IDENTIDAD CATÓLICA |
Capítulo
Primero
EL PULPO
ESTRANGULA A LA CRISTIANDAD
La revolución masónico-jacobina logró ir derrotando a toda la Cristiandad
por la misma razón que ahora sigue triunfando en forma arrolladora la revolución
judeo-comunista: porque la Santa Iglesia católica y la Cristiandad entera tan
sólo han podido combatir los tentáculos del pulpo (partido comunista, grupos
revolucionarios y en pocos casos, como en España, la masonería), dejando
incólume la cabeza vigorosa. Por eso ha podido el monstruo regenerar y
reconstruir los miembros que circunstancialmente le cercenan para emplearlos de
nuevo, en forma más eficiente, hasta ir logrando la esclavización de medio mundo
cristiano (Rusia, países de Europa Oriental y Cuba), estando ya a punto de
esclavizar el resto de la humanidad.
El triunfo constante de las revoluciones judeo-masónicas y
judeo-comunistas –desde fines del siglo XVIII hasta nuestros días- se debe
también, a que ni la Santa Iglesia católica ni las Iglesias separadas (1) han
luchado eficazmente en contra de la quinta columna judía introducida en el seno
de ellas.
La quinta columna está formada por descendientes de judíos que se
convirtieron al cristianismo en siglos anteriores. Ellos practicaban en público
y en forma aparentemente fervorosa la religión de Cristo mientras, en secreto,
conservaban su fe judaica, llevando a cabo ocultamente los ritos y ceremonias
judías y organizándose en comunidades y sinagogas secretas que han funcionado en
la clandestinidad durante varios siglos en la sociedad cristiana tratando de
ella desde dentro, para lo cual han sembrado herejías y disidencias, tratando
incluso de apoderarse del clero en las distintas Iglesias cristianas. Para ello
usan la estratagema de introducir cristianos criptojudíos en el clero católico,
los cuales podrían ir escalando primero las distintas dignidades de la Santa
iglesia y posteriormente las Iglesias disidentes. En los desacuerdos existentes
entre dichas Iglesias, los judíos clandestinos siempre han tenido gran
influencia.
Mientras que la Iglesia de Roma, SS. SS. los Papas y los concilios
ecuménicos lucharon eficazmente durante el milenio de la Edad Media en contra
del judaísmo y sobre todo contra la quinta columna, los movimientos
revolucionarios –organizados para dividir y destruir a la Cristiandad- fueron
completamente vencidos y aniquilados. Así ocurrió desde los tiempos de
Constantino hasta finales del siglo XV. Desgraciadamente, la Santa Iglesia –por
razones que posteriormente se señalan- ya no pudo atacar en forma eficaz a la
quinta columna constituida por judíos clandestinos, introducidos en su seno como
fieles, como clérigos y hasta como dignatarios.
Fue entonces cuando el empuje del movimiento judeo-revolucionario se
tornó cada vez más vigoroso hasta adoptar a fines del siglo XVIII el carácter de
alud incontenible.
En el siglo XX, en el que las tretas judías han llegado al extremo de
llevar a los católicos al olvido de la gigantesca lucha de varios siglos librada
entre el catolicismo y el judaísmo, es cuando este último ha obtenido los
mayores progresos en sus planes de dominio mundial, porque ha logrado
esclavizar, ya bajo la dictadura judeo-comunista, a una tercera parte de la
humanidad.
En la Edad Media, los Papas y los concilios lograron destruir los
movimientos revolucionarios judíos que en forma de herejías surgían dentro de la
Cristiandad; movimientos que eran iniciados por cristianos en apariencia, pero
judíos en secreto, que luego iban enrolando a sinceros y buenos cristianos en el
naciente movimiento herético, engañándolos en forma muy hábil.
Los judíos clandestinos organizaban y controlaban secretamente esos
movimientos generadores e impulsores de graves herejías, como la de los
iconoclastas, los cátaros, los patarinos, los albigenses, los husitas, los
alumbrados y otras herejías más.
La labor de estos judíos, introducidos como quinta columna en el seno de
la Iglesia de Cristo, se facilitaba con la fingida conversión al cristianismo de
ellos o de sus antepasados, los cuales se quitaban los nombres y apellidos
judíos y los sustituían por cristianísimos nombres, adornados por el apellido de
los padrinos de bautismo, con lo cual lograron diluirse en la sociedad cristiana
y adueñarse de los apellidos de las principales familias de Francia, Italia,
Inglaterra, España, Portugal, Alemania, Polonia y demás países de la Europa
cristiana. Con este sistema lograron introducirse en el seno mismo de la
Cristiandad con el fin de conquistarla por dentro y desquiciar la médula de las
instituciones religiosas, políticas y económicas.
La red de judíos clandestinos existente en la Europa medieval transmitía
en secreto la fe judaica de padres a hijos, no obstante que aparentaran todos
una vida cristiana en público y llenaran sus casas de crucifijos y de imágenes
de santos. Por regla general observaban ostentosamente el culto cristiano y aparecían como los
más fervorosos devotos para no despertar sospechas.
Como es natural, este sistema judío de convertirse al cristianismo
fingidamente para invadir la ciudadela cristiana y facilitar su desintegración,
fue al fin descubierto por la Santa Iglesia con el consiguiente escándalo e
indignación de los Papas, de los concilios ecuménicos y provinciales y del clero
sincero en su fe. Pero lo que más escándalo provocó fue el hecho de que estos
judíos clandestinos introdujeran a sus hijos en el clero ordinario y en los
conventos, con tan buen resultado que muchos llegaron a escalar las dignidades
de canónigo, obispo, arzobispo y hasta la de cardenal. Sin embargo no se
contentaron con eso, sino que su audacia llegó hasta el extremo de pretender
conquistar para ellos el papado mismo, sueño ambicioso que siempre han
acariciado y que estuvieron a punto de lograr en el año de 1130 cuando el
Cardenal Pierleoni, un falso cristiano –judío en secreto- logró por medio de
engaños y artificios que las tres cuartas partes de los cardenales lo eligieran
Papa en Roma con el nombre de Anacleto II. Por fortuna, la asistencia de Dios a
su Santa Iglesia pudo una vez más salvarla en tan tremendo trance. En esta
ocasión, la Divina providencia se valió principalmente de San Bernardo y del Rey
de Francia, que ayudaron al grupo heroico de cardenales antijudíos enfrentados a
las fuerzas de Satanás y eligieron Papa a Inocencio II, logrando salvar a la
Iglesia de una de las crisis más graves de su historia.
Aunque el antipapa judío Anacleto II murió en Roma, usurpando todavía el
puesto y los honores pontificios, el sucesor impuesto por él fue obligado a
dimitir por las tropas de la cruzada organizada a instancias de San Bernardo.
Mediante ésta se logró, con la ayuda de Dios, salvar a la Santa Iglesia de las
garras del judaísmo, mientras San bernardo alcanzaba su merecida
canonización.
Los concilios ecuménicos y provinciales de la Edad Media combatieron
encarnizadamente al judaísmo y a la quinta columna judía introducida en las
filas del propio clero católico; nos queda constancia en sus sagrados cánones
(normas de obligatoria observancia para los católicos) de la gigantesca lucha
sostenida en contra del judaísmo satánico durante mil años, hasta fines de la
edad media, época esta odiada y calumniada por la propaganda judía mundial,
precisamente porque durante ese período de la historia fracasaron los judíos en
todos sus intentos de destruir a la Cristiandad y de esclavizar a la
humanidad.
Para combatir no sólo a los tentáculos del pulpo –que eran en la Edad
Media las revoluciones heréticas- sino a la cabeza misma que era el judaísmo, la
Santa Iglesia Católica recurrió a diversos medios entre los que destaca por su
importancia el Santo Oficio de la Inquisición, tan calumniado por la propaganda
judía. Esta organización fue destinada a extirpar la herejías y a acabar con el
poder oculto del judaísmo que las dirigía y alentaba. Gracias a la Inquisición
pudo la Santa Iglesia derrotarlo y detener varios siglos la catástrofe que ahora
se cierne amenazadora sobre la humanidad. Varias de las llamadas herejías eran
ya movimientos revolucionarios de tantos alcances y pretensiones como los de los
tiempos modernos, que pugnaban no sólo por destruir la Iglesia de Roma, sino por
derrocar a todos los príncipes y aniquilar el orden social existente en
beneficio del judaísmo, director oculto de esos movimientos heréticos y
posteriormente de las revoluciones masónicas jacobinas y judeo-comunistas de los
tiempos actuales.
Los clérigos católicos que se horrorizan al oír el nombre de la
Inquisición, influidos por la propaganda secular del judaísmo internacional y
sobre todo por la de la quinta columna judía introducida en su clero, debieran
comprender que si tantos Papas y concilios (ecuménicos y provinciales) apoyaron
durante seis siglos, primero a la Inquisición Pontificia europea y después a la
Inquisición Española y Portuguesa, tuvo que haber motivos bien fundados. Los
católicos que se espantan y horrorizan al oír hablar del Santo Oficio es porque
desconocen los hechos que se acaban de mencionar y cuya veracidad se demostrará
con documentación fidedigna y fuentes incontrovertibles en capítulos
posteriores.
Capítulo Segundo
Para comprobar parte de los hechos mencionados en el capítulo anterior
echaremos mano de una primera e irrefutable prueba, el testimonio del
historiador judío contemporáneo más autorizado en la materia, el diligente y
minucioso Cecil Roth, que en justicia es reconocido en los medios israelitas
como el investigador contemporáneo más ilustre, sobre todo en materia de
criptojudaísmo.
En su célebre obra “Historia de los Marranos”, Cecil Roth da
detalles muy interesantes de cómo los judíos, gracias a sus conversiones tan
aparentes como falsas, quedaron introducidos dentro de la Cristiandad, actuando
en público como cristianos pero conservando en secreto su religión judía. Nos
muestra también cómo esta fe clandestina se fue transmitiendo de padres a hijos
cubierta con la apariencia de una exterior militancia cristiana.
Para ser más objetivos dejaremos la palabra al propio historiador
israelita Cecil Roth, del que reproducimos a continuación una parte de la
introducción a su ya mencionada “Historia de los Marranos”, publicada por
la Editorial Israel de Buenos Aires, que textualmente dice:
“Introducción. –
ANTECEDENTES DEL CRIPTOJUDAÍSMO- El criptojudaísmo, en sus diversas formas, es
tan antiguo como los mismos judíos. En los tiempos de la dominación helénica en
Palestina, los débiles de carácter trataban de esconder su origen, a fin de
escapar al ridículo en los ejercicios atléticos. bajo la férula romana
extendiéronse igualmente los subterfugios para evitar el pago del impuesto judío
especial: el “Fiscus Judaicus”, instituido después de la caída de
Jerusalén; y el historiador Suetonio hace un animado relato de las indignidades
infligidas a un nonagenario, con el ánimo de descubrir si era o no judío”.
“La actitud judía oficial, tal
como se expresa en las sentencias de los rabinos, no podía ser más clara. Un
hombre puede –y debe- salvar su vida en peligro, por cualquier medio,
exceptuados el asesinato, el incesto y la idolatría. Este aforismo aplicábase en
los casos en que se imponía hacer un gesto público de renuncia a la fe. La
simple ocultación del judaísmo, en cambio, era cosa muy distinta. Los rigoristas
exigían que no se renunciase a las vestimentas típicas, si ello fuese impuesto
como medida de opresión religiosa. Tan firme fidelidad a los principios no podía
pedirse a todas las personas. La ley judía tradicional establece excepciones
para los casos en que, por compulsión, sea imposible observar los preceptos
(`ones´), o en que todo el judaísmo viva días difíciles (`scheat
ha-schemad´). El problema actualizóse en las postrimerías de los tiempos
talmúdicos, en el siglo quinto, durante las persecuciones zoroástricas en
Persia; pero fue resuelto gracias más bien a una forzada negligencia de las
observancias tradicionales, que a una positiva conformidad con la religión
dominante. El judaísmo volvióse, en cierto modo, subterráneo, y sólo recobró su
entera libertad años después”.
“Con el auge de las doctrinas
cristianas, impuestas definitivamente en Europa en el siglo cuarto, inicióse una
fase muy distinta de la vida judía. La nueva fe reclamaba para sí la exclusiva
posesión de la verdad y consideraba, inevitablemente, al proselitismo como una
de sus mayores obligaciones morales. La Iglesia reprobaba, por cierto, la
conversión forzosa. Bautismos realizados en semejantes condiciones eran
considerados írritos. El Papa Gregorio el Grande (590-604) condenólos
repetidamente, aunque acogía de buenas ganas a los prosélitos atraídos por otros
medios. la mayor parte de sus sucesores siguieron su ejemplo. Con todo, no
siempre se hacía caso de la prohibición papal. Reconocíase, naturalmente, que la
conversión forzada no era canónica. Para evitarla, amenazaban a los judíos con
la expulsión o la muerte, y les daban a entender que con el bautismo se
salvarían. Ocurría, a veces, que los judíos se sometían a la dura necesidad. En
tales casos, su aceptación del cristianismo se consideraba espontánea. Así, hubo
una conversión forzosa en masa, en Mahón, Menorca (418), bajo los auspicios del
obispo Severo. Un episodio similar ocurrió en Clermont, Auvernia, en la mañana
del día de la Asunción, del año 576; y, no obstante la desaprobación de Gregorio
el Grande, cundió el ejemplo en diversos lugares de Francia. En 629, el rey
Dagoberto ordenó a todos los judíos del país que aceptaran el bautismo, so pena
de destierro. la medida fue imitada poco después en Lombardía.
Evidentemente, las conversiones
obtenidas por tales medios no podían ser sinceras. En la medida de lo posible,
las víctimas continuaban practicando ocultamente el judaísmo, y aprovechaban la
primera oportunidad para volver a la fe de sus antepasados. Un caso tal,
notable, prodújose en Bizancio, bajo León el Isaurio, en 723. La Iglesia lo
sabía y hacía cuanto estaba a su alcance para evitar que los judíos siguiesen
manteniendo relaciones con sus hermanos renegados, fuesen cuales fuesen los
medios con los cuales se hubiera logrado su conversión. Los rabinos llamaban a
esos apóstatas reluctantes: `anusim´ (forzados), tratándolos en modo muy
distinto a los que renegaban por propia voluntad. Una de las primeras
manifestaciones de la sabiduría rabínica en Europa constituyóla el libro de
Gerschom, de Maguncia, “La Luz del Exilio” (escrito más o menos en el año
1000), el cual prohibía tratar rudamente a los `forzados´ que retornaban
al judaísmo. Su propio hijo había sido víctima de las persecuciones; y aunque
muriera como cristiano, Gerschom estuvo de duelo, como si hubiera muerto en la
fe. En el servicio de la sinagoga hay una oración que implora la protección
divina para toda la casa de Israel, y también para los `forzados´ que estuviesen
en peligro, en tierra o en el mar, sin hacer el menor distingo entre unos y
otros. Cuando se inició el martirologio del judaísmo medieval con las matanzas
del Rin, durante la primera Cruzada (1096), numerosas personas aceptaron el
bautismo para salvar la vida. Más tarde, alentados y protegidos por Salomón ben
Isaac de Troyes (Raschi), el gran sabio francojudío, muchos de ellos retornaron
a la fe mosaica, por más que las autoridades eclesiásticas veían con malos ojos
la pérdida de esas almas preciosas, ganadas por ellos para la Iglesia.
El fenómeno del marranismo va,
sin embargo, más allá de la conversión forzosa y de la consecuente práctica del
judaísmo en secreto. Su característica esencial es que esa fe clandestina
trasmitíase de padres a hijos. Una de las razones aducidas para justificar la
expulsión de los judíos de Inglaterra, en 1290, era que seducían a los recién
convertidos, y los hacían volver al `vómito del judaísmo´. Cronistas
judíos agregan que muchos niños fueron secuestrados y enviados al norte del
país, donde continuaron practicando largo tiempo su religión antigua. A ese
hecho débese, informa uno de ellos, que los ingleses hubieran aceptado tan
fácilmente la Reforma, así como su predilección por los nombre bíblicos, y
ciertas peculiaridades dietéticas que se observan en Escocia. La versión no es
tan improbable como podría parecer a simple vista y constituye ejemplo
interesante de cómo el fenómeno del criptojudaísmo puede aparecer en los lugares
aparentemente menos indicados para ello. Del mismo modo, doscientos años después
de haber sido expulsados los judíos del sur de Francia, genealogistas maliciosos
encontraban en algunas linajudas familias (que, según díceres, seguían
practicando el judaísmo en el interior de sus hogares) trazas de la sangre de
aquellos judíos, que prefirieron quedarse en el país como católicos públicos y
confesos.
Existen ejemplos similares mucho
más próximos en el tiempo. El más notable de todos es el de los
`neofiti´, de Apulia, traído recientemente a la luz después de muchos
siglos de olvido. Al finalizar el siglo XIII, los Angevin, que reinaban en
Nápoles, provocaron una conversión general de los judíos de sus dominios,
ubicados en las cercanías de la ciudad de Trani. Bajo el nombre de
`neofiti´, los conversos continuaron viviendo como criptojudíos, por el
espacio de más de tres centurias. Su secreta fidelidad al judaísmo fue uno de
los motivos por los cuales la Inquisición se volvió activa en Nápoles, en el
siglo XVI. Muchos de ellos murieron en la hoguera, en Roma, en febrero de 1572;
entre otros, Teófilo Panarelli, sabio de cierta reputación. Algunos lograron
escapar a los Balcanes, donde se incorporaron a las comunidades judías
existentes. Sus descendientes conservan hasta hoy en el sur de Italia, algunos
vagos recuerdos del judaísmo.
El fenómeno no quedó, de ningún
modo, confinado al mundo cristiano. Encuéntranse aún, en diversos lugares del
mundo musulmán, antiguas comunidades de criptojudíos. Los `daggatun´ del
Sahara continuaron practicando los preceptos judíos mucho después de su
conversión formal al Islam, y sus vástagos actuales no los han olvidado del
todo. Los `donmeh´ de Salónica, descienden de los partidarios del
seudomesías Sabbetai Zeví, que lo acompañaron en la apostasía, y aunque
ostensiblemente son musulmanes cumplidos, practican en sus hogares un judaísmo
mesiánico. Más al este hay otros ejemplos. Las persecuciones religiosas en
Persia, iniciadas en el siglo XVII, dejaron en el país, particularmente en
Meshed, a numerosas familias, que observan el judaísmo en privado con puntillosa
escrupulosidad, mientras que exteriormente son adeptos devotos de la fe
dominante.
Mas el país clásico del
criptojudaísmo es España. la tradición ha sido allí tan prolongada y general,
que es de sospechar la existencia de una predisposición marránica en la misma
atmósfera del país. Ya en el período romano, los judíos eran numerosos e
influyentes. Muchos de ellos pretendían descender de la aristocracia de
Jerusalén, llevada al destierro por Tito, o por conquistadores anteriores. En el
siglo V, después de las invasiones de los bárbaros, su situación mejoró con
mucho, pues los visigodos habían adoptado la forma arriana del cristianismo y
favorecían a los judíos, tanto por ser monoteístas estrictos, como por
constituir una minoría influyente, cuyo apoyo valía la pena asegurarse; mas,
convertidos después a la fe católica, empezaron a demostrar el celo tradicional
de los neófitos. Los judíos sufrieron de inmediato las desagradables
consecuencias de semejante celo. En 589, entronizado Recaredo, la legislación
eclesiástica comenzó a serles aplicada en sus menores detalles. Sus sucesores no
fueron tan severos; pero subido Sisebuto al trono (612-620), prevaleció el más
cerrado fanatismo. Instigado quizá por el emperador bizantino Heraclio, publicó
en 616 un edicto que ordenaba el bautismo de todos los judíos de su reino, so
pena de destierro y pérdida de todas sus propiedades. Según los cronistas
católicos, noventa mil abrazaron la fe cristiana. Este fue el primero de los
grandes desastres que señalaron la historia de los judíos en España.
Hasta el reinado de Rodrigo, el
`ultimo de los visigodos´, la tradición de las persecuciones fue seguida
fielmente, salvo breves interrupciones. Durante gran parte de ese período, la
práctica del judaísmo estuvo completamente prohibida. Sin embargo, en cuanto se
relajó la vigilancia gubernamental, los recién convertidos aprovecharon la
oportunidad para retornar a la fe primitiva. Sucesivos Concilios de Toledo,
desde el cuarto hasta el decimoctavo consagraron sus energías a inventar nuevos
métodos para impedir el retorno de la sinagoga. Los hijos de los sospechosos
fueron separados de sus padres, y criados en una atmósfera cristiana
incontaminada. Obligóse a los conversos a firmar una declaración, que los
comprometía a no respetar en lo futuro ningún rito judío, excepto la
interdicción de la carne de cerdo, por la cual decían sentir una repugnancia
física. Mas, a pesar de tales medidas, la notoria infidelidad de los recién
convertidos y sus descendientes continuó siendo uno de los grandes problemas de
la política visigoda, hasta la invasión árabe en 711. El número de judíos
encontrados en el país por los últimos prueba el completo fracaso de las
repetidas tentativas por convertirlos. La tradición marrana se había ya iniciado
en la Península.
Con el arribo de los árabes
comenzó para los judíos de España una Edad de Oro; primero, en el Califato de
Córdoba, y, después de su caída (1012), en los reinos menores que se levantaron
sobre sus ruinas. Vigorizóse notablemente el judaísmo peninsular. Sus
comunidades excedieron en número,
en cultura y en riqueza, a las de los demás países del Occidente. Mas la
larga tradición de tolerancia interrumpióse con la invasión de los Almorávides,
a comienzos del siglo XII. Cuando los puritanos Almohades, secta norteafricana,
fueron llamados a la Península, en 1148, para contener el amenazador avance de
las fuerzas cristianas, la reacción hízose violenta. Los nuevos gobernantes
introdujeron en España la intolerancia que habían ya mostrado en África. La
práctica, tanto del judaísmo como del cristianismo, quedó prohibida en las
provincias que continuaban aún sujetas al dominio musulmán. La mayor parte de
los judíos huyeron entonces a los reinos cristianos del norte: en ese período
inicióse la hegemonía de las comunidades de la España cristiana. La minoría que
no pudo huir, y que se salvó de ser degollada o vendida como esclavos, siguió el
ejemplo dado en años anteriores por sus hermanos del Norte de África, y abrazó
la religión del Islam. En lo profundo de sus pechos continuaron, sin embargo,
siendo fieles a la fe de sus mayores. Nuevamente conocióse en la Península el
fenómeno de los prosélitos insinceros, que pagaban tributo con los labios a la
religión dominante y observaban en lo íntimo de sus hogares a las tradiciones
judías. Su infidelidad era notoria” (2).
Hasta aquí el
texto íntegro del mencionado historiador judío Cecil Roth, que viene a
demostrar:
1º.- Que si el criptojudaísmo o judaísmo clandestino, en sus diversas
formas, es tan antiguo como los mismos judíos y que los judíos, incluso en los
tiempos de la antigüedad pagana, ya recurrían al artificio de ocultar su
identidad como tales, para aparecer como miembros ordinarios del pueblo gentil
en cuyo territorio vivían.
2º.- Que en el siglo V de la Era Cristiana, durante las persecuciones en
la Persia zoroástrica, el judaísmo volvióse, en cierto modo, subterráneo.
3º.- Que con el auge de las doctrinas cristianas en el siglo IV, inicióse
una nueva fase en la vida judía al reclamar para sí la nueva fe, una exclusiva
posesión de la verdad, considerando inevitablemente, el proselitismo como una de
sus mayores obligaciones morales.
Aunque la Iglesia de Cristo condenaba las conversiones obligadas y trató
de proteger a los judíos contra ellas, aceptó, no obstante, que se les sometiera
a dilemas y presiones que les inclinaran a la conversión, en cuyo caso eran
juzgadas como espontáneas. Cita luego el autor conversiones de este tipo
realizadas en Menorca, Francia e Italia en los siglos V y VI de la Era
Cristiana, para luego concluir que tales conversiones de los judíos al
cristianismo no podían ser sinceras y que los conversos seguían practicando
ocultamente su judaísmo.
Señala Roth, cómo en Bizancio ocurrió algo semejante en tiempos de León
el Isaurio en el año 723, demostrando que ya en el siglo VIII de la Era
Cristiana, es decir, hace más de mil doscientos años, de Francia a
Constantinopla, de un extremo a otro de la Europa cristiana, se estaba
generalizando la infiltración de los judíos en el seno de la Santa Iglesia
mediante las falsas conversiones y se iba formando al lado del judaísmo que
públicamente practicaba su religión, un judaísmo subterráneo (clandestino) cuyos
miembros en apariencia eran cristianos. Cecil Roth (3) habla de la leyenda de
Elkanan, el Papa judío. En ella se observa que el ideal supremo que han tenido
en todos los tiempos esos falsos cristianos, judíos en secreto, ha consistido en
apoderarse de las altas dignidades de la Iglesia Católica, hasta colocar un Papa
judío clandestino en el trono de San Pedro, con el que se adueñarían de la
Iglesia y la hundirían.
4º.- Que hay en el marranismo, además de la conversión fingida y de la
práctica del judaísmo en secreto, una arraigada tradición que obliga a los
judíos a transmitir esta práctica de padres a hijos. Cita el autor lo ocurrido
en Inglaterra y Escocia a partir de 1290, en donde una de las razones aducidas
para expulsar a los judíos, fue la de que inducían a los conversos a practicar
el judaísmo, y la de que muchos niños conversos fueron secuestrados y enviados
al norte del país, donde continuaron practicando su religión antigua, es decir,
la judía. Hay que hacer notar que después de 1290, el judaísmo quedó proscrito
en Inglaterra y que nadie podía radicar en el país sin ser cristiano.
Es muy interesante la mención que hace el ilustre historiador hebreo de
la afirmación de un cronista judío, en el sentido de que la presencia del
criptojudaísmo se debió el que los ingleses hubieran aceptado tan fácilmente la
Reforma, así como su predilección por los nombres bíblicos. Fue, por tanto, una
falsa conversión de judíos al cristianismo, lo que formó dentro de la iglesia de
Inglaterra esa quinta columna que había de facilitar su separación de Roma. Es
también evidente que con las falsas conversiones de los judíos en Inglaterra,
lejos de lograr la Santa Iglesia la esperada salvación de almas, obtuvo la
pérdida de millones de ellas, cuando los descendientes de esos falsos conversos
fomentaron el cisma anglicano.
Hay otros casos muy destacados de falsas conversiones de judíos al
cristianismo, entre ellos el de los `neofiti’ del sur de Italia,
consignados por Cecil Roth, que fueron perseguidos por la Inquisición, muriendo
muchos en Roma quemados en la hoguera.
Es importante citar el hecho de que la Inquisición que funcionaba en Roma
era, naturalmente, la santa Inquisición Pontificia, cuya benemérita actuación en
la Edad Media logró detener durante tres siglos los progresos de la bestia
apocalíptica del Anticristo.
5º.- Que el fenómeno del criptojudaísmo no quedó de ningún modo confinado
al mundo cristiano. Se encuentran aún en diversos lugares del mundo musulmán
antiguas comunidades de criptojudíos, como señala Cecil Roth, quien enumera
algunos ejemplos de comunidades judías en que los hebreos, siendo musulmanes en
público, siguen siendo en secreto judíos, lo cual quiere decir que también los
judíos tienen introducida una quinta columna en el seno de la religión islámica,
explicando quizás este hecho, tantas divisiones y tantas revueltas habidas en el
mundo de Mahoma.
6º.- Que el país clásico del criptojudaísmo es España, en donde la
tradición ha sido prolongada y general, que es de sospechar la existencia de una
predisposición marránica en la misma atmósfera del país.
Creemos que eso mismo puede decirse de Portugal y de la América Latina,
en donde las organizaciones secretas de los marranos –cubiertas con la máscara
de un falso catolicismo- han creado, como en España, tantos trastornos,
infiltrándose en el clero y organizaciones católicas, controlando las logias
masónicas y los partidos comunistas, formando el poder oculto que dirige la
masonería y el comunismo, estructurando la antipatria, que como en todas partes
del mundo, está dirigida por hebreos, cuyo judaísmo es subterráneo y está oculto
bajo la máscara de un catolicismo falso, de nombres cristianísimos y apellidos
españoles y portugueses, que hace cuatro o cinco siglos tomaron sus antepasados
de los padrinos de bautismo que intervinieron en su conversión al catolicismo:
conversión tan ostentosa como falsa.
Capítulo
Tercero
LA
QUINTA COLUMNA EN ACCIÓN
El célebre escritor judío Cecil Roth, declara –como se vio con
anterioridad-, que el criptojudaísmo (la postura de los hebreos que ocultan su
identidad como tales, cubriéndose con la máscara de otras religiones y
nacionalidades) es tan antiguo como el propio judaísmo.
La infiltración de los hebreos en el seno de las religiones y
nacionalidades gentiles, conservando su antigua religión y sus organizaciones,
hoy día más secretas que antes, es lo que ha formado verdaderas quintacolumnas
israelitas en el seno de los demás pueblos y de las distintas religiones. Los
judíos introducidos en la ciudadela de sus enemigos, obran dentro de ella
siguiendo órdenes y realizando actividades planeadas en las organizaciones
judaicas clandestinas, tendientes a dominar desde dentro al pueblo cuya
conquista han determinado; así mismo tratan de lograr el control de sus
instituciones religiosas, la desintegración de las mismas o cuando menos –si una
u otra cosa fueren del todo posibles- la reforma de esas religiones, de manera
que favorezcan los planes judaicos de dominio mundial.
Es evidente que cuando han logrado conquistar desde dentro los mandos de
una confesión religiosa, los han utilizado siempre para favorecer sus planes de
dominio universal, aprovechando sobre todo su influencia religiosa para destruir
o cuando menos debilitar las defensas del pueblo amenazado. es preciso que se
nos graben estos tres objetivos medulares de la quinta columna, ya que a través
de casi dos mil años han constituido lo esencial de sus actividades, sean éstas
de conquista o de subversión; ya sea que se presenten en el seno de la Santa
iglesia de Cristo o en el de otras religiones gentiles, lo cual explica que la
labor del judío quintacolumnista haya resultado más eficaz cuanto mayor haya
sido la influencia adquirida por éste en la religión en donde se encuentre
emboscado. Por eso, una de las más importantes actividades de los
quintacolumnistas criptojudíos ha sido la de introducirse en las filas del propio clero con objeto
de escalar las jerarquías eclesiásticas de la iglesia de Cristo o religión
gentil que quieren dominar, reformar o destruir.
También es para ellos una actividad de primera importancia crear santones
seglares que en este campo puedan controlar a las masas de fieles con
determinado fin político, útil a la Sinagoga de Satanás, en un plan de
combinación y mutua ayuda con los sacerdotes y jerarcas religiosos
quintacolumnistas que están trabajando con el mismo fin, de quienes esos
caudillos santones reciben siempre valiosa ayuda, decisiva –con frecuencia-,
dada la autoridad espiritual de que lograron revestirse primeramente esos
jerarcas religiosos criptojudíos.
En esta forma, los sacerdotes y jerarcas eclesiásticos, con la ayuda de
los caudillos políticos santones, pueden hacer pedazos a los verdaderos
defensores de la religión y de los pueblos, y así facilitar el triunfo del
imperialismo judaico y de sus empresas revolucionarias.
Es importante grabarse indeleblemente estas verdades, pues en estos pocos
renglones, se resume el secreto de los éxitos que ha tenido desde hace varios
siglos, la política imperialista y revolucionaria hebrea. Es preciso que los
defensores de la religión o de su patria amenazada tomen en cuenta que el
peligro no proviene sólo de las llamadas izquierdas o de los grupos
revolucionarios judaicos, sino que procede del seno de la misma religión o de
los mismos sectores derechistas, nacionalistas y patriotas, según el caso, ya
que ha sido táctica milenaria del judaísmo invadir secretamente estos mismos
sectores y las propias instituciones religiosas para anular, por medio de la
intriga calumniosa bien organizada, a los verdaderos defensores de la patria y
de la religión, sobre todo y especialmente a quienes por conocer la amenaza
judaica estarían en posibilidades de salvar la situación. Con estas medidas los
eliminan y los sustituyen por falsos apóstoles que lleven al fracaso las
defensas de la religión o de la patria, haciendo posible el triunfo de los
enemigos de la humanidad. Como llamara San Pablo tan acertadamente a los judíos.
En todo esto ha radicado el gran secreto de los triunfos judaicos, especialmente
en los últimos quinientos años.
Es preciso que todos los pueblos y sus instituciones religiosas tomen
medidas de defensa adecuadas contra ese enemigo interno, cuyo centro motor está
constituido por la quinta columna judía introducida en las Iglesias y, sobre
todo, en el clero cristiano y en las demás religiones gentiles.
Si Cecil Roth –el Flavio Josefo de nuestros días- nos asegura que la casi
totalidad de las conversiones de los judíos al cristianismo han sido fingidas,
podríamos preguntarnos si sería concebible que dichos judíos pudieran engañar a
Cristo Nuestro Señor que trató de convertirlos. La contestación tiene que ser
negativa, ya que a Dios nadie puede engañarlo; y además, los hechos lo
demuestran. Jesús sentían mayor confianza en la conversión de los samaritanos,
de los galileos y de otros habitantes de Palestina que en la de los judíos
propiamente dichos, que despreciaban a los demás por considerarlos inferiores a
pesar de que también observaban la Ley de Moisés.
Cristo nos e fiaba de la sinceridad de las conversiones de los judíos
porque conocía mejor que nadie, como nos lo demuestra el siguiente pasaje del
Evangelio de San Juan:
Capítulo II.
“23. Y estando en Jerusalen en el día solemne de la
Pascua, muchos creyeron en su nombre, viendo los milagros que hacía. 24. Mas el
mismo Jesús no se fiaba de ellos, porque los conocía a todos”
(4).
Al propio Jesús lo despreciaban los judíos por ser galileo.
Desgraciadamente, con el pasar del tiempo, al quedar los samaritanos, galileos y
otros habitantes de Palestina asimilados al judaísmo moderno, fueron pervertidos
por éste, salvo los que ya se habían convertido previamente a la fe de nuestro
Divino Redentor.
Esta norma de desconfiar de las conversiones de los judíos fue observada también por los apóstoles y después por diversos jerarcas de la Iglesia católica. En todos los casos en que no se tomaron precauciones para poner en evidencia la sinceridad, los resultados fueron desastrosos para la cristiandad, ya que estas conversiones sólo sirvieron para engrosar la destructora quinta columna criptojudía introducida en la sociedad cristiana.
El propio pasaje del Evangelio de San Juan (capítulo VIII, versículos 31 al 59), nos muestra cómo varios judíos que –según el versículo 31- habían creído en Jesús, luego trataron de contradecir sus prédicas y hasta de matarlo, como el mismo Cristo lo afirma –versículos 37 y 40- (5); teniendo el Señor que discutir primero con ellos, enérgicamente, en defensa de Su Doctrina y esconderse después para que no lo fueran a lapidar, porque todavía no había llegado su hora. El Evangelio de San Juan nos muestra aquí otra de las tácticas clásicas de los falsos judíos conversos al cristianismo y de sus descendientes: aparentan creer en Cristo para luego tratar de matar a su Iglesia, como entonces intentaron matar al propio Jesús.
En el Apocalipsis aparece otro pasaje muy significativo al respecto.
Capítulo II.
“1. Escribe al ángel de la Iglesia de Éfeso...2. Sé
tus obras y tu trabajo, y tu paciencia, y que no puedes sufrir los malos: y que
probaste a aquellos, que se dicen ser apóstoles, y no lo son: y los has hallado
mentirosos”. (6)
Esta es una alusión
clara a la necesidad de probar la sinceridad de los que se dicen apóstoles, ya
que de esas pruebas resulta que muchos son falsos y mentirosos. Las Sagradas
Escrituras nos demuestran que Cristo Nuestro Señor y sus discípulos no sólo
conocían el problema de los falsos conversos y de los falsos apóstoles (los
obispos son considerados sucesores de los apóstoles), sino que nos dieron
expresamente la voz de alerta para que nos cuidáramos de ellos. Si Cristo
Nuestro Señor y los apóstoles hubieran querido evadir el tema por miedo al
escándalo –como muchos cobardes quisieran ahora hacerlo- no habrían consignado
el peligro en forma tan expresa ni se hubiesen referido tan claramente a hechos
tremendos, como la traición a Cristo de Judas Iscariote, uno de los doce
elegidos.
Es más, si Cristo hubiera creído inconveniente el desenmascaramiento público de esos falsos apóstoles, que tanto abundan en el clero del siglo XX, habría podido como Dios evitar que el causante de la máxima traición fuera, precisamente, uno de los doce apóstoles. Si lo hizo así y lo desenmascaró después públicamente, quedando consignada la máxima traición en los Evangelios para conocimiento de todos los cristianos hasta la consumación de los siglos, fue por alguna razón especialísima. Este hecho indica que tanto Cristo Nuestro Señor como los apóstoles consideraron que es un mal menor desenmascarar a tiempo a los traidores para evitar que sigan causando males mortales a la Iglesia, y que es mucho peor encubrirlos por temor al escándalo, permitiéndoles seguir destruyendo a la Iglesia y conquistando a los pueblos que en ella depositaron su fe y su confianza. Ello explica por qué la Santa Iglesia, siempre que surgió un obispo o cardenal hereje o cismático o un falso Papa (antipapa), consideró indispensable desenmascararlos públicamente para evitar que pudieran seguir arrastrando a los fieles al desastre.
Un clérigo que esté facilitando en su país el triunfo del comunismo, con peligro de muerte para la Santa Iglesia y para los demás clérigos, debe ser inmediatamente acusado a la Santa Sede, no por uno, sino por varios conductos –por si alguno falla-, con el fin de que conocido el peligro se le prive de los medios de seguir causando tantos males. Es monstruoso concebir que la confianza depositada por las naciones en el clero sea aprovechada por los Judas para conducir al abismo a dichos pueblos.
Si esto se hubiera hecho a tiempo, la catástrofe de Cuba se hubiera impedido y la Iglesia, el clero y el pueblo cubano no hubieran sido hundidos en la sima insondable en que se encuentran actualmente. La labor perniciosa y traidora de muchos clérigos en favor de Fidel Castro fue el factor decisivo para el triunfo de éste, cuando lograron arrastrar tras de sí a la mayoría del clero cubano que de buena fe, sin darse cuenta del engaño, empujó a su vez, inconscientemente, a todo un pueblo a suicidarse; a un pueblo que precisamente había depositado su fe en esos pastores de almas.
Señalamos esta circunstancia con absoluta claridad para que todos se den cuenta de la gravedad del problema, en vista de que los clérigos quintacolumnistas tratan de empujar al comunismo a más estados católicos como España, Portugal, Paraguay, Guatemala y otros, usando como medio los más sutiles engaños y encubriendo su actividad con un celo tan hipócrita como falso, aparentando defender a la propia religión que en el secreto de su corazón quieren hundir. Estos traidores deben ser rápidamente desenmascarados en público para nulificar su acción e impedir con ello que su labor destructora abra las puertas al triunfo masónico o comunista. Si los que están en posibilidad de hacerlo guardan silencio por cobardía o por indolencia, son, en cierta forma, casi tan responsables de la catástrofe que sobrevenga como los clérigos quintacolumnistas.
San Pablo, en los Hechos de los Apóstoles, narra que en cierta ocasión antes de salir él para Jerusalén, convocó en Éfeso a los obispos y presbíteros de la Iglesia y les dijo:
Capítulo XX. “18. Ellos vinieron a él, y estando todos juntos, les dijo: Vosotros sabéis desde el primer día que entré en el Asia, de qué manera me he portado todo el tiempo que he estado con vosotros. 19. Sirviendo al Señor con toda humildad y con lágrimas, y con tentaciones, que me vinieron por las acechanzas de los judíos. 28. Mirad por vosotros y por toda la grey, en la cual el Espíritu Santo os ha puesto por obispo para gobernar la Iglesia de Dios, la cual El ganó con su sangre. 29. Yo sé, que después de mi partida entrarán a vosotros lobos arrebatadores, que no perdonarán a la grey. 30. Y de entre vosotros mismos se levantarán hombres, que dirán cosas perversas, para llevar discípulos tras de sí. 31. Por tanto velad, teniendo en memoria, que por tres años no he cesado noche y día de amonestar con lágrimas a cada uno de vosotros” (7).
San Pablo creyó indispensable abrir los ojos a los obispos, previniéndoles que entrarían entre ellos lobos arrebatadores que no perdonarían a la grey y que de entre los mismos obispos se levantarían hombres que dirían cosas perversas para llevarse los discípulos tras de sí. Esta profecía de San Pablo se ha ido cumpliendo, a través de los siglos, al pie de la letra, incluso en nuestros días en que reviste una actualidad trágica. Y tenía que ocurrir así, ya que San Pablo hablaba con inspiración divina; y Dios no se puede equivocar cuando predice las cosas futuras. Es también interesante que este mártir, apóstol de la Iglesia, lejos de querer ocultar la tragedia por temor al escándalo quiso prevenir a todos contra ella, encomendando a los obispos presentes que estuvieran constantemente alerta y tuvieran memoria (“velad, teniendo en memoria”), memoria que por fallarnos tanto a los cristianos ha hecho en gran parte posibles los triunfos de la Sinagoga de Satanás y de su destructora revolución comunista.
Por otra parte, es digno de hacer notar que si los apóstoles hubieran considerado imprudente o peligroso hablar de los lobos y traidores que habrían de surgir en el propio episcopado, se hubiera omitido este pasaje del libro bíblico de los Hechos de los Apóstoles; pero al haberse consignado allí, demuestra que lejos de considerar escandaloso o imprudente su conocimiento, consideraron que era indispensable que se perpetuara y divulgara hasta la consumación de los siglos, para que la Santa Iglesia y los cristianos pudieran estar siempre alerta en contra de ese peligro interno, en muchos casos más destructivo y mortal que el representado por los enemigos de fuera.
Como lo demostraremos en el curso de esta obra, con pruebas irrefutables, los peligros más graves surgidos en contra de la Cristiandad han venido de esos lobos de que habla tan claramente la profecía de San Pablo, que en contubernio con el judaísmo y sus destructoras herejías o revoluciones han facilitado el triunfo de la causa judaica. Siempre que la Santa Iglesia se aprestó a maniatar e inutilizar a tiempo a estos lobos pudo triunfar sobre la Sinagoga de Satanás; esta última empezó a tener victorias cada vez de mayor importancia a partir del siglo XVI, cuando en una buena parte de Europa se suprimió la vigencia de la Inquisición Pontificia ejercida constantemente en las filas del mismo clero y del episcopado y se dejó de aplastar sin piedad a cuanto lobo con piel de oveja surgía en sus filas.
También en el imperio español y el portugués, la actividad judaica empezó a tener éxitos decisivos cuando, a fines del siglo XVIII, se maniató a la Inquisición de Estado, existente en ambos imperios, porque entonces los lobos con piel de oveja pudieron libremente, desde el seno del mismo clero, facilitar primero los triunfos judeo-masónicos y después los judeo-comunistas, que por fortuna todavía han sido de reducidas proporciones, pero que serán cada día mayores en número si se permite a los lobos introducidos en el alto clero utilizar la fuerza de la iglesia para aplastar a los auténticos defensores de ésta, a los patriotas que defienden a sus naciones y a quienes luchan contra el comunismo, la masonería o el judaísmo.
San Pablo, en su Epístola a los Gálatas, hace una clara mención de la labor de los quintacolumnistas cuando dice:
Capítulo II. “1. Catorce años después subí otra vez a Jerusalén con Bernabé, tomando también conmigo a Tito. 3. Mas ni aun Tito, que estaba conmigo, siendo gentil, fue apremiado a que se circuncidase. 4. Ni aun por los falsos hermanos, que se entremetieron a escudriñar nuestra libertad, que tenemos en Jesucristo, para reducirnos a servidumbre. 5. A los cuales ni una hora sola quisimos estar en sujeción, para que permanezca entre nosotros la verdad del Evangelio” (8).
Muy ilustrativa alusión a los falsos hermanos, es decir, a los falsos cristianos que pretenden sujetarnos a la servidumbre, desvirtuando la verdadera Doctrina de Cristo y del Evangelio y a cuya sujeción jamás toleraron someterse ni San Pablo ni sus discípulos.
Dicho caudillo de la Iglesia en su Epístola a Tito, hace también alusión a esos habladores de vanidades e impostores –principalmente judíos- que tanto mal hacen. Diciendo al respecto:
Capítulo I. “10. Porque hay aún muchos desobedientes, habladores de vanidades, e impostores: mayormente los que son de la circuncisión” (9).
En siglos posteriores, los hechos demostraron que de los falsos conversos del judaísmo y sus descendientes salieron los más audaces impostores, los sembradores de la desobediencia y de la anarquía en la sociedad cristiana y los más atrevidos charlatanes y aduladores o “habladores de vanidades” como les llama San Pablo, que en su Epístola II a los Corintios hace ver, claramente, las apariencias que tomarían en el futuro los falsos apóstoles, diciendo literalmente:
Capítulo XI. “12. Mas esto lo hago y lo haré, para cortar la ocasión a aquellos que buscan ocasión de ser hallados tales como nosotros, para hacer alarde de ello. 13. Porque los tales falsos apóstoles son obreros engañosos, que se transfiguran en Apóstoles de Cristo. 14. Y no es de extrañar: porque el mismo Satanás se transfigura en ángel de luz. 15. Y así no es mucho, si sus ministros se transfiguran en ministros de justicia: cuyo fin será según sus obras” (10).
En este pasaje del Nuevo Testamento, con palabras proféticas, pinta San Pablo con su divina inspiración algunas características esenciales de los clérigos quintacolumnistas al servicio de la Sinagoga de Satanás, falsos apóstoles de nuestros días, ya que según la Santa Iglesia los obispos son los sucesores de los apóstoles. Estos jerarcas religiosos, al mismo tiempo que están en oculto pero eficaz contubernio con el comunismo, la masonería y el judaísmo, intentan –como Satanás- transfigurarse en verdaderos ángeles de luz tomando la apariencia de ministros de justicia; pero no hay que juzgarlos por lo que dicen, sino por sus obras y sus eficaces complicidades con el enemigo. También son muy dignas de tomar en cuenta las palabras proféticas de San Pablo cuando los acusa en el citado versículo 12, en el que se hacen alarde de ser como ellos, los verdaderos apóstoles. Es curioso que quienes hacen más alarde de su alta investidura en el clero son los que están ayudando al comunismo, a la masonería o al judaísmo, porque lo necesitan para aplastar con su autoridad eclesiástica a los que defienden a su patria o a la Santa iglesia en contra de dichas sectas. A éstos les ordenan en privado, como prelados, que suspendan tan justificada defensa. Se valen así de su autoridad episcopal usándola para favorecer el triunfo del comunismo y de los poderes ocultos que los dirigen e impulsan. Pero si a pesar de tan sacrílego uso de la autoridad episcopal que hacen los falsos apóstoles dentro del clero, los defensores del catolicismo y de la patria siguen luchando, entonces se les acusa de rebeldes a la autoridad eclesiástica, de rebeldes a las jerarquías y a la Iglesia, para que los fieles les nieguen su apoyo y la defensa fracase, empleando en gran escala ese alarde de que habla San Pablo, en forma altamente perjudicial para nuestra religión.
Por último citaremos la Epístola II del apóstol San Pedro, primer Sumo Pontífice de la Iglesia, quien dice:
Capítulo II. “1. Hubo también en el pueblo falsos profetas, así como habrá entre vosotros falsos doctores, que introducirán sectas de perdición, y negarán a aquel Señor que los rescató: atrayendo sobre sí mismos apresurada ruina. 2. Y muchos seguirán sus disoluciones, por quienes será blasfemado el camino de la verdad. 3. Y por avaricia con palabras fingidas harán comercio de vosotros, cuya condenación ya de largo tiempo no se tarda: y la perdición de ellos no se duerme” (11).
Ya veremos en el curso de los siguientes capítulos cómo se fueron cumpliendo estas predicciones del primer Vicario de Cristo en la Tierra, siendo también útil hacer notar que los Papas y los concilios de la Iglesia las aplicaron a los judíos que se convertían y a sus hijos, que recibiendo las aguas del bautismo, practicaban después el judaico rito, dicho por San Pedro en otro pasaje de la citada Epístola, cuando manifiesta:
Capítulo II. “21. Porque mejor les era no haber conocido el camino de la justicia, que después del conocimiento, volver las espaldas a aquel mandamiento santo que les fue dado. 22. Pues les ha acontecido lo que dice aquel proverbio verdadero: Tornóse el perro a lo que vomitó. (Proverbios XXVI, 11) y la puerca lavada a revolcarse en el cieno”.
Hacemos alusión a esto, ya que muchos hebreos han criticado lo duro del término empleado por varios concilios de la Santa Iglesia en contra de los que habiendo sido lavados de pecado por las aguas del bautismo tornaban al “vómito del judaísmo”. Es digno de hacer notar, que los santos sínodos no hicieron otra cosa que tomar las palabras de San Pedro citando los referidos versículos bíblicos.
Por los pasajes del Nuevo Testamento que acabamos de citar, se puede afirmar que tanto Cristo Nuestro Señor como los apóstoles desconfiaban de la sinceridad de las conversiones de los judíos; y que dándose cuenta cabal de lo que habrían de hacer los falsos conversos y los falsos apóstoles que surgirían, previnieron a los fieles contra ese mortal peligro para que pudieran defenderse.
Capítulo
Cuarto
EL JUDAÍSMO, PADRE DE LOS GNÓSTICOS
La primera herejía que puso en peligro la vida de la iglesia naciente fue
la de los gnósticos, que estuvo constituida no por una sola, sino por varias
sectas secretas que empezaron a realizar una labor de verdadera descomposición
en el seno de la Cristiandad. Muchas sectas gnósticas pretendían dar más amplio
significado al cristianismo, enlazándolo –según manifestaban- con las más
antiguas creencias. De la Cábala judía se trasplantó al cristianismo la idea de
que las Sagradas Escrituras tenían dos significados: uno exotérico, es decir,
exterior y literal, conforma al texto visible en los Libros Sagrados y otro,
esotérico u oculto, sólo accesible a los altos iniciados conocedores del arte de
descifrar el significado secreto del texto de la Biblia. Muchísimos siglos antes
de la aparición de las obras cabalistas “Sefer-Yetzirah”,
“Sefer-Zohar” y otras de menor importancia, se practicaba la Cábala oral
entre los hebreos, sobre todo en las sectas secretas de altos iniciados, cuyas
interpretaciones falsas de las Sagradas escrituras tanto influyeron en apartar
al pueblo hebreo de la verdad revelada por Dios.
Sobre el verdadero nacimiento del gnosticismo, los ilustres historiadores
John Yarker y J. Matter convienen en que fue Simón el mago, judío converso al
cristianismo, el verdadero fundador del gnosticismo, quien además de ser un
místico cabalista era aficionado a la magia y al ocultismo, habiendo constituido
con un grupo de judíos un sacerdocio de los “misterios”, en el cual
figuraban, formando parte de sus colaboradores, su propio maestro Dositeo y sus
discípulos Menandro y Cerinto (12).
Simón el Mago, fundador de la herejía gnóstica –primera que desgarró a la joven Cristiandad-, fue también uno de los iniciadores de la quinta columna judía introducida en el seno de la Santa Iglesia. La Sagrada Biblia, en los Hechos de los Apóstoles, nos narra cómo se introdujo al cristianismo el referido judío:
Capítulo VIII. “9...Había allí un varón por nombre Simón, que antes había sido mago en la ciudad, engañando a las gentes de Samaria, diciendo que él era una gran persona. 12. Mas habiendo creído lo que Felipe les predicaba del reino de Dios, se bautizaban en el nombre de Jesucristo hombres y mujeres. 13. Simón entonces creyó él también: y después que fue bautizado, se llegó a Felipe. Y viendo los grandes prodigios y milagros que se hacían, estaba atónito de admiración. 14. Y cuando oyeron los apóstoles, que estaban en Jerusalén, que Samaria había recibido la palabra de Dios, les enviaron a Pedro y a Juan. 15. Los cuales llegados que fueron, hicieron por ellos oración para que recibiesen el Espíritu Santo. 16. Porque no había venido aún sobre ninguno de ellos, sino que habían sido solamente bautizados en el nombre del señor Jesús. 17. Entonces ponían las manos sobre ellos, y recibían el Espíritu Santo. 18. Y como vio Simón, que por la imposición de las manos de los apóstoles se daba el espíritu Santo, les ofreció dinero. 19. Diciendo: Dadme a mí también esta potestad, que reciba el Espíritu Santo todo aquel a quien yo impusiere las manos. Y Pedro le dijo: 20. Tu dinero sea contigo en perdición: porque has creído que el don de Dios se alcanzaba por dinero” (13).
Y después de reprenderlo San Pedro, Simón contestó: “24. Y respondiendo Simón, dijo: Rogad vosotros por mi al Señor, para que no venga sobre mi ninguna cosa de las que habéis dicho” (14).
En este pasaje, el Nuevo testamento nos narra cómo nació y cuál iba a ser la naturaleza de la quinta columna de falsos judíos conversos; Simón el mago se convierte al cristianismo y recibe las aguas del bautismo; pero luego, ya en el seno de la iglesia trata de corromperla intentando comprar, ni más ni menos, que la gracia del Espíritu Santo. Al fracasar en sus intentos frente a la incorruptibilidad del apóstol san pedro, jefe supremo de la iglesia, finge arrepentimiento para después iniciar el desgarramiento interno de la Cristiandad, con la desintegración herética de los gnósticos. En esto como en otras cosas, la Sagrada Biblia nos da la voz de alerta mostrando lo que había de suceder en un futuro, pues los quintacolumnistas judíos dentro de la Iglesia y del clero siguieron el ejemplo de Simón el Mago, convirtiéndose al cristianismo para tratar de corromperlo por la simonía, desintegrarlo por medio de herejías e intentar adueñarse de las más altas dignidades de la Iglesia por diversos medios, incluyendo el de comprar la gracia del espíritu Santo,
Como
luego veremos, los concilios de la Santa Iglesia se ocuparon de reprimir con
energía a los obispos que habían de adquirir el puesto por medio de dinero, y
cómo comprobó la Santa Inquisición que los clérigos de ascendencia hebrea eran
los propagadores principales de la simonía y de la herejía.
Otro ejemplo clásico que nos presentan los Santos Evangelios es el de
Judas Iscariote –uno de los doce apóstoles- que traiciona a Cristo vendiéndolo a
los hebreos por treinta monedas de plata (es evidente que como apóstol tenía una
dignidad mayor que la de obispo o cardenal). ¿Por qué lo escogió nuestro Divino
Redentor? ¿Es que se equivocó al hacer tal selección y al honrar a Judas con la
más alta dignidad dentro de la naciente Iglesia, después de la del propio
Jesucristo? Claro que Cristo jamás pudo equivocarse por ser Dios. Si hizo tal
cosa es porque así convenía para mostrar claramente a su Santa Iglesia de dónde
iba a proceder el mayor peligro para su existencia; es decir, quiso prevenirla
contra los enemigos que surgieran dentro de sus propias filas y sobre todo en
las más latas jerarquías de la Iglesia, ya que si de entre los escogidos como
apóstoles por Cristo misma salió un Judas, claro es que con mayor razón tendrían
que salir de entre los nombrados por los sucesores de Cristo.
Los fieles no deben escandalizarse jamás, ni perder la fe en la Iglesia,
cuando se enteren, por la historia, de aquellos cardenales y obispos herejes y
cismáticos que pusieron en peligro la vida de la santa iglesia; mucho menos,
cuando se den cuenta, que en la lucha de nuestros días todavía hay cardenales y
obispos que ayudan a la francmasonería, al comunismo y al propio judaísmo en su
tarea de destruir al cristianismo y esclavizar a todos los pueblos de la
Tierra.
Volviendo al gnosticismo originado por el judío converso Simón el Mago,
es preciso hacer notar, que muchos años después, San Ireneo señaló a Valentinus,
un hebreo de Alejandría, como el jefe de los gnósticos (15).
J. Matter, el famosos historiador del gnosticismo, nos dice que los
dirigentes judíos, los filósofos alejandrinos Filón y Aristóbulo, del todo
fieles a la religión de sus padres, resolvieron adornarla con los despojos de
otros sistemas y abrir al judaísmo el camino para inmensas conquistas; ambos
eran dirigentes también del gnosticismo y cabalistas, aclarando dicho autor que
aquello de que: “La Cábala es anterior a la gnosis, es una opinión
que los escritores cristianos poco comprenden, pero que los eruditos del
judaísmo profesan con legítima seguridad”; afirmando también
que el gnosticismo no fue, precisamente, una defección del cristianismo, sino
una combinación de sistemas en los cuales pocos elementos cristianos fueron
introducidos (16).
A su vez, la culta escritora inglesa Nesta H. Webster deduce después de
laborioso estudio sobre la materia que: “El
resultado del gnosticismo era no cristianizar a la Cábala, sino cabalizar
al cristianismo, mezclando su enseñanza pura y simple con la teosofía y aún con
la magia”
(17).
Que los cabalistas dieron origen a la gnosis nos lo confirma el famoso
historiador de la francmasonería, Ragon, quien dice:
“La Cábala es la llave de las ciencias ocultas. Los
gnósticos nacieron de los cabalistas” (18).
La “Jewish Encyclopedia” afirma que el gnosticismo:
“Fue de carácter judío antes de convertirse en
cristiano” (19).
Una coincidencia interesante es que el principal centro del gnosticismo en la época de su apogeo fue Alejandría, que a su vez fue en esos tiempos el centro más importante del judaísmo fuera de Palestina, hasta que San Cirilo, obispo de dicha ciudad –siglos después- dio un golpe mortal a este foco de infección de la Cristiandad, expulsando a los hebreos de Alejandría.
El testimonio de los Padres de la Iglesia viene a completar el conjunto de pruebas que presentamos para demostrar que la gnosis fue obra del judaísmo, ya que ellos llamaban judíos a algunos de los jefes de las escuelas gnósticas (20). Por otra parte, la “Enciclopedia Judaica Castellana” indica que: “El hecho de que el gnosticismo primitivo, tanto cristiano como judío, utilizara nombres y términos hebreos en su sistema y que se base, aun en su hostilidad, en conceptos bíblicos, indica su origen judío”. Dice, además, que influyó en el posterior desarrollo de la Cábala (21).
Habiendo probado que el gnosticismo fue de origen hebreo y que estuvo dirigido por israelitas –algunos introducidos en la Cristiandad por medio del bautismo- veremos cuáles fueron sus alcances en el mundo cristiano. Lo más peligroso del gnosticismo es su presentación como una ciencia, pues es preciso hacer notar que la palabra gnosis significa “ciencia”, “conocimiento”. Como se ve, tampoco es nuevo el sistema del judío Karl Marx y otros israelitas al tratar de revestir sus falsas y destructoras doctrinas con un ropaje científico para asombrar y atrapar a los incautos, ya que hace casi dos milenios, sus antecesores, los gnósticos, hicieron otro tanto con muy buenos resultados. Se ve también, a este respecto, que las tácticas judaicas siguen siendo las mismas.
Además, no tuvieron escrúpulos al introducir en la gnosis ideas del dualismo persa y sobre todo de la cultura helénica, en la cual eran tan doctos los judíos de Alejandría, que fueron factor decisivo en la propagación del gnosticismo. Es necesario tener en cuenta que también a este respecto las tácticas judaicas no han cambiado, ya que han introducido en las doctrinas, ritos y símbolos de la masonería –además del elemento cabalista y judaico-, elementos de origen grecorromano, egipcio y oriental con el fin de desorientar a los cristianos sobre el verdadero origen de la fraternidad.
Por otra parte, es evidente que sólo los judíos ya dispersos por todo el mundo conocido pudieron tan fácilmente elaborar esa mezcolanza de ideas judaicas, cristianas, platónicas, neo-platónicas, egipcias, persas y hasta hindúes que integraron la gnosis, la cual –a semejanza de la Cábala hebrea- se estableció como doctrina esotérica para gente selecta y se difundió en forma de sociedades secretas al estilo judío. Estas se fueron multiplicando en número y diferenciando cada vez más en sus doctrinas. Eso de encontrar, por medio de alegorías semejantes a las de la Cábala, un significado oculto a las Sagradas Escrituras, se prestaba a que cada quien diera diversas interpretaciones a los Evangelios, tal como ocurrió después con el libre examen del protestantismo, que lo dividió en infinidad de Iglesias, a veces hasta rivales entre sí. El principio de la existencia de significados ocultos, distintos del texto literal de la Biblia, hizo posible que los gnósticos se alejaran completamente de la verdadera doctrina cristiana, llegando a constituir con su multitud de sectas un verdadero cáncer que amenazaba con desintegrar internamente a toda la Cristiandad.
La gnosis partía de la base de la existencia de un Dios bueno y de una materia concebida como origen del mal. Ese Dios, Ser Supremo, produjo por emanación unos seres intermediarios llamados eones entrelazados, que unidos al Ser Supremo, constituían el reino de la luz y que eran menos perfectos a medida que se alejaban de Dios; pero incluso el eón inferior tenía partículas de la Divinidad y era, por lo tanto, incapaz de crear la materia, mala por naturaleza.
La creación del mundo la explicaban por medio de uno de esos eones, que llamaban Demiurgo, el cual ambicionó llegar a ser como Dios y se rebeló contra El, por lo que fue expulsado del reino de la luz y lanzado al abismo en donde creó nuestro universo, dando forma a la materia y creando al hombre, cuya alma –una partícula de luz- quedó aprisionada en la materia. Entonces Dios, para redimir a las almas del mundo perverso, mandó a la Tierra otro eón llamado Cristo, fiel al Ser Supremo, que jamás tuvo un cuerpo real, ya que la materia es intrínsecamente mala. Las diversas sectas gnósticas dieron diferentes interpretaciones a todo este mecanismo, llegando algunas a identificar a Jehová con el perverso Demiurgo. Para otras Jehová fue el Ser Supremo y para otras era sólo un eón fiel a Este. El dualismo persa tomó en el gnosticismo la forma de una lucha entre el mundo del espíritu y de la materia.
La redención de las almas encerradas en la materia se operaba, según este cúmulo de sectas, por medio de la gnosis, es decir, el conocimiento de la verdad, sin necesitarse la moral ni las buenas obras. Esto trajo la consecuencia catastrófica de provocar en muchas sectas la más escandalosa inmoralidad y licencia de costumbres.
De todas estas sociedades secretas, la más peligrosa para la Cristiandad fue la dirigida por el criptojudío Valentinus, que era el tipo del clásico quintacolumnista, ya que actuaba en lo exterior como verdadero cristiano y sembraba la disolución en la Santa Iglesia extendiendo su nefasta secta. Primero tuvo a la ciudad de Alejandría como su principal baluarte, pero a mediados del siglo II se fue a Roma con el intento de socavar a la Cristiandad, en la capital misma del Imperio. Los valentinianos amenazaron seriamente con desintegrar por dentro a la Santa Iglesia, la que por fin, para quebrantar la nefasta labor de ese falso cristiano, verdadero judío quintacolumnista, lo expulsó de su seno.
El gnosticismo llegó a propagar doctrina que ahora son básicas en muchos
movimientos judaicos subversivos de los tiempos modernos. Así, la secta de los
carpocracianos atacaba todas las religiones entonces existentes, reconociendo
únicamente la gnosis –conocimiento dado a los grandes hombres de cada nación,
Platón, Pitágoras, Moisés, Cristo-, la cual “libra a uno de todo lo que el vulgo
llama religión” y “hace al hombre igual a Dios”. El gnosticismo en sus formas
más puras aspiraba, según decían, a dar un significado más amplio al
cristianismo, enlazándolo con las más antiguas creencias. “La creencia de que la divinidad se ha manifestado en
las instituciones religiosas de todas las naciones, conduce a la concepción de
una especie de religión universal que contenga los elementos de
todas” (22).
Muchos de estos conceptos los encontramos actualmente en la doctrina
secreta de la francmasonería y de las sociedades teosóficas.
Nesta H. Webster en su laboriosa investigación sobre la materia,
encuentra que en la secta gnóstica de los citados carpocracianos del siglo II,
“...llegaron a muchas de las mismas conclusiones de
los modernos comunistas con relación al sistema social ideal. Así Epiphanus
sostenía que puesto que la naturaleza misma revela el principio de la comunidad
y unidad de todas las cosas, las leyes humanas que son contrarias a esta ley
natural son culpables de las infracciones al legítimo orden de las cosas. Antes
de que estas leyes fueran impuestas a la humanidad, todas las cosas estaban en
común, la tierra, los bienes y la mujeres. De acuerdo con ciertos
contemporáneos, los carpocracianos volvieron a este primitivo sistema
instituyendo la comunidad de mujeres e incurriendo en toda clase de
licencias” (23).
Como puede verse, los movimientos subversivos modernos del judaísmo son en gran parte una repetición de las doctrinas de la gran revolución gnóstica, aunque partiendo de una base filosófica opuesta, ya que el comunismo moderno es materialista, mientras la gnosis consideraba mala y despreciable a la materia. Sin embrago, los hechos nos demuestran que los judíos han sido muy hábiles en utilizar los sistemas filosóficos más opuestos para lograr resultados políticos similares.
Los gnósticos tenían misterios e iniciaciones. “Tertuliano, Padre de la Iglesia, afirmaba que la
secta de los valentinianos pervirtió los misterios de Eleusis, de los que
hicieron un “santuario de prostitución”” (24). Y no debemos
olvidar que Valentinus –falso cristiano de Alejandría- fue señalado por San
Ireneo como jefe de los gnósticos, cuyas sectas, según algunos, estaban
dirigidas por un mismo poder oculto. Es evidente, que los hebreos siguen siendo
los mismos que hace mil ochocientos años y que entonces como ahora, siembran la
inmoralidad y la prostitución en la sociedad cristiana para corromperla y
facilitar su destrucción.
Algunas sectas gnósticas llegaron en sus doctrinas secretas a los grados
máximos de perversión. Así, Eliphas Levi, afirma que ciertos gnósticos
introdujeron en sus ritos la profanación de los misterios cristianos, que debían
servir de base a la magia Negra (25), cuyos principales propagadores han sido
también hebreos. Dean Milman en su “Historia de los judíos”, dice que los
ofitas adoraban a la serpiente porque los había rebelado contra Jehová,
“a quien se
referían ellos bajo el término cabalístico del Demiurgo” (26).
Es evidente que esa glorificación del mal que tanta importancia tiene en los movimientos revolucionarios modernos, controlados secretamente por la Sinagoga de Satanás, tampoco es cosa nueva; pues había sido lanzada como veneno sobre la naciente sociedad cristiana por los judíos gnósticos hace ya más de dieciocho siglos.
E. de Faye en su obra “Gnostiques et Gnosticisme” y también J.
Matter en su citada “Histoire du Gnosticisme”, afirman que otra secta
secreta gnóstica llamada de los cainitas (por el culto que rendían a Caín),
consideraban a éste, a Dathan y Abiram, a los homosexuales habitantes de Sodoma
y Gomorra y al propio Judas Iscariote como nobles víctimas del Demiurgo, o sea,
del maligno creador de nuestro universo, según sus perversas doctrinas
(27).
Evidentemente, estas sectas gnósticas fueron el antecedente de los bogomils, de los luciferianos, de la Magia negra y de algunos aunque reducidos círculos masónicos satanistas, que además de rendir culto a Lucifer han considerado como bueno todo lo que el cristianismo considera malo y viceversa. El propio Voltaire reconoce a los judíos como propagadores, durante la Edad Media, de la magia Negra y del satanismo. El marqués De Luchet en su obra famosa titulada “Ensayo sobre la secta de los iluminados” afirma que los cainitas, animados por su odio en contra de todo orden social y moral, “llamaban a todos los hombres a destruir las obras de Dios y a cometer toda clase de infamias” (28).
El gran caudillo que surgió en la Iglesia para combatir y vencer el
gnosticismo fue precisamente San Ireneo, quien estudiando a fondo sus nefastas
sectas y sus doctrinas ocultas se lanzó a combatirlo encarnizadamente con la
acción y con la pluma, atacando al mismo tiempo a los judíos, a quienes señalaba
como jefes de este desintegrador movimiento subversivo (29), cuya secta más
fuerte y más peligrosa para la Cristiandad fue la de los valentinianos,
encabezada por Valentinus, tras cuyo falso cristianismo San Ireneo descubrió la
identidad judía.
Debido a la viril e incansable labor de San Ireneo, la Santa Iglesia
logró triunfar sobre la gnosis, que fue para la naciente Cristiandad un peligro
interno más amenazador que las graves asechanzas externas representadas entonces
por los ataques frontales de la Sinagoga y sus intrigas, las cuales lograron,
como ya estudiamos, lanzar contra la naciente Iglesia todo el poder del Imperio
Romano con sus tremendas persecuciones que tantos mártires dieron al
cristianismo. Estos hechos demuestran que desde sus primeros tiempos, fue más
peligrosa para la Santa Iglesia la acción de la quinta columna judía introducida
en su seno que la de los enemigos exteriores. Sin embargo, la existencia de un
clero virtuoso y muy combativo que ignoraba claudicaciones disfrazadas con el
ropaje de convivencia pacífica, de diálogo o de diplomacia, hicieron que de esta
terrible lucha la Santa iglesia saliera victoriosa y completamente vencidos sus
enemigos: el judaísmo, el gnosticismo judaico y el paganismo romano.
Jamás la situación actual ha sido tan grave para la Iglesia como la de
esos tiempos, porque entonces el cristianismo era mucho más débil que en la
actualidad y la diferencia de fuerzas entre la Iglesia y sus enemigos era
inmensamente mayor a favor del adversario. Si entonces pudo triunfar la Santa
Iglesia sobre enemigos relativamente más poderosos que los actuales, con mayor
razón podrá hacerlo ahora, siempre que se logre combatir y anular la acción
derrotista y entreguista de la quinta columna criptojudaica introducida en el
clero, y siempre también, que en las jerarquías religiosas surjan caudillos que
imitando a San Ireneo lo sacrifiquen todo por defender la fe de Cristo y la
causa de la humanidad amenazada por feroz esclavitud; caudillos que puedan,
asimismo, vencer la resistencia que presentan los cobardes y los acomodaticios,
que aun siendo sinceros en su fe, piensan más en no comprometer soñados
encumbramientos eclesiásticos, en sostener posiciones tranquilas o situaciones
económicas, que en defender a la Santa Iglesia y a la humanidad en estos
instantes de mortal peligro.
Finalmente, examinaremos otra de las enseñanzas del movimiento
revolucionario gnóstico. Los judíos, que sembraron el veneno en la sociedad
cristiana, tuvieron cuidado de impedir que dicho veneno acabara por intoxicar a
los mismos envenenadores. La Sinagoga tuvo que enfrentarse por primera vez a tan
grave. Es muy difícil sembrar ideas venenosas sin correr el riesgo de
contagiarse con ellas. Es verdad que la gnosis que inicialmente sembraron los
hebreos en la Sinagoga, eran principalmente un conjunto de interpretaciones
místicas de las Sagradas Escrituras relacionadas íntimamente con la Cábala, pero
el conjunto de absurdos, contradicciones y actos perversos que los hebreos
introdujeron en la gnosis cristiana llegó a constituir una seria amenaza para la
misma Sinagoga; peligro que ésta tuvo el cuidado de conjurar a tiempo,
combatiendo con energía cualquier posibilidad de contagio entre los judíos.
Dieciocho siglos después está ocurriendo el mismo fenómeno; los hebreos
propagadores del ateísmo y del materialismo comunista entre los cristianos,
musulmanes y demás gentiles, toman toda clase de precauciones para evitar que el
cáncer materialista infecte a las comunidades israelitas. Esto lo han podido
lograr con mayor éxito ahora que en los tiempos del gnosticismo, ya que la
experiencia de dieciocho siglos en esta clase de menesteres ha convertido, a
estos pervertidores en verdaderos maestros en el arte de manejar los venenos y
esparcirlos en el mundo ajeno a sus comunidades, sin que la ponzoña pueda
infectar a los judíos mismos. De todos modos, aun en nuestros días, los rabinos
tienen que estar constantemente alerta para impedir que el materialismo con que
han impregnado el medio ambiente cause estragos en las familias hebreas.
Constantemente están tomando medidas de distinto género para impedirlo. La
ponzoña atea y materialista está sólo destinada a cristianos y gentiles para
facilitar su dominio; y al judaísmo debe mantenérsele con su mística más pura
que nunca. Ellos saben que el misticismo es lo que torna invencibles a los
hombres que luchan por un ideal. Y así como los hebreos no tuvieron escrúpulos
en otros tiempos para propagar doctrinas contra el propio Jehová y en favor del
culto de Satanás –tan común en la Magia Negra-, ahora tampoco tienen escrúpulos
en propagar el materialismo ateo del israelita Marx, aunque niegue la existencia
del propio Dios de Israel. El fin justifica los medios. Esta máxima la observan
los hebreos hasta sus más increíbles consecuencias.
Con la conversión de Constantino el triunfo de la Santa Iglesia sobre el
paganismo, el gnosticismo y el judaísmo, fue completo.
Conquistada por la Santa Iglesia la confianza del Imperio Romano, los
judíos carecieron de casi toda posibilidad para seguir combatiéndola, atacarla
directamente y lanzar contra el cristianismo la persecución de los emperadores
paganos, como lo habían venido haciendo. Si bien, ante cuadro tan desolador, la
Sinagoga de Satanás no se dio por vencida; comprendió claramente que para
destruir a la Iglesia no le quedaba más que un recurso –de los tres que llevamos
estudiados-, puso especial atención a su quinta columna de falsos conversos
introducidos en la Cristiandad, quienes por medio de cismas y movimientos
subversivos internos podrían lograr el ansiado objetivo de la Sinagoga:
aniquilar a la Iglesia de Cristo. El hecho de que en algunos aspectos no
estuviese todavía bien definido el dogma cristiano, les facilitó en extremo su
tarea.
Capítulo Quinto
EL JUDÍO ARRIO Y SU HEREJÍA
El arrianismo, la gran herejía que desgarró a la Cristiandad durante más
de tres siglos y medio, fue la obra de Arrio, un judío subterráneo que en
público practicaba el cristianismo. Modelo destacado e ilustre de los actuales
sucesores de Judas Iscariote, que tales son los clérigos miembros de esa quinta
columna judía introducida en el clero católico.
El célebre escritor norteamericano William Thomas Walsh, notable por su
ferviente catolicismo y sus tan documentadas obras, nos dice refiriéndose a la
actuación de los judíos introducidos en el cristianismo: “Arrio, el judío católico (padre de la herejía)
atacaría insidiosamente la divinidad de Cristo y lograría dividir al mundo
cristiano durante siglos enteros”
(30).
De los procesos inquisitoriales contra los criptojudíos, llamados herejes judaizantes, se desprende que uno de los dogmas católicos que más rechazan los hebreos es el de la Trinidad, porque en su odio a muerte contra Cristo lo que más les repugna del cristianismo es que Jesucristo sea considerado como Segunda Persona de la Santísima Trinidad, es decir, del Dios Uno en esencia y Trino en persona. Es, pues, comprensible pues que una vez que lograron introducirse en la Iglesia a través de su falsa conversión al cristianismo, los hebreos intentaran modificar el dogma de la Iglesia, estableciendo la unidad de Dios en personas y negando la Divinidad de Cristo.
Arrio nació en el siglo III en Libia, entonces bajo la dominación de los romanos. De joven se adhirió al cisma de Melesio, quién usurpó el puesto de Obispo de Alejandría, pero al sufrir duros reveses la causa de Melesio, Arrio se reconcilió con la Iglesia. Ya es sabido cómo se burlan los judíos de estas reconciliaciones con la Iglesia que, según dicen, realizan como verdaderas comedias cuando así les conviene.
La Santa Iglesia, tan bondadosa como siempre, que está presta por principio a perdonar al pecador que se arrepiente, admitió la reconciliación de Arrio volviéndolo a su santo seno, mientras el judío clandestino se aprovechaba de esta bondad sólo para causarle después daños catastróficos que hubieran podido desembocar en un desastre como el que actualmente nos amenaza.
Después de reconciliado, Arrio se ordenó de sacerdote católico y, ya como
presbítero quedó encargado –por designación de Alejandro, Obispo de Alejandría-
de la Iglesia de Baucalis. Varios destacados historiadores eclesiásticos
atribuyen a Arrio un aparatoso e impresionante ascetismo y un ostentoso
misticismo, unidos a grandes dotes de predicador y a una gran habilidad
dialéctica que le permitían convencer a las grandes masas de fieles e incluso a
los jerarcas de la Santa Iglesia.
Como principio básico de la doctrina de Arrio figuraba la tesis judaica
de la unidad absoluta de Dios, negando la Trinidad y considerando a Cristo
Nuestro Señor solamente la más excelsa de las criaturas, pero de ninguna manera
poseedor de una condición divina, siendo éste uno de los primeros intentos
serios de judaización del cristianismo.
No atacaba ni censuraba
a Cristo como lo hacían los judíos públicos, porque entonces hubiera fracasado
en su empresa, ya que ningún cristiano lo hubiera secundado: por el contrario,
para no provocar sospechas, hacía toda clase de elogios de Jesús, con lo que
lograba captarse la simpatía y la adhesión de los creyentes, destilando luego su
veneno en medio de todas esas alabanzas con la negación insidiosa de la
divinidad de Jesucristo, que es lo que más repudian los judíos.
Es curioso que mi
cuatrocientos años después, los judíos hayan vuelto a la carga negando la
divinidad de Cristo mientras que como Hombre lo llenan de elogios en las
doctrinas y enseñanzas que los fundadores y organizadores de la masonería
establecieron en sus primeros grados para no provocar en los cristianos fuertes
reacciones al iniciarse en la secta.
Otra de las novedades
que trajo la herejía arriana fue la de intentar cambiar la doctrina y la
política de la Iglesia con relación a los judíos. Mientras Cristo Nuestro Señor
los condenó y atacó duramente en diversas ocasiones y otro tanto hicieron loa
apóstoles y en general la Iglesia de los primeros tiempos, Arrio y su herejía
trataron de hacer una verdadera reforma al respecto, realizando una política
pro-judía y de acercamiento con la Sinagoga de Satanás.
Como Juan Huss,
Calvino, Carlos Marx y otros caudillos hebreos revolucionarios, Arrio era un
hombre de gran dinamismo, de excepcional perseverancia, apto con la palabra y
con la pluma, que escribía folletos y hasta libros (31) para convencer a
jerarcas, religiosos, gobernantes civiles y personas destacadas del Imperio
Romano. Su primer apoyo de importancia fue el Obispo Eusebio de Nicomedia,
quien, por su gran amistad con el emperador Constantino, tuvo la audacia de
intentar atraer a éste a la herejía de Arrio; y aunque no lo obtuvo, logró
desgraciadamente, desorientar a Constantino haciéndole creer que se trataba de
simples discusiones entre diversas posturas de la ortodoxia. Con esta idea, el
Emperador trató vanamente de conseguir un avenimiento entre Arrio y el Obispo de
Alejandría sin resultado alguno, a pesar de que envió a su consejero Osio,
Obispo de Córdoba, para que intentara ponerlos de acuerdo. ¡Como si se tratara
de una simple pugna entre el Obispo Alejandro y Arrio!
En el curso de estas
negociaciones fue cuando Osio y la Iglesia se convencieron de que no se trataba
de una simple pugna de escuelas o de personas, sino de un incendio que amenazaba
arrasar a toda la Cristiandad. Esto es digno de notarse, porque es la técnica
clásica con que los judíos inician un movimiento revolucionario. En muchas
ocasiones le dan una apariencia de algo inocente, bien intencionado, de escasas
proporciones y sin ninguna peligrosidad, para que las instituciones amenazadas
con el brote revolucionario no le den la importancia que realmente tiene y se
abstengan de emplear contra él toda la fuerza indispensable para aplastarlo
rápida y eficazmente. Adormecidos por las apariencias, los dirigentes cristianos
o gentiles suelen dejar de reaccionar en la forma adecuada, de lo cual se
aprovecha el judaísmo para ir propagando subrepticiamente el incendio en forma
tal que, cuando los cristianos deciden reprimirlo, ha tomado ya una fuerza
arrolladora imposible de contener.
Es interesante hacer
notar que luego de ser excomulgado Arrio por el sínodo convocado en el año 321
por el Prelado de Alejandría y compuesto por más de cien obispos, se dirigió el
heresiarca a conquistar adeptos yendo en primer lugar a Palestina. El primer
sínodo, que dio su apoyo a Arrio traicionando así al catolicismo, fue
precisamente el de Palestina, además del de Nicomedia, de donde Eusebio –brazo
derecho de Arrio- era obispo. Es evidente que en Palestina, a pesar de las
represiones de Tito y de Adriano, era donde había una población judía más
compacta y donde la quinta columna hebrea introducida en al Iglesia podía ser
más poderosa. No tiene, por lo tanto, nada de misterioso que Arrio- puesto en
situación crítica por la excomunión de la cual era reo- haya recurrido a
refugiarse y a adquirir refuerzos con sus hermanos de Palestina, lográndolo con
tal amplitud que todo un sínodo de obispos y clérigos destacados, como lo fue el
de Palestina, lo apoyó decididamente, inyectando nueva fuerza y prestigio a su
causa que amenazaba con hundirse después de la condenación del santo Sínodo
Alejandrino.
Así mismo, otro Sínodo
reunido en Nicomedia apoyó a Arrio. Este sínodo, al igual que el de Palestina,
le dio autorización para que regresara a Egipto. En esta forma Arrio y sus
secuaces oponían a un sínodo, otros sínodos, dividiendo el episcopado del mundo
católico.
El estudio de esta
gigantesca lucha de siglos es muy útil. Nos hace ver que la quinta columna judía
introducida en el clero de la Santa Iglesia operaba desde entonces con los
mismos métodos que utilizaría centurias después, cuando logró usurpar el papado
por medio de un criptojudío, el cardenal Pierleoni; son los mismos métodos
denunciados mil años después por la santa Inquisición y los mismos que estamos
presenciando en nuestros días.
Arrio y los obispos
arrianos intrigaban contra los sacerdotes que defendían a la Santa iglesia;
perseguían, hostilizaban e incluso atacaban a los más respetables obispos y a
todos los clérigos que –sin distinción de jerarquía- destacaban por su celo en
la defensa de la ortodoxia, los cuales eran acosados y combatidos por medio de
la intriga venenosa y secreta, así como de falsas acusaciones, hasta lograr
eliminarlos o nulificarlos.
Por otra parte, trataban de ir controlando los puestos de obispo que
quedaban vacantes, por medio de una acción bien organizada, logrando que esos
puestos fueran ocupados por clérigos de su ralea e impidiendo que los
eclesiásticos fieles ascendieran a esas jerarquías.
Esta labor perversa fue realizada, sobre todo, después del Concilio
Ecuménico de Nicea, en que fueron condenados Arrio y su herejía, a pesar de la
oposición de una minoría de obispos herejes que habiendo asistido con aquél al
Concilio, trataron en vano de hacer prevalecer sus puntos de vista, tan
novedosos y contrarios a la doctrina tradicional cristiana, como los que ahora
quieren hacer prevalecer algunos obispos en el actual Concilio Ecuménico
Vaticano II.
En la campaña organizada por los obispos herejes contra los ortodoxos,
destaca la que iniciaron contra Eustasio, Obispo de Antioquía, al que acusaron
de fingir que sostenía acuerdos del Concilio de Nicea para defender en realidad
la herejía sabeliana y provocar disturbios. Con estas y otras acusaciones
obtuvieron los clérigos herejes que Eustasio fuera destituido y que en su lugar
fuera nombrado un obispo arriano, logrando además engañar a Constantino, quien,
creyendo hacer un bien a la Iglesia, desterraba al virtuoso obispo y daba su
apoyo a los hipócritas herejes, considerándolos como los sinceros defensores de
la Iglesia (32).
Pero todavía es más importante la conjura que urdieron para hundir a San
Atanasio, el cual, al morir Alejandro, lo había sucedido en el Patriarcado de
Alejandría. Ya en el Concilio de Nicea había demostrado Atanasio ser uno de los
baluartes en la defensa de la Santa Iglesia, lo cual le costó el odio de los
clérigos herejes que vieron la necesidad de eliminarlo. Para ganarse éstos al
emperador Constantino, acusaron calumniosamente a San Atanasio de mantener
relaciones con ciertos rebeldes del Imperio, maniobra clásica del judaísmo de
todos los tiempos, que cuando quiere distanciar a algún dirigente del jefe del
estado, urde en el momento oportuno toda una intriga para hacer creer a este
último que el primero conspira contra él y que está unido secretamente con sus
enemigos. Así, logran que el jefe del estado elimine al dirigente que estorba
los planes judíos. Igualmente acusaron a san Atanasio de haber vejado al clero,
imponiéndole una contribución sobre el lino y de sembrar la discordia en las
filas de la Iglesia.
Esta calumnia es también clásica de la quinta columna, que cuando ésta ve
que se urde una conjura contra la Santa Iglesia y alguien la denuncia o se lanza
a la defensa de la institución, apresta a sus clérigos criptojudíos para que
acusen a los defensores de la Iglesia de estar quebrantando su unidad y de
sembrar divisiones en la Cristiandad, cuando precisamente son ellos –los
enemigos de Cristo infiltrados en el clero- quienes con sus conspiraciones y su
actividad siniestra provocan esos cismas y esas divisiones, y no los sinceros
cristianos que tienen la obligación de defender a la Iglesia e impedir que
aquéllos progresen.
Así ocurrió en el caso de san Atanasio, en que los clérigos herejes,
siendo quienes en realidad estaban propagando con su actuación el cisma,
tuvieron el cinismo de acusar a San Atanasio de sembrar la discordia porque
trataba de defender a la Santa Iglesia contra las maquinaciones de la herejía.
Además, el golpe iba dirigido muy arriba, ya que sabiendo Arrio y sus secuaces
que Constantino tenía como mira suprema la unidad de la Iglesia, esperaban
hundir a San Atanasio con el específico cargo a provocar la discordia.
Posteriormente, los herejes melesianos unidos a los arrianos, acusaron a
San Atanasio de haber asesinado a uno de los colaboradores del jefe de los
melesianos, pero por fortuna, Atanasio logró encontrar al falso difunto,
quedando los calumniadores en evidencia.
Como hasta esos momentos habían fracasado todas las intrigas, los herejes
recurrieron a una maniobra final: convocar un sínodo de obispos en Tiro, en
donde acusaron a San Atanasio de haber seducido a una mujer, calumnia que éste
logró también destruir.
Sin embargo, los obispos arrianos lograron controlar el Concilio de Tiro
y acordaron las destitución de San Atanasio como Patriarca de Alejandría,
enviando candente nota sinodal al episcopado de todo el mundo para que rompiera
toda clase de relaciones con San Atanasio, al que se acusaba de diversos
crímenes. Constantino, que tenía en mucho aprecio las resoluciones de los
sínodos episcopales, se impresionó grandemente; y esto, unido a otra calumnia
más certeramente dirigida, consistente en acusar a San Atanasio de comprar el
trigo a los egipcios impidiendo que fuera llevado a Constantinopla –con el fin
de provocar el hambre en la capital del Imperio Romano- puso fuera de sí al
Emperador, quien desterró al infeliz Atanasio, considerándolo ya, a la sazón,
como peligrosísimo perturbador del orden público y de la unidad de la Santa
Iglesia.
En todo ese tiempo los obispos arrianos, ganándose primero a Constancia,
hermana del Emperador –que tenía mucha influencia sobre él- y a otros allegados,
fingiéronse hipócritamente muy celosos de la unidad de la Iglesia y del Imperio,
tan deseadas por Constantino, y acusaron a los defensores de la Iglesia y del
Imperio, tan deseadas por Constantino, y acusaron a los defensores de la Iglesia
de estar quebrantando esa unidad con sus intransigencias y exageraciones. Así
lograron que Constantino, que había apoyado la ortodoxia en el Concilio de
Nicea, diera un viraje a favor de Arrio, aceptando que la readmisión solemne de
éste en la Iglesia, tuviera lugar en Constantinopla, capital del Imperio. Esto,
sin duda, hubiera sido la apoteosis y triunfo del judío Arrio, que ya acariciaba
la idea de llegar a Papa de la Santa Iglesia Católica, cosa no imposible desde
el punto de vista humano, ya que contaba con la tolerancia amistosa del
Emperador y con el apoyo, cada día mayor, de los obispos de la Cristiandad. Sin
embargo todos los cálculos humanos se frustran ante la asistencia de Dios a su
Santa Iglesia, -que será perseguida pero jamás vencida- y Arrio, en los umbrales
mismos de su victoria, murió en forma tan misteriosa como trágica, según el
testimonio que nos legara el propio San Atanasio.
Es muy interesante transcribir lo que enseña la “Enciclopedia Judaica
Castellana”, documento oficial judío, sobre este santo y gran Padre de la
Iglesia que fue Atanasio:
“Atanasio (San), Padre de la Iglesia (293-373),
patriarca de Alejandría, enemigo decidido de las doctrinas arrianas que se
hallan más cerca del monoteísmo puro y por lo tanto de las doctrinas judías.
Atanasio polemizó contra los judíos por motivos dogmáticos, pero en todas partes
donde las doctrinas de Atanasio prevalecieron contra las arrianas, como entre
los visigodos de España, la situación de los judíos empeoró”
(33).
San Atanasio, como otros Padres de la Iglesia, luchó encarnizadamente no sólo contra los arrianos sino contra los judíos, concediendo éstos –como se ve- tal importancia a sus doctrinas que la “Enciclopedia Judaica Castellana”, afirma categóricamente que donde triunfaron las doctrinas de San Atanasio, la situación de los hebreos empeoró. Es por ello comprensible el odio satánico que desataron contra el Patriarca de Alejandría las fuerzas del mal.
Si San Atanasio y otros Padres de la Iglesia hubieran vivido en nuestros días, la quinta columna judía introducida en el clero habría de seguro intentado que la Iglesia los condenara por antisemitismo.
En cuanto a Osio, Obispo de Córdoba –otro paladín de la Iglesia en la lucha contra el arrianismo y alma del Concilio de Nicea- fue también un activo luchador contra el judaísmo. Habiéndose destacado en el Concilio de Elbira, llamado Iliberitano, celebrado en los años del 300 al 303, tuvo influencia decisiva en la aprobación de cánones tendientes a realizar una separación entre cristianos y judíos, dada la influencia nefasta que esa convivencia ejercía sobre los cristianos; y como ya entonces fuera muy frecuente la nociva fraternización de los clérigos católicos con los judíos, el Concilio Iliberitano trató de evitarla con medidas drásticas. Son interesantes al respecto las siguientes disposiciones:
Canon L. “Si algún clérigo o fiel comiere con judíos, sea separado de la comunión para que se enmiende”.
Canon XLIX. “Se tuvo a bien que los profesores fueran amonestados, para que no toleren que sus frutos que de Dios reciben, sean bendecidos por los judíos, para que no hagan nuestra bendición débil o inútil; si alguien después del entredicho, se arrogase a hacerlo, sea arrojado del todo de la Iglesia”.
Canon XVI. Que ordena entre otras cosas que no les fueran dadas a los judíos esposas católicas, ni a los herejes: “Para que no pueda haber sociedad alguna de fiel con infiel”.
Este último canon es claro y tajante: considera peligrosa toda sociedad de cristiano con judío.
El Concilio Iliberitano tuvo mucha importancia porque sus medidas disciplinarias pasaron en gran parte a integrar la legislación general de la Iglesia.
Muerto Constantino, sus tres hijos: Constantino II y Constante en Occidente y Constancio en Oriente, se hicieron cargo del gobierno del Imperio; los dos primeros, fervientes católicos; y en cuanto a Constancio, aunque buen cristiano, estaba muy influido por la amistad del amigo de su padre, el arriano Eusebio de Nicomedia. Sin embargo, el propio Constancio, después de muerto Constantino, aprobó junto con sus dos hermanos el regreso del destierro de San Atanasio y otros obispos ortodoxos desterrados a causa de las intrigas de los arrianos. Además, la muerte de Eusebio de Nicomedia en 342, eliminó esa mala influencia sobre Constancio, quien bajo el influjo de su hermano Constante y del Papa Julio, acabó por apoyar la ortodoxia católica.
Alarmado enormemente por los progresos del judaísmo, Constancio inició, además, contra éste, lo que los hebreos llaman la primera gran persecución cristiana en su contra.
Durante doce años, hasta la muerte de Constante y del papa Julio, los católicos lograron casi dominar al arrianismo, que estuvo a punto de eclipsarse bajo las prédicas y el prestigio aplastante de San Atanasio y del Obispo Osio de Córdoba. Constancio llegó a tener en Antioquia larga entrevista con San Atanasio, cordial en extremo, en la que el Emperador de Oriente le dio grandes muestras de deferencia, haciendo con posterioridad, el ilustre Padre de la Iglesia, su entrada en Alejandría en forma de verdadera apoteosis.
Los
católicos llamaban entonces a los hebreos “los asesinos de Dios”, según
afirma el israelita Graetz. Los judíos, en réplica, organizaron algunas
revueltas aisladas en contra del Imperio, pero éstas fueron sofocadas de forma
aplastante.
Pero todos estos descalabros no dieron por vencido al enemigo, que
agazapado en la sombra esperaba la primera oportunidad para resurgir. La
oportunidad empezó a bosquejarse al morir primero Constante y después el Papa
Julio, cuya benéfica influencia había mantenido a Constancio en el
catolicismo.
Los dirigentes arrianos Valente y Ursacio, que habían pedido su
reconciliación con la ortodoxia, por lo visto hipócritamente, ahora volvían a la
carga con sus intrigas, tratando a toda costa de distanciar a Constancio de la
ortodoxia, explotando para ello su egolatría y sus reacciones violentísimas
contra todo aquello que mermara su autoridad o su prestigio. En la sombra, los
arrianos organizaron una verdadera conjura para distanciar a Constancio de San
Atanasio y lograr con ellos su alejamiento de la ortodoxia. Entre otras
falsedades, lo acusaron de hacer contra el Emperador labor de difamación: de ser
hereje y de estar excomulgado, tratando de mermarle así el apoyo del pueblo y al
mismo tiempo exhibir mendazmente a San Atanasio como enemigo del Emperador;
presentándose los arrianos como sus más fieles súbditos. Estas negras intrigas
contra Atanasio y los católicos, enfurecieron a Constancio, echándolo más y más
en brazos de los arrianos, hasta llegar al extremo de ir con ellos a pedir al
nuevo Papa Liberio que destituyera al ilustre Padre de la Iglesia.
Es increíble cómo puede a veces el judaísmo convertir en aliados inconscientes a los que has sido sus jurados enemigos, empleando para lograrlo, como en este caso, las más innobles conjuras. Casos como el de Constancio se han dado algunos en la historia.
Su Santidad, presionado por el emperador Constancio, indicó la necesidad
de convocar a un nuevo concilio para tratar de poner fin a tantas disensiones y,
con la aceptación imperial, se convocó al Concilio de Arlés –con asistencia de
dos legados papales- el cual se celebró en el año 353. La esperanza que los
buenos cristianos tenían de lograr la unidad cristiana en este Concilio era
grande, pero los obispos al servicio de la quinta columna, dirigidos por Valente
y Ursacio, lograron urdir tales intrigas y ejercer tales presiones, que el
Concilio acabó por doblegarse a las exigencias de los arrianos, contando en su
apoyo con las implacables presiones del poder imperial. Hasta los dos legados
del papa se doblegaron y como funesta consecuencia se aprobó la injusta
condenación de San Atanasio.
El único obispo que se opuso a ello fue paulino de Tréveris, quien, por
esa causa, fue desterrado. Mas, cuando el papa Liberio tuvo conocimiento de la
catástrofe ocurrida protestó, proponiendo la celebración de otro Concilio, que
se celebraría en Milán el año 355. Este nuevo Concilio, al que asistieron 300
obispos, fue objeto también de innumerables conjuras y presiones por parte de
los obispos herejes apoyados por el Emperador, hasta lograr que se condenara una
vez más a San Atanasio. Así, el arrianismo tuvo un triunfo completo y pudo
desterrar de nuevo al ilustre santo. Con posterioridad y ante la resistencia del
Sumo Pontífice a doblegarse a las exigencias de los arrianos y de Constancio, el
Emperador desterró también al Papa, destierro en el que permaneció algún
tiempo.
Pero los esfuerzos de ese santo y Padre de la Iglesia, de ese hombre de
hierro, dinámico, lleno de valentía y de perseverancia en la adversidad que fue
Atanasio, habrían de fructificar con el tiempo. Después de tres siglos de lucha,
acabó por triunfar la Santa Iglesia sobre el judaísmo y su herejía. Hombres del
temple, del valor y de la energía de San Atanasio son los que necesita
actualmente la Iglesia y la humanidad para conjurar la amenaza judeo-comunista,
que al igual que la herejía judeo-arriana ha colocado en trance de muerte a la
catolicidad.
Estamos seguros de que en esta, como en situaciones parecidas, Dios
Nuestro Señor hará que surjan entre los jerarcas de la Santa Iglesia los nuevos
Atanasios que necesita para salvarse, máxime en los momentos actuales en que los
modernos instrumentos del judaísmo dentro de la Iglesia, cual falsos apóstoles,
siguen haciendo el juego al comunismo, a la masonería y a la Sinagoga de
Satanás, paralizando las defensas de la Iglesia para confundir a los buenos y
facilitar el triunfo del enemigo secular, tal como pretenden hacerlo en el
actual Concilio Ecuménico Vaticano II, convocado por Juan XXIII (34).
Finalmente señalaremos que la volubilidad de Constancio también se
manifestó en su actitud hacia el judaísmo y, en contradicción con su política
adversa, dictó medidas que los favorecieron, como la ley que, poniendo en un
plano de igualdad con el clero cristiano a los patriarcas y oficiales judíos,
encargados del servicio en las sinagogas, eximió a estos últimos de la carga
pesada de la magistratura, según nos lo relata el propio historiador israelita
Graetz.
Capítulo Sexto
LOS JUDÍOS ALIADOS DE JULIANO EL APÓSTATA
En el año de 360, Juliano, primo de Constancio, fue proclamado Emperador
de Roma por el ejército; y habiéndose Constancio dirigido a combatirlo murió en
el camino, lo que facilitó a Juliano la victoria definitiva y su proclamación
como Emperador de Oriente y Occidente.
La política de Juliano tuvo tres objetivos principales: 1º- Restaurar el
paganismo, convirtiéndolo de nuevo en religión oficial del Imperio, con la idea
de que Roma volviera a su antiguo esplendor, eclipsado –según él- por el
cristianismo. 2º- Destruir al cristianismo. 3º- Restablecer al judaísmo alas
posiciones de que había sido desalojado por Constantino y sus hijos (los judíos
llegaron al extremo de ordenar la reconstrucción del Templo de Salomón).
Los judíos, desde el primer momento, fueron aliados incondicionales de
Juliano lo cual demuestra, una vez más, que cuando les conviene son capaces de
luchar a favor del paganismo y de la idolatría –aun en contra del monoteísmo-
siempre que con ello logren la destrucción de la Iglesia, aunque ellos en su
interior sean monoteístas y enemigos de la idolatría.
Los judíos al unirse a Juliano y apoyarlo estaban dando su ayuda al
restablecimiento del culto idolátrico, que ellos dicen abominar tanto; pero con
tal de conseguir sus fines consistentes en destruir al cristianismo, han probado
ser capaces de todo, incluso de utilizar las doctrinas ateas y materialistas del
comunismo moderno, aun siendo los judíos como son, profundamente religiosos y
espiritualistas.
El famoso historiador judío Graetz, hablando de Juliano, dice:
“El emperador Juliano fue uno de esos caracteres
superiores que imprimen sus nombres de forma indeleble en la memoria de los
hombres. Y fueron sólo su temprana muerte, y el odio de la Iglesia dominante,
los que evitaron que adquiriera el título de Juliano `el Grande’
“. Añade que Juliano sentía gran admiración
por la religión judía y el pueblo de Israel, haciendo constar que: “El
reinado de Juliano que duró escasos dos años (noviembre 361 a junio 363), fue un
período de extrema felicidad para los judíos del Imperio
Romano” (35).
Constata Graetz, que al patriarca Hilel, jefe supremo del judaísmo en el
Imperio, Juliano lo llamó expresamente: “su venerable
amigo”,
prometiéndole, en carta autógrafa, que pondría fin a los males seguidos contra
los judíos por los emperadores cristianos.
Además, el Emperador hizo todos los preparativos necesarios para iniciar
las obras de reconstrucción del Templo de Jerusalén y cursó a todas las
congregaciones hebreas del Imperio una carta dirigida en términos amistosos, en
que trata de hermano al patriarca Julos (Hilel), jefe del judaísmo en el
Imperio; promete la supresión de las altas contribuciones impuestas por los
cristianos a los israelitas; ofrece que nadie en lo futuro podrá acusarlos de
blasfemos; brinda libertades y garantías, y asegura que cuando vuelva victorioso
de la guerra de Persia, reconstruirá por su cuenta la ciudad de Jerusalén.
Para la reconstrucción del Templo de Jerusalén, Juliano nombró a su mejor
amigo, Alipio de Antioquía, a quien le dio instrucciones de no reparar en gasto
alguno, ordenando a los gobernantes de Palestina y de Siria que ayudaran a
Alipio en todo lo que necesitara.
En su afán de
restaurar el paganismo, Juliano facilitó también toda clase de medios para la
reconstrucción de sus templos; dio una mejor organización al sacerdocio
idolátrico, creándole una jerarquía parecida a la de la Iglesia; restableció el
culto pagano con toda pompa y reanudó las celebraciones fastuosas de sus
fiestas.
Labriolle y Koch nos dan cuenta del empeño de Juliano en dar vigor al
paganismo con instituciones de beneficencia parecidas a las cristianas:
hospicios, albergues de niños y ancianos, instituciones caritativas y otras,
tratando, asimismo, de adaptar al paganismo una especie de Ordenes religiosas
parecidas a las de los monjes cristianos.
No sólo se trataba de una restauración idolátrica, sino de la creación de
un paganismo reformado y reforzado con sistemas tomados del cristianismo. La
amenaza que se cernía sobre la Santa Iglesia no podía ser más grave: el
Emperador, el paganismo y el judaísmo, unidos estrechamente para hacerle una
guerra a muerte.
Aunque
Juliano en principio aseguraba sostener la tolerancia religiosa, recordando el
mal resultado que les había dado a los emperadores romanos las persecuciones
violentas, empleó toda clase de medios para lograr la destrucción del
cristianismo, situación que dió lugar a muchos martirios, ocasionados por la
saña de los infieles, según narra San Gregorio Nacianceno, quien califica el
reinado de Juliano “como la más cruel de las persecuciones”.
Entre las medidas dictadas por Juliano contra el catolicismo, destacan:
la nueva expulsión de san Atanasio –considerado como baluarte de la ortodoxia-,
la eliminación en las monedas de todos los símbolos cristianos y la supresión al
clero de los privilegios concedidos por los emperadores católicos, eliminando
así a los cristianos de los puestos públicos, salvo que renegaran. Todo esto lo
hizo el Emperador fingiendo que se trataba de medidas necesarias para la
libertad religiosa y la igualdad de todas las creencias en el estado romano. Un
buen maestro tuvieron, pues, en Juliano sus aliados judíos, cuando ya en los
tiempos modernos –con la misma hipocresía- utilizaron esos mismos medios al
hacer triunfar sus revoluciones masónico-liberales, en las que con pretexto de
implantar la libertad de conciencia, han privado a la Iglesia de todos sus
derechos.
Las verdaderas intenciones del Emperador quedaron patentes cuando
manifestó que los galileos (discípulos de Cristo) debían desaparecer por ser
enemigos del helenismo; los libros que personalmente escribió y en los cuales
combate el cristianismo, son otra prueba del odio que el Emperador sentía por la
Iglesia.
El hecho de que la reconstrucción del templo judío haya fracasado, debido
entre otras causas a que salían de la tierra llamas misteriosas que quemaban a
los que trabajaban, tiene todos los fundamentos del hecho histórico comprobado,
ya que por una parte los historiadores cristianos lo confirman, mientras por
otra parte, historiadores hebreos tan prestigiosos como Graetz la aceptan
también; sólo que éste, en vez de atribuir el hecho a un milagro como lo
aseguran los católicos, lo atribuye a causas naturales, explicando que se debió
a gases comprimidos formados en pasajes subterráneos y obstruidos por el
derrumbe, que al ser descubiertos y tomar contacto con el aire provocaron esos
incendios, que contribuyeron, junto con otros motivos, a inducir a Alipio a
suspender la obra.
Los martirios y matanzas de cristianos en esa época no fueron realizados
únicamente por las hordas paganas, ya que los judíos –gozando de la protección y
amistad del emperador- se desbordaron, lanzándose a la destrucción de iglesias
en Judea y en los países circunvecinos, tratando de hacer el mayor daño posible
a los cristianos, según lo narran historiadores católicos, no obstante que el
judío Graetz llama maliciosas a esta versiones.
Para quienes hemos visto de lo que son capaces de realizar contra la
Cristiandad los hebreos cuando han tenido las manos sueltas, no puede
extrañarnos que en cuanto pudieron, como en el tiempo de Juliano, se hayan
lanzado a la destrucción de los templos católicos. Así lo hicieron en la edad
Media, apoyados en algunas sectas heréticas y así lo han hecho en nuestro días,
al amparo del triunfo de sus revoluciones masónicas o comunistas. Mucho de lo
que están realizando en la actualidad es repetición de lo que aprendieron a
hacer en tiempos de Juliano el Apóstata, reinado que de durar más tiempo,
hubiera sido catastrófico para la Iglesia.
Por fortuna murió Juliano, antes de poder hacer mayor mal a la
Cristiandad, en una batalla decisiva contra los persas, en que una flecha lo
hirió de muerte. Se ha dicho que antes de morir, dirigiéndose a Nuestro Señor
Jesucristo, exclamó: “Venciste, Galileo”.
Con la muerte de Juliano el Apóstata, se libró la Santa Iglesia de la más
tremenda amenaza de exterminio que había tenido que afrontar desde las últimas
persecuciones paganas.
Por lo que respecta a los hebreos, el siguiente comentario del
historiador Graetz habla por sí solo:
“La muerte de Juliano en las cercanías del Tigris
(junio 363) privó a los judíos de su último rayo de esperanza, por una vida
pacífica y sin molestias” (36).
Y la “Enciclopedia Judaica Castellana” comenta en su vocablo
“Juliano” lo siguiente:
“...Y tuvo notables consideraciones para con los
judíos. Tenía amplio conocimiento de asuntos judaicos y se refiere en sus
escritos a varias instituciones religiosas judías. Parece que trató de fundar
entre los judíos de Palestina una orden de patricios (llamada en el Talmud
`Aristoi´) que debían ejercer funciones judiciales
...Y consideraba al judaísmo
superior al cristianismo, aunque inferior a la filosofía pagana...con su muerte
acabó el breve período de tolerancia de que gozó la comunidad judía entre las
incipientes persecuciones cristianas” (37).
NOTAS
[1] Nos
abstenemos aquí de emplear términos más duros respecto a esas Iglesias, con el
ánimo de lograr un acercamiento entre católicos, protestantes y ortodoxos,
acercamiento necesario para la formación de un frente político común contra el
imperialismo judaico.
[2] Cecil
Roth, Historia de los marranos. Buenos Aires: Editorial Israel, 1946 (año
judío de 5706), pp. 11 a 18.
[3] Cecil
Roth, Historia de los marranos, p. 13, nota 1.
[4]
Biblia, Evangelio según San Juan, Cap. II, Vers. 23, 24.
[5]
Biblia, Evangelio según San Juan, Cap. VIII, Vers. 31-59.
[6]
Biblia, Apocalipsis, Cap. II, Vers. 1, 2.
[7]
Biblia, Hechos de los Apóstoles, Cap. XX, Vers. 18, 19, 28-31.
[8]
Biblia, Epístola de San Pablo a los Gálatas, Cap. II, Vers. 1, 3, 4, 5.
[9] Biblia,
Epístola de San Pablo a Tito, Cap. 1, Vers. 10.
[10] Biblia, Epístola II de
San Pablo a los Corintios, Cap. XI, Vers. 12-15.
[11] Biblia,
Epístola II del Apóstol San Pedro, Cap. II, Vers. 1-3.
[12] John
Yarker, The Arcane Schools (Las escuelas secretas), p. 167; y J. Matter,
Histoire du gnosticisme (Historia del gnosticismo), 1844, tomo II, p.
365.
[13]
Biblia, Hechos de los Apóstoles, Cap. VIII, Vers. 9, 12-20.
[14]
Biblia, Hechos de los Apóstoles, Cap. VIII, Vers. 24.
[15]
William Thomas Walsh, Felipe II, Madrid: Espasa Calpe, 1958, p. 266.
[16] J.
Matter, Histoire du gnosticisme (Historia del gnosticismo), tomo I, p.
12.
[17]
Nesta H. Webster, Secret Societies and Subversive Movements (Las
sociedades secretas y los movimientos subversivos). Londres: Boswell Printing and Publishing Co.,
Ltd., 1924, p. 24.
[18] Ragon, Maçonnerie occulte (Masonería oculta), p. 78.
[19] “Was Jewish in character long
before it became Christian”. Jewish Encyclopedia. Londres: Funk and Wagnalls
Company, 1904. Vol.
III, vocablo Cábala, p. 458, col. I.
[20] Enciclopedia
Judaica Castellana. México, D.F.: Editorial Enciclopedia Judaica Castellana,
1948. Vocablo gnosticismo. Tomo V, p. 84, col. 1.
[21] Enciclopedia
Judaica Castellana, vocablo gnosticismo. Esta obra, en oposición a las otras
fuentes citadas, afirma que fue el gnosticismo el que dio origen a la Cábala y
no viceversa. Pero, como quiera que sea, acepta el origen judío de la gnosis y
esta divergencia en nada afecta la tesis que sostenemos al demostrar, en el
presente capítulo, el origen hebreo de la gnosis.
[22] J. Matter, Histoire du
gnosticisme (Historia del gnosticismo), 1844. Tomo II, p. 188 y tomo I. p. 44.
[23] Nesta H. Webster,
Secret Societies and Subversive Movements (Las sociedades secretas y los
movimientos subversivos), pp. 30, 31.
[24] J. Matter, obra citada, tomo II, p. 365.
[25] Eliphas Levi, Historia de la magia, p. 218.
[26] Dean Milman, History of the
Jews (HIstoria de los judíos). Everyman´s Library Edition. Tomo II,
p. 491.
[27] E.
De Faye, Gnostiques et gnosticisme (Gnósticos y gnosticismo), 1913, p.
349; y J. Matter, obra citada, tomo II, p. 171.
[28]
Marqués de Luchet, Essai sur la secte des Iluminés (Ensayo sobre la secta
de los iluminados), p. 6.
[29]
Entre sus obras destaca, por su importancia, “Adversus Haereses”.
[30] William Thomas
Walsh, Felipe II, p. 266.
[31] Su obra
Thalia fue de gran importancia en la propagación de la herejía.
[32] Cavallera, Le
schisme d´Antioche (El cisma de Antioquía); R. V. Sellers, Eustatius of
Antioch and his place in the early Christ doctrine (Eustacio de Antioquía y
su papel en los primeros tiempos de la doctrina de Cristo), Cambridge,
1928.
[33]
Enciclopedia Judaica Castellana, vocablo Atanasio. Tomo I, p. 593, col. 2.
[34] Obras y autores consultados
en este capítulo: H. Graetz, History of the Jews, Filadelfia, 1956, tomo
II, Cap. XXI y XXII; Joannis Harduini, S.J., Acta Conciliorum et epistolae
decretales ac Constitutiones Summorum Pontificum, edición de París, 1715,
tomo I, fol. 255; Enciclopedia Judaica castellana; San Atanasio, Historia
arrianorum, Ad monachos y Oratio contra arrianos; Eusebio de
Cesarea, Vita Constantinus; Gwatkin, Studies on arianism; Pedro
Enrique Batifoll, Les sources de l´histoïre du Concilie de Nicée, Echos
d´or, 28, 1925; Sócrates el escolástico, Historia eclesiástica; Greves,
Athanasius de morthe Arii referns; San Hilario, Hist. 2. 20. Frag., De fide
adversus arianos; Carlos José Hefele, Histoire génerale des Conciles;
Hermias Sozomeno, Historia eclesiástica, cap. I; San Epifanio, Obispo de Salamina, Haereses;
Wand., The Four Great Heresies, edic. 1955.
[35] Heinrich Graetz, History of
the Jews. Diladelfia: Jewish Publication Society of America, 5117 (1956).
Tomo II, Cap. XXI,
pp. 295, 297.
[36] H. Graetz, obra citada,
tomo II, Cap. XXI, p. 602.
[37]
Enciclopedia Judaica Castellana. Vocablo “Juliano el Apóstata”, tomo VI,
pp. 359, 360. Otras obras consultadas en este capítulo: H. Graetz, History of
the Jews, tomo II, Cap. XXI; W. Koch, Commens lémpereur Juliane
tâche de fonder Eglise païenne; artículos en la “Revue de Philosophie de
l´Histoire”, 6 año 1927-1335 y 7 – 1928-485; Labriolle, La reaction païenne,
1934; San Gregorio Nacianceno, Oratio I en Julianum.