IDENTIDAD CATÓLICA |
MAURICE
PINAY
COMPLOT
CONTRA LA IGLESIA
TOMO
III
continuación
CUARTA PARTE (cap. 24-26)
LA
QUINTA COLUMNA JUDÍA EN EL CLERO
Capítulo
Vigésimo Cuarto
LA
INFILTRACIÓN JUDÍA EN EL CLERO
El presente capítulo tiene por objeto estudiar la forma en que los
falsos cristianos criptojudíos acostumbran realizar su infiltración en el
clero de la Iglesia.
Para conquistar al mundo cristiano, el imperialismo judaico consideró
indispensable dominar a su principal baluarte, la Iglesia de Cristo, empleando
para ello diversas tácticas que variaron desde los ataques frontales hasta las
infiltraciones. El arma favorita de la quinta columna consistió en introducir
en las filas del clero a jóvenes cristianos descendientes de judíos que
practicaban en secreto el judaísmo, para que una vez ordenados sacerdotes
trataran de ir escalando las jerarquías de la Santa Iglesia –ya fuera en el
clero secular o en las órdenes religiosas- con el fin de usar luego las
posiciones adquiridas dentro de la clerecía en perjuicio de la Iglesia y en
beneficio del judaísmo y de sus planes de conquista, así como de sus
movimientos heréticos o revolucionarios. En tan delicadas tareas de infiltración,
el judaísmo subterráneo emplea jovencitos dotados no sólo de gran
religiosidad. Sino de una gran mística y fanatismo de la religión judía y
deben estar resueltos a dar su vida por la causa del Dios de Israel y del pueblo
escogido.
En el judaísmo abunda esta clase de místicos; y a ellos se deben
principalmente los grandes triunfos que ha ido logrando el imperialismo teológico
de los hebreos, porque el niño o joven que ingresa en los seminarios del clero
cristiano, sabe que va a desempeñar la más santa labor de destrucción contra
el enemigo capital del pueblo escogido: el cristianismo, y de manera especial la
Iglesia católica. Sabe que con las actividades que realice, al destruir o
debilitar las defensas de la Cristiandad, facilita el cumplimiento de la “voluntad
divina”, favoreciendo la consecución del dominio de Israel sobre la
Tierra. El clérigo falso cristiano, criptojudío, está realizando –según su
criterio- una empresa santa que además le asegura la salvación eterna. Cuanto
mayores males pueda causar a la Iglesia como sacerdote, fraile, canónigo, prior
de convento, provincial, obispo, arzobispo o cardenal, mayores méritos tiene
–según los israelitas- a los ojos de Dios y de su pueblo escogido.
Se puede asegurar que esta legión de místicos y fanáticos criptojudíos
fueron los que lograron, a la postre, quebrar la supremacía de la Santa Iglesia
en la Edad media, facilitando después el triunfo de las herejías en el siglo
XVI, y el de los movimientos revolucionarios judeo-masónicos o judeo-comunistas
en los tiempos modernos. la quinta columna judía en el clero es, por lo tanto,
uno de los pilares básicos del judaísmo internacional.
Los fines que persigue la infiltración de los criptojudíos en el clero
son explicados claramente en un interesante documento que dio a la publicidad en
Francia el abate Chabauty y que cita el señor Arzobispo de Port-Louis, Monseñor
León Meurin, S.J. Se trata de una carta del jefe secreto de los judíos
internacionales, radicado a fines del siglo XV en Constantinopla, dirigida a los
hebreos de Francia dándoles instrucciones, en contestación a una carta
anterior que Chamor, rabino de Arlés, le había dirigido solicitándolas. Este
documento cayó en manos de las autoridades francesas y el abate Chabauty lo dio
a la publicidad. la carta dice textualmente:
“Bien
amados hermanos en Moisés, hemos recibido vuestra carta, en la que nos hacéis
conocer las ansiedades e infortunios que os veis obligados a soportar, y nos
hallamos penetrados de un dolor tan grande como el vuestro.
El consejo de los más grandes rabinos y sátrapas de nuestra Ley, es el
siguiente:
Decís que el rey de Francia os obliga a haceros cristianos; pues bien,
hacedlo, pero guardad la Ley de Moisés en vuestros corazones.
Decís que se quiere arrebatar vuestros bienes: haced a vuestros hijos
mercaderes, para que ellos despojen de los suyos a los cristianos por medio del
tráfico.
Decís que se atenta contra vuestras vidas: haced a vuestros hijos médicos
y boticarios, a fin de que ellos priven de la suya a los cristianos, sin temor
al castigo.
Decís que se os hace objeto de otras vejaciones: haced a vuestros hijos
abogados, notarios o miembros de otras profesiones que están corrientemente a
cargo de los asuntos públicos y, por este medio, dominaréis a los cristianos,
os apropiaréis de sus tierra, y os vengaréis de ellos.
Seguid esta orden que os damos, y veréis por experiencia que, por
abatidos que estéis, llegaréis a la cúspide del poderío.
V.S.S.U.E.F., Príncipe de los Judíos de Constantinopla. 21 de Casleo de
1489 “
(227)
Las
infiltraciones realizadas por los criptojudíos en el clero francés de esa época
fueron muy perjudiciales, ya que facilitaron la expansión del movimiento de los
hugonotes en el siglo XVI, secta que estaba impulsada por los judíos secretos,
cubiertos con la máscara del cristianismo. A diferencia de la Iglesias
luteranas que tomaron incluso derroteros antijudíos.
El objeto de la infiltración criptojudía en el clero cristiano es bien
claro: la destrucción de la Iglesia por dentro. Lo que dice la carta antes
mencionada, está confirmado hasta la saciedad en muchísimos procesos seguidos
por la Santa Inquisición contra los clérigos judaizantes. Las actividades
traidoras de los clérigos quintacolumnistas son las más diversas que puedan
imaginarse, pero todas tienden al mismo fin: defender a los judíos con pasión,
favorecer a los movimientos heréticos, y a los movimientos revolucionarios
abiertamente anticristianos, debilitar las defensas de la Iglesia y atacar a los
buenos cristianos, especialmente a los defensores eficaces de la Cristiandad,
para desprestigiarlos y anularlos, preparando el triunfo de las organizaciones
judaicas heréticas, masónicas o comunistas, con miras a lograr en un futuro la
destrucción completa de la Iglesia.
Los procesos seguidos por la Santa Inquisición contra arzobispos, canónigos,
priores de conventos, sacerdotes y frailes criptojudíos, son muy ilustrativos
en lo referente a las tácticas empleadas por los clérigos quintacolumnistas.
El fenómeno de la infiltración criptojudía en el clero existe, como se
ha visto, desde los principios del cristianismo y fue constantemente uno de los
mayores peligros que tuvo que afrontar la Santa Iglesia –no en tal o cual país, sino en todo el mundo
cristiano. Pero como estudiar este problema en toda su universalidad requeriría
una obra de varios tomos, nos reduciremos aquí, basados en fuentes
insospechables de antisemitismo, a estudiar uno de tantos ejemplos de esos trágicos
procesos históricos de la infiltración judía en el clero, que han hecho
posibles los triunfos actuales del imperialismo judaico. El ejemplo que sigue
bastará para dar una idea de cómo la sinagoga realiza sus infiltraciones en el
clero cristiano, ya que sus tácticas han sido similares en diversos tiempos y
naciones.
El docto historiador israelita Abram León Sachar –uno de los
directores de las Fundaciones Hilel de la B´nai B´rith, dirigente comunal
hebreo, después presidente de la Brandeis University-, en su obra “Historia
de los judíos”, refiriéndose a las conversiones de judíos al
cristianismo realizadas en España a partir del año 1391 y a los resultados
posteriores de dichas conversiones, dice lo siguiente:
“Pero
después de 1391, cuando la presión sobre los judíos se hizo más violenta,
comunidades enteras abrazaron la fe cristiana. La mayoría de los neófitos se
aprovechó ansiosamente de su nueva posición. Se agolparon en cientos y miles
en los lugares de los cuales habían estado excluidos anteriormente por su fe.
Ingresaron a profesiones vedadas y a los tranquilos claustros de las
universidades. Conquistaron puestos importantes en el Estado y hasta penetraron
al sanctum
sanctorum de la Iglesia. Su poder aumentó con su riqueza, y
muchos pudieron aspirar a ser admitidos en las familias más antiguas y más
aristocráticas de España...Un italiano casi contemporáneo observó que los
conversos judíos gobernaban prácticamente en España, mientras su adhesión
secreta al judaísmo, estaba arruinando la fe cristiana.
Una cuña de odio separó inevitablemente las relaciones de los cristianos antiguos y los nuevos. Los neófitos fueron conocidos como marranos (probablemente `los réprobos´ o `los puercos´). Fueron despreciados por sus triunfos, por su orgullo, por su cínica adhesión a las prácticas católicas.
En tanto que las masas miraban con sombría amargura los triunfos de los
nuevos cristianos, el clero denunciaba su deslealtad y su falta de sinceridad.
Sospechaban la verdad de que la mayoría de los conversos eran aún judíos de
corazón, que la conversión obligada no había extirpado la herencia de siglos.
Decenas de miles de los nuevos cristianos se sometían exteriormente, iban mecánicamente
a la iglesia, mascullaban oraciones, ejecutaban ritos y observaban las
costumbres. Pero el espíritu no había sido convertido”
(228).
Difícilmente se puede sintetizar en forma tan elocuente la conversión
de los judíos al cristianismo, que pasa a ser una verdadera quinta columna
hebrea en el seno de la sociedad cristiana, y cómo esa quinta columna logra
adueñarse de los puestos del gobierno, de las posiciones estratégicas en las
universidades y en todos los sectores de la vida social, incluyendo las familias
de la nobleza e incluso en donde es más demoledora: en el “sanctum
sanctorum de la Iglesia”,
como acertadamente describe, el citado universitario hebreo, la infiltración
judía en el clero.
Después de afirmar dicho historiador israelita que los conversos cuando
bautizaban a sus hijos les “borraban inmediatamente la marca del bautismo de
sus cabezas”,
continúa diciendo:
“Se
creía que guardaban secretamente las fiestas judías, que comían alimentos judíos,
conservaban amistades judías y estudiaban la antigua ciencia judía. Los
informes de numerosos espías tendieron a confirmar las sospechas. ¿Qué hijo
piadoso de la Iglesia podía permanecer tranquilo mientras esos hipócritas
–que se burlaban íntimamente de las prácticas cristianas- acumulaban
riquezas y honores?”
(229).
Todo esto se confirmó hasta la saciedad, ya que la Inquisición española
fue la institución que mejor supo introducir en las filas mismas del judaísmo,
espías que le sirvieron maravillosamente para conocer los más recónditos
secretos del mismo, por más bien cubierto que estuviera con la máscara de un
falso cristianismo. Entre otros, el que acabamos de mencionar es uno de los
motivos principales que explican el profundo odio israelita a la Inquisición
española, siendo esta la razón más importante por la que han organizado
contra ella, desde hace varios siglos, una campaña mundial de calumnia y
difamación, que ha creado espesos nubarrones de prejuicios y cubierto de lodo
la verdad histórica.
El historiador israelita Cecil Roth, de tanto prestigio en los medios
hebreos, en su “Historia de los Marranos” –publicación oficial judía de
la Editorial Israel de Buenos Aires-, en relación a estos mismos
acontecimientos, afirma que aunque algunos fueron conversos sinceros, la enorme
mayoría
“...seguían
siendo, en su fuero interno, tan judíos como lo fueron antes. Aparentemente,
vivían como cristianos. Hacían bautizar a sus hijos en la iglesia, aunque se
apresuraban a lavar las trazas de la ceremonia en cuanto regresaban al hogar.
Iban en busca del cura para que los casara, pero no se contentaban con esa
ceremonia, y en lo privado realizaban otra, que la completaba. A veces acudían
al confesionario; pero sus confesiones eran tan irreales, que un sacerdote, dícese,
pidió a uno de ellos una pieza de su vestimenta, como reliquia de un alma tan
inmaculada.
Detrás
de esta ficción puramente exterior, continuaban siendo lo que fueron siempre.
Su falta de fe en los dogmas de la Iglesia era notoria...”.
Pasa
luego el historiador hebreo a asegurar que los falsos conversos seguían
observando las ceremonias israelitas hasta en sus menores detalles, que
guardaban el sábado cuando podían hacerlo y que contraían a veces matrimonio
con los vástagos judíos públicos.
Sigue
después el hebreo Roth dando estos interesantísimos datos:
“Frecuentaban
furtivamente las sinagogas, para cuya iluminación enviaban regularmente óbolos
de aceite. Constituían también asociaciones religiosas, de aparentes
finalidades católicas, bajo el patronato de algún santo cristiano, y las
usaban como un biombo, que les permitía observar sus ritos ancestrales. Por su
raza y su fe, continuaban siendo lo mismo que habían sido antes de su conversión.
Eran judíos en todo, menos en el nombre; cristianos en nada, a no ser en la
forma.
Al ser removidos los obstáculos religiosos que les
cerraban previamente el paso, el progreso social y económico de los recién
convertidos y de sus descendientes hízose fenomenalmente rápido. Por dudosa
que fuese su sinceridad, no se podía ya excluirlos de ninguna parte, a causa de
su credo. La carrera judicial, la administración, el ejército, las
universidades y la misma Iglesia se vieron pronto abarrotados por los recién
convertidos, de sinceridad más o menos dudosa, o por sus inmediatos
descendientes. Los más ricos se casaron con la más alta nobleza del país,
pues muy pocos condes o hidalgos empobrecidos pudieron resistir la atracción de
su dinero” (230).
Es
muy interesante lo que el israelita Cecil Roth dice en la nota número 3 del capítulo:
“Jerome Munzer, un viajero alemán que visitó a
España en 1494-95, cuenta que hasta pocos años antes había existido en
Valencia, en el sitio ocupado luego por el convento de Santa Catalina de Siena,
una iglesia dedicada a San Cristóbal. Aquí los marranos (esto es, falsos
cristianos, interiormente judíos), tenían sus sepulturas. Cuando uno de ellos
moría, fingían conformarse a los ritos de la religión cristiana, y marchaban
en procesión, con el ataúd cubierto con un paño de oro, y llevando al frente
una imagen de San Cristóbal. Con todo, lavaban en secreto el cuerpo del muerto,
y lo enterraban de acuerdo a sus propios ritos... El mismo caso, indica, ocurría
en Barcelona, donde, si un marrano decía: “Vamos hoy a la iglesia de la Santa
Cruz”, referíase a la sinagoga secreta, llamada de ese modo. El relato clásico
de las condiciones y subterfugios de los marranos de ese período puede leerse
en Bernáldez, “Historia
de los Reyes Católicos”,
Cap. XLIII” (231).
En las páginas siguientes de la mencionada “Historia de los Marranos”, Roth expone varios casos de cómo lograron encumbrarse algunos de ellos. Por ejemplo, el judío Azarías Chinillo al convertirse al cristianismo, adoptó el nombre de Luis de Santángel, pasó a Zaragoza y estudió leyes, obtuvo un alto puesto en la corte y se le confirió un título de nobleza.
“Su
sobrino, Pedro de Santángel, fue obispo de Mallorca. Su hijo, Martín, fue `zalmedina´,
o magistrado, en la capital. Otros miembros de la familia ocuparon altos puestos
en la Iglesia y en la administración del Estado.
Después sigue el famoso historiador hebreo mencionando otros encumbramientos eclesiásticos como el de “...Juan de Torquemada, cardenal de San Sixto, era de inmediata ascendencia judía (232), lo mismo que el piadoso Hernando de Talavera, arzobispo de Granada, y Alonso de Oropesa, general de la Orden de los Jerónimos...Don Juan Pacheco, marqués de Villena y Gran Maestre de la Orden de Santiago (virtualmente soberano de Castilla durante el reinado de Enrique el Impotente y aspirante tenaz a la mano de Isabel) y descendía, por ambos lados, del judío Ruy Capón. Su hermano, Pedro Girón, fue Gran Maestre de la Orden (católica militar) de Calatrava y el arzobispo de Toledo era su tío. Siete, por lo menos, de los principales prelados del reino tenían sangre judía. Lo mismo ocurría con el `contador mayor´.
La
importancia numérica de los conversos, con sus descendientes que se
multiplicaban rápidamente y sus vastas relaciones de familia, era muy grande.
En el sur del país constituían, dícese, un tercio de la población de las
principales ciudades. Si éste era el caso, debían haber por lo menos
trescientos mil en toda la Península, entre los cuales se incluía a los de
pura sangre judía y a sus parientes semigentiles. Los primeros no eran tan
numerosos. Con todo, formaban dentro del organismo del Estado un vasto cuerpo
imposible de asimilar y nada despreciable.
Los convertidos al cristianismo, y aun sus remotos descendientes, eran conocidos entre los judíos como `anusim´, `forzados´, o sea personas a quienes se obligara a adoptar la religión dominante”.
Y continúa su interesante historia el escritor judío:
“Una
nueva generación había surgido, nacida después de la conversión de sus
padres y bautizada, naturalmente en la infancia. La situación canónica de los
últimos no podía ser más clara. Eran cristianos en todo el sentido de la
palabra y la observancia del catolicismo les competía tanto como a cualquier
otro hijo o hija de la Iglesia.
Sabíase,
con todo, que su cristianismo lo era sólo de nombre; prestaban un mínimo de pública
aquiescencia a la nueva fe y, en privado, un máximo de aquiescencia a la vieja.
La posición de la iglesia habíase hecho mucho más dificultosa que antes del año
fatal de 1391. Previamente a esa fecha, había habido numerosos incrédulos, fácilmente
reconocibles y vueltos inocuos gracias a una serie sistemática de
reglamentaciones gubernamentales y eclesiásticas. Esos mismos incrédulos
encontrábanse ahora, en cambio, en el seno de la Iglesia y se abrían camino en
todos los sectores de la vida eclesiástica minando con si influencia la masa
total de los fieles. El bautismo no había hecho más que convertir a una
considerable porción de los judíos, de infieles fuera de la Iglesia, que lo
habían sido antes, en heréticos dentro, que lo eran ahora” (233).
Las palabras del autorizado historiador judío hablan por sí solas y sobran los cometarios. Sin embrago, la interesante confesión de que “Esos mismos incrédulos encontrábanse ahora, en cambio, en el seno de la Iglesia y se abrían camino en todos los sectores de la vida eclesiástica minando con si influencia la masa total de los fieles” es de capital importancia, porque nos describe, en pocas palabras, la naturaleza y mortal peligrosidad de la quinta columna judía en la Cristiandad a través de los siglos, hasta la actualidad.
Además de sus ambiciones tendientes a controlar a la Iglesia por dentro, acaparando sus más altas jerarquías, los falsos cristianos contaminan con su influencia a la masa total de fieles, dando lugar a las herejías y a los movimientos revolucionarios de origen criptojudaico.
El gran literato y culto historiador del siglo pasado, José Amador de los Ríos, considerado por los hebreos, con justicia, como una de las más importantes fuentes de la historia en la Península Ibérica, quizá sólo igualado hasta ahora por el hebreo Cecil Roth, refiriéndose a estos hechos, dice de los conversos del judaísmo:
“...asaltaban,
a beneficio de aquel improvisado título, todos los puestos del Estado, apoderándose
de todas las dignidades y honras de la república. Y osaban y lograban más
todavía: mezclando su sangre con la generosa sangre hispano-latina, penetraban
de golpe en todas las esferas de la familia cristiana, no perdonadas las más
altas jerarquías de la nobleza, y subiendo, con sus soberbias pretensiones,
hasta sentarse en las mismas gradas del trono.
Dábales
aliento su ingénita osadía, apoyándose en la ponderada claridad de su
estirpe, cuya raíz buscaban ahora, orgullosos o desvanecidos, en las familias más
ilustres de las tribus de Judáh o de Levi, representantes y tradicionales
depositarias del sacerdocio y del imperio...
Concretándonos
ahora a los judíos confesos (así se llamaban también a los judíos
conversos) de Aragón y de
Castilla, lícito es asentar, en efecto, que mientras se contentaban los
conversos mudéjares con ser respetados en la modesta situación donde los había
encontrado el bautismo, llenaban aquellos todas las esferas del mundo oficial,
como llenaban todas las jerarquías sociales. En la alta curia del Pontífice,
cual en sus privados cubículos; en los consejos de Estado, cual en las aulas
regias y en las chancillerías; al frente de la administración de las rentas públicas
como de la suprema justicia; en las cátedras y rectorados de las universidades,
como en las sillas de los diocesanos y de los abades y en las dignidades eclesiásticas;
solicitando y obteniendo de la corona señoríos y condados, marquesados y baronías,
destinados a eclipsar con el tiempo los esclarecidos timbres de la antigua
nobleza; en todas partes y bajo todos los conceptos aparecen a la tranquila e
investigadora mirada del historiador aquellos ardentísimos neófitos, brindándose
bajo multiplicados aspectos, tanto a muy racional admiración como a largos y no
estériles estudios. Hacíase su iniciativa sensible e incontrastable en todas
las regiones de la actividad y de la inteligencia: hombres de estado, rentistas,
arrendadores, guerreros, prelados, teólogos, legistas, escriturarios, médicos,
comerciantes, industriales, artesanos, todo lo fueron al par, porque todo lo
ambicionaron, los conversos del judaísmo”.
Y después de terminar esta exposición se hace el historiador la siguiente pregunta:
“¿Podría
la raza española abdicar por completo ante la no saciada ambición, que había
despertado entre los cristianos nuevos su afortunado advenimiento a la vida del
catolicismo?”.
Refiriéndose a los hijos del rabí Salomón Ha-Levi, que adoptó al convertirse el nombre de Pablo de Santa María, tomando las órdenes sacerdotales y escalando el Arzobispo de Burgos, después de mencionar las distinciones alcanzadas por Alvar García de Santa María, Amador de los Ríos dice textualmente:
“Igual distinción alcanzaba el primogénito de don Pablo, que lo era Gonzalo García, investido ya en 1412 con el arcedianato de Briviesca. Elegido en 1414 para representar a Aragón en el Concilio de Constanza (ecuménico), tenía la gloria de que los PP. allí congregados pusieran en él sus ojos, para que, ayudado de otros esclarecidos varones, propusiera y formulara la resolución de las arduas y elevadísimas cuestiones, que en aquella suprema asamblea debían ventilarse. Don Alfonso, nacido después que doña María, apenas entrado en los veinticindo años, lograba apellidarse doctor, y poco después deán de Santiago y de Segovia (Crónica de don Juan II, año 1420, Cap. XVIII.- Es de notar que en dicha `crónica´ se le apellida constantemente, hasta ser elegido obispo, `Deán de las Iglesias de Santiago é de Segovia´, lo cual prueba que acumulaba ambas dignidades). Pedro, todavía en la primera juventud, obtenía el honroso y comprometido cargo de Guardia de la persona del rey...” (235).
En el capítulo siguiente de la obra citada, el historiador José Amador de los Ríos, insistiendo en la captura por los conversos del judaísmo de las jerarquías de la Iglesia dice algo muy ilustrativo al respecto:
“Indicamos en el capítulo precedente cómo, en fuerza de la libertad que la conversión les conquistaba y por virtud de su ilustración, sus riquezas y su natural osadía, habían los conversos de Aragón y de castilla escalado, no ya sólo todos los cargos de la república, sino también todas las jerarquías sociales, no perdonadas, y antes bien tomadas cual por asalto, las más altas dignidades de la Iglesia” (236).
Este feliz término de tomar por asalto las más altas dignidades de la Iglesia, es interesante por su gran actualidad, ahora que los quintacolumnistas al servicio del judaísmo, han tomado verdaderamente por asalto las dignidades en algunas diócesis, moviendo como es natural sus influencias en Roma. Esto explica perfectamente el que en diversas ocasiones quienes verdaderamente merecerían por su virtud y su lealtad a la Iglesia las jerarquías eclesiásticas, sean hechos a un lado, discriminados, para dar preferencia a esos clérigos que defienden al judaísmo, favorecen los triunfos de las masonería o del comunismo y atacan con ferocidad a los verdaderos defensores de la Santa Iglesia. En tales casos, el engranaje de intriga y de influencias de la quinta columna, sorprendiendo con engaños la bondad y buena fe de la Santa Sede, se ha anotado nuevos triunfos no sólo asegurando la sucesión en las diócesis controladas, sino hasta introduciéndose en las diócesis ajenas para controlar en ellas la sucesión, en perjuicio de quienes mayores derechos tendrían para ocuparlas. Por fortuna, este tipo de maniobras ha fracasado por completo en muchos casos. Nosotros esperamos que al conocerse la verdad y desenmascarar al enemigo como lo estamos haciendo, sean mayores en un futuro los fracasos de la quinta columna, ya que además la Santa Iglesia, como en ocasiones anteriores, se salvará nuevamente de las mortales asechanzas de la Sinagoga de Satanás. Cristo Nuestro Señor dijo claramente que la Verdad nos haría libres; por eso nos hemos atrevido a decir la verdad, aunque esto disguste en extremo a los clérigos y seglares que en secreto practican el judaísmo, traicionando a la Iglesia y a la Cristiandad.
El ilustre historiador que estamos transcribiendo, al referirse a la ciudad de Zaragoza, capital del reino de Aragón, comenta que:
“Los
conversos, que se conceptuaron depositarios de la antigua cultura de sus
mayores, pusieron la mira no solamente en los cargos menores de la república,
sino también en las dignidades eclesiásticas...”
En otro lugar, presenta un dato interesante relativo al importante entronque de una judía con un príncipe de la sangre, como lo era don Alfonso de Aragón, que se enamoró de una judía pública, hija de Aviatar-Ha Cohen, la cual:
“...a las súplicas del príncipe, abrazaba, antes de hacerle dueño de su hermosura, la fe del Salvador; y tomando en el bautismo el nombre de María, hacíale padre de cuatro hijos. Fueron éstos don Juan de Aragón, primer conde de Ribagorza; don Alfonso de Aragón, obispo de Tortosa, y ya en tiempo de los Reyes Católicos, Arzobispo de Tarragona; don Fernando de Aragón, comendador de San Juan y Prior de Cataluña, y doña Leonor de Aragón, esposa del conde de Albaida en el reino de Valencia” (237).
Sigue citando, el ilustre historiador, a las familias conversas del judaísmo que se propusieron entroncar con la más rancia nobleza, proceso que no terminó hasta que la Inquisición española sustituyó a los antiguos Tribunales de la Fe. Hace notar también, el culto literato, que muchas de esas familias de estirpe hebraica hacían alarde de descender de David y de tener parentesco directo con María Santísima (238). Se ve pues, que usaban este truco desde hace quinientos años.
Hablando de la familia de la Caballería, constata que fueron hermanos de don Bonafós:
“...don Simuel, que recibió, como don Bonafós, el nombre de Pedro; don Achab, que se llamó Mosén Felipe; don Simuel Aben-Jehudáh, Juan; don Isaac, Fernando; don Abrahán, Francisco; don Selemóh, Pedro Pablo; y Luis, cuyo nombre hebraico no llegó a consignarse, por haber recibido muy niño las aguas del bautismo. Bástenos saber, por lo que a estos siete ilustres conversos toca, que abrazada la carrera eclesiástica, gozó Pedro (Simuel) de grande autoridad en el clero, con el priorato de Egea; alcanzó Mosén Felipe la representación de caballeros e infanzones en las Cortes del reino, (especie de Parlamento)...Los hijos de Fernando (don Isahák) tomaban parte, con otros conversos, en los arrendamientos de las rentas públicas, bajo las alas de Luis, su tío; los de éste, que fueron tres, obtuvieron: Luis, el primogénito, la plaza de Camarero de la Seo; Juan una ración en la misma Iglesia, y Gonzalo, distinguido puesto entre los caballeros de la corte” (239).
Tanto en la familia Santa María como en la de la Caballería, hubo después varios procesados por la Inquisición, acusados de practicar el judaísmo en secreto. La familia entera de Vidal de la Caballería fue quemada por el Santo Oficio en Barcelona y hasta el historiador y notable jurista Tomás García de Santa María fue procesado. Quien quiera profundizar más en este interesante asunto puede consultar, además de la obra que citamos, el llamado “Libro Verde de Aragón” de Juan de Anchias, donde vienen interesantísimos detalles de la infiltración judaica en el clero, en el gobierno y en la nobleza; preciosos manuscrito que fue después editado y que se encuentra en la Biblioteca Nacional de Madrid. También es interesante, a este respecto, el libro del siglo XVI, llamado “Tizón de la nobleza española”, del Cardenal Mendoza y Bobadilla, que también se encuentra en dicha biblioteca.
Antes de terminar este capítulo, citaremos otras fuentes de autoridad incontrovertible, empezando por otra publicación de la Editorial Israel de Buenos Aires: la obra de Rufus Learsi, titulada “Israel, a History of the Jewish People” elaborada por su autor, con la “generosa ayuda de la Jewish History Foundation Inc.”, la que refiriéndose a los acontecimientos citados, dice literalmente:
“En verdad era contra los cristianos nuevos contra quienes ardía con mayor intensidad y seguía creciendo constantemente la ira general. No era tan sólo que se sospechara que seguían clandestinamente leales a la fe a que habían renunciado, aunque a los ojos del clero ningún crimen podía ser más odioso que tal herejía; los cristianos nuevos suscitaban un resentimiento mucho más enconado aún por los éxitos que lograban. Un número demasiado elevado de ellos, ahora que la religión había dejado de obstaculizar su camino, se tornó rico y poderoso. Ocupaban altas posiciones en el gobierno, el ejército, las universidades...¡en la misma Iglesia!.
En todos ellos, incluso en los que llevaban los hábitos de la Iglesia, los sacerdotes y los frailes veían herejes, e inflamaban contra ellos las pasiones del pueblo hasta llevarlos a la violencia. En 1440, y nuevamente en 1467, la chusma se desató en Toledo y muchos cristianos nuevos fueron asesinados y sus casas incendiadas. Seis años más tarde volvieron a producirse sangrientos tumultos contra ellos en Córdoba, Jaén y Segovia” (240).
Es natural que el clero viera herejes en los descendientes de judíos que vestían los hábitos de la Iglesia, ya que había datos de sobra para justificar esta creencia, y que medio siglo después, cuando fue fundada la Inquisición española, pudo comprobarse plenamente. Por otra parte, Rufus Learsi culpa al clero de la ola de antisemitismo que se desató contra los cristianos de origen hebreo, pero para comprender esta situación, es preciso conocer en todos sus detalles los motivos que los marranos dieron para que se desataran en su contra esas reacciones.
El historiador israelita, Joseph Kastein, profundiza más en el estudio de tales motivos en su interesante “Historia de los judíos”, al referirse a las grandes y falsas conversiones de hebreos al cristianismo:
“Al principio, ambos, el pueblo y la alta sociedad, percibieron a los conversos como un grupo homogéneo; la nobleza y el clero en particular vieron en ellos el fruto de la victoria y en un principio, fueron recibidos con una explosión de júbilo. Numerosos conversos, traspasaron las puertas abiertas a ellos y se introdujeron en la sociedad española y en el clero español...”
A continuación el mismo historiador hebreo recalca que los conversos del judaísmo, “empezaron a aparecer...en las más altas y exaltadas posiciones de la organización del clero...Los conversos se convirtieron en miembros de la sociedad española, con iguales derechos, pero ello no trajo por consecuencia que perdieran las cualidades que siempre habían tenido. Previamente habían ejercido sus dotes peculiares como comerciantes, industriales, financieros y políticos. Y ahora lo hacían de nuevo, pero con esta diferencia, que estaban ya dentro de la sociedad española y no fuera de ella. Habían sido forzados a entrar en ella, con el fin de eliminar a un peligrosos extranjero. Y ahora éste se encontraba establecido dentro de la casa. El problema había sido sólo trasladado del exterior, al interior mismo de la estructura social” (241).
Difícilmente se podrá encontrar estudio tan profundo y tan minucioso de lo que en su esencia constituye la infiltración de los judíos en la sociedad cristiana y en el clero por medio de su falsa conversión. Y termina el historiador israelita el párrafo con el más despectivo concepto acerca de la utilidad del bautismo para los judíos, cuando dice, irónicamente, que un apologista judío de esos tiempos afirmaba: “Hay tres modos de desperdiciar el agua: bautizando a un judío; dejando que el agua del río corra al mar, y mezclándola con el vino”.
En siguientes párrafos, el historiador hebreo profundiza su estudio sobre los cristianos nuevos, diciendo que los conversos:
“Buscaron
su ascenso donde los que los habían obligado a convertirse lo buscaron, o sea,
en los altos círculos de la corte, en la nobleza y el clero. Su propósito no
era tanto adquirir más fuerza económica, sino obtener influencia política y
social...
Ellos se habían convertido en miembros de la Iglesia pero no en adictos a la fe. Los nexos indisolubles de miles de años de desarrollo religioso, los obligaron a llevar el judaísmo secretamente en su corazón, todavía indestructible, llevándolo consigo en forma más profunda. Tomando precauciones para no ser descubiertos por los miembros de su nueva religión, ellos observaban todos los ritos y leyes, festivales y costumbres de su propia fe, temerosos y en secreto ellos lucharon por el derecho de hacerlo así y vivían una doble vida y cada hombre llevaba una doble carga”.
Y añade el citado historiador israelita que cuando la Iglesia descubrió lo que estaba ocurriendo:
“Un nuevo grito de batalla se levantó: `¡La Iglesia está en peligro! ¡Los judíos han forzado su entrada dentro de la Iglesia y dentro de la sociedad, con el fin de minarlas por dentro!´ La inevitable aunque absurda consecuencia de esto fue que la guerra fue declarada contra el `enemigo interno’. Y para poderla realizar, el clero se armó con la maquinaria de la Inquisición; recurrió al pueblo, llevó sus intrigas a la corte e hicieron todo lo posible para influenciar a la alta sociedad. Y los conversos que habían sido con anterioridad el objetivo de la política religiosa nacional, se convirtieron en marranos, una palabra vulgar con el significado de `maldito´, `cerdo´. A partir de esos momentos ya no se hizo distinción entre los verdaderos y falsos conversos, todos eran considerados marranos y la guerra que hizo la Iglesia contra ellos...se inspiraba más en motivos sociales y económicos que en los religiosos...” (242).
Difícilmente hubiéramos podido describir con tanta exactitud, como lo hace el profundo historiador israelita, lo que es la esencia de la quinta columna judía introducida en el seno de la Santa Iglesia y de la sociedad cristiana, y los verdaderos motivos que dieron nacimiento a la Inquisición española, que fue considerada por el pueblo y sus dirigentes como “remedio venido del cielo para remediar tantos males”; pero cuya necesidad y utilidad fueron desvirtuadas después por medio de una campaña generalizada de calumnias que ha durado siglos.
La “Enciclopedia Judaica Castellana” dice que:
“Daniel Israel Bonafou, Miguel Cardozo (1630-1706), José Querido, Mardoqueo Mojíaj, y otros, defendían al marranismo como un método para socavar los cimientos del enemigo y como un medio que contribuía a hacer más elástica la lucha contra él”.
Y en otro lugar, refiriéndose a los marranos, dice:
“La reina Esther `que no confesó su raza ni su nacimiento´...les parecía su propio prototipo” (243).
En cuanto al nombre de cristianos nuevos, que todavía en la actualidad conservan en secreto los falsos cristianos criptojudíos, sobre todo aquellos que son de origen español y postugués, es usado también entre los musulmanes. La referida Enciclopedia Judaica, en su vocablo “Criptojudíos”, citando casos, afirma:
“Es de fecha relativamente reciente el criptojudaísmo que surgió cuando el `Shah’ de Persia obligó en 1838 a la comunidad hebrea de Meshed a aceptar el islamismo. Varios centenares de judíos constituyeron entonces una congregación conocida por `Djalid ul-Islam´ (musulmanes nuevos) que mientras aparentaba observar los ritos mahometanos, sin dejar de emprender las peregrinaciones de rigor a la Meca, continuó en secreto practicando las usanzas religiosas de sus mayores. Los `Djalid ul-Islam´ celebraban reuniones espirituales en sinagogas subterráneas, circuncidaban a sus hijos, santificaban el sábado, respetaban leyes dietéticas y supieron sobrevivir a los peligros a los que así se exponían. Posteriormente, sin embargo, muchos de ellos abandonaron Meshed y fundaron ramificaciones de su secta en Herat (Afganistán), Merv y Samarkanda (Turkestán), Bombay, Jerusalén y hasta en Europa (Londres). Pese a su emigración créese que su número aumentó hasta unos 3.000 en Meshed y que cuentan con medio millar de fieles en Jerusalén. El viajero y orientalista Walter Fischel hizo una descripción de las costumbres y tradiciones de los `Djalid ul-Islam´ en su obra `Una comunidad de marranos en Persia´(en hebreo, 1930)” (244).
Cuídense los ingleses, pues muchos de los musulmanes radicados en Londres son judíos secretos, como muchos otros mahometanos dispersos en el mundo islámico también lo son. Los falsos musulmanes, que en secreto son judíos, constituyen un grave peligro para el Islam y los países afroasiáticos: a ambos tratan de uncirlos al carro comunista.
Capítulo Vigésimo Quinto
UN CARDENAL CRIPTOJUDÍO USURPA EL PAPADO
La meta de la quinta columna judía introducida en el clero católico ha
sido siempre adueñarse del papado, colocando en la silla de san Pedro a un judío
secreto que les permita utilizar a la Iglesia en beneficio de los planes
imperialistas revolucionarios de la sinagoga y causar a nuestra santa religión
todos los daños que permitan facilitar su destrucción.
El judaísmo estuvo a punto de lograrlo en el año de 1130, hace
aproximadamente ochocientos treinta y dos años. Para el estudio de este
escalofriante capítulo, nos hemos servido de fuentes de seriedad reconocida, así
como de fuentes hebreas, insospechables por lo mismo de antisemitismo.
El célebre historiador del siglo pasado Fernando Gregorovius, de fama
mundial como lo saben todos los eruditos, y además en extremo favorable a los
judíos, se refiere a estos hechos históricos en su obra monumental titulada
“Historia de la Ciudad de Roma en
la Edad Media”,
cuya primera traducción italiana fue oficialmente costeada por el Ayuntamiento
de Roma, que además honró al autor con el título de ciudadano romano.
De dicha obra tomamos los siguientes datos:
“Volumen II. Tomo 2. capítulo III.- Los Pierleoni. Su origen judío.
La Sinagoga. Pedro León y su hijo Pedro cardenal. Cisma entre Inocencio II y
Anacleto II. Inocencio en Francia. Carta de los Romanos a Lotario. Rogerio I.
Rey de Sicilia”.
Un cisma de origen y de índole puramente civil, debió dar a conocer al mundo que los reyes alemanes no tenían siempre la culpa de las divisiones eclesiásticas. La riqueza y el poder de los Pierleoni y más todavía, los grandes méritos que habían alcanzado cerca de la Iglesia, les daban una buena esperanza de elevar al Papado a uno de su familia. El hecho extraño de descender ésta de origen judío y de haber llegado a ser tan ilustre, nos permite la oportunidad de dar una ojeada a la sinagoga de Roma”.
Continúa
Gregorovius haciendo historia de la comunidad hebrea de Roma desde tiempos de
Pompeyo, para luego mencionar que Benjamín de Tudela, el célebre viajero
hebreo que anduvo por medio mundo visitando todas las organizaciones judías
existentes en su época, afirmó, con respecto a los israelitas de Roma, que en
tiempo del Papa Alejandro III los había de gran influencia en la corte
pontificia, lo mismo que rabinos sapientísimos como lo eran Daniel, Geiele,
Joab, Natán, Menahem y otros del Trastévere. Dice también Gregorovius que los
judíos de la Ciudad Eterna habían sufrido persecución sólo una vez y aunque
reducidos a esclavitud, su raza supo defenderse contra los que la hacían sufrir
gracias a su astucia, al ingenio y a la potencia del oro acumulado en secreto;
en sus casas miserables prestaban dinero con usura y en su libro de deudores
escribían los nombres de los más ilustres cónsules de Roma y hasta de los
Papas que estuviesen angustiados por falta de dinero. Y de aquella despreciada
sinagoga judía salió una familia senatorial que debía su fortuna y su
potencia a sus grandes usuras.
El abuelo del referido Pedro León, que tuvo una intervención
considerable en la controversia de las investiduras, tuvo también, en su carácter
de banquero, tratos comerciales con la corte pontificia, socorriendo muchas
veces sus estrecheces financieras Por último, se hizo bautizar tomando el
nombre de Benedictus Cristianus.
Muy pronto su hijo León, que tomó en el bautismo el nombre del Papa León
IX, pudo abrirse una magnífico camino como convenía a un hombre riquísimo,
provisto de ingenio, audaz y ambicioso. Se emparentó con magnates romanos que
ambicionaban dar a sus hijos a las ricas hijas de Israel como esposas o que
casaban sus propias hijas con los hijos bautizados de los judíos (245). Afirma
Gregorovius que uno de sus hijos llamado Pedro León, que fue el primero que
ostentó el apellido Pierleoni, llegó a ser en Roma de enorme influencia y
consultado en toda ocasión.
Además de la fortaleza, situada junto al teatro de Marcelo, que sin duda
había erigido su padre León, Pedro León dominaba también la próxima isla
Tiberina. Urbano II le confió también la custodia del castillo de Sant´Angelo
y murió en la casa de su acreedor y protector, usando las palabras del propio
Gregorovius. Sus sucesores –sigue diciendo- se afanaban por obtener el
patrocinio del poderoso Pierleoni. Pero el pueblo lo aborrecía porque era un
usurero, la nobleza lo odiaba, y podemos ver que a pesar de ser amigo del Papa
Pascual, no pudo obtener la prefectura para su hijo por ser “noble nuevo”.
Mas la amistad de los pontífices, el esplendor de la parentela, las
riquezas y el poder, borraron muy pronto la mancha de su origen judío y en muy
poco tiempo los Pierleoni fueron enaltecidos como la más grande de las familias
principescas de Roma. León y sus sucesores se ornaron con el título de “cónsules
de los romanos” y lo tuvieron, según afirma Gregorovius,
“con orgullo y con dignidad magistral, como si fuesen patricios muy
antiguos”. Añade
el famoso historiador que los Pierleoni fueron güelfos, es decir, tomaron
decididamente el partido de los Papas contra los emperadores alemanes, pues no
debemos olvidar que ya para estos tiempos eran, al menos en apariencia, devotos
cristianos.
Lo que en seguida narra Gregorovius es también muy ilustrativo: afirma
que Pierleoni murió el 2 de junio del año de 1128 cubierto de honores que
nunca tuvo un cónsul de la Roma antigua, y que aunque se destruyeron los
sepulcros de los papas de aquel tiempo, está todavía en pie “el mausoleo
de este craso israelita”, como lo llama aquí Gregorovius, a pesar de ser
oficialmente muy católico. Comenta que
“...dejó
mucha descendencia y que tan maravillosa como una fábula fue la fortuna de
estos vástagos del guetto, que uno de sus hijos llegó a ser Papa, otro fue
hecho patricio de Roma y una hija se casó con Rogerio de Sicilia. Este potente
señor había destinado a su hijo Pedro a un puesto en la Iglesia. ¿Acaso el
vestuario pontificio era un deseo demasiado temerario para el hijo de Pierleoni?
El joven Pedro fue enviado a París,
para que completara su erudición y ahí, sin duda, fue de los oyentes de
Abelardo; terminados sus estudios tomó en Cluny el hábito monástico que sin
duda era la vestimenta más recomendable para los candidatos al
pontificado...Condescendiendo a un deseo de su padre, Pascual lo llamó a Roma y
lo hizo cardenal de San Cosme y San Damián...Junto con su hermano acompañó
después a Gelasio a Francia y volvió con Calixto, llegando a ser Cardenal cura
de Santa María en aquel mismo Trastévere del que era originaria su familia.
Después fue como legado a Francia donde reunió concilios y a Inglaterra donde
fue recibido por el rey Enrique con magnificencia de príncipe” (246).
Con la experiencia de una lucha de siglos contra la Sinagoga de Satanás,
la Santa Iglesia fue construyendo sus defensas a través de las leyes canónicas
antijudías, cuya aplicación fiel garantizaba a la misma la manera de
defenderse eficazmente de su mayor enemigo. Desgraciadamente, ya vimos cómo
hubo monarcas como Witiza, Luis el Piadoso o Pedro el Cruel que cayendo bajo la
influencia de los israelitas convirtieron en letra muerta los sagrados cánones
antihebreos, brindando protección al enemigo capital de la Cristiandad y
permitiéndole encumbrarse en la gobernación del estado, con resultados trágicos
tanto para la Santa Iglesia como para los pueblos que cayeron en las garras de
los israelitas. Sin embargo, estas tragedias fueron por su naturaleza de carácter
local, pues mientras un Witiza o un Luis el Piadoso entregaban a sus pueblos en
garras del enemigo, el papado y otros estados cristianos seguían con ardor la
lucha en defensa de la Iglesia y de la catolicidad. La nueva situación era, sin
duda, el preludio de una tragedia ya no local, sino universal, que abarcaría a
la Cristiandad entera, ya que el enemigo estaba infiltrándose en la más alta
jefatura de la Santa Iglesia y la crisis tenía que afectar necesariamente a
todo el mundo cristiano.
En esta ocasión, la enconada pugna entre el papado y el imperio con
motivo de las investiduras y del problema de la supremacía, iba a presentar al
judaísmo la magnífica oportunidad de infiltrarse en la Santa Sede, ofreciéndole
valiosos servicios y haciendo méritos indudables. En el fragor de aquella lucha
surgida entre Papas y emperadores, los hebreos, y también los judíos
conversos, empezaron por tomar resueltamente el partido de los güelfos, es
decir, el del Sumo Pontífice que en aquellas circunstancias difícilmente podía
rehusar tan inesperado como al parecer valioso apoyo, mayor éste todavía por
venir unido al financiamiento económico que en esos tiempos, con frecuencia,
necesitaba urgentemente la Santa Sede.
Ante el apremio de las circunstancias olvidáronse de momento las leyes
canónicas que habían sido fruto de la experiencia de siglos; y los hebreos,
con su interesada adhesión al partido de los Papas, pudieron infiltrarse en un
terreno que les había sido antes vedado. Las luchas fratricidas entre los
cristianos han sido siempre el mejor aliado de la Sinagoga de Satanás para
lograr que sus planes imperialistas hagan gigantescos avances.
Y así como ahora lo lograban apoyando al poder eclesiástico contra el
civil, después, en el siglo XVI, o sea cuatrocientos cincuenta años más
tarde, desgarrarían definitivamente a la Cristiandad apoyando entonces a los
reyes contra el papado.
En el presente caso se hicieron imprescindibles como banqueros y a ellos
tenía que recurrir el papado para solucionar sus problemas económicos.
El célebre rabino, poeta e historiador Louis Israel Newman, en su
interesantísima obra titulada “Influencia judía en los movimientos de
reforma del cristianismo”, refiriéndose al cisma provocado en la Santa
Iglesia por el Cardenal Pedro Pierleoni, da a éste (Pierleoni) una importancia
decisiva en el desarrollo de la llamada herejía judaica en la edad Media, que
con toda razón fue llamada por Papas, concilios e inquisidores “la madre de todas las herejías”, ya que el Santo Oficio llegó a comprobar que eran los judíos
clandestinos, es decir, los herejes judaizantes, los organizadores y
propagadores de los demás movimientos heréticos. Asevera el mencionado rabino
que:
“El
principal factor para la preparación del estallido de la herejía judaizante
durante el siglo doce, fue la elección de Anacleto II, un miembro de la casa
judía de los Pierleoni, a la silla pontifical en el año de 1130”
(247).
Esta confesión es de capital importancia por venir de un dirigente
destacado del judaísmo y porque además se ajusta por completo a la realidad,
pues un golpe de audacia de ese tipo, además de sembrar la desmoralización en
la Cristiandad, debió de haber alentado en extremo a los israelitas que
pudieron considerar que de allí en adelante todo era ya posible para ellos.
El referido rabino confirma lo anterior en otro pasaje de su interesante
obra, donde afirma:
“Pruebas
adicionales en relación con el profundo impacto hecho por la carrera de
Anacleto sobre las mentes judías, pueden encontrarse en la copiosa literatura
del mítico Papa judío, que en la leyenda hebrea es llamado Andreas o Elchanan.
Es por completo digno de aplauso, que la elevación al poder de un miembro de
una antigua familia judía, haya dado ímpetu a la actividad de las comunidades
judías italianas locales y a una vigorosa reafirmación de sus propias
tradiciones y opiniones”
(248).
Aquí el ya citado rabino va demasiado lejos sacando a relucir uno de los
grandes argumentos que emplean los hebreos en sus conventículos secretos para
tratar de demostrar que su religión, y no la cristiana, es la verdadera. Dicen
que el hecho de lograr infiltrarse en las jerarquías de la Iglesia, sin
perdonar los obispados y el cardenalato, cometiendo toda clase de sacrilegios, y
poder incluso escalar el trono de San Pedro, aunque sea por medio de antipapas,
que ellos llaman Papas, reafirma sus opiniones y sus tradiciones, es decir,
demuestra que son ellos y no los cristianos quienes tienen razón al creer que
su religión es la que cuenta con el apoyo divino.
Nosotros contestaríamos a este sofisma con un argumento elocuente: de no
ser por la asistencia divina, cualquier institución humana habría podido ser
controlada ya, desde hace muchos siglos, por la satánica quinta columna judía
introducida en el clero, que hace ochocientos treinta y dos años creyó haber
capturado por fin al Sumo Pontificado y pensó tener a la Santa iglesia en sus
garras; pero entonces fracasó su intento demoníaco, como sigue fracasando ocho
siglos después en que se contempla esa conquista como una simple ansiada ambición,
todavía no lograda. Si la Santa Iglesia no tuviera la asistencia de Dios
Nuestro Señor, habría ya sucumbido ante el empuje infernal del judaísmo,
considerado por muchos, con razón, como el más poderoso instrumento del
Anticristo.
Cristo Nuestro Señor llamó al judaísmo la Sinagoga de Satanás y
denominó a los judíos hijos del Diablo, no sólo por su maldad, sino quizá
por el poder extraordinario que recibirían del demonio. Por algo, también el
santo Concilio XII Toledano afirmó que los clérigos que ayudaban a los judíos
en perjuicio de la fe formaban parte del cuerpo del Anticristo, llamando a los
hebreos ministros del Anticristo, denominación que les confirmaron ilustres
Padres y santos de la Iglesia.
Este poder para hacer el mal, que se antoja a veces sobrenatural, les
viene del dragón, como lo profetizó San Juan en su Apocalipsis; pero la bestia
y el dragón serán vencidos después de su temporal supremacía. Así está
dispuesto por Dios, pero recordemos que San Juan en el capítulo XIII del
Apocalipsis lo profetizó:
“1.
Y vi salir de la mar una bestia, que tenía siete cabezas, y diez cuernos, y
sobre sus cuernos diez coronas, y sobre sus cabezas nombres de blasfemia... 2. Y
le dio el dragón su poder, y grande fuerza. 3. ...Y se maravilló toda la la
tierra en pos de la bestia. 4. Y adoraron al dragón, que dio poder a la bestia:
y adoraron a la bestia, diciendo: ¿Quién hay semejante a la bestia? ¿Y quién
puede lidiar con ella? 5. Y le fue dada boca con que hablaba altanerías y
blasfemias...7. Y le fue dado que hiciese guerra a los santos, y que los
venciese. Y le fue dado poder sobre toda tribu, y pueblo, y lengua, y nación”
(249).
El poder que le había sido dado a la bestia por el dragón, coincide en
forma asombrosa con el que ha sido dado a la Sinagoga de Satanás para hacer el
mal; además, está profetizado su poder temporal para vencer a los buenos. Ese
vomitar blasfemias de la bestia, sobre todo en los países comunistas, está
bien profetizado. Parece pues, muy acertada la interpretación que han hecho en
diversas épocas algunos Padres de la Iglesia, teólogos y jerarcas del
catolicismo, al considerar que el judaísmo postbíblico es la bestia del
Apocalipsis. Los hechos coinciden en forma tan asombrosa con la profecía que
parece no haber lugar a duda.
Pero también está profetizado por Dios que la bestia y el dragón,
después de sus triunfos temporales, serán definitivamente vencidos y arrojados
al fuego.
El Apocalipsis en su capítulo XX dice:
“9. Y Dios hizo descender fuego del cielo, y los tragó. Y el diablo,
que los engañaba, fue metido en el estanque de fuego, y de azufre: en donde
(estará) también la bestia. 10. Y el falso profeta será atormentado día y
noche en los siglos de los siglos”.
La profecía bíblica menciona también una segunda bestia, cuyas
características coinciden en forma sorprendente con la quinta columna judía
introducida en el clero, ya que tiene la apariencia del Cordero y, sin embargo,
actúa como el dragón y su misión es ayudar a la primera bestia, como la misión
de la quinta columna es facilitar los triunfos de la Sinagoga de Satanás. En el
capítulo XIII dice:
“11.
Y vi otra bestia que subía de la tierra, y que tenía dos cuernos semejantes a
los del Cordero, mas hablaba como el dragón. 12. Y ejercía todo el poder de la
primera bestia en su presencia: e hizo que la tierra, y sus moradores, adorasen
a la primera bestia, cuya herida mortal fue curada. 14. Y engañó a los
moradores de la tierra con los prodigios que se le permitieran hacer delante de
la bestia, diciendo a los moradores de la tierra, que hagan la figura de la
bestia, que tiene la herida de espada, y vivió”
(250).
A muchos parece en realidad sorprendente que el judaísmo, herido de
muerte por la Inquisición y por la acción de los buenos, haya sobrevivido y
curado sus heridas. Por otra parte, esa misión de la bestia con apariencia del
Cordero, consistente en lograr que los hombres adoren a la primera bestia,
coincide también en forma admirable con la labor que hacen los clérigos
quintacolumnistas para que los fieles casi adoren a los judíos, pretendiendo
que son de la sangre de Cristo Nuestro Señor, siendo que El los llamó hijos
del Diablo y además son el enemigo capital de la Santa Iglesia.
Recordemos que quienes siguen a la bestia “cuyos nombres no están
el libro de la vida” (Apocalipsis Cap. XVII, Ver. 8), “y el que no
fue hallado escrito en el libro de la vida fue lanzado en el estanque de fuego”
(Ap. Cap. XX, Ver. 15).
Después de este paréntesis, necesario para impedir que la tragedia que
se está analizando debilite y abrume a los medrosos, seguiremos narrando sintéticamente
el desarrollo del espantoso drama.
A las claras se veía que el cardenal Pierleoni y sus secuaces lo estaban
preparando todo para su elevación al pontificado al morir el Papa reinante; y
los cardenales y clérigos mejor orientados, más fieles a la santa iglesia,
estaban justamente alarmados, ya que se encontraban convencidos de que el
cardenal Pierleoni practicaba el judaísmo en secreto y de que con su elevación
al trono de San Pedro, la Santa Iglesia caería en las garras de su enemigo
secular, la sinagoga. Al efecto, contra dicho cardenal se lanzaban, entre otras,
las siguientes acusaciones:
1ª. Que bajo la máscara de un cristianismo aparentemente fervoroso y
sincero, Pierleoni practicaba el judaísmo en secreto, disimulándolo con el
velo de elocuentes y piadosos sermones, ya que fue él uno de los mejores
oradores sagrados de su época. Disimulaba su judaísmo con buenas obras y con
una labor impresionante como administrador y organizador de las cosas de la
Iglesia, demostrada en el puesto de Nuncio de Su Santidad, como organizador de
concilios en Francia y como cardenal.
2ª. Que al margen de su riqueza particular estaba acumulando otra,
mediante el despojo de iglesias, que había realizado con la colaboración de
otros judíos, dinero que luego empleaba para intentar la corrupción del cuerpo
cardenalicio y lograr el encumbramiento de los suyos a los obispados y al
cardenalato por medio de intrigas e influencias, comprando incluso, a precio de
oro, el voto de algunos cardenales para la siguiente elección papal.
Ante el peligro mortal, fue formándose en el Sacro Colegio Cardenalicio
un grupo de oposición a Pierleoni de tendencias fuertemente antijudías,
encabezado por el cardenal Gregorio de Sant´Angelo, por el Cardenal Aimerico y
por Giovanni de Crema. Sin embargo, el cardenal Pierleoni llevaba en la enconada
lucha, visible ventaja, por que contaba con el apoyo de la nobleza –muy
infiltrada de judaísmo- y del pueblo, ganado por el oro y el poderío del
cardenal criptojudío. Además, había tenido el cuidado de ir controlando las
fuerzas armadas.
Sabiendo que los cardenales opositores lo acusaban de practicar el judaísmo,
Pierleoni trataba de desmentir tales acusaciones con sus sermones piadosos e
impecablemente ortodoxos, con una magnífica actuación en distintos campos, y
hasta se dice que incluso construyó templos. Con todo esto, lograba desorientar
a clérigos y seglares, haciéndoles creer que las acusaciones lanzadas contra
él eran calumniosas y que en realidad el Cardenal Pierleoni era un sincero
cristiano, atacado injustamente por los envidiosos y los antijudíos, propensos
a ver israelitas hasta donde no los hay (251).
El Papa Honorio II, ya enfermo, se veía sujeto a las encontradas y
fuertes presiones de ambos grupos. Viendo los cardenales antijudíos que el
bloque filosemita de Pierleoni adquiría cada vez más fuerza y que tenía
asegurado el voto de la mayoría de los cardenales, dio un golpe de audacia
debido a la energía y resolución del cardenal francés Aimerico, canciller de
la iglesia Romana, quien súbitamente hizo trasladar al Papa moribundo al
monasterio de San Gregorio, ubicado en un monte. En medio de los forcejeos de
ambas facciones, convinieron con Honorio en que la elección del nuevo Papa la
harían ocho cardenales, al parecer designados por el mismo pontífice reinante
y entre los cuales figuraba Pierleoni. Dichos purpurados estaban a la cabecera
del moribundo esperando el fatal desenlace para proceder a la elección del
nuevo Papa.
El fallecimiento de Honorio ocurrió providencialmente en un momento en
que Pierleoni se había ausentado en unión de Jonatás; y los otros seis
cardenales, estando todavía en el monasterio de San Gregorio, procedieron a
enterrar precipitadamente al difunto para llevar a cabo, con gran sigilo, la
elección de un nuevo Papa. Que recayó en la persona del virtuoso Gregorio
Papareshi, cardenal de Sant´Angelo, de tendencias antijudías y quien al asumir
el pontificado tomó el nombre de Inocencio II.
Cuando Pierleoni, que ya se consideraba casi Papa electo, vio que
Papareschi, uno de sus rivales, había sido ya electo pontífice, no se dio por
vencido, sino que, según dice Gregorovius,
“...asistido
por sus hermanos León, Giordano, Rogerio, Uguccione y de numerosos clientes,
marchó hacia San Pedro, abrió sus puertas con violencia y se hizo consagrar
Papa por Pietro di Porto, tomó por asalto el Laterano, y se sentó sobre los
tronos papales que estaban en aquella Iglesia y fue a santa maría Mayor y
secuestró el tesoro de la Iglesia. Toda Roma resonó con el estruendo de la
guerra civil, ahí mismo donde millares de manos se extendían ávidamente para
recoger el oro que Anacleto derrochaba”
(252).
Indudablemente este Pierleoni fue, en cuanto a simonía se refiere, un
digno discípulo de su antecesor judío Simón el Mago, y quizá hasta le
aventajó, iluminado tal vez con la experiencia hebraica de siglos, logrando por
diversos medios que más de las dos terceras partes de los cardenales lo
eligieran Papa, adoptando el nombre de Anacleto II.
El craso judío se adueñó fácilmente de la situación y le llovieron
adhesiones de todos lados, mientras Inocencio II tenía que huir con sus fieles
cardenales, refugiándose en el palacio, amparado por la defensa de la fortaleza
de los Frangipani. Las tropas de Pierleoni asaltaron el palacio sin éxito, pero
como, según dice Gregorovius,
“...viera
Inocencio que por sus murallas penetraba el oro de su enemigo, huyó en abril o
en mayo al Trastévere donde se escondió en la torre de su familia, mientras
Anacleto celebraba tranquilamente en san pedro la fiesta de la Pascua,
excomulgaba a su contrincante, destituía a los cardenales que le eran
contrarios, y designaba otros en su lugar. La defección declarada de los
Frangipani dejó a Inocencio al descubierto y sin defensa, por lo que no le quedó
otra alternativa que la fuga” (253).
Todo parecía humanamente perdido para la Santa Iglesia; el triunfo de la
quinta columna judía introducida en el clero se antojaba ya definitivo; su sueño
secular de conquista del papado parecía al fin realizado. La Cristiandad, al
parecer, había sucumbido en la lucha contra la Sinagoga de Satanás.
Capítulo Vigésimo Sexto
SAN BERNARDO Y SAN NORBERTO LIBERAN A LA IGLESIA DE LAS GARRAS DEL JUDAÍSMO
En esta crisis de la Iglesia, la Divina providencia, según lo tiene
prometido, acudió a salvarla. Para ello se valió –como acostumbraba siempre-
del surgimiento de hombres capaces y resueltos a sacrificarlo todo para lograr
la salvación de la catolicidad; caudillos que en un momento dado por inspiración
de Dios, saben estimar en toda su magnitud el desastre ocurrido o la catástrofe
que se avecina y que se lanzan en cuerpo y alma con desinterés, con mística
superior y empuje arrollador, a la lucha contra la sinagoga y sus secuaces.
Así surgió San Ireneo, cuando el gnosticismo judaico amenazó
desintegrar a la cristiandad; de
igual manera apareció san Atanasio, el gran caudillo antijudío, cuando la
herejía del hebreo Arrio estuvo a punto de desquiciar a la Iglesia y así
surgieron después, en situaciones parecidas, San Juan Crisóstomo, San Ambrosio
de Milán, San Cirilo de Alejandría, San Isidoro de Sevilla, San Félix, San
Agobardo, el arzobispo Amolón y muchos otros, todos luchando implacables,
iluminados por la gracia divina, tanto en contra de los judíos enemigos
seculares de la Santa iglesia, como de su quinta columna, de sus herejías y de
sus movimientos subversivos.
Ahora que la Iglesia sufría quizá la más grave crisis desde su
nacimiento, ¿quién surgiría? ¿quién o quiénes serían los caudillos
antijudíos, instrumentos de Cristo en esta ocasión para salvar a su Santa
Iglesia?
Como de costumbre, la asistencia de Dios se manifestó a través de la
aparición de dos grandes luchadores: San Bernardo, Doctor de la Iglesia y Abad
de Clairvaux y San Norberto, fundador de la Orden Norbertina y Arzobispo de
Magdeburgo, emparentado con la familia imperial de Alemania.
Cuando San bernardo tuvo noticia de los infaustos acontecimientos
ocurridos en Roma, tomó una resolución que muchos se resisten a tomar, o sea,
la de dejar la vida apacible y tranquila del convento para lanzarse a una lucha
dura, llena de incomodidades, sufrimientos y peligros, que además a todos se
antojaba perdida, ya que el supuesto Papa –el criptojudío Pierleoni- dominaba
por completo la situación con su oro y con el apoyo que seguía recibiendo.
Mientras, Inocencio II, abandonado y fugitivo, excomulgado por Anacleto, parecía
tenerlo todo perdido, debilitando todavía más sus pretensiones una elección
que, según el decir de teólogos e historiadores eclesiásticos de peso, no era
muy canónica. Sin embargo, San bernardo tomó en sus manos la causa ya casi
liquidada, sólo porque tenía la convicción de que era la buena, de que la
santa iglesia no podía en tal forma caer en las garras de su peor enemigo: el
judaísmo.
Prescindiendo del problema de que la mayoría de 23 cardenales habían
votado por Anacleto en contra de seis que votaron por Inocencio y haciendo caso
omiso de la forma en que había sido electo éste, San bernardo consideró la
cuestión desde el punto de vista que debía considerarse. En carta dirigida al
emperador Lotario de Alemania, decía entre otras cosas: “...Que era `una
afrenta para Cristo que un vástago judío ocupara el trono de San Pedro´”.
Con ello ponía el santo Doctor de la Iglesia el dedo en llaga y diagnosticaba
la situación en toda su gravedad, pues en realidad, era imposible que un judío,
enemigo de la santa iglesia, fuera Papa. También, en dicha carta al emperador
decía que: “...la reputación de Anacleto era baja incluso entre sus
amigos, mientras que Inocencio II estaba al abrigo de toda sospecha”.
El Abad Ernald, biógrafo contemporáneo de San Bernardo, informa que
Pierleoni, como legado y como cardenal había amasado inmensas riquezas y “...que
después había robado a las iglesias despojándolas de sus valores....Y que
cuando incluso los malos cristianos que lo seguían se habían negado a destruir
cálices y crucifijos de oro para fundirlos, Anacleto utilizó judíos con este
propósito y ellos celosamente destrozaron los vasos sagrados y los grabados, y
con el dinero obtenido de la venta de estos objetos, Anacleto según se tenían
informes, estaba en posibilidad de perseguir a los partidarios de Inocencio II,
su rival”.
El Obispo Humberto de Lucca, el Dux veneciano Andreas Dándolo, Anselmo
Abad de Gembloux y otros cronistas e historiadores presentan estas y otras gravísimas
acusaciones contra el antipapa judaico (254).
El punto clave en esta lucha radicaba principalmente en la persona del
emperador de Alemania y también en el rey de Francia, representando ambos las
fuerzas políticas entonces más potentes en la catolicidad. San bernardo, con
la ayuda de su gran amigo San Norberto, dirigió todo su empeño a convencer a
ambos monarcas que se encontraban indecisos, para que prestaran todo su apoyo a
Inocencio, con ese objeto les envió cartas y realizó ante ellos toda clase de
gestiones.
Luis VI de Francia no se resolvió al fin y pidió que se reuniera un
concilio, congregado de acuerdo con su deseo en Etampes (255), al que acudió
San Bernardo, quien con su elocuencia y ardor logró que los Padres del sínodo
se declararan a favor de Inocencio, aduciendo entre otras razones, además de
las ya apuntadas, la de haber sido electo primero y la de que, aunque Anacleto
había tenido después el voto de una mayoría abrumadora de cardenales, la
elección primera seguiría siendo válida mientras no fuera jurídicamente
anulada. Se arqüía además que Inocencio había recibido su consagración
pontifical de manos del funcionario competente para realizarla, es decir, del
cardenal Obispo de Ostia.
De mucho sirvió la audacia y energía del heroico cardenal Aimerico, que
en forma precipitada y secreta mandó enterrar al Papa, inmediatamente después
de fallecido, procediendo en forma rápida, aunque de una manera un tanto
irregular, a la elección de Inocencio. La santa iglesia, la Cristiandad, y en
general la Humanidad entera deben estar agradecidas y honrar la memoria de este
audaz y activo cardenal, que al iniciar con su golpe de mano la lucha por la
salvación de la santa iglesia, contribuyó a la salvación de todo el mundo,
pues si los judíos hubieran logrado el dominio de la Cristiandad hace ocho
siglos, la catástrofe que ahora amenaza en forma aterradora el orbe entero,
hubiera ocurrido quizá varios siglos antes; en una época en la cual el Islam
también se encontraba seriamente amenazado por la red de organizaciones
secretas revolucionarias criptojudías, que como los Batinis y los Asesinos,
amenazaban con desintegrarlo y dominarlo.
Inocencio II, que había llegado a Francia recientemente, fugitivo de
Italia, con el apoyo del santo Concilio de Etampes vio resurgir su causa, al
parecer ya perdida. El reconocimiento y respaldo conciliar fue seguido por el
muy valioso, en el orden temporal, del rey de Francia, que a partir de ese
momento se constituyó en uno de los principales sostenes de Inocencio en contra
de su rival, declarado entonces antipapa por el citado sínodo. Siguiendo el
monarca francés la pauta observada por San Bernardo, no discutió ya cuál de
los papas electos era el legítimo, sino cuál de ellos era más digno, según
lo dejó consignado el célebre Sugerio, Abad de Saint Denis. Fracasó pues,
ante la arrolladora actividad de san bernardo, la habilísima diplomacia de
Anacleto, que hacía alardes de piadoso cristianismo, empleando todos los medios
a su alcance para ganarse el apoyo del rey de Francia. Fingía aparatosa piedad
y disfrazaba sus proyectos reformistas con la idea de pugnar por devolver a la
iglesia la pureza de sus primeros tiempos, bandera siempre muy popular, por ser
loable y noble. Había empezado por adoptar el nombre del segundo sucesor de San
Pedro, es decir, del Papa Anacleto I.
Nos encontramos pues, al parecer, delante de una de las primeras
manifestaciones de esa bestia apocalíptica, cubierta con las apariencias del
Cordero, es decir, de Cristo Nuestro Señor, pero que actúa como dragón. Por
algo fue común, en esa época, entre santos, obispos, clérigos y seglares,
considerar a Anacleto II como Anticristo, o en el más benévolo de los casos,
como precursor del Anticristo.
La actitud que asumiera Lotario, emperador de Alemania, iba a ser
decisiva en esta fecha. Con gran acierto indicó que este asunto era de la
competencia de la misma Iglesia y al efecto fue convocado otro concilio en
Wurzburgo, en el que intervino San Norberto en forma decisiva, inclinando al
episcopado alemán a brindar todo su respaldo a Inocencio. Sin embargo, una
batalla casi decisiva iba a realizarse en el santo Concilio de Reims, celebrado
a fines del año 1131, que fue una derrota completa para Pedro Pierleoni, ya que
en tal sínodo los obispos de Inglaterra, Castilla y Aragón reconocieron a
Inocencio como Papa legítimo, uniéndose en tal sentido a los episcopados francés
y alemán que ya lo habían reconocido. En dicho sínodo fue también
excomulgado Pierleoni. Justo es reconocer que en esta lucha fueron también un
elemento vital las Ordenes religiosas, que conscientes, en esos tiempos, del
peligro que representaba el judaísmo para la iglesia, veían en Anacleto el
mayor mal que había enfrentado hasta ese momento la Cristiandad; y con
dinamismo y pasión volcaron la actividad de sus conventos, empeñados en salvar
a la Santa Iglesia de la amenaza mortal.
Desgraciadamente en nuestros tiempos en que la Santa iglesia está tan
amenazada por el comunismo y la quinta columna judaica introducida en el clero,
nos e ven indicios de que la gigantesca fuerza de la Ordenes religiosas –que
podría quizá salvar la situación- se apreste a la lucha. Su día entero lo
tienen ocupado en piadosos menesteres, muy dignos de elogio, pero que en las
actuales circunstancias les impiden dedicar su actividad a la tarea fundamental
de salvar a la iglesia. Creemos que si estas Ordenes despertaran de su letargo,
se darían cuenta de que ahora, como en los tiempos de Pierleoni, es
indispensable dejar en gran parte, por el momento, los piadosos menesteres que
les absorben todo su tiempo, para dedicar buena parte de él a la lucha para
salvar a la Cristiandad, con lo que se daría un paso decisivo hacia la salvación.
¡Que Dios Nuestro Señor ilumine a los Padres generales de dichas
Ordenes y les haga ver la necesidad de tomar una suprema y decisiva resolución
al respecto! Las oraciones y actividades de la Regla son muy importantes; pero más
importante todavía es salvar a la Santa Iglesia del peligro judeo-comunista que
amenaza con aniquilarla. San Bernardo y muchas legiones de frailes tuvieron que
dejar la tranquilidad de los conventos y la observancia rigurosa de las Reglas
(naturalmente con los permisos adecuados), para lanzarse a las calles a salvar a
la Cristiandad. ¡Y lo lograron!
Después del Concilio de Reims ya no quedaba a Pierleoni sino el apoyo de
Italia (en su mayoría) y, principalmente, el del Duque Rogerio II de Sicilia,
su cuñado, que prácticamente dominaba la situación de la península. De algo
había servido el matrimonio de la judía conversa Pierleoni, hermana del
antipapa, con el citado duque. El estratégico matrimonio estaba ya rindiendo
sus frutos.
Para lograr el triunfo definitivo contra el judío que usurpaba en Roma
el trono de San Pedro, era preciso una invasión militar, una especie de
cruzada; y fueron San Bernardo y San Norberto los que convencieron a Lotario,
emperador de Alemania, para que la realizara. Este, con un modesto ejército, se
reunió con Inocencio en el norte de Italia y avanzó desde ahí hasta tomar
Roma sin resistencia, ya que muchos nobles italianos traicionaron a Anacleto a
última hora. Lotario instaló a Inocencio II en Letrán, mientras que Pedro
Pierleoni se refugiaba en Sant´Angelo, controlando San Pedro, razón por la
cual el emperador fue coronado por Inocencio en Letrán. Pero como Rogerio de
Sicilia avanzase entonces al frente de un poderoso ejército, Lotario tuvo que
retirarse, por lo cual no pudo sostenerse en Roma Su Santidad el Papa, que tuvo
que volver a huir, dejando de nuevo allí al antipapa judío dueño de la
situación. Retirado Inocencio a Pisa, reunió en esta ciudad un magno concilio,
al que asistieron obispos de casi toda la Cristiandad y gran cantidad de priores
de conventos, que desempeñaron un papel muy importante en esta lucha. Entre
ellos se encontraba San bernardo, acaudillando siempre la pelea.
Al año siguiente, Lotario volvió a invadir Italia para instalar en Roma
al Papa legítimo y arrojar de allí al judío usurpador. La conducta del
emperador de Alemania es muy digna de tomarse en cuenta, ya que en esos momentos
críticos para la Iglesia y para el mundo cristiano, supo hacer a un lado sus
intereses personales y los resentimientos del imperio a causa de la dura lucha
de las investiduras, para entregarse en cuerpo y alma a la tarea de salvar a la
Cristiandad.
¡Ojalá que en la actual crisis mundial abunden los jerarcas que imiten
una tan noble conducta y que sepan posponer sus intereses particulares a las
necesidades generales, olvidando rencores –muchas veces justificados- en aras
de la unión de todos los pueblos en la lucha de liberación universal que debe
sostenerse en contra del imperialismo judaico y de sus dictaduras masónicas o
comunistas!
Con muy justa razón S.S. el papa Inocencio II, en el fragor de la
terrible lucha, escribía al emperador Lotario diciéndole: “La
Iglesia, con divina inspiración, te ha escogido y elegido a ti en calidad de
legislador como a un segundo Justiniano, y como a un segundo Constantino para
combatir la herética impiedad de los judíos” (256).
La campaña victoriosa llevó a Lotario hasta derrotar a Rogerio y
replegarlo hasta Sicilia, pero no pudo tomar Roma, en donde siguió instalado el
antipapa judío, para escándalo de toda la Cristiandad. Al retirarse de Italia,
Lotario y sus ejército, Rogerio de Sicilia la reconquistó casi por completo,
con lo que la causa de Pierleoni parecía resurgir en forma peligrosa.
La alarma en la Cristiandad fue cada vez mayor, ya que surgía de nuevo
amenazadora la potencia del antipapa, a quien Arnulfo, obispo de Liseaux,
Manfredo, obispo de Mantua y otros distinguidos prelados, llamaban a secas
“judío”. El arzobispo Walter de Rávena denunciaba el cisma de Anacleto
como “herejía de la perfidia judía” y el rabino Louis Israel Newman
afirma que el partido de Inocencio decía que Anacleto era el “Anticristo”,
opiniones que fueron confirmadas al emperador Lotario por los cardenales que
apoyaron al Papa ortodoxo. El propio Inocencio II, convirtió en grito de
batalla la afirmación de que la usurpación de Anacleto era “una insensata
perfidia judía”. El estudioso rabino citado termina su narración de esta
lucha con el siguiente comentario:
“El
`Pontífice judío´ mantuvo con éxito su posición, hasta su muerte el
25 de enero de 1138...”.
Este dirigente israelita, más honrado como historiador que otros, no
tiene pues, reticencias ni temores y afirma con toda claridad que Pierleoni fue
un hebreo, llamándolo además expresamente “Pontífice judío”,
mientras llega su osadía al grado de llamar antipapa a Inocencio II (257).
Muerto en Roma el judío usurpador con todos los honores papales, el
Cuerpo Cardenalicio –que según se decía estaba inundado por purpurados que
practicaban en secreto el judaísmo- procedió a designar un nuevo Papa, o mejor
dicho antipapa, nombramiento que recayó en la persona del cardenal Gregorio,
designado con la aprobación y el apoyo de Rogerio de Sicilia.
El nuevo Papa –antipapa- tomó el nombre de Víctor IV, mientras la
incansable predicación de San Bernardo, junto con la presión de los ejércitos
alemanes, había logrado ir conquistando para el papa legítimo la adhesión de
los principales baluartes de Pierleoni, como Milán y otras ciudades italianas,
termina
Do
al fin con la misma Roma, conquistada por la santidad y elocuencia de San
Bernardo. El antipapa judío tuvo que refugiarse en esta ciudad en los últimos
días, otras vez en San Pedro, ocupando también el poderoso castillo de Sant´Angelo.
Sin embargo, el partido de los Pierleoni decrecía y se hundía paulatinamente,
hasta que el nuevo antipapa Víctor IV se encontró ante una situación prácticamente
insostenible. La elocuencia de San bernardo acabó por convencerlo a capitular.
En este episodio vemos de nuevo surgir la táctica que en el judaísmo
sigue desempeñando un papel decisivo a través de sus luchas políticas: cuando
una facción judaica o dominada por el judaísmo se ve perdida, trata de impedir
que la derrota inminente se convierta en destrucción y en catástrofe,
fingiendo a tiempo rendirse a su enemigo, implorando misericordia o negociando
el permiso para conservar las mayores posiciones posibles, a cambio de prometer
sumisión y fidelidad. Al salvarse esa fuerza judaica de la destrucción,
conserva a menudo algunas posiciones valiosas en le nuevo régimen del vencedor,
que lejos de agradecer, utiliza las sombras para conspirar, para ir
reorganizando en secreto sus fuerzas, para irlas acrecentando con el tiempo más
y más, y para dar, en el momento oportuno, el golpe traidor que aniquilará al
enemigo confiado y generoso, que en vez de destruir al ingrato adversario cuando
pudo hacerlo, le dio la posibilidad de resurgir y dar de nuevo el zarpazo. Esta
ha sido la historia de las luchas entre cristianos y judíos durante más de mil
años y ha sido también una de las cusas principales de los resurgimientos de
la sinagoga, tras de sus espectaculares derrotas.
Tanto Giordano como los demás hermanos de Pedro Pierleoni fingieron
arrepentimiento, pidieron perdón, abjuraron de toda herejía y se reconciliaron
con la legítima autoridad pontificia; con sus actitudes hipócritas conmovieron
al papa Inocencio II y a San bernardo, quienes generosamente les perdonaron. En
vez de destruir su fuerza. Su Santidad les conservó sus grados y su posición
en la corte pontificia; y después, hasta los honró con homenajes y cargos, con
el ánimo de lograr la unificación firme y duradera de la Santa Iglesia,
tratando de conquistar con bondad extrema a esos criptojudíos que quizá
conmovidos por tanta generosidad, tendrían al fin un sincero arrepentimiento.
En el terreno eclesiástico obró Inocencio con mayor energía, y
habiendo reunido en 1139 un concilio ecuménico, que fue el II de Letrán, al
mismo tiempo que se condenaban las doctrinas de Arnaldo de Brescia y de Pedro de
Bruys, fueron anulados los actos de Anacleto y degradados todos los sacerdotes,
obispos y cardenales; en una palabra, todos los clérigos ordenados por
Pierleoni, y declaradas ilícitas todas sus ordenaciones (258), ya que se les
tenía por cismáticos, y la opinión general consideraba que abundaban entre
ellos los herejes judaizantes, o sea, los que practicaban ocultamente el judaísmo,
con lo cual el Santo Padre limpió el clero de judíos secretos, saneando las
jerarquías y destruyendo de un solo golpe todas las infiltraciones hebraicas
dentro del mismo, realizadas, como es fácil comprender, al amparo del “Pontífice
judío”, como lo llama el ilustre rabino Newman.
Pero la magnanimidad que en lo político había tenido el Papa con el
vencido Giordano Pierleoni y sus hermanos, iba a ser trágica para la Santa
Sede.
Es necesario hacer notar que en esta política de perdón debe haber
influido San bernardo, a quien su excesiva bondad hizo concebir la idea de que
quizá cambiando de política hacia los hebreos podría la Santa Iglesia
ablandar su endurecido corazón de los mismos. San Bernardo, al mismo tiempo que
combatía las actividades cismáticas y heréticas de los judíos, usaba con
ellos de extrema indulgencia, oponiéndose a que se les persiguiera y a que se
les causara perjuicio alguno. Quiso, en otras palabras, amansar lobos a base de
bondad, pensando quitarles así su ferocidad.
Como siempre, los israelitas abusaron de la bondad de San Bernardo y
demostraron con hechos muy elocuentes que es imposible convertir a los lobos en
dóciles ovejas. Los acontecimientos de los siglos posteriores así lo
demostraron y obligaron a la santa Iglesia a obrar de forma enérgica y a veces
implacable en su lucha contra los hebreos. Las
hogueras de la Inquisición fueron, en gran parte, el resultado del
lamentable y triste fracaso de la generosa política de perdón, tolerancia y
bondad preconizada por San Bernardo.
NOTAS
[227]
Mons. León Meurin, S.J., Filosofía de la masonería. Madrid: Editorial
NOS, 1957. p. 223.
[228]
Abram León Sachar, Historia de los judíos, trad. de la 2ª ed.
norteamericana revisada hasta 1940. Santiago de Chile: Ediciones Ercilla, 1945.
cap. XVI (Los marranos y la Inquisición), pp. 276, 277.
[229]
Abram León Sachar, obra citada, Cap. XVI, p. 277.
[230]
Cecil Roth, Historia de los marranos, Buenos Aires: Editorial Israel,
1946 (5706). Cap. I,
pp. 26, 27.
[231]
Cecil Roth, obra citada, edic. citada, Cap. I, nota 3 de la p. 27.
[232] No debe ser confundido con Fray Tomás de
Torquemada, Gran Inquisidor, como muchos lo hacen, lamentablemente.
[233]
Cecil Roth, obra citada, Cap. I
y II, pp. 28, 30, 31, 32, 35, 36.
[234]
José Amador de los Ríos, obra citada, tomo III, Cap. I, pp. 12-16.
[235]
Crónica de don Juan II, año 1420, Cap. XVIII, citada por José Amador de los Ríos,
obra citada, tomo III, Cap. I, pp. 12, 16, 20.
[236]
José Amador de los Ríos, obra citada, tomo III, Cap. II, p. 88.
[237]
José Amador de los Ríos, obra citada, tomo III, Cap. II, pp. 91, 95, 96.
[238]
José Amador de los Ríos, obra citada, tomo III, Cap. II, pp. 97, 98, nota 1.
[239]
José Amador de los Ríos, obra citada, tomo III, Cap. II, pp. 1000, 101.
[240]
Rufus Learsi, Historia del pueblo judío, traducción castellana de
Editorial Israel, Buenos Aires. Escrita con la ayuda de la Jewish History
Foundation Inc. 1959-5719. Cap.
XXXVII, pp. 324, 325.
[241]
Josef Kastein, History and Destiny of the Jews. Nueva
York, 1936, pp. 290, 291.
[242] Josef Kastein, obra citada, pp. 291, 292.
[243]
Enciclopedia Judaica Castellana, México, 1948. Tomo VII, vocablo Marranos,
pp. 292, 294.
[244]
Enciclopedia Judaica Castellana, tomo III, vocablo Criptojudaísmo,
p. 206, col. 1 y 2.
[245]
Ferdinand Gregorovius, Geschichte der Stadt Rom im Mittelalter (Historia
de la ciudad de Roma en la Edad Media). Traducción italiana de Renato Manzato.
Turín. Vol. II, tomo II, Cap. III, pp. 72, 73.
[246]
Ferdinand Gregorovius, obra citada, vol. II. Tomo II, cap. III,
pp. 74, 75.
[247]
Rabino Louis Israel Newman, Jewish Influence on Christian Reform Movements.
Nueva York:
Columbia University Press, 1925. Libro II. Cap. IV, p. 248. (Columbia University
Oriental Series, no. XXIII).
[248] Rabino Louis Israel Newman, obra citada,
libro II, cap. IV, pp. 252, 253.
[249]
Biblia, Apocalipsis, Cap. XIII, Vers. 1, 2, 3, 4, 5, 7.
[250]
Biblia, Apocalipsis, Cap. XIII, Vers. 11, 12, 14 y Cap. XX, Vers. 9, 10.
[251]
Hermán Vogelstein y Pablo Rieger, Geschichte der Juden in Rom (Historia
de los judíos en Roma). Berlín, 1896; Jewish Encyclopedia y Enciclopedia
Judaica Castellana, vocablos Anacletus y Pierleoni; Elphege
Vacancard, Vie de Saint Bernard. París, 1895; Codex Udalrici, no.
240 a 261; F. Gregorovius y Rabino Louis Israel Newman, obras citadas.
[252] F. Gregorovius, obra citada, vol. II, tomo
II, Cap. III, p. 76.
[253]
F. Gregorovius, obra citada, vol. II, tomo II, Cap. III, p. 76, 77.
[254]
Humberto de Lucca, Crónica en Codex Udalrici, no. 246. p. 246;
Rabino Louis Israel Newman, obra citada, libro II, p. 251; Elphege Vacancard, Vie
de Saint Bernard, artículo contra Anacleto.
[255] No
ha sido posible localizar las actas y cánones del Concilio de Etampes, del cual
sólo hemos podido encontrar relaciones incompletas; por lo que nos tememos que
se hayan perdido, por razones que son fáciles de comprender.
[256]
Rabino Louis Israel Newman, obra citada, libro II, p. 252.
[257]
Rabino Louis Israel Newman, obra citada, libro II, pp. 250 a 252; Codex
Udalrici, no. 240 a 261; Louis Dúchense, Liber Pontificalis,
París, 1955 (3 vol.), tomo II; J.M. Watterich, Vitae Romanorum Pontificum ab
exeunte saeculo IX usque ad finem saeculi XIII, (2 vol.), Leipzig, 1862; H.
Vogelstein y P. Rieger, obra citada, tomo I, p. 221.
[258]
Concilio II de Letrán, Canon XXX, compilación de Acta Conciliorum et
epistolae decretales, ac Constitutiones Summorum Pontificum, Studio de
Joannis Harduini, S.J., Paría, 1714, Tomo VI, parte II, pp. 1207 y ss.