunner, en su obra citada,
asegure que los judíos consideran a cristo como “símbolo del
antisemitismo”, máxime cuando muchos cristianos y gentiles han sido
acusados de antisemitismo por ataques mucho más leves.
Por eso es tan peligroso que los clérigos
cristianos bienintencionados se dejen arrastrar por aquellos que no lo son, a
lanzas condenaciones generales y vagas del antisemitismo que los expone a
condenar al propio Cristo Nuestro Redentor, a sus apóstoles, santos y papas
–calificados como antisemitas por la Sinagoga de Satanás-. También es
peligroso que lo hagan, porque los judíos tratan luego de utilizar tales
condenaciones como una nueva patente de corso capaz de facilitarles la ejecución
y garantizarles la impunidad en toda clase de crímenes, delitos y
conspiraciones contra la humanidad, que ni siquiera podrá defenderse
eficazmente de ellos.
Es preciso tener en cuenta que en todo país o
institución en que el judaísmo llega a tener influencia suficiente, ya sea con
sus actividades públicas o de manera secreta, por medio de su quinta columna,
lo primero que hace es lograr una condenación del antisemitismo que impida o
paralice, según el caso, cualquier intento de defensa. Cuando logran con sus
engaños imponer una situación tan irregular, cualquier complot, cualquier
traición, cualquier crimen o delito político tan sólo podrá ser castigado si
es cometido por un cristiano o un gentil; pero no si los cometen uno o más judíos.
Si alguien quiere imponer en este caso la sanción a los responsables, escuchará
el clamor de las campañas de prensa, radio y de cartas, artificialmente
organizadas por el poder oculto judaico, protestando airadamente contra el brote
de antisemitismo que, cual peste odiosa, acaba de surgir.
Esto es a todas luces injusto, increíble y
absurdo, ya que los judíos carecen del derecho de exigir un privilegio especial
que les permitía impunemente cometer crímenes, traicionar a los pueblos que
les dan albergue y organizar
conspiraciones y revueltas con el fin de asegurar su dominio sobre los demás.
Sin distinción de razas o religiones, toda
persona u organización responsable de la comisión de esta clase de delitos,
debe recibir el merecido castigo. Esta verdad no puede ser más evidente y
simple y aunque los judíos no lo quieran, está plenamente vigente también
para ellos.
Es también muy frecuente que los judíos además
de aprovechar las condenaciones del antisemitismo en la forma que ya se ha
visto, utilicen otro ardid con iguales fines. Este artículo se basa en el
sofisma, urdido por los mismos judíos y secundado por clérigos católicos y
protestantes que consciente o inconscientemente les hacen el juego, consistente
en afirmar en forma solemnemente dogmática “que es ilícito luchar contra
los judíos porque son el pueblo que dio su sangre a Jesús”.
Tan burdo sofisma es muy fácil de refutar,
citando tan sólo el pasaje de los Santos Evangelios en que Cristo Nuestro
Redentor, después de llamar una vez más a los judíos que lo combatían “raza
de víboras” (46); rechaza claramente, para lo sucesivo, los parentescos de
carácter sanguíneo, reconociendo sólo los de carácter espiritual. En efecto,
en este pasaje se lee lo siguiente:
San Mateo (capítulo XII). “47.
Y le dijo uno: Mira que tu madre, y tus hermanos (es decir, tus parientes
cercanos) (47), están fuera y te buscan. 48. Y El respondiendo al que le
hablaba, le dijo: ¿Quién es mi madre, y quiénes son mis hermanos? (es decir,
mis parientes). 49. Y extendiendo la mano hacia sus discípulos, dijo: Ved aquí
mi madre, y mis hermanos. 50. Porque todo aquel que hiciere la voluntad de mi
Padre, que está en los cielos: ese es mi hermano, y hermana y madre”
(48).
Por ello, aunque Jesús tuvo parentesco sanguíneo
por parte de su madre con el antiguo pueblo hebreo de los tiempos bíblicos, es
evidente que para el futuro daba valor sólo a los parentescos espirituales,
prescindiendo de los nexos sanguíneos existentes con sus allegados y con mayor
razón con el pueblo judío, que lo rechazó como Mesías, renegando de El; lo
martirizó y asesinó en medio de lento y cruel suplicio hasta consumar el
crimen más atroz de todos los tiempos, convirtiéndose en el pueblo deicida.
Pero al llamar Cristo a los judíos –que lo
repudiaron- hijos del diablo y raza de víboras, afirmaba ser Él el Hijo de
Dios; haciendo ver que ningún parentesco podía vincularlo a ellos, ya que
ninguno puede haber entre el Hijo de Dios y los hijos del demonio, ni puede
existir nexo alguno entre el bien y el mal.
Es, pues, completamente falsa y hasta herética
la tesis de que la Sinagoga de Satanás, es decir, el judaísmo moderno, haya
dado su sangre a Cristo y que por ello no pueda combatírsele. Si fuera cierta
tan infame tesis ni Jesucristo mismo, ni sus apóstoles, ni muchos santos,
concilios y Papas, lo habrían combatido.
Es absurdo identificar al primitivo pueblo
hebreo de Abraham, Isaac, Jacob, Moisés, María Santísima y los apóstoles,
que recibió el privilegio divino de ser el pueblo escogido del Señor, con los
judíos posteriores, quienes al violar la condición impuesta por Dios para ser
pueblo escogido, se hicieron acreedores por sus crímenes, apostasías y
maldades al título de la Sinagoga de Satanás.
El privilegio de pueblo escogido de Dios ha
sido heredado por la Santa Iglesia de Cristo, verdadera sucesora espiritual del
primitivo pueblo hebreo de los tiempos bíblicos. Las profecías del Antiguo
Testamento respecto al verdadero pueblo de Dios rigen para la Iglesia de Cristo,
que actualmente es, según la Doctrina de la Iglesia, el verdadero pueblo de
Dios. Por lo tanto, considerar ahora pueblo de Dios al de Israel, es negar los
efectos de la venida de Cristo y negar la razón de ser
del cristianismo. Sólo los clérigos sucesores de Judas Iscariote podrían
afirmar semejante aberración.
En la misma confusión en que incurren los clérigos
cristianos que hacen el juego a la Sinagoga de Satanás, cayeron –aunque con
objetivos completamente opuestos- ciertos sectores extremistas del nazismo, los
cuales en su afán de combatir al judaísmo internacional, inventaron una
doctrina racista que identificando en forma tan absurda, como blasfema, al
pueblo escogido de Abraham, Isaac, Moisés, María Santísima y los apóstoles
con la Sinagoga de Satanás, o sea, con el judaísmo moderno, repudiaron por
igual a unos y a otros, como miembros de una raza indeseable, sosteniendo una
tesis inaceptable para los cristianos.
Los alemanes anticomunistas que en forma tan
heroica están luchando contra el imperialismo soviético, deben meditar
serenamente este asunto, para que aquellos que están combatiendo contra el judaísmo
satánico no cometan de nuevo el error de los nazis extremistas que los lleve a
esa absurda y anticristiana confusión de tipo racista, que además de ser
injusta, equivocada y blasfema, provocaría la indignación de los cristianos en
estos momentos en que es necesaria la unión de todos los hombres honrados del
mundo, de todos los que creen en Dios y en la causa del Bien, para combatir a la
bestia judeo-comunista que avanza incontenible y sanguinaria, amenazando por
igual a toda la humanidad, sin distinción de razas o de religiones.
Para dar un prueba contundente de lo peligroso
que es formular condenaciones generales del antisemitismo, vamos por último a
citar un documento irrefutable, el de una de las obras oficiales más
importantes del judaísmo contemporáneo, la “Enciclopedia Judaica
castellana” (publicada en 1948 por la Editorial Enciclopedia Judaica, México,
D. F.), y en cuya elaboración colaboraron, entre otros: Ben-Zion Uziel, gran
rabino de Tierra Santa; máximo Yagupsky, del departamento latinoamericano del
“American Jewish Commitee” de Nueva York; Profesor Dr. Hugo Bergmann, catedrático
y ex-rector de la Universidad Hebrea de Jerusalén; Isidore Meyer, bibliotecario
de la “American Jewish Historical Society” de Nueva York; Haim Nahoum
Effendi, gran rabino de Egipto; Dr. Georg Herlitz, director de los archivos
centrales sionistas de Jerusalén y muchísimos otros destacados dirigentes y
hombres de letras del judaísmo mundial.
Lo más importante es que dicha enciclopedia
judía, en la palabra “antisemitismo”, hace una definición de lo que los
hebreos consideran como tal, diciendo entre otras cosas lo siguiente:
“B).
En la edad Media.- Con el establecimiento de la Iglesia cristiana como religión
de estado y su expansión en Europa, empezó la persecución de los judíos por
los cristianos. Los motivos fueron al principio puramente religiosos...
La autoridad espiritual de la Iglesia no quedó en realidad establecida
sino muy imperfectamente. A medida que la herejía levantaba la cabeza, la
persecución se hacía más intensa y se abatía comúnmente también sobre el
judío, perenne y cómoda cabeza de turco. Frente a los esfuerzos propagandísticos
de la Iglesia, el judío era el negador constante. Gran parte del antisemitismo
cristiano se debía a la transformación del ritual religioso que la Iglesia había
adoptado del judaísmo, en simbolismo antijudío. La fiesta judía de la Pascua
se relacionó con la crucifixión...Y los sermones empezaron a llamar a los judíos
pérfidos, sanguinarios, etc., y a excitar contra ellos los sentimientos del
pueblo. Se les atribuían poderes mágicos y maléficos debido a su alianza con
Satanás. El mundo católico llegó a creer que los judíos sabían que la
doctrina cristiana era la verdadera, pero que se negaban a aceptar esa verdad y
que falsificaban los textos bíblicos para impedir su interpretación cristológica.
La
alianza judía con Satanás no era una alegoría para al mentalidad medieval, ni
invento de un clero fanático. El mismo Evangelio (Juan 8, 44) decía que los
judíos son hijos del diablo. Los ministros de la Iglesia recalcaban
constantemente el satanismo de los judíos y los llamaban discípulos y aliados
del diablo...
La constante acusación eclesiástica del deicidio, de su sed de sangre
cristiana, de sus azotamientos mágicos de crucifijos, de su irrazonabilidad y
de sus malos instintos produjeron un cuadro demasiado horrible para que no
ejerciera los efectos más profundos sobre las muchedumbres...
Aunque la Iglesia trató de contener, por medio de bulas papales y encíclicas,
el odio popular que ella misma había creado, los sentimientos antijudíos de la
época se tradujeron en excesos del populacho, en matanzas de judíos,
expulsiones, conversiones forzadas...”.
Y después de citar los enciclopedistas hebreos
las leyes antijudías de algunos monarcas cristianos, algunas de las cuales
dicen haber sido inspiradas por varis Padres de la Iglesia, como Ambrosio y Crisóstomo,
concluyen afirmando que:
“Sin
embargo, la legislación más hostil provenía de la misma Iglesia, de sus
concilios, de los acuerdos papales y del derecho canónico, cuya severidad creció
constantemente desde el siglo IV hasta el XVI” (49).
Una de las últimas manifestaciones de la
literatura judía, que sostiene la tesis de que la Iglesia ha sido injusta
contra los judíos desde que: “los romanos condenaron a Cristo”, son los
libros de Jules Isaac: “Jésus et Israël”, y el reciente, “L´enseignement
du Mépris” enaltecidos por el escritor y político Carlo Bo (50).
Las presiones constantes de quienes –dentro
de la Santa Iglesia- sirven a los intereses del judaísmo, dirigidas a obtener
condenaciones ambiguas del antisemitismo, no pueden tener otro objeto siniestro
que lograr que la Iglesia acabe condenándose a sí misma, ya que los judíos
que se sienten más que nadie autorizados para definir el antisemitismo,
consideran a la Santa Iglesia, como aquí puede verse, como la responsable
principal de un feroz antisemitismo cristiano.
Capítulo Séptimo
EL PUEBLO DEICIDA
Recordemos que la asociación “Amigos de Israel” –de la que
formaban parte incluso cardenales y obispos- fue disuelta por S.S. Pío XI, por
conducto de la sagrada Congregación del Santo oficio, en el año de 1928. Entre
las novedades escandalosas que dicha asociación divulgó, se encuentra la
afirmación de que el pueblo judío no fue deicida; contradiciendo lo sostenido
por la Santa Iglesia durante casi veinte siglos. Condenada implícitamente por
la Iglesia, esta asociación fue disuelta por el decreto mencionado. Nadie
imaginaba que volvieran a resurgir sus aventuradas y –según algunos- hasta
heréticas tesis hasta que, con gran sorpresa, se comprobó que más de treinta
años después, los judíos las han hecho resucitar, siendo secundados por un
grupo numeroso de clérigos que, desafiando la condenación implícita del Santo
Oficio, aseguran que es completamente falso que Nuestro Señor Jesucristo haya
sido muerto por los judíos, siendo los romanos los verdaderos responsables del
asesinato; debido a lo cual, es injustificado llamar deicida al pueblo judío.
La audacia de los nuevos amigos de Israel raya
en los límites de lo inconcebible, puesto que se atreven a contradecir no sólo
a los apóstoles del Señor sino al propio Cristo, como se demostrará a
continuación con textos del Nuevo testamento que revelan las siguientes tesis:
1ª Que Cristo acusó a los judíos y no a los
romanos de quererlo matar.
2ª Que fueron los judíos y no los romanos
quienes planearon matar a Jesús y quienes intentaron destruirlo en varias
ocasiones antes de su Pasión y Muerte.
3ª Que fueron los judíos y no los romanos los
instigadores y verdaderos responsables del crimen.
4ª Que los apóstoles culparon a los judíos y
no a los romanos de la muerte de Jesús.
TESIS PRIMERA. – Cristo acusó a los judíos y no a los romanos de
quererlo matar. PRUEBAS:
En el Evangelio según San Juan (capítulo
VIII), narra el apóstol que, discutiendo Jesús con unos judíos les dijo:
“37.
Yo sé que sois hijos de Abraham: mas me queréis matar, porque mi palabra no
cabe en vosotros”.
Y después, según lo indica el apóstol, (capítulo
VIII, versículo 40), Jesucristo Nuestro Señor vuelve a decir a los judíos:
“40.
mas ahora me queréis matar, siendo hombre que os he dicho la verdad, que oí de
Dios: Abraham no hizo esto” (51).
Y en otro capítulo (VII) señala el discípulo
amado que cierto día habiendo subido Jesús al templo a predicar, decía a los
judíos:
“19.
¿Por ventura no os dio Moisés la ley: y ninguno de vosotros hace la ley? 20.
¿Por qué me queréis matar?...” (52).
En ningún pasaje de los Santos Evangelios
aparece que Cristo Nuestro Señor haya dicho que los romanos querían matarlo,
sino por el contrario, acusa a los judíos de quererlo hacer. ¿Creen, pues, los
clérigos que sostienen la novedosa tesis, que Cristo Nuestro Señor se equivocó
y que ellos acaban de descubrir en este siglo lo que Nuestro Señor Jesucristo
no pudo ni sospechar o sea, que eran los romanos y no los judíos los que lo
querían matar?.
TESIS SEGUNDA.- Fueron los judíos y no los romanos quienes repetidamente
planearon e intentaron matar a Jesús, antes de su pasión y Muerte. PRUEBAS:
El Evangelio según San Mateo (capítulo XXI),
nos narra que Cristo Nuestro Señor,
“23.
Y habiendo ido al templo, los príncipes de los sacerdotes y los ancianos del
pueblo se llegaron a El a sazón que estaba enseñando, y le dijeron: ¿Con qué
autoridad haces estas cosas? ¿Y quién te dio esta potestad?”.
A continuación, el evangelista sigue narrando
la discusión sostenida por Jesús con tan altos dirigentes del pueblo judío;
para terminar el pasaje con estos dos versículos:
“45.
Y cuando los príncipes de los sacerdotes, y los fariseos oyeron sus parábolas,
entendieron que de ellos hablaba. 46. Y queriéndole echar mano, temieron al
pueblo: porque le miraba como un profeta” (53).
Este pasaje muestra que los intentos de agresión
no partían de judíos irresponsables, sino de los principales dirigentes del
pueblo judío que eran entonces los príncipes de los sacerdotes y los ancianos
del pueblo, así como los fariseos que también eran de influencia decisiva en
el gobierno de esa nación.
En el Evangelio de San Marcos (capítulo III),
se lee lo siguiente:
“1.
Y entró Jesús de nuevo en la Sinagoga, y había allí un hombre que tenía una
manos seca. 2. Y le estaban acechando, si sanaría en día de sábado, para
acusarle. 5. Y mirándolos alrededor con indignación, condolido de la ceguedad
de su corazón, dice al hombre: Extiende tu mano. Y la extendió, y le fue
restablecida la mano. 6. Mas los fariseos saliendo de allí, entraron luego en
consejo contra El con los herodianos, buscando medios de hacerle perecer”
(54).
Se ve entonces, que los sectores dirigentes del
pueblo judío habían tramado la muerte de Jesús mucho antes de que fuera
llevado a Pilatos, sin que exista, en cambio, ningún pasaje de los Evangelios
que indique alguna intención o plan de los romanos tendiente a realizarla.
San Juan consigna que habiendo sanado en sábado
Jesús al paralítico, los judíos lo perseguían, diciendo (capítulo V, versículo
18):
“18.
Y por esto los judíos tanto más procuraban matarlo: porque no solamente
quebrantaba el sábado, sino porque también decía que era Dios su Padre, haciéndole
igual a Dios...” (55).
En el Evangelio de San Lucas, el apóstol nos
relata cómo estando Cristo en Nazaret fue el sábado a la sinagoga y empezó a
predicar, causando gran disgusto en muchos de los asistentes con sus prédicas.
Dice el evangelista (capítulo IV, versículos 28, 29):
“28.
Y fueron en la sinagoga todos llenos de saña, oyendo esto. 29. Y se levantaron,
y lo echaron fuera de la ciudad: y lo llevaron hasta la cumbre del monte, sobre
la cual estaba edificada su ciudad, para despeñarlo”
(56).
Si en su propio pueblo intentaron matarlo,
quiere decir que, los deseos de asesinarlo eran generales, no sólo confinados a
los dirigentes judíos de Jerusalén.
Nuevamente San Juan señala (capítulo VII,
versículo 1):
“1.
Y después de esto andaba Jesús por la Galilea, porque no quería pasar a la
Judea, por cuanto los judíos le buscaban para matarle”
(57).
Más claro no puede ser este pasaje. En toda Judea los judíos buscaban a Jesús para matarlo; mas no habiendo llegado su hora El prefería no entrar a esa región.
Fueron varios los intentos y conjuras previas
para matar a Jesús; fueron los judíos también y no los romanos los que
prepararon la conspiración final que dio como resultado su muerte.
TESIS TERCERA.- Fueron los judíos y no los romanos los instigadores y
verdaderos responsables del crimen. PRUEBAS:
En el Evangelio de San Lucas (capítulo XXII),
dice el apóstol:
“1.
Y estaba ya cerca la fiesta de los Azimos, que es llamada Pascua. 2. Y los príncipes
de los sacerdotes, y los Escribas, buscaban cómo harían morir a Jesús...”
(58).
A su vez, en el Evangelio según San Juan (capítulo
XI), se encuentra lo que sigue:
“47.
Y los príncipes de los sacerdotes, y los fariseos juntaron concilio, y decían:
¿Qué hacemos, porque Este hombre hace muchos milagros? 49. Mas uno de ellos
llamado Caifás, que era el sumo pontífice de aquel año, les dijo: Vosotros no
sabéis nada. 50. Ni pensáis que os conviene que muera un hombre por el pueblo,
y no que toda la nación perezca. 53. Y así desde aquel día pensaron cómo le
darían la muerte. 54. Por lo cual no se mostraba ya Jesús en público entre
los judíos...” (59).
San Lucas dice que fueron los judíos y no los
romanos quienes sobornaron a Judas, para que entregara a Cristo (capítulo
XXII):
“3.
Y Satanás entró en Judas, que tenía por sobrenombre Iscariotes, uno de los
Doce. 4. Y fue, y trató con los príncipes de los sacerdotes, y con los
magistrados, de cómo se lo entregaría. 5. Y se holgaron, y concertaron de
darle dinero. 6. Y quedó con ellos de acuerdo. Y buscaba razón para entregarlo
sin concurso de gentes” (60).
Fueron, por tanto, los judíos y no los
romanos, quienes tramaron el complot final para asesinar a Cristo Nuestro Señor
y quienes además pusieron los medios para capturarlo, dando dinero a Judas
Iscariote.
San Juan (capítulo XVIII) deja constancia en
su Evangelio de cómo fue aprehendido Jesús:
“1.
Cuando Jesús hubo dicho estas cosas, salió con sus discípulos de la otra
parte del arroyo de cedrón, en donde había un huerto, en el cual entró El, y
sus discípulos. 2. Y Judas, que lo entregaba, sabía también aquel lugar:
porque muchas veces concurría allí Jesús con sus discípulos. 12. La cohorte
pues, y el tribuno, y los ministros de los judíos prendieron a Jesús, y lo
ataron. 13. Y lo llevaron primero a Anás, porque era suegro de Caifás, el cual
era pontífice aquel año. 14. Y Caifás era el que había dado el consejo a los
judíos: Que convenía que muriese un hombre por el pueblo. 24. Y Anás lo envió
atado al pontífice Caifás. 28. llevan pues a Jesús desde casa de Caifás al
pretorio. Y era por la mañana: y ellos no entraron en el pretorio, por no
contaminarse, y por poder comer la Pascua. 39. Costumbre tenéis vosotros de que
os suelte uno en la pascua: ¿queréis pues que os suelte al Rey de los Judíos?
40 Entonces volvieron a gritar todos diciendo: No a éste sino a Barrabás. Y
Barrabás era un ladrón” (61).
Y en el capítulo XIX sigue narrando que después de azotar Pilatos a Jesús, con el fin (según comenta la nota 3 de la Biblia de Scio, tomo V, página 255), de que viendo a Jesús en ese estado que podía mover a compasión a las mismas fieras, se ablandara su corazón:
“4.
Pilato pues salió otra vez fuera, y les dijo: Ved que os le saco fuera, para
que sepáis que no hallo en El causa alguna. 5. (Y salió Jesús llevando una
corona de espinas, y un manto púrpura). Y Pilato les dijo: Ved aquí al hombre.
6. Y cuando le vieron los pontífices, y los ministros daban voces diciendo:
Crucifícale, crucifícale. Pilato les dice: Tomadle allá vosotros, y
crucificadle: porque yo no hallo en El causa. 7. Los judíos le respondieron:
Nosotros tenemos una ley, y según la ley debe morir, porque se hizo Hijo de
Dios. 15. Y ellos gritaban: Quita, quita, crucifícale. Les dice Pilato: ¿A
vuestro Rey he de crucificar? Respondieron los pontífices: No tenemos Rey, sino
a César. 16. Y entonces se lo entregó para que fuese crucificado. Y tomaron a
Jesús, y le sacaron fuera. 17. Y llevando su cruz a cuestas salió para aquel
lugar, que se llama Calvario, y en hebreo Gólgotha. 18. Y allí lo
crucificaron, y con El a otros dos, de una parte, y a Jesús en medio” (62).
A Pilatos le ocurrió lo que a otros que no son
de esa “raza de víboras” –utilizando las propias palabras de Cristo-
quien no se imaginó hasta qué grado llegaría su crueldad, pues es algo
excepcional en la historia de la humanidad. Y es que habiendo renegado de su
Dios y Señor, cayeron hasta lo más profundo del abismo. Si con Jesús hicieron
lo que hicieron, ya no puede extrañarnos el horrible crimen ritual que
estuvieron realizando los judíos durante varios siglos, de cuyos monstruosos
casos existen irrefutables testimonios, incluso de santos de la Iglesia Católica.
Este crimen ritual consistía – según es sabido- en capturar un inocente niño
cristiano y someterlo, en Viernes Santo, a todas las torturas de la Pasión,
haciéndole padecer la muerte cruel que dieron a Cristo Nuestro Señor. Reproducían
con sangre fría, en el infeliz niño, la Pasión y Muerte de Jesús. La
veneración que se rinde aquí en Italia al B. Simoncino de Trento y al B.
Lorenzino de Marostica, tienen precisamente su origen en que ambos fueron
martirizados por los judíos.
Todo esto nos parecería increíble si no
existieran pruebas irrefutables de su realización, no sólo a través de la
Edad Media, sino también en la Edad Moderna.
Sólo una “raza de víboras” –como
la calificara el Hijo de Dios- raza fría e inmisericorde, asesina de
Jesucristo, puede haber llegado a esos extremos de vesania, que aún hoy día
seguimos presenciando en los países comunistas en donde con lujo de crueldad
torturan y matan a millones de cristianos y gentiles.
Mientras la bestia permaneció encadenada
–según los términos del Apocalipsis de San Juan- durante mil años, es
decir, del siglo V al siglo XV, se redujo a crucificar niños indefensos, a
escupir crucifijos e imágenes de maría Santísima, a ultrajar objetos
sagrados, a intentar enlodar la santa memoria de Jesús y de María con
blasfemias y calumnias horrendas; pero cuando la bestia se desató, a principios
del siglo XVI, terminó por arrollar al mundo en los siglos XIX y XX.
Ya no se redujo entonces a escupir y ensuciar
sacrílegamente a los crucifijos ni a las imágenes de maría Santísima, ni a
calumniar horriblemente la memoria de Estos. A falta de otros objetivos, ya no
fue necesario que reconcentrara todo su odio y toda su crueldad sobre niños
inocentes. Libre el monstruo apocalíptico de sus cadenas, libre ya de las leyes
eclesiásticas y civiles que mantenían a los judíos encerrados en los guettos,
separados de los cristianos, sin la prohibición de ocupar puestos dirigentes en
la sociedad una tras otra, desatando su odio diabólico sobre toda la
Cristiandad, que en los países comunistas está siendo sistemáticamente
destruida.
Confirma lo anterior el escritor judío
Salvatore Jona, al decir:
“Los
hebreos, salidos del Guetto, se lanzaron a la conquista de todas aquellas
posiciones, materiales y espirituales, que les habían sido negadas en los
siglos pasados...” (63).
Sólo la mano que martirizó a Jesucristo puede
ser capaz de organizar checas y policías secretas para cometer crímenes
espantosos y en número escalofriante, que no tienen paralelo en la historia.
San Marcos en el capítulo XIV de su evangelio,
nos dice:
“1.
Y dos días después era la Pascua, y los Ázimos: y los príncipes de los
sacerdotes, y los escribas andaban buscando cómo lo prenderían por engaño, y
le harían morir. 10. Y Judas Iscariotes uno de los Doce, fue a los príncipes
de los sacerdotes, para entregárselo. 11. Ellos, cuando lo oyeron, se holgaron:
y prometieron darle dinero. Y buscaba ocasión oportuna para entregarle”.
Es necesario hacer notar que Judas no intentó siquiera entregarlo a los romanos, sino a los judíos, porque eran ellos y no los romanos los interesados en matar a Cristo. Por otra parte, no fueron los romanos, sino los judíos los que pagaron a Judas por su traición.
Con un pasaje que demuestra cómo fueron los dirigentes espirituales y civiles del pueblo judío y no los romanos los que mandaron aprehender a Jesús, San Marcos, continúa:
“43. Y estando aún El hablando, llega Judas Iscariotes, uno de los Doce, y con él grande tropel de gente, con espadas, y palos, de parte de los príncipes de los sacerdotes, y de los escribas y de los ancianos. 44. Y el traidor les había dado una señal, diciendo: Aquel que yo besare, Aquel es: prendedle, y llevadle con cuidado. 46. Entonces ellos le echaron las manos, y le prendieron. 53. Y llevaron a Jesús a casa del sumo sacerdote: y se juntaron todos los sacerdotes, y los escribas, y los ancianos. (Es decir, los dirigentes del pueblo judío, la más amplia representación de Israel). 55. Y los príncipes de los sacerdotes, y todo el concilio buscaban algún testimonio contra Jesús para hacerle morir, y no lo hallaban. 56. Porque muchos decían testimonio falso contra El...59. Y no se concertaba el testimonio de ellos. 60. Y levantándose en medio el sumo sacerdote, preguntó a Jesús, diciendo: ¿No respondes alguna cosa, a lo que estos atestiguan contra Ti? 61. Mas El callaba, y nada respondió. Le volvió a preguntar el sumo sacerdote, y le dijo: ¿Eres ti el Cristo, el Hijo de Dios bendito? 62. Y Jesús le dijo: Yo soy: y veréis al Hijo del hombre sentado a la diestra del poder de Dios, y venir con las nubes del cielo. 63. Entonces el sumo sacerdote, rasgando sus vestiduras, dijo: ¿Qué necesitamos ya de testigos? 64. Habéis oído la blasfemia: ¿Qué os parece? Y le condenaron todos ellos a que era reo de muerte. 65. Y algunos comenzaron a escupirle, y cubriéndole las cara, le daban golpes, y le decían: Adivina: y los ministros le daban de bofetadas” (64).
Durante cerca de dos mil años, todo el mundo
se ha quedado horrorizado de la crueldad y dureza de corazón demostradas por
los judíos en el martirio de su propio Dios, crueldad y sadismo que se ha
manifestado con posterioridad en dondequiera que intervienen, especialmente en
aquellos países en los que han logrado imponer su dictadura totalitaria,
socialista o comunista.
Los santos Evangelios nos muestran claramente
tres –de las que han sido y siguen siendo- armas favoritas del judaísmo en su
lucha contra la Cristiandad: el engaño, la calumnia y el crimen; las tres,
utilizadas implacablemente hasta contra su Dios y Señor. Posteriormente las
utilizan contra toda la humanidad, habiéndoles valido el nombre que tan
justamente ostentan de “padres del engaño y de la calumnia”.
Con estas innobles armas abaten fácilmente a
los más firmes defensores de nuestra fe, quienes caen sin remedio ante el
ataque traidor de los agentes del judaísmo metidos en la Iglesia.
Los supremos gobernantes y dirigentes de Israel
–el sumo pontífice Caifás, los príncipes de los sacerdotes, los ancianos,
magistrados, escribas, herodianos y hasta los influyentes fariseos- fueron
responsables del deicidio, puesto que en un principio la masa seguía a Cristo y
los que planeaban su muerte temían al pueblo; pero, poco a poco, fueron los
sacerdotes y dirigentes envenenando el ambiente y convenciendo al pueblo en
contra de Jesús, hasta que por fin consiguieron enfrentar a las turbas contra
su Mesías, como lo prueba el siguiente pasaje del Evangelio según San Mateo:
Capítulo XXVII. “1.
Y venida la mañana, todos los príncipes de los sacerdotes, y los ancianos del
pueblo entraron en consejo contra Jesús, para entregarle a la muerte. 2. Y lo
llevaron atado, y lo entregaron al presidente Poncio Pilato. 15. Por el día
solemne acostumbraba el presidente entregar libre al pueblo un preso, el que
querían. 16.- Y a la sazón tenía un preso muy famoso, que se llamaba Barrabás.
17. Y habiéndose ellos juntado, les dijo Pilato: ¿A quién queréis que os
entregue libre? ¿A Barrabás, o por ventura a Jesús, que es llamado el Cristo?
20. Mas los príncipes de los sacerdotes, y los ancianos persuadieron al pueblo
que pidiese a Barrabás, y que hiciese morir a Jesús. 21. Y el presidente le
respondió, y dijo: ¿A cuál de los dos queréis que os entregue libre? Y
dijeron ellos: a Barrabás. 22. Pilato les dice: ¿Pues qué haré de Jesús,
que es llamado el Cristo? 23. Dicen todos: Sea crucificado. El presidente les
dice: ¿Pues qué mal ha hecho? Y
ellos levantaban más el grito, diciendo: Sea crucificado. 24. Y viendo Pilato
que nada adelantaba, sino que crecía más el alboroto; tomando agua, se lavó
las manos delante del pueblo, diciendo: Inocente soy yo de la sangre de este
justo: allá os lo veáis vosotros. 25. Y respondiendo todo el pueblo, dijo:
Sobre nosotros, y sobre nuestros hijos sea su sangre. 26. Entonces les soltó a
barrabás: y después de haber hecho azotar a Jesús, se lo entregó para que lo
crucificasen” (65).
Este pasaje, por sí solo, constituye una
prueba de plena culpabilidad de los judíos en el asesinato de Cristo Nuestro Señor.
Demuestra también, la responsabilidad que tuvo el pueblo judío en este crimen,
pues, no obstante que sus dirigentes religiosos y civiles y sus representantes
legales lo premeditaron, lo prepararon y lo consumaron, a última hora el pueblo
en masa pudo haberlo salvado, pidiendo a Jesús en lugar de barrabás, en vez de
lo cual pidió que se dejara libre a este último y exigió que se crucificara a
Jesús, aunque cayese sobre ellos y sus descendientes la sangre del Hijo de
Dios.
Capítulo
Octavo
LOS APÓSTOLES CONDENAN A LOS JUDÍOS POR EL
ASESINATO DE CRISTO
TESIS CUARTA.- Loa apóstoles culparon a los judíos y no a los romanos
de la muerte de Cristo. PRUEBAS:
En el libro de la sagrada Biblia los Hechos de
los Apóstoles (capítulo II), San Pedro, dirigiendo la palabra a los judíos de
diversos países reunidos en Jerusalén, en donde cada cual (después de la
venida del Espíritu Santo) entendía la palabra del apóstol en su propia
lengua, les dijo:
“14....Varones
de Judea, y todos los que habitáis en Jerusalén, esto os sea notorio, y oíd
con atención mis palabras. 22. Varones de Israel, escuchad estas palabras: A
Jesús Nazareno, Varón aprobado por Dios entre vosotros, como también vosotros
sabéis. 23. A Este que por determinado consejo y presciencia de Dios fue
entregado, lo matasteis, crucificándole por manos de malvados” (66).
San Pedro echa, pues, claramente la
responsabilidad des asesinato de Cristo sobre todo el pueblo judío y no culpa a
los romanos. ¿Supondrán los clérigos que sostienen en forma tan increíble lo
contrario, que San Pedro mintió cuando dice a los judíos venidos de otras
tierras: “Varones de Israel, lo matasteis, crucificándolo”?
En el Capítulo III de los Hechos de los Apóstoles,
encontramos el pasaje relativo a la curación del cojo de nacimiento:
“11.
Y estando asido de Pedro, y de Juan, vino apresuradamente a ellos todo el pueblo
al pórtico, que se llama de Salomón, atónitos. 12. Y viendo esto Pedro, dijo
al pueblo: Varones Israelitas, ¿por qué os maravilláis de esto, o por qué
ponéis los ojos en nosotros, como si por nuestra virtud o poder hubiéramos
hecho andar a éste? 13. El Dios de Abraham, y el Dios de Isaac, y el Dios de
Jacob, el Dios de nuestros padres ha glorificado a su Hijo Jesús, a quien
vosotros entregasteis, y negasteis al Santo, y al Justo, y pedísteis que se os
diese un hombre homicida. 15. Y matásteis al Autor de la vida, a quien Dios
resucitó de entre los muertos, de lo cual nosotros somos testigos” (67).
En este pasaje del Nuevo Testamento, estando reunido todo el pueblo, San Pedro echó en cara a los judíos el haber matado a Cristo.
Aún encontramos en los hechos de los Apóstoles
(capítulo V), un pasaje en que no sólo San Pedro sino también los demás apóstoles
acusan categóricamente de la muerte de Cristo al Concilio de Ancianos de
Israel, convocado por los sacerdotes:
“29.
Y respondiendo Pedro y los Apóstoles, dijeron: Es menester obedecer a Dios
antes que a los hombres. 30. El Dios de nuestro padres resucitó a Jesús, a
quien vosotros matásteis, poniéndole en un madero” (68).
Tenemos aquí, un testimonio colectivo de los
apóstoles acusando a los judíos y no a los romanos de haber dado muerte a
Cristo.
Por si todo esto no fuera suficiente, citaremos
los testimonios de San Pablo y de San Esteban primer mártir del cristianismo.
San Pablo, en su Epístola Primera a los
Tesalonicenses (capítulo II), refiriéndose a los judíos, dice:
“15.
Los cuales también mataron al Señor Jesús, y
a los Profetas, y nos han perseguido a nosotros, y no son del agrado de
Dios, y son enemigos de todos los hombre” (69).
San Pablo, en este versículo, calificó
contundentemente a los judíos como “enemigos de todos los hombres”,
realidad que no puede ser puesta en duda por quien haya estudiado a fondo la
ideología y las actividades clandestinas del pueblo judío.
Pero es muy probable que si San Pablo hubiera
vivido en nuestros días, habría sido condenado por antisemita al declarar públicamente
una verdad que, según los judíos y sus cómplices dentro del clero, no debe
jamás mencionarse.
Por su parte, el protomártir San Esteban,
dirigiéndose a los judíos de la sinagoga de los libertinos, de los cyreneos,
de los alejandrinos y de aquellos que eran de Cilicia y del Asia, es decir, a
judíos de distintas partes del mundo, les dijo en presencia del sumo sacerdote,
jefe espiritual de Israel:
“51.
Duros de cerviz, e incircuncisos de corazones y de orejas, vosotros resistís
siempre al Espíritu Santo, como vuestros padres, así también vosotros. 52. ¿A
cuál de los profetas no persiguieron vuestros padres? Ellos mataron a los que
anunciaban la venida del Justo, del cual vosotros ahora habéis sido traidores,
y homicidas” (70).
El testimonio de San Esteban coincide, pues,
con el de los apóstoles y el de San pablo, al considerar a los judíos
globalmente como pueblo, es decir, tanto a los de Jerusalén y demás lugares de
Judea, como a los que vivían en otras partes del mundo, responsables del
deicidio. Todo esto consta en los libros sagrados; donde no se encuentra un solo
versículo que culpe a los romanos del asesinato.
En resumen, tanto las denuncias previas de
Cristo Nuestro Señor, como los testimonios de los apóstoles, de los Santos
Evangelios, de san Pablo y de San Esteban, constituyen una prueba irrefutable de
que la Santa Iglesia, lejos de haber estado equivocada durante diecinueve siglos
al considerar deicida al pueblo judío, ha estado en lo justo; y que al achacar
a los romanos la responsabilidad del crimen, carece de todo fundamento.
En consecuencia, es de sorprender la postura de
ciertos clérigos al pretender adulterar la verdad histórica en forma tan increíble,
en un intento verdaderamente audaz y demente, consistente en tratar de realizar
casi una nueva reforma en la Santa Iglesia, al pretender hacerla renegar de su
pasado y contradecirse consigo misma.
Si Cristo Nuestro Señor condenó a los judíos que lo desconocieron, si los apóstoles tuvieron que combatir sus maldades, si San pablo y San Esteban lucharon constantemente en contra de ellos, si los Papas y los concilios ecuménicos y provinciales durante varios siglos les lanzaron las más tremendas condenaciones y lucharon en contra de la Sinagoga de Satanás, los nuevos reformadores pretenden, no obstante, contradiciendo la Doctrina tradicional de la Santa Iglesia, que ésta se alíe con la Sinagoga de Satanás y entre en arreglos con ella. Esta es una de las cosas que desea imponer al Concilio Vaticano II este grupo de clérigos, en el que a semejanza de la asociación “Amigos de Israel” –condenada por el Santo Oficio en 1928- figuran hasta cardenales y según hemos sabido, dicho grupo trata de cambiar a la Santa Iglesia de ruta, pugnando porque se tomen acuerdos que impidan a los cristianos defenderse de las agresiones del imperialismo judío.
En estas circunstancias, no podría lograrse que un concilio ecuménico anulara lo establecido por otros al respecto, sin antes establecer la creencia de que fueron los romanos y no los judíos los responsables del crimen deicida. Con este fin están realizando una activa propaganda tendiente a lograr sus objetivos. También proyectan –si no les da resultado culpar a los romanos de la muerte de Cristo- hacer recaer esa culpa en toda la humanidad, empleando el sofisma de confundir la causa eficiente con la causa final y afirmando que, puesto que Cristo murió con el fin de redimirnos, nosotros fuimos los asesinos y no los israelitas. Este burdo sofisma equivaldría al que se utilizara diciendo que, puesto que muchos judíos han sido muertos por los árabes por defender a su Estado de Israel, fue este último el que los mató y no los patriotas árabes que en esas luchas les dieron muerte. Esto es el colmo. No sólo tratan de obligar a la Iglesia que les retire a los judíos su responsabilidad en la muerte del Señor, sino que pretenden hacernos creer a los fieles cristianos, que nosotros fuimos los asesinos. Los planes judíos para convertir a la Iglesia en un dócil instrumento a su servicio, llegan a los límites de la locura.
Hemos sabido, además, que los judíos ya
cantan victoria asegurando que han logrado mover con todo éxito sus influencias
para conseguir que en breve se haga también una verdadera reforma en la
liturgia católica, de todos los ritos alusivos a las “supuestas”
perfidias y maldades del pueblo judío.
En una palabra, entre las reformas a la Iglesia que proyectan los judíos, por medio de sus amigos, figura la supresión en la liturgia y en los ritos católicos de todo aquello que tiene por objeto prevenir a los cristianos y a la Santa Iglesia en contra del peligro judío y de las acechanzas de la Sinagoga de Satanás, para que, al desconocer los clérigos y los fieles la gravedad de esos peligros, sean vencidos y dominados más fácilmente por el judaísmo.
Pero
por más que realicen toda clase de ardides para tratar de engañar a Su
Santidad o para controlar el Concilio Ecuménico Vaticano II, se estrellarán
ante la asistencia Divina a la Iglesia. Confiamos tranquilos en la sublime
promesa hecha a Pedro por Dios Nuestro Señor de que “las puertas del
infierno no prevalecerán contra Ella”.
Capítulo Noveno
MORAL COMBATIVA Y NO DERROTISMO MORTAL
Uno de los más perversos ardides, de magnífico resultado para los judíos
es su lucha por el debilitamiento del cristianismo con el fin de lograr su
destrucción, ha sido el de explotar la idea de una supuesta moral y caridad
cristiana –creada a su arbitrio- que utilizan con demoledora precisión como
arma destructiva contra la Cristiandad. Parece increíble que cosas tan nobles
como la moral y la caridad cristiana queden convertidas a su influjo maléfico,
en peligrosas emboscadas. Los judíos han venido haciendo esta hábil y letal
transmutación con resultados tan destructivos para la Santa Iglesia, que es
preciso dar la voz de alerta, exponiendo el peligro con claridad para evitar a
los cristianos una fatal caída en la trampa.
Para la mejor comprensión de este asunto, se
puede recurrir a comparaciones, que si bien son un tanto vulgares, resultan, sin
embargo, muy ilustrativas: supongamos que en una pelea de boxeo se obliga en los
momentos decisivos de la lucha a uno de los boxeadores a seguir peleando con una
mano atada, dejándoles la posibilidad de utilizar sólo la otra para golpear al
adversario, mientras éste sigue utilizando las dos, ¿cuál sería el resultado
de tal pelea? No sería de extrañar que sucumbiera en ella el infeliz al que
ataron una mano. Pues bien, esto es precisamente lo que ha logrado en diversas
ocasiones el pérfido judaísmo con los pobres cristianos, al deformar la
caridad y la moral cristianas que luego serán utilizadas para atarlos de pies y
manos y lograr así su derrota en las luchas que tiene emprendidas el judaísmo
para dominarlos y esclavizarlos.
Así, cada vez que los cristianos reaccionan en
un intento de defenderse de la Sinagoga de Satanás, de defender a la Santa
Iglesia, a su patria, o de preservar los derechos naturales que tienen como
personas, como padres de familia, etc., siempre que están a punto de obtener la
victoria, de derrotar y de castigar a los judíos o sus satélites, éstos
recurren a la tabla de salvación: a la caridad cristiana, tratando de conmover
a los cristianos con ese recurso para lograr que suspendan la lucha o se
abstengan de coronar la victoria a punto de lograrse.
También recurren a este ardid para impedir que se les imponga el castigo que proceda, como criminales responsables de la agresión repelida. Todo con el fin de que al amparo de esa tregua o perdón obtenidos, gracias a un abuso de la caridad cristiana, puedan las fuerzas del judaísmo rehacer sus huestes, recuperar el poder necesario e iniciar de nuevo el ataque arrollador e inmisericorde, demoledor e irremediable, tras de cuya victoria no habrá que esperar ninguna clase de moral ni de caridad judía.
Para lograr sus intentos de maniatar a los
cristianos e impedir que se defiendan eficazmente del imperialismo judaico, los
israelitas echan mano de juegos de palabras y de conceptos sofísticos. Dicen
por ejemplo: si Dios perdona a cualquier pecador que se arrepiente antes de la
muerte, ¿por qué ustedes, cristianos, no imitan a su Dios y Señor? Parten,
pues, de una premisa verdadera, la Doctrina cristiana acerca del perdón de los
pecados, para tratar de aplicarla de forma sofística, sacando consecuencias
falsas, olvidando además que Dios castiga a los pecadores que no se
arrepienten, con el terrible infierno eterno y a los que sí se arrepientes, con
el purgatorio; castigos divinos estos, más duros que los que los hombres puedan
aplicar. pero los judíos quieren tergiversar lo relativo al perdón cristiano.
En esta forma deducen, por ejemplo, con base en
dichas premisas, que los cristianos están obligados a dejar sin el justo
castigo a los criminales judíos que asesinan a reyes, presidentes de república
o a cualquier otro cristiano. Sacan también en consecuencia que los católicos
están obligados a dejar en libertad a los espías que entreguen secretos
vitales a una potencia enemiga, para que puedan seguir en sus actividades
traidoras y faciliten la derrota de la patria. Llegan, asimismo, a la conclusión
de que los cristianos están obligados a dejar sin castigo –y aun a poner en
libertad a los conspiradores- a los que urden una revolución sangrienta y a los
que la realizan, para que libres y sin castigo puedan seguir conspirando hasta
implantar la dictadura judeo-comunista en el país, con todo su aparato de
represión sangrienta y de tiranía. Con juegos sofísticos como estos,
sorprenden los judíos y sus agentes infiltrados en el clero cristiano la buena
fe de muchos que caen fácilmente en el engaño, dando a los conspiradores judíos
y sus satélites la posibilidad de triunfo en sus satánicos propósitos.
Sin embargo, está bien claro que el hecho de
que la Iglesia Católica acepte el perdón de los pecados, no implica la
aceptación de que los criminales y los delincuentes deban escapar a la justicia
humana y menos a la justicia divina.
En muchas ocasiones, los judíos y sus satélites
tienen el cinismo y el atrevimiento de utilizar ese ardid de la moral y de la
caridad cristiana incluso para impedir que los cristianos se defiendan y
defiendan a sus naciones e instituciones religiosas de las conspiraciones y
agresiones provenientes de la Sinagoga de Satanás, para lo cual utilizan
siempre clérigos católicos o protestantes que, diciendo ser buenos cristianos,
hacen el juego constantemente a la masonería, al comunismo o a cualquier otra
empresa judía, y mientras hablan como cristianos devotos, actúan en beneficio
de la revolución judaica y en perjuicio de la Santa Iglesia.
El escritor filosemita, Ernesto Rossi, cita
como un llamado de atención a los cristianos –en un capítulo dedicado a la
defensa de los judíos- las palabras del evangelista San Mateo:
“Entonces
Pedro, acercándosele, le dijo: Señor, ¿cuántas veces perdonaré a mi hermano
que haya pecado contra mí? ¿Hasta siete? Jesús le responde: Yo no te digo que
hasta siete, sino setenta veces siete" (71). Y Julien Green, citado por Carlo Bo,
en el artículo a que nos hemos referido, dice:
“No se puede golpear a un judío
sin tocar al mismo tiempo a aquél que es el hombre por excelencia y la flor de
Israel: Es Jesús...Cristiano, seca las lágrimas y la sangre de tu hermano judío
y el rostro de Cristo resplandecerá”.
Los clérigos filosemitas han llegado al
extremo de recordar a los cristianos el Sermón de la Montaña y otras prédicas
de Nuestro Señor Jesucristo sobre el perdón a los enemigos, el amor a los
enemigos, etc., con vistas a conmover y hasta presionar espiritualmente a los
fieles, por medio de semejantes sofismas, debilitándolos en algunos hasta
paralizar su lucha contra las fuerzas del mal. La acción de estos típicos clérigos
ha sido con frecuencia responsable en gran parte de los triunfos masónicos y
comunistas.
Podemos asegurar, sin temor a duda, que estas
perversas maquinaciones han sido en gran parte las que permitieron a la Sinagoga
de Satanás cambiar, al menos hasta ahora, el rumbo de la historia en forma
desastrosa para las fuerzas del bien y de manera favorable para las huestes del
mal. la Santa Iglesia pudo, durante mil años, hasta fines del siglo XV,
derrotar a la Sinagoga de Satanás en todas las batallas que año tras año tuvo
que librar contra ella. la Cristiandad estuvo, entonces, a punto de obtener una
victoria definitiva que hubiera salvado al cristianismo del cisma protestante,
de las sangrientas guerras de religión, de las revoluciones masónico-liberales
que ensangrentaron al mundo entero y de las revoluciones socialistas del
comunismo, todavía más sangrientas y amenazadoras.
El Santo Oficio de la Inquisición tan
calumniado por la propaganda judía –que fue creado con el fin de combatir y
vencer al judaísmo y a los movimientos subversivos que en forma de herejías
utilizaba para dividir y desgarrar a la Cristiandad- habría podido, con lo
medios con que contaba, obtener una victoria definitiva de la Santa Iglesia si
los pérfidos judíos no hubieran logrado impedirlo, utilizando los ardides que
estamos analizando, precisamente en los momentos decisivos de esas luchas,
esgrimiendo sofísticamente la caridad cristiana (que los judíos nunca
practican) para conmover a los jerarcas cristianos, eclesiásticos y civiles, y
lograr su protección contra los celosos inquisidores y conseguir aun perdones
generales de los criminales, quienes en vez de agradecerlos, los utilizaban sólo
para rehacer en secreto sus fuerzas y volver años después a la lucha con
nuevas herejías una, otra y más veces. por fin, a principios del siglo XVI, la
judería internacional logró quebrar la unidad de la Cristiandad y abrir el
boquete a través del cual se lanzó al asalto de la ciudadela cristiana, con
las consecuencias catastróficas que en la actualidad todos podemos percibir.
Se aprovecharon, por tanto, muy astutamente de
la bondad de los cristianos, utilizando las medidas de perdón y de tregua
logradas por medio de engaños de todo género, para cambiar el rumbo de la
historia en sentido favorable a las fuerzas de Satanás y de su Sinagoga.
La Santa Iglesia puede medir la magnitud de la
catástrofe, considerando los millones y millones de almas que se perdieron para
el catolicismo con la escisión protestante, las revoluciones masónico-liberales
y sobre todo con las revoluciones comunistas de nuestros días.
Es preciso hacer constar esta significativa
coincidencia: aquellos períodos de la historia en que los jerarcas cristianos,
civiles o eclesiásticos han tolerado y protegido más a los judíos, son los
períodos en que la Sinagoga de Satanás ha hecho más progresos en su lucha
contra la Santa Iglesia y los pueblos cristianos logrando victorias
arrolladoras.
Por el contrario, aquellas otras etapas históricas
en que los Papas, los concilios ecuménicos y los monarcas cristianos observaron
una política enérgica contra el judaísmo, fueron de triunfo para la Santa
Iglesia y para los pueblos cristianos en su lucha contra los hebreos y las herejías
que éstos organizaban y esparcían; triunfos logrados a veces hasta con la
fuerza de las armas y que permitieron salvar millones de almas cristianas. No es
idea nuestra criticar o censurar a los jerarcas cristianos, religiosos y
civiles, que de muy buena fe cometieron errores políticos al dar al enemigo una
protección que a la larga facilitó a éste sus triunfos sobre la Cristiandad.
Lo que realmente ocurrió, fue que sucumbieron frente a los hábiles engaños de
la Sinagoga atraídos por el señuelo de esas temibles “fábulas judaicas”
de que hablaba San Pablo. Es preciso recordar que el Demonio es el padre de la
mentira y maestro en el arte de engañar a los hombres, arte que fue heredado
por sus hijos espirituales, los judíos modernos, de quienes Cristo Nuestro Señor
dijo que eran “hijos del Diablo”.
No es el momento de criticar a nadie ni de
lamentaciones inútiles sobre lo que otros pudieron hacer y no hicieron; lo que
urge es que nosotros actuemos con rapidez y energía antes de que sea demasiado
tarde. Es apremiante que los católicos y demás cristianos interrumpamos
nuestro sueño y despertemos a la actual realidad.
En Rusia, al implantarse la dictadura
socialista, millares de arzobispos, obispos, dignidades eclesiásticas y
sacerdotes, fueron sumidos en cárceles inmundas donde pasaron años enteros
hasta su muerte; otros muchos fueron torturados cruelmente y asesinados;
millones de cristianos de todas las clases sociales estuvieron sujetos a
indecibles tormentos e introducidos en oscuras y sucias prisiones por años y más
años; otros millones de ellos sufrieron espantoso aniquilamiento a manos de los
judíos implacables que no perdonan, que destruyen y esclavizan.
Estos tremendos peligros amenazan a todo el
mundo por igual. Si el comunismo llegara a triunfar en la totalidad del planeta,
como va a suceder si no nos unimos para impedirlo –ya que Dios no ayuda al que
no se ayuda- entonces, cardenales, arzobispos, obispos, canónigos, sacerdotes y
frailes serían internados en oscuras cárceles y horrendos campos de
concentración por largos años, torturados y finalmente asesinados. Sirvan de
ejemplo Rusia, China comunista y todos los demás países en donde va triunfando
el arrollador alud del comunismo judaico.
Karl Marx, Engels y Lenin, cuyas doctrinas
siguen los comunistas, lo dijeron claramente en sus obras: el clero de las
distintas religiones y sobre todo el cristiano, debe ser exterminado. La clase
burguesa tiene que ser destruida, aniquilada totalmente; entendiendo por clase
burguesa a los propietarios de fincas urbanas o rurales, de fábricas, de
servicios públicos, de talleres y de comercios. Todos deben ser asesinados sin
distinción de ideología, sean derechistas, centristas o izquierdistas, pues se
trata no de la destrucción de tal o cual sector burgués, sino de la totalidad
de la clase burguesa. Así está decretado por los fundadores y jerarcas del
comunismo.
Los únicos que se escapan de la matanza, como
es natural, son los judíos, aunque pertenezcan a cualquiera de las clases
sentenciadas, ya que ni siquiera se salvan los masones burgueses de origen
cristiano, quienes también son asesinados. Con esto último, demuestra una vez
más el judaísmo su ingratitud hacia los que lo ayudan, a los cuales aprovecha
mientras los necesita para luego eliminarlos.
Tampoco se salvarán del desastre las clases
obreras y campesinas utilizadas por el judaísmo como escalón para instaurar
las dictaduras socialistas, porque el experimento ruso y el chino han
demostrados claramente que dichas clases sociales, además de haber sido
cruelmente esclavizadas, fueron diezmadas por el asesinato de millones de sus
componentes, que habían cometido el grave delito de protestar por el engaño
urdido en su perjuicio por aquellos que prometiéndoles un paraíso les habían
dado el infierno.
Esta es la tremenda realidad. Es inútil que se
trate de ocultarla, restarle importancia o hasta negarla. Los miembros de esa
“quinta columna” enemiga introducidos en las filas de la Cristiandad y cuya
existencia demostraremos –en la Cuarta Parte de esta obra- con pruebas
evidentes e irrefutables; estos falsos católicos quintacolumnistas al servicio
del enemigo, tratan de hacer creer que el peligro no existe o cuando menos de
restarle la importancia e inminencia que realmente tiene, para adormecernos a
todos e impedir que nos defendamos con eficacia.
Si a esto se añade la hábil explotación
malintencionada y sofística de la caridad y de la moral cristiana, se dará una
idea de los demoledores recursos con que cuenta el enemigo para desarmarnos,
impidiéndonos luchar contra el comunismo ateo y contra la Sinagoga de Satanás.
No hay que olvidar que la caridad cristiana obliga a proteger a los buenos de la
corrupción de los malos, dejándoles manos libres para que puedan pervertir a
los buenos, robarlos y esclavizarlos, al mismo tiempo que se ata de pies y manos
con una moral falsa, a las fuerzas del bien para que puedan ser dominadas por
las fuerzas del mal.
Es evidente, sujetándonos absoluta e
incondicionalmente a las declaraciones de SS. SS. los Papas –al hablar ex-cátedra-
y a las de los concilios ecuménicos, que cualquier interpretación que se
quiera hacer de la moral o de la
caridad cristiana, que tenga por resultado facilitar el triunfo de las fuerzas
del mal sobre las fuerzas del bien, estará equivocada, pues Dios Nuestro Señor
hizo la moral y la caridad para lograr el triunfo del bien sobre el mal y no a
la inversa. El judaísmo, por medio de su quinta columna en el clero cristiano,
utiliza a esos sacerdotes y jerarcas que le sirven de instrumento para
paralizarnos e impedir nuestra defensa contra las fuerzas de Satanás y sus cómplices,
llenándonos de escrúpulos contra la licitud de los medios más necesarios en
un momento dado para detener el triunfo del bien sobre el mal, tergiversando el
objeto básico de la moral cristiana, que es precisamente lograr dicho triunfo
del bien sobre el mal, el cual jamás podrá obtenerse con una moral derrotista
y falsa sino con una moral combativa que llene su objetivo básico.
Las palabras del Señor, transcritas en el capítulo
tercero de esta parte de la obra, dan cuenta de cómo Dios, en su lucha contra
Satanás o contra los judíos, que siguieron la senda de éste, fue enérgico y
no débil; fuerte y no derrotista.
No vale alegar con recursos de pillo, como lo
hacen los quintacolumnistas, que Cristo Nuestro Señor predicó el amor a los
enemigos y el perdón a los mismos, poniendo una aparente y sofística
contradicción entre lo dicho por Dios Hijo en el Nuevo Testamento y lo
establecido por Dios Padre en el Antiguo; los teólogos saben muy bien que esas
contradicciones no existen y que el amor y el perdón a los enemigos –doctrina
sublime de nuestro Divino Salvador-, se refiere a los enemigos de orden personal
y privado que surgen a cada momento en nuestras relaciones sociales; pero no al
enemigo malo, a Satanás, ni a las fuerzas del mal encabezadas por él. Ni amor
ni perdón predicó jamás Cristo para Satanás y sus obras, sino todo lo
contrario.
Cuando se trató de atacar a las fuerzas del
mal, fue tan terminante y enérgico Jesús como su Padre Eterno. En vano se
trataría de hallar contradicción entre la actitud de una y otra Persona
Divina.
Por lo que respecta a los judíos –que
renegaron de us Mesías- fueron denominados por Cristo mismo “la Sinagoga de
Satanás”. Jesús lo trata en forma enérgica e implacable en varios pasajes
del Evangelio; sobre todo cuando el apóstol San Mateo expresó textualmente:
“11.
Y os digo, que vendrán muchos de Oriente, y de Occidente, y se asentarán con
Abraham, y Isaac, y Jacob en el reino de los cielos. 12. Mas los hijos del reino
(es decir los hebreos) serán echados en la tinieblas exteriores: allí será el
llanto y el crujir de dientes” (72).
Este pasaje de los Santos Evangelios demuestra
cómo Cristo anuncia que los gentiles venidos de fuera, por su fe en el Mesías,
heredarían el privilegio que el pueblo de Israel no supo conservar; mientras
que éste –el judaísmo que desconoció a Cristo- será lanzado al infierno
donde imperará el llanto y crujir de dientes.
Contra las fuerzas del mal Jesús fue estricto
como Dios Padre; y existe congruencia y armonía entre la actitud de ambas
personas del mismo Dios. Por eso, nuestra lucha contra las fuerzas de Satanás
debe ser lo suficientemente enérgica, lo suficientemente eficaz, para
permitirnos derrotarlas; los judíos y los clérigos que les hacen el juego
tratan de llenar nuestra conciencia con escrúpulos de una falsa moral cristiana
que ellos mismos nos han inoculado, para hacer nuestra postura tan débil y
derrotista que asegure el triunfo de las fuerzas del infierno, aunque sea
temporalmente y con pérdida de millones de almas para la Santa Iglesia y
asesinatos en masa de millones de inocentes, como ocurre en los países que por
nuestras debilidades y falta de acción enérgica, sigue conquistando el
comunismo ateo.
“L´Osservatore Romano”, citando una
importante publicación dice:
“La
revista `Time´, en su número del 6 de marzo de 1956, menciona que en China, en
5 años de dominación comunista, han sido asesinadas 20 millones de personas y
otros 23 millones retenidas en campos de trabajos forzados” (73).
Para terminar, aduciremos la autoridad de los
grande Padres de la Iglesia y el significado que daban a la caridad cristiana.
Vamos a utilizar como fuente la “Historia de la Iglesia Católica”, escrita por tres padres jesuitas, Llorca, García-Villoslada y Montalbán,
por todos conceptos insospechables de antijudaísmo y por cuya razón preferimos
utilizarla en este caso, ya que se limitan a seguir la corriente unánime de los
historiadores de la Santa Iglesia.
Al efecto dice tal obra textualmente:
“5.-
Grandes figuras de la caridad cristiana en el Oriente.-
En medio de este ambiente tan cristiano, no es de sorprender
sobresalieran algunas figuras por su acendrada caridad para con los pobres y
necesitados, las cuales contribuyeron a su vez poderosamente a fomentar ese
mismo espíritu. En la imposibilidad de enumerarlas todas, escogeremos algunas
de las que más se distinguieron en los siglos IV-VII”.
Después de citar los mencionados padres jesuitas a San Basilio, pasan a describir la figura del gran Padre de la Iglesia, San Juan Crisóstomo y dicen: “No menos ilustre es San Juan Crisóstomo como gran promotor de la caridad cristiana”. A continuación, los autores siguen relatando una serie de hechos que presentan al Crisóstomo como ejemplo de la caridad cristiana y pasan, luego, a referirse a otros dos grandes Padres de la Iglesia, San Ambrosio, obispo de Milán, y San Jerónimo. Del primero, entre otras cosas, afirman:
“6.- Grandes figuras de
la caridad en Occidente.-
San Ambrosio ha sido siempre el modelo de un Obispo católico. Por esto
no es de sorprender que fuera también el ejemplo más acabado de la caridad y
de la beneficencia”.
A continuación siguen narrando los citados
jesuitas, hechos que comprueban su aserto de que San Ambrosio fue el ejemplo más
acabado de la caridad cristiana.
Refiriéndose a San Jerónimo, señalan los estudiosos sacerdotes que:
“San Jerónimo, que tan profundamente conocía
la sociedad más elevada de Roma, con todas sus sombras y sus lados luminosos,
nos ha transmitido los ejemplos más sorprendentes de la caridad cristiana...”
(74).
A este respecto, los mencionados jesuitas citan
las obras de Liese y de San Gregorio Nacianceno, gran Padre de la Iglesia,
irreprochables como fuentes y autoridades eclesiásticas.
Ahora veremos lo que relata el clásico
historiador israelita Graetz –cuyas obras son tenidas en lso medios judíos
como dignas de todo crédito- sobre San Juan Crisóstomo, San Ambrosio y San Jerónimo,
considerados por la Iglesia como ejemplos de caridad cristiana dignos de imitar.
En la obra “Historia de los Judíos” que
los hebreos cultos consideran una honra poseer, dice Graetz textualmente, refiriéndose
a la tremenda lucha sostenida en esos tiempos entre la Santa Iglesia y el judaísmo:
“Los principales fanáticos contra los judíos
fueron en esta época Juan Crisóstomo de Antioquía y Ambrosio de Milán,
quienes los atacaron con gran ferocidad”.
Luego detalla Graetz las actividades de San
Juan Crisóstomo contra los hebreos, de las que se hablará en la Cuarta Parte
de este libro. Refiriéndose a las de San Ambrosio dice:
“Ambrosio de Milán, era un oficial violento,
ignorante de toda Teología, cuya violencia célebre en la Iglesia, lo había
elevado al rango de Obispo, él era sin embargo, más virulento todavía contra
los judíos” (75).
También, en la Cuarta parte de esta obra, nos
referimos a la lucha antijudía de San Ambrosio, gran Padre de la Iglesia. Y en
el índice de materias del tomo segundo de la obra de Graetz, páginas 638 y
641, sintetiza el objeto de esta materia en forma muy elocuente: “Ambrosio, su
fanatismo contra los judíos” y “Crisóstomo, su fanatismo contra los judíos”.
Por lo que respecta a San Jerónimo, otro gran
Padre de la Iglesia, símbolo de la caridad cristiana, el tan autorizado
escritor en medios hebreos, Graetz, señala que para recalcar dicho santo su
ortodoxia, dijo literalmente:
“Y si es requisito despreciar a los
individuos y a la nación, yo aborrezco a los judíos con un odio imposible de
expresar...” comentando, en seguida, el prestigiado historiador israelita.
“Esta profesión de fe, concerniente al odio
hacia los judíos, no era una opinión privada de un escritor aislado, sino el
oráculo para toda la Cristiandad, que presurosa aceptó los escritos de los
Santos Padres de la Iglesia, que fueron reverenciados como santos. En tiempos
posteriores, esta profesión de fe, armó a los reyes, al populacho, a los
cruzados y a los pastores (de almas), contra los judíos, que inventaron los
instrumentos para su tortura, y construyeron las hogueras fúnebres para
quemarlos” (76).
Como se ve, esos símbolos de la caridad
cristiana que fueron San Juan Crisóstomo, San Ambrosio de Milán y San Jerónimo,
nos dejaron una definición clara de la misma, indicándonos que ella no excluye
la acción enérgica, implacable contra los judíos y contra la Sinagoga de
Satanás, lucha que ellos convirtieron en parte importantísima de su santa
vida; nos enseñaron, también, que la caridad cristiana no se ejerce en
beneficio de las fuerzas del mal, que ellos identificaron principalmente con el
judaísmo. Por otra parte, es cierto lo que dice el israelita Graetz al afirmar
que ésta fue la doctrina unánime de los Padres de la Iglesia. Los que se
interesen en profundizar en este tema, pueden hacerlo directamente en las obras
de los Padres. Ahí podrán comprobar que todos condenaron enérgicamente a los
judíos y lucharon en forma resuelta y sin titubeos en contra de esos enemigos
de la humanidad, como acertadamente los llamó San Pablo.
Los católicos sabemos que la opinión unánime
de los Padres de la Iglesia en materia doctrinal es, en muchos casos, norma
obligatoria de conducta para todos los fieles y en todos los casos, sin excepción,
ejemplo digno de imitar; solamente el complejo de Judas Iscariote puede explicar
el hecho de que muchos clérigos que se nombran católicos, pero que sirven más
a a la Sinagoga de Satanás que a la Iglesia, pretendan darnos falsas normas de
moral y de caridad cristiana para atarnos de manos e impedir que luchemos con
toda energía y eficacia contra el judaísmo y sus satélites: la masonería y
el comunismo.
Capítulo
Décimo
LOS
JUDÍOS MATAN CRISTIANOS Y PERSIGUEN A LOS APÓSTOLES
El judaísmo hizo una guerra a muerte a la iglesia desde el nacimiento de
ésta, sin motivo alguno, sin provocación, sin que la Iglesia durante sus tres
primeros siglos contestara siquiera a la violencia con la violencia. Los judíos
abusaron en forma cruel de la mansedumbre de los primeros cristianos que se
redujeron a combatir a sus mortales adversarios, simplemente, con bien
fundamentados razonamientos, teniendo que sufrir en cambio, las demoledoras
calumnias de los judíos, sus encarcelamientos, asesinatos y todo género de
persecuciones.
Empezaron
por matar a cristo Nuestro Señor en forma injusta y cruel; siguieron con el
homicidio de san Esteban, que la Sagrada Biblia, en “Los Hechos de los Apóstoles”,
nos describe en todo su horror desde la planeación del crimen en el seno de las
sinagogas, pasando por el soborno empleado para que algunos lo calumniaran lanzándole
acusaciones venenosas, hasta el empleo de falsos testigos para comprobar estas
acusaciones y el final asesinato del santo por los judíos, consumado a pedradas
en forma fiera, sin que San Esteban haya cometido otro delito que predicar la
verdadera religión (77). Fue el protomártir del cristianismo; y fueron los
israelitas quienes tuvieron el honor de ser los primeros en derramar la sangre
cristiana, después del deicidio de Jesús.
La
misma Biblia, en los hechos de los Apóstoles (capítulo XII), señala cómo el
rey judío Herodes:
“1.
...envió tropas para maltratar a algunos de la Iglesia. 2. Y mató a cuchillo a
Santiago hermano de Juan. 3. Y viendo que hacía placer a los judíos, pasó
también a prender a Pedro...” (78).
Los
hebreos no contentos con iniciar el asesinato de los santos dirigentes del
naciente cristianismo, se lanzaron a realizar crueles persecuciones que
degeneraron en tremendas matanzas, según nos narra la Biblia en los hechos de
los Apóstoles, que dieron al cielo los primeros mártires de la Iglesia. En
estas persecuciones participó Saulo –el futuro San pablo- antes de
convertirse (79), con un celo que él mismo describe en su Epístola a los Gálatas
(capítulo I), de la siguiente manera:
“13.
Porque ya habéis oido de qué manera vivía en otro tiempo en el judaísmo: y
con qué exceso perseguía la Iglesia de Dios, y la destruía” (80).
LOS
JUDÍOS NO SON DEL AGRADO DE DIOS, AFIRMA SAN PABLO.
Los
hebreos persiguieron con especial empeño, como es natural, a los apóstoles y a
los primeros caudillos de la Iglesia, de lo cual nos da testimonio San Pablo, en
su Epístola primera a los Tesalonicenses, en la que también afirma que: “los
judíos no son del agrado de Dios”. Dice textualmente lo siguiente:
“14.
Porque vosotros, hermanos, os habéis hecho imitadores de las Iglesias de Dios,
que hay por la Judea en Jesucristo: por cuanto las mismas cosas sufrísteis
también de los de vuestra nación, que ellos de los judíos: 15. Los cuales
también mataron al Señor Jesús, y a los profetas, y nos han perseguido a
nosotros, y no son del agrado de Dios...” (81).
Es,
por ende, falso que los judíos sean del agrado de Dios, como están afirmando
los clérigos que les hacen el juego con el fin de paralizar la defensa de los
pueblos católicos en contra del imperialismo judaico y su acción
revolucionaria.
¿Será posible que esos eclesiásticos filosemitas pretendan tener razón y que San Pablo mintió cuando aseguró que los judíos no eran del agrado de Dios? Sin embrago, bien claro se ve que las fuerzas del mal, los hijos del Diablo –como les dijo Cristo- integrantes de la Sinagoga de Satanás, no pueden ser del agrado de Dios.
Los
judíos con frecuencia encarcelaron a los apóstoles. En “Los Hechos de los
Apóstoles”, se afirma que los sacerdotes judíos, los saduceos y el
magistrado del templo, echaron mano de San Pedro y San Juan “...y los metieron
en la cárcel...” (82).
Y
en el capítulo V se narra lo siguiente:
“17.
Mas levantándose el príncipe de los sacerdotes y todos los que con él estaban
(que es la secta de los saduceos), se llenaron de celo: 18. Y prendieron a los
apóstoles, y los pusieron en la cárcel pública” (83).
Entre
las persecuciones desatadas por los judíos contra los primeros cristianos
caudillos de la Iglesia destaca, por su encarnizamiento, la que llevaron a cabo
contra San Pablo. En los Hechos de los Apóstoles (capítulo IX), se señala:
“22.
Mas Saulo mucho más se esforzaba, y confundía a los judíos que moraban en
Damasco, afirmando que Este es el Cristo. 23. Y como pasaron muchos días, los
judíos tuvieron juntos consejo para matarlo” (84).
Después,
en Antioquía, discutiendo San Pablo y San Bernabé sobre cuestiones religiosas
con los judíos, éstos acabaron con su acostumbrado fanatismo e intolerancia;
empleando el argumento de la violencia. Los citados “Hechos de los Apóstoles”,
lo consignan:
“50.
Mas los judíos concitaron a algunas mujeres devotas e ilustres, y a los
principales de la ciudad, y movieron una persecución contra Pablo, y Bernabé:
y los echaron de sus términos” (85).
Luego
(capítulo XIV), sea firma que en la población de Iconio, después de otra
discusión teológica de San Pablo y San Bernabé con los judíos, ocurrió que:
“4.
Y se dividieron las gentes de la ciudad: y los unos eran por los judíos, y los
otros por los apóstoles. 5. Mas como los gentiles, y los judíos con sus
caudillos se amotinasen para ultrajarlos, y apedrearlos, 6. Entendiéndolo
ellos, huyeron a Lystra, y Derbe, ciudades de Lycoania...18. Mas sobrevinieron
algunos judíos de Antioquía, y de Iconio: y habiendo ganado la voluntad del
pueblo, y apedreando a Pablo, le sacaron arrastrando fuera de la ciudad,
creyendo que estaba muerto” (86).
Se
ve por tanto, que ya para estas fechas la división estaba clarísima: por una
parte los partidarios de los apóstoles, es decir los cristianos; y por otra
parte, los judíos.
El
Nuevo Testamento de la Sagrada Biblia –ya en estos libros- se sirve de la
palabra “judíos” para designar a los miembros del antiguo pueblo elegido
que asesinaron a Dios Hijo y combatían a su Iglesia. Asimismo se señala que
los que se habían convertido a la fe del Señor no eran hebreos, sino
cristianos. El Evangelio de San Juan –el discípulo amado- también ya titula
“judíos” en forma expresa a los miembros del antiguo pueblo de Dios, que se
negaron a reconocer a Cristo, lo llevaron a la muerte y combatieron a los apóstoles.
El Evangelio de San Juan ha sido considerado por los israelitas como el más antisemita de los evangelios; el judaísmo proyecta eliminarlo de la Santa Misa y para lograrlo dice tener poder suficiente en el Vaticano. Tal eliminación la proyecta –según hemos sido informados- recortando la Misa para que termine con la Bendición, suprimiendo así el Evangelio de San Juan, el más antisemita de los evangelios, con el que actualmente finaliza la Misa. Nos parece increíble que los judíos tengan tantas infiltraciones en el Vaticano como para poder lograr esto. Pero ante cualquier eventualidad, hemos considerado necesario denunciar esto para que las autoridades eclesiásticas impidan este atraco a la Santa Misa por parte del judaísmo y sus agentes secretos en el alto clero.
Los
judíos, que en nuestros días siguen persiguiendo a la Iglesia y amenazan con
dominar y esclavizar a la humanidad, son los descendientes de esos mismos judíos
ya designados por el Nuevo Testamento como los peores enemigos de Cristo y de su
Iglesia, que nada de espiritual tenían de común con el antiguo pueblo escogido
de Dios en los tiempos bíblicos. El pueblo escogido fue amado de Dios, pero los
judíos –que renegaron de su Mesías, que lo asesinaron y que combatieron y
combaten al cristianismo, siguiendo aferrados a sus organizaciones criminales en
nuestros días, como dijera antaño San Pablo- no son del agrado de Dios.
Los
clérigos que en lugar de servir a la Iglesia están sirviendo a la Sinagoga de
Satanás, hacen una sofística mezcla de conceptos para engañar a los sinceros
católicos y hacerles creer, en contradicción con lo asegurado por San Pablo,
que los criminales judíos modernos son del agrado de Dios, con el fin de
impedir que los cristianos defiendan a sus pueblos y a sus familias contra sus pérfidas
empresas imperialistas y su acción corruptora.
En
el capítulo XVII del antes citado libro del Nuevo Testamento, se dice que San
Pablo y Silas:
“1...llegaron
a Thesalonica, en donde había una sinagoga de judíos. 5. Mas los judíos,
movidos de celo, y tomando consigo algunos de la plebe, hombres malos, y
haciendo gente, levantaron la ciudad: y asediaron la casa de Jasón, queriendo
presentarlos al pueblo. 6. Y no hallándolos, trajeron violentamente a Jasón y
a algunos de los hermanos a los magistrados de la ciudad, gritando: Estos son
los que alborotan la ciudad, y vinieron acá. 7. A los cuales ha acogido Jasón,
y todos éstos hacen contra los decretos de César, diciendo que hay otro rey:
que es Jesús. 8. Y alborotaron al pueblo y a los principales de la ciudad al
oir estas cosas. 9. Mas recibida satisfacción de Jasón, y de los otros, dejáronlos
ir libres” (87).
Los
pasajes citados de las Sagradas Escrituras, demuestran claramente que fueron los
judíos los únicos enemigos del naciente cristianismo; pero en todas partes no
sólo perseguían directamente a los cristianos sino que con calumnias, trataban
de sublevar contra ellos a los pueblos gentiles y lo que es más grave, a las
autoridades del Imperio Romano. En el anterior pasaje de “Los Hechos de los Apóstoles”
se ve diáfanamente cómo empleaban la calumnia en un criminal intento de lanzar
toda la fuerza del entonces invencible Imperio Romano sobre la Santa Iglesia,
acusando a los cristianos, ni más ni menos, que de reconocer a otro rey en
substitución del César, delito que enfurecía al máximo a los emperadores
romanos y a sus colaboradores, ya que esta forma de traición contra el César
acarreaba la inmediata pena de muerte. Por ello, no cabe duda alguna de lo que
pretendían los israelitas. Estos siguieron durante muchos años empleando todo
el veneno de sus calumnias e intrigas, no logrando sin embargo, lanzar al
Imperio Romano contra los cristianos; hasta que por fin, a fuerza de insistir
tanto, lo lograron con Nerón.
Hubo
también un intento de lanzar a los gobernantes de Roma contra San Pablo, como
lo muestra el siguiente pasaje del Nuevo Testamento:
“12.
Y siendo Galión procónsul de la Achaya, los judíos se levantaron de acuerdo
contra Pablo, y le llevaron al tribunal. 13. Diciendo: Que éste persuade a los
hombres que sirvan a Dios contra la ley. 14. Y como Pablo comenzase a abrir su
boca, dijo Galión a los judíos: Si fuese algún agravio, o enorme crimen, os
oiría, oh judíos, según derecho. 15. Mas si son cuestiones de palabra, y de
nombres, y de vuestra ley, vedlo allá vosotros: porque yo no quiero ser juez de
estas cosas. 16. Y los hizo salir de su tribunal. 17. Entonces ellos echándose
sobre Sóstenes príncipe de la sinagoga, le daban golpes delante del tribunal:
sin que Galión hiciese caso de ello” (88).
Este
pasaje de la Sagrada Biblia nos hace ver por una parte, la tolerancia religiosa
de las autoridades romanas y la falta absoluta de interés en hostilizar a los
cristianos; por otra parte, que los hebreos eran los que constantemente estaban
buscando medios para lanzar a los gobernantes del Imperio Romano contra los
cristianos en intentos repetidos, aunque carentes de éxito; y por último, que
como buenos paranoicos, los judíos, al fracasar en un intento malvado, acaban
por pelearse unos contra otros con una furia de verdaderos locos. Aquí fue Sóstenes,
el príncipe de la sinagoga, el infeliz objeto de esa rabia y furor hebreos. Y
desde luego, no podemos dudar de la veracidad de estos hechos, ya que se trata
de un pasaje literal del Nuevo Testamento.
Es
pues, muy explicable, que cuando esta jauría de lobos quedó desatada y además
con plenos poderes al triunfar las revoluciones comunistas, haya realizado increíbles
matanzas haciendo correr torrentes de sangre cristiana y gentil para terminar
despedazándose, tanto en la Unión Soviética como en los estados satélites,
unos a otros sin respetar nada, ni siquiera la dignidad rabínica, como en el
caso del pobre Sóstenes, citado en el anterior pasaje bíblico. No cabe la
menor duda que siguen siendo los mismos de siempre.
El
apóstol San Lucas, en los hechos de los Apóstoles nos narra otra de las
persecuciones llevadas a cabo por los judíos contra San Pablo, y al pintarnos
la manera de ser de los hebreos en esos tiempos, cualquiera diría que nos los
está describiendo ahora. Nada parece haber cambiado en casi dos mil años.
Cuenta que estando el santo de Jerusalén:
“27.
...los judíos que estaban allí del Asia, cuando le vieron en el Templo,
alborotaron todo el pueblo, y le echaron mano, diciendo a gritos: 28. Varones de
Israel, favor: éste es aquel hombre, que por todas partes enseña a todos
contra el pueblo y contra la ley, y contra este lugar, y demás de esto ha
introducido los gentiles con él por la ciudad a Trophimo de Epheso, creyeron
que le había metido pablo en el templo. 30. Y se conmovió toda la ciudad, y
concurrió el pueblo. Y trabando de pablo, le arrastraron fuera del templo: y
luego fueron cerradas la puertas. 31. Y queriéndole matar, fue dado aviso al
tribuno de la corte: Que toda Jerusalén estaba en alboroto. 32. El tomó luego
soldados y centuriones, y corrió allá. Ellos, cuando vieron al tribuno y a los
soldados, cesaron de herir a Pablo” (89)
Este
pasaje del Nuevo Testamento nos señala cómo los judíos acusaban a san Pablo
de “enseñar a todos contra el pueblo”, es decir, lo hacen aparecer
calumniosamente como enemigo del pueblo, para ellos justificar su asesinato. Más
de diecinueve siglos después, cuando los judíos en la Unión Soviética y países
comunistas quieren matar a alguien, lo acusan de ser enemigo del pueblo y
enemigo de las clases trabajadoras. Los métodos son los mismos; no han cambiado
en cerca de dos mil años. Lo acusan calumniosamente de predicar contra el
templo, igual que en los simulacros de procesos de los países comunistas acusan
a las futuras víctimas de hacer labor subversiva contra la Unión Soviética o
contra el estado proletario. Finalmente, acusan también a San Pablo de
introducir gentiles al templo profanando ese santo lugar, ya que los judíos
para tales fechas consideraban cerrado el templo para los gentiles, como ahora
consideran cerrado el judaísmo para los hombres de otras razas. Si entonces
admitían sólo a los prosélitos de la puerta, que nada más podían asistir al
templo de puertas para afuera, dejándolos en organizaciones periféricas,
comunidades de judaísmo espiritual, engañándolos sin introducirlos nunca en
las verdaderas sinagogas y comunidades de la judería. También en esto, los métodos
siguen siendo los mismos.
Siguen
narrando las Sagradas Escrituras que cuando el tribuno permitió a Pablo dirigir
la palabra a los judíos amotinados, tratando con palabras serenas de
suavizarlos, ocurrió que:
“22.
Y le habían escuchado hasta esta palabra, mas levantaron entonces el grito,
diciendo: Quita del mundo a un tal hombre: porque no es justo que él viva. 23.
Y como ellos diesen alaridos, y echasen de sí sus ropas, y arrojasen polvo al
aire” (90).
Ya
vemos aquí a los verdaderos energúmenos, que siglos después, en medio del
terror judío comunista, despedazarán a sus infelices víctimas con todo lujo
de crueldad.
Esta
narración del Nuevo Testamento continúa después diciendo que el tribuno
romano quiso saber al día siguiente:
Capítulo
XXII. “30. ...de cierto la causa que tenían los judíos para acusarle, le
hizo desatar, y mandó que se juntasen los sacerdotes y todo el concilio, y
sacando a Pablo, lo presentó delante de ellos. Capítulo XXIII. 6. Y sabiendo
Pablo, que una parte era de los saduceos, y la otra de fariseos, de la esperanza
y de la resurrección de los muertos soy yo juzgado. 7. Y cuando esto dijo, se
movió una grande disensión entre los fariseos y los saduceos, y se dividió la
multitud. 8. Porque los saduceos dicen que no hay resurrección, ni ángel, ni
espíritu: mas los fariseos confiesan lo uno y lo otro. 9. Hubo pues grande
vocería. Y levantándose algunos de los fariseos altercaban diciendo: No
hallamos mal ninguno en este hombre: ¿cuánto más, si le ha hablado espíritu,
o ángel?” (91).
Magnífica
lección de cómo pueden utilizarse, en beneficio de la causa del Bien, las
discordias internas de los bandos y sectas judaicas; cosa que puede hacerse con
eficacia conociendo las intimidades secretas del judaísmo que permitan evitar
el engaño de falsas pugnas, con frecuencia simuladas entre sí, para lograr
fines políticos determinados.
Después
de la violenta pugna entre los citados dirigentes judíos, que obligó al
tribuno romano a hacer intervenir a los soldados, sigue narrando el apóstol
(capítulo XXIII):
“12. Y
cuando fue de día, se coligaron algunos de los judíos, y se maldijeron,
diciendo: Que no comerían ni beberían hasta que matasen a Pablo. 13. Y eran más
de cuarenta hombres los que habían hecho esta conjuración: 14. Los cuales
fueron a los príncipes de los sacerdotes y a los ancianos, y dijeron: Nosotros
nos hemos obligado so pena de maldición a no gustar bocado, hasta que matemos a
Pablo. 15. Pues ahora vosotros con el concilio significad al tribuno, que os lo
saque fuera, como que queréis conocer con más certidumbre de su causa. Y
nosotros estaremos esperando para matarle antes que llegue”.
La
visión del tribuno, que conocía bien a los judíos, frustró sus planes
criminales mandando a San Pablo escoltado por doscientos soldados al mando de
dos centuriones, aclarando el versículo lo que hizo el tribuno romano:
“25.
(Porque temió no se lo arrebatasen los judíos, y lo matasen, y después le
calumniasen a él de haber recibido dinero:)” (92).
Este
ilustrativo pasaje del Nuevo Testamento pone en evidencia que los judíos
farsantes, inventores de las huelgas de hambre, ya las ponían en práctica en
tiempos de San Pablo, cuando juraron no comer ni beber hasta que lograran
matarlo. Los Hechos de los Apóstoles no nos aclaran si después de salvado San
Pablo por la previsión del tribuno romano, sostuvieron los judíos huelguistas
su juramento hasta la muerte, pero el silencio que guarda al respecto el apóstol,
nos hace suponer que en esa, como en las huelgas de hambre de nuestros días,
los comediantes hebreos al no lograr sus propósitos, encontraron el pretexto
adecuado para suspender la huelga.
Por
otra parte, se ve que ya desde lejanísimas fechas, practicaban el sistema de
asesinar a los presos al ser trasladados en el camino de una población a otra;
y se observa que hasta los romanos tenían miedo a las calumnias de los judíos,
a quienes sin duda conocían como maestros en este arte maléfico.
Para
dar a conocer las actividades siniestras del judaísmo y su manera de actuar,
para nada se necesitan los famosos “Protocolos de los Sabios de Sión”;
basta con las enseñanzas de la Sagrada Biblia y otros documentos fidedignos e
indiscutibles, muchas veces procedentes de las más insospechadas fuentes
hebreas.
Después
de conducido San Pablo ante el gobernador, siguen narrando los Hechos de los Apóstoles:
“2.
Y los príncipes de los sacerdotes, y los principales de los judíos acudieron a
él contra Pablo: y le rogaban. 3. Pidiendo favor contra él, para que le
mandase venir a Jerusalén, poniéndole asechanzas para asesinarle en el camino.
4. Mas Festo les respondió, que estaba guardado Pablo en Cesarea: y que él
cuanto antes partiría. 5. Y los principales (dijo) de vosotros vengan conmigo,
y si hay algún delito en este hombre, acúsenle. 7. Y cuando fue llevado, le
rodearon los judíos, que habían venido de Jerusalén, acusándole de muchos y
graves delitos, que no podían probar. 8. Y Pablo se defendía, diciendo: En
nada he pecado, ci contra la ley de los judíos, ni contra el templo, ni contra
César” (93).
Para comprender esta terrible tragedia, hay que tomar en cuenta que San pablo era un hombre virtuoso e iluminado por la gracia divina, en forma que le ha hecho digno de ser considerado como uno de los más grandes santos de la Cristiandad; pero a pesar de ello, los judíos, con su perfidia peculiar y su perseverancia paranoica, se ensañaron contra él en la forma descrita por los anteriores pasajes de la Sagrada Biblia, agravándose el problema porque no fueron sólo los judíos de Palestina sino los de las más diversas partes del mundo, los que demostraron sus instintos asesinos y malvados; y que no fueron sólo los de la secta de los fariseos sino también los saduceos, rivales de los anteriores. No fueron individuos aislados y sin representación los que destilaron tanta maldad sino los príncipes de los sacerdotes, los escribas, jerarcas y hombres más ilustres de Israel. Todos cortados con la misma tijera.
Los pasajes del Nuevo Testamento, nos enseñan a conocer el peligro que significa para la humanidad el judaísmo moderno, cuya maldad traspasa los límites de todo lo que otras naciones pueden imaginar. Por ello los Papas y los concilios les llamaron repetidamente “judíos pérfidos”; haciendo figurar éste y otros elocuentes términos en la liturgia y ritos de la Santa Iglesia, que los israelitas quieren ver del todo eliminados para sumirnos a los católicos en mayor ignorancia todavía, acerca de la inmensa perversidad de nuestros milenarios enemigos y así podernos vencer más fácilmente, utilizando con mayor éxito sus engaños y sus acostumbrados golpes de sorpresa.
Lo
más significativo es que en la descripción de la perfidia de esta raza de víboras
–como los llamó Cristo Nuestro Señor- coinciden perfectamente el Nuevo
Testamento de la Sagrada Biblia con los escritos elaborados siglos después por
los Padres de la Iglesia, con los conceptos contenidos en el Corán de Mahoma,
con los cánones de diversos concilios de la Iglesia, con los procesos de la
Santa Inquisición, con las opiniones de Martín Lutero y con las acusaciones
que en distintos siglos, en los más diversos países, fueron lanzadas por
conocedores del problema, católicos, protestantes, ortodoxos, rusos,
mahometanos e incrédulos como Voltaire y Rosemberg, que sin haberse puesto de
acuerdo, han coincidido en denunciar la perfidia y maldad extremas de los judíos
a través de los últimos dos mil años. Esto demuestra que por desgracia esa
maldad y perfidia, peligrosísimas para los demás pueblos, corresponden a una
realidad comprobada e incontrovertible.
San
Matías apóstol propagó largamente la palabra de Dios, primero en Macedonia y
después en Judea, convirtiendo a muchos a la fe de Jesucristo con su predicación
y prodigios. Se dice que no pudiendo los judíos sufrir esto, le echaron mano,
le apedrearon hasta el punto de dejarlo poco menos que muerto y por último fue
degollado (94)
Capítulo
Undécimo
LAS
PERSECUCIONES ROMANAS PROVOCADAS POR LOS JUDÍOS
Ya
estudiamos en el capítulo anterior diversos intentos hechos por los judíos
para lanzar a las autoridades romanas en contra de San Pablo, acusando a éste
de ir contra el César y reconocer a otro rey en su lugar, diciéndolo por Jesús.
Sobre estas intrigas y calumnias constantes nos da noticia un documento
incontrovertible, o sea el Nuevo Testamento de la sagrada Biblia. Estas
repetidas tentativas de lanzar el poderío del Imperio Romano en contra de la
naciente Cristiandad se sucedieron con frecuencia; aunque infructuosamente
durante algún tiempo.
Que
los romanos eran tolerantes en materia religiosa es un hecho históricamente
incontrovertible y también que no eran hostiles por ningún concepto a los
cristianos, como lo demuestran además de la postura de Pilatos en el caso de
Jesús, las intervenciones favorables de las autoridades del Imperio en las
persecuciones desatadas por los judíos contra San Pablo y los primeros
cristianos.
El
siguiente hecho es del todo significativo y es consignado por Tertuliano y
Orosio, al señalar que “ante los conatos de persecución hebrea surgida
contra los cristianos, el emperador Tiberio hizo publicar un edicto amenazando
de muerte a los que acusen a los cristianos”. (95)
El
año noveno de su imperio, manda Claudio que todos los judíos salgan de Roma
porque según testimonio de Josefo, habían hecho abrazar los ritos judaicos a
Agripina su mujer; o también, como escribe Suetonio, porque a impulso de las
persecuciones de los cristianos, movían frecuentes sediciones (96).
Se
ve pues que el emperador pagano Claudio fue en extremo tolerante hacia los
cristianos y harto ya de los motines que promovían los hebreos, los expulsó de
la ciudad de Roma. De esta expulsión hablan también los Hechos de los Apóstoles
(97).
Se
ve aquí la tendencia hebrea de hacer subir su valimiento hasta las gradas del
trono controlando a la emperatriz para poder ejercer –por medio de ella- su
influencia sobre el emperador, observando al parecer, las enseñanzas todas
desfiguradas por una interpretación imperialista, tomadas del libro bíblico de
Esther; esa judía que ocultando su judaísmo, logró convertirse en reina de
Persia y ejerció su influencia decisiva sobre el rey para destruir a los
enemigos de los israelitas. Sin embargo, en el caso del emperador Claudio fracasó,
por lo visto, el intento; cosa que no sucedió con Nerón, a quién lograron
acercarle una judía llamada Popea, quien pronto se convirtió en amante del
emperador y, según algunos cronistas hebreos, en la verdadera emperatriz de
Roma, la cual llegó a ejercer una influencia decisiva sobre este emperador.
Tertuliano,
uno de los padres de la Iglesia, quien en su obra “Scorpiase” dice: “Las
sinagogas son los puntos de donde salen las persecuciones de los cristianos”.
Y en su libro “Ad nationes” escribe el mismo Tertuliano: “De los judíos
es de donde salen las calumnias contra los cristianos” (98).
Durante
el reinado de Nerón hubo en un principio tolerancia hacia los cristianos, pero
acabó el emperador por ceder a las intrigas persistentes de su amante judía
Popea, a quien se señala como autora de la idea de inculpar a los cristianos
por el incendio de la ciudad de Roma, hecho con el cual se justificó la primera
y cruel persecución de los cristianos llevada a cabo por el Imperio Romano.
Los
padres jesuitas B. Llorca, R. García-Villoslada y F. J. Montalbán, reconocen,
en relación con las persecuciones iniciales de la Roma pagana contra los débiles
e inermes cristianos, a partir de Nerón, lo siguiente:
“Los
judíos fueron los elementos más activos en fomentar el ambiente de odio contra
los cristianos, a quienes consideraban como suplantadores de la ley
mosaica...”
“Esta
actividad de los judíos debió ejercer notable influencia, pues nos consta que
ya en el tiempo de Nerón gozaban de gran ascendiente en Roma, y es bien sabido
que, con ocasión del martirio de san Pedro y San Pablo, algunos insinuaron la
idea de que habían muerto por celos de los judíos”.
“Existiendo, pues, este ambiente, azuzado por el odio de los judíos, se concibe fácilmente la persecución de Nerón. Como capaces de toda clase de crímenes, fue fácil señalar a los cristianos como causantes del incendio de Roma. Al pueblo no le costó mucho creerlo” (99).
En efecto, los judíos llegaron a acusar a los cristianos calumniosamente hasta de cometer el nefando crimen de comerse a los niños en sus ceremonias (100), lo que indignaba como es muy natural, a las autoridades y al pueblo romano.
Es comprensible que esta intriga constante, esta persistente labor de calumnia y difamación que los hebreos lanzan siempre contra quienes estorban sus planes, realizada en el Imperio Romano por miles de individuos mes tras mes, año tras año, haya por fin logrado sus objetivos un buen día, lanzando contra la naciente Cristiandad, que ellos no podían aniquilar por sí solos, todo el gigantesco poderío del Imperio Romano en un afán destructor jamás conocido en la historia de la humanidad.
En apoyo de esta verdad citaremos el testimonio incontrovertible de una autorizada fuente judía:
“El Rabino Wiener, que en su libro “Die Juvisechen Speisegsetz”, confiesa que los judíos fueron los causantes de las persecuciones de Roma contra los cristianos; observando que en el reinado de Nerón y en el año 65 de nuestra Era, cuando Roma tenía por emperatriz a una judía, Popea, y por Prefecto de la Ciudad a un judío, se inicia la era de los mártires, que debía prolongarse 249 años” (101).
En estas instigaciones de los hebreos para provocar las persecuciones de los romanos en contra del cristianismo, intervinieron incluso rabinos tan destacados en la historia de la Sinagoga como el famoso
“...Rabino Jehuda, uno de los autores del Talmud (que como se ha dicho, es uno de los libros sagrados, fuente de la religión del judaísmo moderno), obtuvo en el año 155 de nuestra Era una orden para que fueran sacrificados todos los cristianos de Roma, muriendo en virtud de ella muchos miles, siendo precisamente judíos los verdugos de los Papas mártires Cayo y Marcelino” (102).
El Arzobispo Obispo de Port-Louis, Monseñor León Meurin, S.J., en su obra “Filosofía de la Masonería”, página 172, afirma que cuando los judíos acaudillados por Bar Kochba, un falso Mesías, se sublevaron contra Roma y recobraron por tres años (132-135 d.C.) su independencia, en ese corto espacio de tiempo asesinaron por lo menos a ciento cuatro mil cristianos. cantidad exorbitante en relación con la población cristiana de Palestina en esa época. esto nos da una idea de lo que sucederá cuando los judíos impongan a todo el mundo su dictadura totalitaria.
Durante tres siglos, los cristianos resistieron heroicamente sin contestar a la violencia con la violencia; pero es comprensible que cuando el cristianismo –después de tres siglos de persecuciones- logró un triunfo completo en el Imperio Romano con la conversión de Constantino y la adopción de la religión cristiana como religión de estado, se haya por fin resuelto a contestar a la violencia con la violencia, para defender de las conspiraciones constantes del judaísmo, tanto a la triunfante Iglesia como a los pueblos que habían depositado su fe en ella y que también se encontraban siempre amenazados por la acción destructiva y demoledora del imperialismo judaico.
Por otra parte, es preciso que los cobardes que ante la situación actual piensan capitular por miedo a las persecuciones, al poderío u la influencia de la Sinagoga de Satanás, tomen en cuenta que las terribles amenazas de nuestros días están muy lejos de ser tan graves como las que tuvieron que afrontar Cristo Nuestro Señor, los apóstoles y los primeros cristianos, enfrentados no sólo al poderoso judaísmo sino al entonces aparentemente invencible poderío del Imperio Romano, el más grande y fuerte de todos los tiempos. A estas amenazas mortales, hay que añadir la originada por la desintegración interna que los hebreos, por medio de su quinta columna, provocaron en el seno del cristianismo, con el gnosticismo y otras destructoras herejías.
Tomen en cuenta que si a pesar de esa situación mucho más difícil y trágica que la actual, la santa iglesia no sólo pudo salvarse sino hasta lograr una completa victoria sobre sus mortales enemigos, fu porque contó con unos pastores que jamás desmayaron, jamás se acobardaron ni aceptaron pactos vergonzosos con las fuerzas de Satanás. En ningún momento pensaron buscar situaciones de componenda, basadas en una tan pretendida como falsa prudencia, ni coexistencias pacíficas, ni capitulaciones diplomáticas, que son siempre sofismas empleados por los clérigos cobardes o cómplices del enemigo, los cuales pretenden, en nuestros días, que la santa iglesia y sus pastores entreguen en las garras del lobo las ovejas cuya custodia celosa les encomendó Cristo Nuestro señor, con perjuicio del prestigio de la misma Iglesia y de la fe que en ella han depositado los fieles católicos.
NOTAS:
[41]
Joseph Dunner, The Republic of Israel. Edición
octubre de 1950. p. 10.
[42]
Biblia. Evangelio según San Juan, Cap. VIII, Vers. 39-44, 47, 48, 49, 52, 57,
58, 59.
[43]
Nuestro Divino Redentor increpa aquí a los escribas, fariseos y rabinos, gentes
todas que integraban la intelectualidad dirigente del pueblo judío.
[44]
Biblia, Evangelio según San Mateo, Cap. XXIII, Vers. 33-37.
[45]
Biblia, San Juan, Apocalipsis, Cap. II,
Vers. 9; Cap. III, Vers. 9.
[46]
Biblia, Evangelio según San Mateo, Cap. XII, Vers. 34.
[47]
Es común en el lenguaje bíblico llamar hermanos a los parientes cercanos.
[48]
Biblia, Evangelio según San Mateo, Cap. XII, Vers. 47-50.
[49]
Enciclopedia Judaica Castellana, México, D. F.: Editorial Enciclopedia Judaica
Castellana, 1948. Vocablo “antisemitismo”. Tomo
I, pp. 334-337.
[50]
Carlo Bo, E ancora deficile dire ebreo, artículo de la revista “L´Europeo”.
[51]
Biblia, Evangelio según San Juan, Cap. VIII, Vers. 37 y 40.
[52]
Biblia, Evangelio según San Juan, Cap. VII, Vers. 19, 20.
[53]
Biblia, Evangelio según San Mateo, Cap. XXI, Vers. 23, 45 y 46.
[54]
Biblia, Evangelio según San Marcos, Cap. III, Vers. 1, 2, 5, 6.
[55]
Biblia, Evangelio según San Juan, Cap. V, Vers. 18.
[56]
Biblia, Evangelio según San Lucas, Cap. IV, Vers. 28, 29.
[57] Biblia, Evangelio según San Juan, Cap. VII, Vers. 1.
[58]
Biblia, Evangelio según San Lucas, Cap. XXII, Vers. 1, 2.
[59]
Biblia, Evangelio según San Juan, Cap. XI, Vers. 47, 49, 50, 53, 54.
[60]
Biblia, Evangelio según San Lucas, Cap. XXII, Vers. 3-6.
[61]
Biblia, Evangelio según San Juan, Cap. XVIII, Vers. 1, 2, 12, 13, 14, 24, 28,
39, 40.
[62]
Biblia, Evangelio según San Juan, Cap. XIX, Vers. 4, 5, 6, 7, 15, 16, 17, 18.
[63]
Salvatore Juna, Gli ebrei in Italia durante il fascismo. Milán, 1962. p. 7.
[64]
Biblia, Evangelio según San Marcos, Cap. XIV, Vers. 1, 10, 11, 43, 44, 46, 53,
55, 56, 59-65.
[65]
Biblia, Evangelio según San Mateo, Cap. XXVII, Vers. 1, 2, 15, 16, 17, 20-26.
[66]
Biblia, Hechos de los Apóstoles, Cap. II, Vers. 14, 22, 23.
[67]
Biblia, Hechos de los Apóstoles, Cap. III, 11-15.
[68]
Biblia, Hechos de los Apóstoles, Cap. V,
Vers. 29, 30.
[69]
Biblia, Epístola I de San Pablo a los Tesalonicenses, Cap. II, Vers. 15.
[70]
Biblia, Hechos de los Apóstoles, Cap. VI,
Vers. 9; Cap. VII,
Vers. 51, 52.
[71]
Ernesto Rossi, Il manganello e l´aspersorio, Florencia, p. 356.
[72]
Biblia, Evangelio según San Mateo, Cap. VIII, Vers. 11, 12.
[73]
“L´Osservatore Romano” del 19 de abril de 1956, p. 3.
[74]
B. Llorca, S.J., R. García-Villoslada, S.J. y F. J. Montalbán, S.J., Historia
de la Iglesia Católica. Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos, 1960. Tomo
I, pp. 927, 928.
[75]
Heinrich Graetz, History of the Jews. Filadelfia: Jewish Publication Society of
America, 5717 (1956).
[76]
Graetz, obra citada, edición citada. Tomo II, pp. 625-626. Tomo II, pp.
613-614.
[77]
Biblia, Hechos de los Apóstoles, Cap. VI, Vers. 7-15; Cap. VII, Vers. 54-59.
[78]
Biblia, Hechos de los Apóstoles, Cap. XII, Vers. 1, 2, 3.
[79]
Biblia, Hechos de los Apóstoles, cap. VIII,
Vers. 1, 2, 3; Cap. XXVI, Vers. 10, 11; Cap. XXII,
Vers. 4, 5.
[80]
Biblia, Epístola de San Pablo a los Gálatas, Cap. I, Vers. 13.
[81]
Biblia, Epístola I de San Pablo a los Tesalonicenses, Cap. II, Vers. 14, 15.
[82]
Biblia, Hechos de los Apóstoles, Cap. III;
Cap. IV, Vers. 1, 2, 3.
[83]
Biblia, Hechos de los Apóstoles, Cap. V, Vers. 17, 18.
[84]
Biblia, Hechos de los Apóstoles, Cap. IX, Vers. 22, 23.
[85]
Biblia, Hechos de los Apóstoles, Cap. XIII, Vers. 44-50.
[86]
Biblia, Hechos de los Apóstoles, Cap. XIV, Vers. 1-6, 18.
[87]
Biblia, Hechos de los Apóstoles, Cap. XVII, Vers. 1, 5-9.
[88]
Biblia, Hechos de los Apóstoles, Cap. XVII, Vers. 12-17.
[89]
Biblia, Hechos de los Apóstoles, Cap. XXI, Vers. 27-32.
[90]
Biblia, Hechos de los Apóstoles, Cap. XXI,
Vers. 35-40; Cap. XXII,
Vers. 19-23.
[91]
Biblia, Hechos de los Apóstoles, Cap. XXII,
Vers. 30; Cap. XXIII,
Vers. 1-9.
[92]
Biblia, Hechos de los Apóstoles, Cap. XXIII, Vers. 12-15.
[93]
Biblia, Hechos de los Apóstoles, Cap. XXV, Vers. 2-5, 7, 8.
[94]
San Jerónimo en el Catálogo citado en las tablas cronológicas de Adricomio
(compendiadas por la Biblia Scio, edición citada, Tomo V, p. 670, columna 2).
Este misma fuente cita otra versión distinta sobre la muerte de este apóstol
(San Matías), en la cual se señala Egipto o Etiopía como el lugar de su
fallecimiento. Sin embargo, dada la persecución desatada por los judíos contra
los cristianos en todo el mundo, la primera versión nos parece muy factible;
además, la fuente que señalamos, la cita en primer término.
[95]
Tertuliano, Apologeticum, Libro V; Orsio, Libro VII, Cap. II.
[96]
Tablas cronológicas de Adricomio, citadas en Biblia Scio, Tomo V, p. 662,
columna II.
[97]
Biblia, Hechos de los Apóstoles, Cap. XVIII, Vers. 2.
[98]
Tertuliano, Scorpiase y Ad Nationes, citado por Ricardo C. Albanés
en Los judíos a través de los siglos, Máxico, 1939, p. 435.
[99]
B. Llorca, S.J., R. García-Villoslada, S.J. y F.J. Montalbán, S.J., Historia
de la Iglesia católica, edición citada, Tomo I, pp. 172, 173.
[100] Ricardo C. Albanés, obra citada, p. 435.
[101]
Rabino Wiener, Die Jüdischen Speisegesetze, citado por Ricardo C. Albanés,
obra citada, p. 435.
[102]
August Rohlieng, sacerdote católico, Die Polemik und das Manschenopfer des
Rabbinismus, citado por Ricardo C. Albanés, obra citada, p. 435.