IDENTIDAD CATÓLICA |
MAURICE
PINAY
COMPLOT
CONTRA LA IGLESIA
TOMO
III
continuación
CUARTA PARTE (cap. 27-29)
LA
QUINTA COLUMNA JUDÍA EN EL CLERO
Capítulo Vigésimo Séptimo
UNA REVOLUCIÓN JUDEO-REPUBLICANA EN EL SIGLO XII
Varios papas anteriores habían permitido generosamente el acceso de los
judíos a la corte pontificia, brindándoles amistad y utilizándolos como
banqueros, lo cual había conducido a la Santa Iglesia al cisma de Pierleoni,
que estuvo a punto de hundirla. La generosidad del Papa Inocencio II con la
familia de judíos conversos de Giordano Pierleoni, iba a margar los últimos días
del bondadoso pontífice y a causar estragos al papado, amenazándolo ahora en
el terreno político.
Cinco años después de la muerte del antipapa judío, su hermano
Giordano –aprovechando las posiciones valiosas y los recursos que le había
permitido conservar la bondad de sus adversarios- organizó una revolución en
la sombra y luego la hizo estallar, revolución que de haber progresado, hubiera
sido de incalculables alcances. Los conspiradores, mostrando gran genio político,
supieron elaborar un programa de lucha atractivo hasta el máximo para el pueblo
romano, único quizá suficientemente atractivo para arrastrar a nobleza y
pueblo en un movimiento contra el Sumo Pontífice de la Cristiandad, en tiempos
en que la religiosidad era intensa. Con este plan o plataforma de lucha –como
lo llamarían en nuestros días- los Pierleoni demostraron ser capaces de sentar
escuela y fijar normas, para el futuro, a la quinta columna judía introducida
en la Cristiandad, no sólo en el terreno religioso, sino también en el político.
El movimiento acaudillado por Giordano Pierleoni fomentaba en los
moradores de la Ciudad Eterna los recuerdos gloriosos de la antigua República,
cuando Roma era gobernada por sus patricios y su pueblo y no por autócratas
llegando así a convertirse en la primera nación del mundo antiguo. Se hizo
intensa labor personal, recordando las glorias del antiguo Senado Romano y señalando
el contraste de ese esplendor glorioso de tiempos de la República, con el
estado de postración en que se encontraba en el siglo XII. Era urgente que los
romanos hicieran un esfuerzo por salir de la decadencia y volver a los tiempos
en que Roma era la primera ciudad del mundo, la más poderosa en los órdenes
político, militar y económico; época en que los romanos dictaban su voluntad
y su ley a todo el orbe. Desgraciadamente, el poder temporal del Papa era un
estorbo. Todos, como cristianos respetaban al Santo Padre, pero éste no debía
estorbar el resurgimiento y engrandecimiento de Roma, debiendo para ello
reducirse a sus funciones religiosas y dejar que la ciudad hiciese un esfuerzo
por recuperar los esplendores del pasado y volver a las formas de gobierno que
le permitieron gozar de ese pretérito glorioso.
La nobleza romana –muy minada como hemos visto por los entronques
judaicos-, así como los habitantes de la ciudad, se emborracharon con tales prédicas
y se fueron adhiriendo al movimiento acaudillado por Giordano Pierleoni, hasta
que éste adquirió en el año de 1143 tal fuerza que pudo dar una especie de
golpe de estado, suprimiendo la prefectura urbana, convertida en odiosa por la
propaganda de los conspiradores. Estos conspiradores desconocieron además el
poder temporal del Papa sobre la ciudad, constituyeron el Senado, instalándolo
en el antiguo Capitolio y proclamaron la República Romana bajo la dirección
del ilustre patricio Giordano Pierleoni. Así pagaba este cristiano criptojudío
el perdón recibido del Papa Inocencio II y de San Bernardo, así como el
permiso para conservar riquezas y posiciones, que ahora empleaba para hacer
triunfar tan novedosa revolución. Pero así es la ley de la vida: toda
generosidad y tolerancia que se tenga con el lobo equivale a darle facilidad
para que devore a las ovejas.
El heroico y benemérito Papa Inocencio II murió amargado, sin haber
podido triunfar contra esa dolorosa revuelta. Y su sucesor, Celestino II, sólo
duró cinco meses de pontífice, refugiado en la fortaleza de los Frangipani
mientras la nobleza y el pueblo de Roma increpaban al Papa, vitoreaban a la República,
la Senado y al nuevo amo de la situación: Giordano Pierleoni. El siguiente
Papa, Lucio II, intentó salir del cautiverio con la ayuda de algunos nobles
fieles a la Iglesia para tratar de apoderarse del Capitolio; pero fue herido
mortalmente de una pedrada por las turbas de Pierleoni, muriendo a los once
meses de haber sido consagrado Papa. De esta forma Giordano Pierleoni y planilla
consolidaron su poder sobre la nueva República.
En tan difíciles circunstancias fue electo y consagrado Papa un humilde
monje que estando retirado del mundo en un convento ubicado a la salida de Roma,
fue elevado al pontificado con el nombre de Eugenio III, el año de 1145. En
cuanto fue electo, las fuerzas revolucionarias lo instaron a que diera su
aprobación a la constitución republicana y a que reconociera al Senado, ambas
cosas a las que se negó el Papa, por lo que tuvo que huir de Roma para ser
consagrado en un monasterio fuera de la ciudad, estableciéndose después en
Viterbo, donde dio muestras de gran energía, excomulgando al caudillo
revolucionario Giordano Pierleoni y a los miembros de su Senado Romano, mientras
el populacho –con la protección de éstos- asaltaba los palacios y las
fortalezas de los cardenales y de los nobles partidarios del Sumo Pontífice y
cometía crueles asesinatos en las personas de los cristianos fieles a la Santa
Sede.
Ese generoso perdón que el glorioso Papa Inocencio II había brindado a
los Pierleoni permitió a éstos acumular una fuerza política que no sólo
amenazaba ya gravemente a la Santa Iglesia, sino que se traducía en grave
peligro para la vida y bienes de los cardenales y se manifestaba en asesinatos
proditorios de fieles hijos de la Iglesia. Es indudable que la generosidad con
los perversos puede convertirse en gravísimo peligro para los buenos, sobre
todo cuando se ejerce a favor de los hebreos.
Sin embargo, el Papa contaba con la fidelidad de los campesinos, y con el
apoyo de éstos y de algunos nobles del campo logró asediar la ciudad e impedir
la entrada de víveres, hasta obligar a los revoltosos a entrar en tratos con el
pontífice, reconociendo éstos la autoridad del Papa a cambio del
reconocimiento papal a la constitución republicana y al Senado, cuyas
facultades quedarían limitadas a las municipalidades. Mediante esta transacción,
pudo el Papa Eugenio III entrar en Roma e instalar su corte en la Ciudad Eterna
en el año de 1145.
Esta tregua fue sólo la precursora de una nueva tormenta, ya que como de
costumbre el judaísmo las aprovecha para reorganizar sus fuerzas en la sombra,
adquirir mayor poder y dar luego una nueva embestida. Al estallar otra vez la
insurrección, en la que tomó parte también un nuevo caudillo de las masas
populares, llamado Arnaldo de Brescia, el Santo Padre tuvo que huir de Roma otra
vez, sin que una nueva intervención de San Bernardo en su favor ante el pueblo
de Roma recibiera atención de una multitud enloquecida por los revolucionarios.
Arnaldo de Brescia, apoyando el movimiento organizado por Giordano Pierleoni, lo
desviaba del terreno meramente político –en que se había iniciado- al
religioso, acusando a los cardenales de avaros, soberbios, enriquecidos a costa
de los sudores del pueblo y al Papa de ser un ente sanguinario, verdugo de las
iglesias, cuyo arte consistía en llenar de dinero sus bolsillos y vaciar los
ajenos, diciendo también que la Santa Iglesia, lejos de ser tal, era una cueva
de ladrones. Afirmaba además, que ni la Iglesia ni los clérigos deberían
poseer riquezas, las cuales pertenecían, en legítima propiedad, a los seglares
y fundamentalmente al príncipe, con lo que hábilmente incitaba la codicia de
las monarcas y de los nobles para inclinarlos a expropiar los bienes del clero.
En su huida, Su Santidad tuvo que ir a refugiarse a Francia que en esa época
era, junto con el Imperio Germánico, el más generoso sostén de la Santa
Iglesia y el baluarte principal de ésta en la lucha contra el judaísmo. Allí,
el combativo fraile convertido en Papa, obtuvo el apoyo del rey Luis VII de
Francia y organizó un ejército, al frente del cual penetró en Italia,
llegando hasta las puertas de Roma donde recibió el ofrecimiento inesperado de
Rogerio de Sicilia consistente en toda clase de apoyo para restablecer su
autoridad.
En realidad, el magnate normando había cambiado mucho en estos años.
Casado con una hermana de los Pierleoni, lo vimos volcando toda su fuerza a
favor del antipapa judío, al mismo tiempo que habría a los israelitas y a los
musulmanes, cuya influencia fue muy grande en ella. Pero los hebreos abusaron,
como siempre, de la protección que se les brindó y del encumbramiento que al
amparo de ella lograron, hasta que al fin de cuentas, Rogerio de Sicilia abrió
los ojos al peligro judío. Entonces varió su política hacia los israelitas
tratando de destruir al judaísmo, pero recurriendo al ya gastado y fracasado
recurso de obligarlos a convertirse al cristianismo, para lo que promulgó una
leyes. En cualquier forma, cuando ofreció su apoyo al Santo Padre, Rogerio de
Sicilia había ya dado un viraje completo con respecto a su anterior política y
el Papa aceptó desde luego su respaldo, entrando en Roma apoyado por las tropas
del normando el 28 de noviembre de 1149. Desgraciadamente, los revolucionarios
manejaban ya a su antojo al pueblo de Roma, presentándose ahora como redentores
de él; y sólo siete meses después tuvo, Su Santidad, que huir de nuevo
precipitadamente de la ciudad, refugiándose en Anagni, donde murió el mismo año
en que falleció el gran San Bernardo.
Después del efímero reinado del Papa Atanasio IV, fue electo Papa el
cardenal inglés Nicolás Breakspeare, Obispo de Albano, conocido como Adrián
IV. Cuando este ilustre y enérgico Papa subió al trono de San Pedro, la
situación de la Iglesia en Roma era catastrófica. La fuerza revolucionaria que
organizara y dirigiera el judaico Giordano Pierleoni era dueña de la ciudad y
autora de los más proditorios asesinatos, que alcanzaban incluso a los
peregrinos llegados a la capital del mundo católico a impulsos de su fe.
Arnaldo de Brescia instigaba con sus prédicas los progresos de la
revolución, que empezaba a extenderse amenazadoramente a otros lugares de
Italia. La osadía de los revoltosos llegó al extremo de herir de gravedad a
Guido, Cardenal de Santa Prudenciana, lo que colmó la medida haciendo que el
Papa se resolviera a poner remedio radicalmente. Empezó por lanzar un
“entredicho” –por primera vez en la historia- contra la ciudad de Roma,
por el cual se suspendieron las ceremonias de culto; y el pueblo, que aunque
engañado por los jefes de la revuelta seguía siendo inmensamente religioso,
abandonó en su mayor parte a los agitadores.
Al mismo tiempo, con gran maestría, Su Santidad aprovechó el apoyo que
le brindaba el nuevo emperador de Alemania, Federico Barbarroja, poniéndole
como condición para coronarlo que sofocara la revuelta y le entregara a Arnaldo
de Brescia, cosa que cumplió en cuanto entraron sus tropas en Roma. Como de
costumbre, se movió el engranaje de la judería para gestionar que el Papa
perdonara la vida de Arnaldo de Brescia, pero ante este combativo Papa,
consciente del peligro, nada valieron todas las intrigas y diplomacias, que de
haber tenido éxito hubieran permitido a la conspiración reanudar en el futuro
su revolución, como ya lo habían hecho en anteriores ocasiones.
De acuerdo con el Papa, el Emperador –después de arrestar a Arnaldo-
lo entregó al prefecto de Roma, quien lo mandó ahorcar, quemando su cadáver y
lanzando sus cenizas al Tíber. Ante tan inesperada como enérgica actitud del
Papa, los revoltoso de Roma se espantaron y por fin se restableció y consolidó
la anhelada paz en la ciudad y en sus alrededores (259). La Santa Iglesia se había
resistido a emplear la violencia en contra de sus enemigos; pero éstos habían
abusado de su bondad y habían sembrado la anarquía, causando grandes estragos
y cometiendo infinidad de crímenes. El enérgico Papa inglés comprendió que
para salvaguardar la vida y los derechos de los buenos era necesario aplastar a
los malos, aunque el empleo de la violencia repugnara al Vicario de Cristo. Una
nueva política se iniciaba en la Iglesia de Roma, consistente en aniquilar a
los lobos para poder salvar a las ovejas. La responsabilidad de este cambio de
política no recae sobre el papado, como han dicho los escritores judíos y sus
secuaces, sino sobre la Sinagoga de Satanás, que con sus conspiraciones, sus
movimientos herético-revolucionarios, sus crímenes y con la anarquía
provocada, obligó a la Santa Iglesia a buscar medios de defensa más efectivos.
Es preciso aclarar que Arnaldo de Brescia siendo muy joven, se fue a
Francia donde fue discípulo del heresiarca Abelardo, del que recibió sus ponzoñosas
enseñanzas. Respecto a Abelardo podemos decir que fue adepto de la herejía del
israelita Arrio y condenado por ello. Además, son muy interesantes las
doctrinas que con respecto a los hebreos tenía Abelardo. El rabino Jacob S.
Raisin dice que Abelardo, el profesor más popular en esos días, sostenía
entre otras cosas que “los judíos no debían ser culpados por la crucifixión
de Cristo”. Abelardo atacaba la autoridad de los Padres de la Iglesia
(260). Y era, en lo general, favorable a los hebreos.
Por otra parte, es indudable que si el Papa Inocencio II no hubiera
limpiado al clero de la Santa Iglesia de quintacolumnistas –con la degradación
de todos los clérigos, incluyendo obispos y cardenales adictos al antipapa judío
Pierleoni o consagrados por él-, la Iglesia quizá hubiera sucumbido ante el
empuje del movimiento revolucionario que hemos analizado en esta capítulo, o
ante el ataque insidioso de las sociedades secretas heréticas, que cual
amenazadora red habían tendido por toda la Cristiandad los falsos cristianos,
practicantes en secreto del judaísmo. Si en los momentos de esta lucha los
quintacolumnistas hubieran conservado sus posiciones en el Cuerpo Cardenalicio y
en los obispados, hubieran combinado su acción a la fuerza revolucionaria de
las sectas heréticas para lograr la desintegración de la Iglesia en sus más
altas jerarquías. La depuración hecha por Inocencio salvó a la Cristiandad de
una inminente catástrofe en las siguientes décadas.
Con respecto al judaísmo subterráneo de la familia italiana aristocrática
de los Pierleoni, un documento oficial de la sinagoga, la “Enciclopedia
Judaica Castellana”, en su vocablo Pierleoni dice textualmente:
“Pierleoni,
familia romana prominente desde el s. XI hasta el s. XIII. Baruj Leoni,
financiero del Papa, aceptó el bautismo y el nombre de Benedicto Cristiano. Su
hijo León fue jefe del partido papista que favorecía a Gregorio VII. El hijo
de León, Pedro Leonis (Pierleoni), fue también jefe del partido papal y
defendió a Pascual II contra el emperador alemán Enrique V. Su hijo, Pierleoni
II, fue nombrado cardenal en 1116 y elegido Papa en 1130, adoptando el nombre de
Anacleto II. Lucrecia Pierleoni mandó registrar al pie de su busto sus
relaciones de parentesco con las casas reales de Austria y de España. Pese a
los bautismos y matrimonios mixtos, los Pierleoni mantuvieron durante siglos sus
lazos con la comunidad judía” (261).
En unos cuantos renglones, una obra de autoridad indiscutible y sobre
todo insospechable de antisemitismo, nos revela que los falsos cristianos
criptojudíos de la familia Pierleoni establecieron hace más de ochocientos años
un conjunto de normas de estrategia, que vemos repetirse a menudo y que han sido
decisivas en los triunfos hebreos tanto de esos tiempos como de los siglos
posteriores: 1º. Introducirse y adquirir influencia con los jerarcas eclesiásticos
y políticos, por medio de la ayuda bancaria; 2º. Infiltrase en los partidos
católicos y en los conservadores para adueñarse de su jefatura y después
llevar a la ruina la causa cuya dirección lograron obtener; 3º. Engañar con
un tan falso como aparente cristianismo incluso a Papas no sólo inteligentes,
sino geniales como Gregorio VII que por añadidura, como hemos expuesto en otro
lugar, era enemigo radical y enérgico del judaísmo; 4º. Hacer méritos tan
valiosos como defender al pontífice Pascual II del Emperador, de quien luego
obtuvieron leyes favorables a ellos y el capelo cardenalicio para uno de los
Pierleoni, quien habría de desgarrar después a la Santa iglesia con el
espantoso cisma que estudiamos en capítulos anteriores, habiendo estado a punto
de adueñarse por completo de dicha Iglesia; 5º. Y finalmente, inventar fábulas
de un pretendido parentesco con las casas reales de España y Austria, fábulas
que han venido utilizando constantemente para engañar a incautos gobernantes
con el fin de lograr de ellos protección y valiosísimas ventajas políticas,
que siempre han redundado en perjuicio de las naciones cristianas o de la causa
de la defensa de la humanidad en contra del imperialismo judaico. También nos
revelan que en Italia, como en el resto del mundo, una familia de origen hebreo
–a pesar de los repetidos bautismos, de los matrimonios mixtos y de su
aparente cristianismo- sigue durante siglos ligada a las organizaciones hebreas.
Capítulo Vigésimo Octavo
LA QUINTAESENCIA DE LAS REVOLUCIONES JUDAICAS. ATAQUES SECULARES A LA
TRADICIÓN DE LA IGLESIA.
El rabino Benjamín de Tudela en su famoso “Itinerario”,
manifiesta que es magnífica la situación de los hebreos en el mundo islámico
en el siglo XII, con el reinado del Príncipe de la Cautividad; éste les
otorgaba su título a los rabinos y cantores de la tierra de Sinar o caldea, de
Persia, Khorsabad, Sheba o Arabia Feliz (Yemen), Mesopotamia, Alania, Sicaria,
hasta las montañas de Asana en Georgia, tan lejos como hasta el río Gihon,
hasta el país del Tibet y hasta la India. Todas esas sinagogas recibían, según
el decir del ilustre viajero, su permiso para tener rabinos y cantores quienes
iban a Bagdad para ser instalados solemnemente en su oficio y recibir su
autoridad de manos del Príncipe de la Cautividad, llamados por todos Hijo de
David.
Por el contrario, en el mundo cristiano del mismo siglo XII, decía el
rabino Kimhi, otro destacado dirigente del judaísmo:
“Estos
son los días del exilio en los cuales estamos ahora y no tenemos ni Rey ni Príncipe
en Israel, pero tenemos el dominio de los gentiles y de sus Príncipes y
reyes” (262).
En realidad, por los datos que tenemos, el Príncipe del Destierro tenía
jurisdicción solamente sobre las comunidades hebreas de Oriente; las de
Occidente, aunque en alianza estrecha con las anteriores, estaban gobernadas por
sus consejos comunales y sínodos generales de dirigentes, uno de los cuales ya
vimos que tuvo lugar en Toledo. Pero lo que es interesante es la confesión del
citado rabino, al señalar que en el siglo XII dominaban los judíos a los
gentiles (entre los que nos incluyen a los cristianos), a sus reyes y a sus príncipes.
Esto era una triste realidad, no sólo en Oriente sino también en Occidente. El
imperialismo judaico –como lo confiesa el distinguido rabino- había ya hecho
progresos inmensos en su labor de dominar a las naciones gentiles. Es verdad que
en la Cristiandad, en varios reinos y señoríos, en cumplimiento de los cánones
de la Santa Iglesia, estaba prohibido el acceso a los puestos de gobierno a los
israelitas, pero, por una parte, algunos monarcas desobedecían los sagrados cánones
y, por la otra, los que se sujetaban a sus mandatos no podían impedir que judíos
clandestinos, cubiertos con la máscara de la religión cristiana desde
generaciones atrás, pudieran infiltrarse mediante una labor bien organizada
dentro de los puestos de gobierno de Francia, Alemania, Italia, Inglaterra y demás
países de la Cristiandad; de igual forma se introducían también en el
sacerdocio seglar y en las Ordenes religiosas, escalando las jerarquías de la
Iglesia. El judaísmo en esas fechas tenía ya, por lo tanto, un gigantesco
poder invisible que se filtraba por todas partes, sin que los Papas, los
emperadores y los reyes pudieran evitarlo.
Este poder oculto tropezaba, sin embargo, con serios obstáculos para
obtener un dominio rápido del mundo cristiano. En primer lugar, la monarquía y
la nobleza hereditarias en que el título se heredaba al primogénito,
dificultaba la tarea de que los judíos secretos pudieran escalar rápidamente
la jefatura suprema del Estado; podían ganarse la confianza del rey, llegar a
ministros, pero les era casi imposible llegar a ser reyes. En segundo lugar, su
posición en el gobierno real era algo inseguro y estaban expuestos a ser
destituidos cualquier día por el monarca que los nombraba, viniéndose abajo un
dominio alcanzado después de muchos años de preparación y de esfuerzo. Por
otra parte, los príncipes de sangre real sólo podían casarse con princesas de
sangre real, por lo que las jefaturas de los estados estaban salvaguardadas con
una muralla de la sangre que hacía imposible o casi imposible el acceso de los
plebeyos al trono. En tales condiciones, por más que se pudieran infiltrar los
israelitas en los puestos dirigentes de la sociedad cristiana, la muralla de la
sangre real impedía su acceso al trono. Cosa parecida ocurrió durante algunos
siglos con la nobleza. Sin embargo, como ya hemos visto, los hebreos en algunos
casos excepcionales lograron perforar esa muralla de la sangre aristocrática,
lo cual fue un desastre para la sociedad cristiana, ya que con sus matrimonios
mixtos, celebrados con personas de la nobleza, pudieron los israelitas escalar
valiosas posiciones, desde las cuales apoyaron sus cismas o sus revoluciones.
La aristocracia de la sangre era una casta cerrada y difícil de perforar
por los plebeyos, sobre todo en algunos países, por lo que para infiltrarla y
controlarla, por ejemplo en Inglaterra, necesitaron los israelitas una labor de
varios siglos. En cambio, en otros lugares como Italia, España y Francia,
lograron en lagunas épocas grandes progresos con su penetración en la
aristocracia; no obstante, la Inquisición les echó abajo sus conquistas, que
se vieron reducidas grandemente. Sin embargo, en los siglos XVIII y XIX esas
conquistas fueron lo suficientemente poderosas para facilitar el triunfo de las
revoluciones masónico-liberales que derrocaron a las monarquías.
En cualquier forma, la nobleza representaba una barrera de la sangre que
en muchos países estorbó la infiltración de los hebreos en las latas esferas
de las sociedad. La monarquía hereditaria presentaba el obstáculo principal
para que los judíos, disfrazados de buenos cristianos, pudieran escalar la
jefatura del Estado.
Cada vez que han podido, los hebreos han intentado infiltrarse en la
realeza, pero en casi todos los casos han fracasado, con excepción de Etiopía,
e donde lograron colocar una dinastías judaica, y en Inglaterra en donde dicen
que ya judaizaron a la realeza.
Es, pues, comprensible que los israelitas del siglo XII no quisieran
esperarse a que fructificara una larga y desesperante labor de siglos,
consistente en la infiltración progresiva en las dinastías reales y aristocráticas;
por eso, sin dejar nunca de intentarlo, idearon, no obstante, un camino más rápido
para lograr el objeto deseado: la destrucción revolucionaria de las monarquías
hereditarias y de la aristocracia de la sangre, y la sustitución de esos regímenes
por repúblicas, en las que los judíos pudieran escalar, sin dificultad y rápidamente,
la jefatura de los estados. Por ello fue de tanta importancia la revolución
organizada en Roma por el judaico Giordano Pierleoni, que alcanzó con rapidez
la jefatura máxima de la pequeña república. Aunque esta revuelta no fue
dirigida contra un rey, al dar este golpe de mano y colocarse en unos cuantos días
en la cúspide del poder, el hermano del antipapa judío había puesto la
muestra al judaísmo universal enseñándole cómo perforar y destruir, en breve
plazo, esa barrera de la sangre constituida por la monarquía hereditaria. En
algunas herejías de la Edad Media, además de la Reforma de la Iglesia, ya
proyectaban el derrocamiento de los monarcas y el exterminio de la nobleza; y en
los tiempos modernos lo han venido obteniendo, enarbolando la bandera de la
democracia y de la abolición de las castas privilegiadas.
Sin embargo, ese querer alcanzar tantas metas de un golpe, sólo logró
unir más, en el medioevo, a los
reyes, a la nobleza y al clero, que mientras permanecieron unidos hicieron
fracasar los intentos revolucionarios del judaísmo. Ante esos fracasos,
acabaron por comprender que no era posible lograr de una sola vez tantos y tan
ambiciosos objetivos. Los hebreos han tenido la gran cualidad de aprovechar
siempre las lecciones del pasado; por ello, en su nueva revolución que empezó
en el siglo XVI ya no atacaron al mismo tiempo a los reyes, a la nobleza y al
clero, sino que por el contrario trataron primero de reformar y dominar a la
Iglesia con la ayuda de los monarcas y de los aristócratas, para después,
mediante nuevos movimientos revolucionarios, derrocar a éstos.
Otro obstáculo que estorbaba el rápido dominio de los pueblos
cristianos por los criptojudíos lo constituía la Santa iglesia con su clero,
sus jerarquías y sobre todo sus Órdenes religiosas.. Es comprensible que para
los falsos cristianos, judaizantes en secreto, fuera un verdadero sacrificio
infiltrarse en el clero, máxime si se trataba de las Órdenes religiosas, sin
tener una verdadera vocación y sólo con el objeto de controlar las jerarquías
de la Iglesia y preparar su ruina. Si lo hicieron y lo siguen haciendo es porque
tienen una mística y un fanatismo paranoicos; pero es indudable que una solución
más rápida y que implicara menos sacrificios, tenía que ser vista por ellos
como preferible. Ante la imposibilidad de destruir a la Iglesia, dado su arraigo
en el pueblo, optaron por intentar su reforma revolucionaria por medio de los
movimientos heréticos, mientras que organizaron los judíos secretos desde la
Edad media hasta nuestros días, entre otros objetivos, tendieron siempre hacia
los siguientes:
1º. Supresión, en primer término, de las órdenes monásticas, cuyo
voto de pobreza, vida comunal, dura Regla y dificultad para satisfacer en ellas
el apetito sexual, obstaculizaban mucho su infiltración. Como nos lo demuestran
documentos incontrovertibles –entre ellos los procesos inquisitoriales- de los
criptojudíos que en diversas épocas llegaron a realizar peligrosas
penetraciones en la Ordenes monásticas que más les importaba infiltrar, como
lo fueron en un tiempo los Dominicos y los Franciscanos y, posteriormente, los
Jesuitas, además de algunas otras, demostrando los judaizantes ser capaces,
como los cristianos, de los mayores sacrificios por su causa. Pero es indudable
que para el judaísmo subterráneo lo más cómodo era destruir estas difíciles
barreras, logrando en una forma u otra la disolución de las Órdenes
religiosas.
2º.
Supresión del celibato de los clérigos. Aunque los procesos de la Inquisición
nos demuestran que los clérigos criptojudíos se han dado siempre sus mañas,
con ayuda de sus correligionarios, para tener su mujer clandestina o para
introducir dentro del clero cristiano a jóvenes criptojudíos de tendencias
homosexuales que no tuvieran ese problema, para el judaísmo subterráneo,
cubierto con la máscara del cristianismo, era mucho más cómodo realizar una
reforma revolucionaria de la Iglesia que suprimiera el celibato de los clérigos.
Por ello, siempre que pudieron hacerlo, en un movimiento herético, abolieron
dicho celibato.
3º. Supresión de la jerarquía de la Iglesia. La actual jerarquía es
difícil de escalar; y si bien es cierto que los judíos quintacolumnistas han
llegado hasta la cúspide, también lo es que esa labor ha sido siempre dificilísima
y tardada. La Santa Iglesia ha ido acumulando con el tiempo defensas naturales
en sus propias instituciones; por eso, en los movimientos heréticos medievales
y del Renacimiento que controlaron los judíos secretos, suprimieron la jerarquía
eclesiástica sustituyéndolas por Consejos de presbíteros y por una especie de
democracia religiosa. Es claro que en la Unión Soviética, en donde poseen ya
un dominio absoluto, no tienen gran interés en suprimir la jerarquía, ya que
habiendo asesinado a los obispos independientes, los han sustituido por judíos
colocados en las diócesis, según lo han denunciado escritores diversos. En
tales condiciones, la jerarquía les sirve incluso para tener más afianzado el
control sobre dichas iglesias.
Pero en la Edad Media, y después en tiempos de los criptojudíos Calvino
y Zwinglio, la situación era distinta. En aquel entonces, para dominar rápidamente
las Iglesias cristianas, el mejor camino era el de la supresión revolucionaria
de las jerarquía eclesiástica, porque así cualquier criptojudío se elevaba
de golpe a la jefatura de la Iglesia, sin tener que pasar por el larguísimo e
incierto proceso de ir escalando los grados de presbítero, canónigo, obispo,
arzobispo, cardenal y Papa, como ha sido costumbre de la Iglesia desde hace
algunos siglos.
Por eso, en las monarquías protestantes también lucharon
encarnizadamente contra las Iglesias episcopales, tratando de establecer las de
carácter presbiteriano y si fracasaron en sus intentos fue debido al apoyo
prestado por los reyes a las primeras.
El hecho de que los monarcas desempeñaran un papel decisivo en el
nombramiento de los obispos, si no la impedían del todo, cuando menos
obstaculizaban la infiltración criptojudaica en esas Iglesias protestantes,
como ocurría también en las Iglesias ortodoxas de Europa Oriental. El control
de los reyes sobre ellas las salvó, durante varios siglos, de caer bajo el
dominio judaico. Al ser suprimidos los monarcas, esas Iglesias episcopales han
ido cayendo en manos del criptojudaísmo y las que han resistido, fueron
dominadas al quedar bajo el control del Consejo Mundial de las Iglesias,
organizado por el poder oculto judaico para controlar lo más posible aquellas
Iglesias que no habían podido dominar por la simple infiltración. Es urgente
que los protestantes abran los ojos y se libren de este yugo.
Los judíos ya llevaban siglos infiltrándose en puestos de mando
secundarios dentro de la Iglesia y el Estado; pero a partir del siglo XI se
sintieron con fuerza y decisión para tratar de escalar las máximas jefaturas
resolviendo entonces que si no se podía por medio de la infiltración lenta y
difícil, lo harían por revolución rápida y contundente. Para lograrlo había
que destruir las barreras que se oponían a ello mediante la reforma
revolucionaria de las instituciones religiosas, políticas y sociales.
Este plan no podía ser ejecutado con éxito por los israelitas
–identificados como tales- que practicaban públicamente su judaísmo, ya que
la Santa Iglesia y las monarquías cristianas, a través de los siglos, habían
creado una legislación eclesiástica y civil que les impedía el acceso a los
puestos dirigentes de la sociedad; y aunque esta legislación era violada por
algunos monarcas, seguía en vigor por casi todos los demás estados cristianos.
Además, en aquellos casos en que por haber sido olvidada dicha legislación se
dio paso a los judíos hasta las cumbres del poder como en el ejemplo que
analizamos de Castilla, las salvadoras cruzadas organizadas por otros monarcas,
bajo los auspicios de la Santa Sede, salvaban la situación.
Los judíos clandestinos ciertamente estaban en posibilidad de lograr
tales objetivos. Igualados por el bautismo con los demás habitantes de la región,
su judaísmo subterráneo, transmitido de padres a hijos de una generación a
otra, se había ido haciendo más oculto, hasta que ya en el siglo XI era
imposible percibirlo en los estados cristianos, en donde existía un judaísmo
secretísimo de muchas familias que aparecían como cristianas de generaciones
atrás, algunas de las cuales aunque en escaso número, habían logrado incluso
conservar los títulos de nobleza adquiridos en la forma que ya se ha analizado.
La inmensa mayoría de estos judíos secretos pertenecían a una nueva clase
social que iba surgiendo: la burguesía, en la cual eran, sin duda, el elemento
más poderoso y sobre todo el mejor organizado y más rico. Por ello, no puede
considerarse como coincidencia el hecho de que a medida que la burguesía iba
creciendo en poder, el judaísmo fuera también aumentando sus posibilidades de
dominar a los pueblos.
Para entender la fuerza decisiva que los judíos tenían en la burguesía
medieval es preciso tomar en cuenta que en unos casos monopolizaban el comercio
y en otros casos desempeñaban un papel capital en el control del mismo, de la
banca y de los préstamos a los pueblos.
Al mismo tiempo, en le terreno de la artesanía los hijos de Israel
representaban un elevado porcentaje.
4º. Supresión de las imágenes. Un asunto que molestaba mucho a los
judaizantes cubiertos con el disfraz del cristianismo era el culto obligado que
tenían que rendir a las imágenes de Cristo, maría Santísima y de los santos.
Eso de tener que ir con frecuencia a iglesias llenas de imágenes, era de lo más
repugnante para los criptojudíos, tanto por sus convicciones religiosas que
consideran idolátrica esta clase de culto, como por el odio que tienen a María
Santísima y a los santos, sobre todo a aquéllos que se distinguieron como
caudillos antijudíos. Lo más odioso para estos falsos cristianos era verse
obligados a tener sus propios hogares llenos de imágenes para no inspirar
sospechas a sus vecinos y amigos cristianos. Por ello, una forma de cristianismo
que suprimiera el culto a las imágenes era para los hebreos subterráneos mucho
más cómoda y siempre que pudieron abolieron en sus movimientos heréticos el
culto a las imágenes. Sin embargo, hay casos de iglesias cristianas ya
controladas por los judíos, en que no pueden realizar todavía tal cosa para no
herir los sentimientos del pueblo; pero creemos, con fundamento, que lo harán
en cuanto puedan hacerlo sin perder el control de las masas.
5º. Otro de los objetivos de la acción criptojudía en la sociedad
cristiana era suprimir lo que ahora se llama antisemitismo, porque comprendían
que mientras los cristianos estuvieran conscientes del peligro que los hebreos
significaban para ellos, para la Santa iglesia y para las naciones cristianas,
estarían en posibilidad de defenderse mejor de la acción conquistadora del
imperialismo judaico y se provocarían a menudo, como se provocaron, constantes
reacciones defensivas que seguirían haciendo fracasar, como hasta esos momentos
las empresas de dominio realizadas una y otra vez por la sinagoga. En cambio, si
la Santa Iglesia y los fieles perdían la noción de ese peligro, tendrían menores posibilidades de defenderse de
su acción dominadora. Por eso, desde los movimientos heréticos criptojudíos
del primer milenio y, sobre todo, en los de la Edad Media, se nota una tendencia
a lograr la transformación de la mentalidad de los cristianos y de los
dirigentes de la Iglesia y del Estado, intentando cambiar su antijudaísmo por
un filojudaísmo, plan que dio origen a esos constantes movimientos projudíos
organizados por la quinta columna hebrea introducida en la sociedad cristiana y
en el clero de la Iglesia.
Vemos, pues, surgir en muchas herejías medievales esas tendencias
filojudías, defendidas con ardor por muchos de los más distinguidos
heresiarcas de estirpe israelita, fenómeno que se repitió en diversas sectas
protestantes de origen unitario o calvinista en los siglos XVI y XVII, sectas
que fueron denunciadas por la Inquisición –tanto la española como la
portuguesa- como empresas controladas secretamente por los judíos ocultos bajo
el disfraz del cristianismo.
¿Pero cómo lograr todo lo anterior si la doctrina de los Padres de la
Iglesia, de los Papas, de los concilios ecuménicos y provinciales y de los
principales santos de la Iglesia condenaba en diversas formas a los judíos y
tenía que ser acatada por los fieles cristianos? Los conspiradores israelitas
solucionaron este problema cortando por los ano e incluyendo en el programa de
sus movimientos heréticos el desconocimiento de la Tradición de la Iglesia,
como fuente de la Revelación, y sosteniendo que la única fuente de la Verdad
Revelada era la Sagrada Biblia. Esta guerra a muerte contra la Tradición la
renovaron cada vez que pudieron los clérigos criptojudíos –es decir, los
dignos sucesores de Judas Iscariote-, desde el siglo XI hasta nuestros días,
con una perseverancia digna de mejor causa; hasta que lograron sus primeros éxitos
en la Reforma Protestante. Lo que siempre ha pretendido el judaísmo y sus
agentes infiltrados en el clero con esa encarnizada lucha contra la Tradición
de la Iglesia, ha sido echar abajo la doctrina antijudía de los Padres de la
Iglesia, de los Papas y de los santos concilios, para poder hacer prevalecer en
la Cristiandad tesis filojudías que faciliten a la Sinagoga de Satanás el
dominio, tanto de la Iglesia como de los pueblos cristianos. En todo esto
coinciden asombrosamente todas las sectas heréticas de origen judaico que han
surgido desde el siglo XI hasta el actual.
Por otra parte, como en la liturgia y en los ritos de la Santa Iglesia
fueron incluidas frecuentemente alusiones a la perfidia judaica, al crimen del
deicidio, etc., con el propósito de que los clérigos tuvieran un constante y
frecuente recordatorio de la peligrosidad del enemigo capital y estuvieran
listos para defender a sus ovejas de las asechanzas del más feroz de los lobos,
lo primero que ha hecho una herejía de este tipo ha sido suprimir de la
liturgia y del ritual todas esas alusiones contra los hebreos, cosa que es
ciertamente muy significativa.
Una vez que se quitaba a la sagrada Tradición toda autoridad como fuente
de la Verdad Revelada, ya sólo quedaba como tal la Sagrada Biblia y aunque el
Nuevo Testamento tiene repetidas alusiones a la maldad hebraica, ya lo único
que restaría a los hebreos sería intentar la falsificación de los Santos
Evangelios, suprimiendo en ellos los conceptos ingratos a los oídos israelitas
y, aunque parezca increíble, en algunas sectas heréticas han llegado al
extremo de realizar verdaderas falsificaciones de los pasajes del Nuevo
Testamento, alegando que la Vulgata es una Biblia apócrifa, que falsea el
contenido de los documentos originales.
6º. Otro de los objetivos propuestos con el cambio de ideología de los
cristianos (de un antisemitismo existente por siglos, al filosemitismo), fue el
obtener la derogación de todas las leyes civiles y canónicas que dificultaban
la acción de los judíos para lograr su dominio sobre los pueblos,
especialmente de los hebreos que vivían y viven identificados como tales, es
decir, de los judíos públicos. En este sentido, quienes podían obtener lo que
ellos han llamado liberación de los judíos (públicos) tenían que ser los judíos
clandestinos, que al lograr por medio de infiltración o de revolución
controlar los gobiernos cristianos, podían derogar las leyes que impedían a
sus hermanos hebreos, practicantes en público de su secta, participar en el
dominio de las naciones cristianas o gentiles. En la Edad Media los judíos
subterráneos obtuvieron algunos éxitos aislados y fugaces; y sólo a partir
del siglo XVIII, con ayuda de la francmasonería, pudieron emancipar a sus
hermanos, los judíos públicos.
7º. Otra de las aspiraciones máximas de los hebreos ha sido la de adueñarse
de las riquezas de los demás pueblos. Ya estudiaremos en otro lugar la forma en
que los hebreos dan a esta pretensión fundamentos teológicos, afirmando que es
producto de la voluntad de Dios. Durante la Edad Media lograron alcanzar en
parte esta meta por medio de la usura y acumularon gigantescas riquezas a través
de los más despiadados despojos. Hasta en algunas herejías medievales de
origen hebreo se predica ya el comunismo, la abolición de la propiedad privada
y la expropiación general de los bienes de la Iglesia, la nobleza, la realeza y
la burguesía.
El hecho de que se expropiaran los bienes también a la naciente burguesía
en nada afectaba a los hebreos, ya que los únicos perjudicados eran los
burgueses cristianos o gentiles, pues controlando los israelitas el nuevo régimen
comunista, en manos de ellos estarían las riquezas de reyes, clero, nobles y
burgueses. Sin embargo, la experiencia mostró a los hebreos que el querer
alcanzar tantos objetivos de golpe sólo unía a todos los afectados, provocando
reacciones violentas de defensa contra ellos, que combinadas acababan por
aplastar el intento revolucionario. Comprendieron que no era posible vencer a
todos sus enemigos al mismo tiempo; y en los siglos posteriores prefirieron ir
realizando por partes su gran revolución, dividiendo incluso el campo contrario
y aprovechando una parte de él para lanzarla contra la otra, hasta conseguir
poco a poco, pero con paso más seguro, todos sus propósitos.
Todos estos fines siniestros de las revoluciones judaicas han sido
cuidadosamente ocultados a las masas, a las que se ha engañado siempre con
programas muy atractivos, capaces de arrastrarlas haciéndoles creer que la
herejía o revolución es un movimiento surgido del mismo pueblo para
beneficiarlo, para establecer la democracia y la libertad, para suprimir los
abusos y las inmoralidades de los clérigos o de los gobernantes civiles,
purificar a la iglesia o al Estado, acabar con la tiranía y la explotación y
hasta convertir en un paraíso esta tierra. Los caudillos criptojudíos han sido
siempre maestros del engaño; arrastran tras de sí al pueblo con un bello
programa, mientras que en secreto planean realizar algo muy distinto. Esta hábil
estratagema ha sido siempre otra de las claves del éxito de los heresiarcas y
de los caudillos revolucionarios hebreos. El hecho universal de que los
israelitas cubiertos bajo la máscara del cristianismo o de otra religión, estén
diluidos en el pueblo usando sus mismos nombres y sus mismos apellidos sin que
nadie sospeche que son judíos, es decir extranjeros que están en plan de
conquista, ha hecho aparecer sus herejías o sus movimientos revolucionarios
como salidos del mismo pueblo.
Es cierto que en la Edad Media todavía se recordaba el origen hebreo próximo
o lejano de muchos falsos cristianos, lo cual permitió a clérigos, monarcas y
aristócratas localizar el origen judío de esas revueltas y de esas sectas,
pero a medida que los siglos pasaron se fue olvidando el origen de tales
familias –que por otra parte hicieron todo lo posible para que se borrara el
recuerdo de su ascendencia judía-, hasta que un buen día ya nadie sospechaba
que bajo la apariencia de un piadoso cristiano se ocultaba un judío subterráneo
que conspiraba constantemente contra la Iglesia y el Estado y que no
desaprovechaba oportunidad para organizar revueltas y conspiraciones, las
cuales, en tales circunstancias, aparecen como surgidas del propio pueblo y como
meras luchas intestinas entre miembros de una misma nación, siendo que en
realidad son verdaderas guerras sostenidas por un pueblo invadido en la peor
forma contra invasores extranjeros muy bien disfrazados, dispuestos a
conquistarlo, utilizando para ello a una gran parte del mismo pueblo atrapado en
las redes de los quintacolumnistas mediante hermosos planes revolucionarios,
programas bellísimos con los cuales hacen creer a las futuras víctimas que al
apoyarlos están trabajando por su propio mejoramiento y que están luchando por
la superación de sus instituciones políticas, sociales o religiosas. Este ha
sido el gran engaño de todos los movimientos subversivos criptojudíos desde el
siglo XI hasta nuestros días; y ésta ha sido también otra de las causas de
los triunfos de los falsificadores y timadores israelitas, disfrazados con la
apariencia de sinceros redentores del pueblo, salvadores de la nación o
reformadores de las Iglesias. Iniciar una revolución con los fines más nobles,
para luego conducirla hacia los objetivos más perversos, ha sido siempre la táctica
tradicional del judaísmo a través de los siglos. Naturalmente que algún día
los incautos atrapados por los caudillos embusteros y por los tan atractivos
como falsos programas, finalmente se dan cuenta del criminal engaño; pero en
ocasiones esto ocurre cuando las cosas ya no tienen remedio y cuando los engañados
están prácticamente aniquilados o esclavizados, sufriendo las graves
consecuencias de su ingenuidad.
Si analizamos los casos de los heresiarcas medievales, comparándolos con
los de los caudillos revolucionarios criptojudíos o judíos públicos de los
tiempos modernos, nos encontramos con frecuencia frente a individuos que han
sabido hipócritamente rodearse de tal aspecto de bondad y sinceridad, de tal
aureola de santidad, que cualquiera que no conozca a fondo las fábulas judaicas
acabará por creer que está realmente ante un verdadero apóstol, cuando en
realidad se trata de esos falsos profetas y falsos apóstoles, contra los cuales
tanto nos previnieron Cristo Nuestro Señor y San Pablo, conocedores, mejor que
nadie, de lo que era capaz la hipocresía judaica. A esto, añádase que la
pandilla criptojudía que los apoya sane echarles incienso hasta consolidar su
buena fama y prestigio, convirtiéndolos en verdaderos fetiches que se ganan el
respaldo incondicional del pueblo y que luego utilizan su influencia en
beneficio de los planes judaicos de dominio y de sus empresas subversivas.
En los procesos de la Inquisición española suele verse cómo los
cristianos nuevos, judaizantes, solían darse prestigio unos a otros para
elevarse y ejercer dominio sobre los cristianos viejos (españoles de sangre
visigoda y latina) y cómo lograban incluso que se tuviera como muy buenos católicos,
y hasta como santos, a individuos que siendo judíos clandestinos, maldecían en
secreto a la Santa Iglesia.
En pocas palabras acabamos de resumir lo que podríamos llamar la
quintaesencia de los movimientos revolucionarios hebreos del siglo XI en
adelante. Quien anhele profundizar en este tema y conocerlo a fondo debe hacer
un estudio en los archivos, tanto de la Inquisición Pontificia como de la
Inquisición española y portuguesa que en otro lugar enumeramos, ya que tales
instituciones lograron penetrar en los secretos más recónditos del judaísmo
subterráneo y de los movimientos herético-revolucionarios que éste organizó
en la sombra, dado que esas Inquisiciones contaban con medios para hacer hablar
hasta a los judíos más herméticos y obligarlos a revelar sus más grandes
secretos. Además, utilizaban otra serie de sistemas muy útiles para lograr
eficazmente tales propósitos.
Entre esos sistemas se incluía la aplicación del tormento: si la
Inquisición descubría a un judío secreto, era conducido por los frailes
inquisidores a la cámara del tormento y obligado a revelar los nombres y
apellidos de todos los falsos cristianos que eran judíos en secreto. Los
suplicios aplicados eran tan eficaces que la gran mayoría de los varones –y
desde luego todas las mujeres- negaban todo en un principio, pero al ordenar los
monjes inquisidores que se aumentara el tormento empezaban a revelar algunos
nombres de otros cristianos criptojudíos y a un aumento mayor de la tortura
acababan denunciando todo lo que sabían sobre los secretos del judaísmo
subterráneo, sobre sus jefes ocultos y las personas que a él pertenecían. Una
vez que los inquisidores obtenían estas denuncias mandaban encarcelar a todos
los denunciados y aplicándoles el tormento, obtenían de ellos más datos sobre
jefes, miembros y ramificaciones de la organización ultrasecreta del judaísmo
clandestino. Denunciados más nombres y ramificaciones se hacían nuevos
encarcelamientos, hasta copar totalmente toda la organización oculta del judaísmo
y sus infiltraciones en el gobierno, en el ejército, en el clero, etc.
A los muy escasos conversos sinceros, la Inquisición les pedían que
fingieran seguir siendo leales al judaísmo, para que quedándose como miembros
de las organizaciones secretas de éste4, estuvieran proporcionando a la
Inquisición datos valiosos sobre las ramificaciones más secretas del judaísmo
subterráneo; pero los inquisidores se cuidaban muy bien de los falsos
confidentes que pudieran dar datos falsos, acusando de ser judías a personas
que no lo fueran.
En diversas ocasiones la Inquisición estuvo a punto de destruir por
completo a la quinta columna judía en tal o cual Estado cristiano; pero los
israelitas lograron hacer fracasar estos éxitos a punto de lograrse fomentando
la compasión de los Papas y de los reyes, para que cuando estuvieran
descubiertos y presos los judíos clandestinos de una región, decretaran un
perdón general que echara abajo el trabajo difícil y laborioso logrado por los
clérigos inquisidores. En otras ocasiones organizaban campañas de calumnias
contra éstos, hasta obtener que se desbaratara la obra de algún celoso y
eficaz inquisidor. Pero lo decisivo fue que lograron que se estableciera lo
siguiente: que la primera vez que se descubriera a un cristiano practicando el
judaísmo en secreto, podía éste obtener el perdón de su vida con solo
arrepentirse y pedir perdón; siendo condenado a la hoguera solamente a la
hoguera si después de reconciliarse con la Iglesia era descubierto practicando
de nuevo el judaísmo, llamado como hemos dicho herejía judaica. Lo que ocurrió
fue que la inmensa mayoría, después de salvar la vida en forma tan fácil,
tomaba excesivas precauciones y evitaba ser de nuevo descubierta.
La bondad de los papas y de los reyes que maniataba a la Inquisición,
daba tiempo al judaísmo secreto para infiltrarse en la propia Inquisición y
paralizar por dentro su eficacia, fracasando con ello un sistema defensivo que
pudo cortar el mal de raíz y evitar la catástrofe que está llevando al mundo
a la esclavización.
Capítulo
Vigésimo Noveno
EL CRIPTOJUDAÍSMO Y LAS HEREJÍAS MEDIEVALES. LOS ALBIGENSES.
Resulta muy significativo comprobar que en las regiones del mundo
cristiano en donde el porcentaje de la población judía era más elevado y
donde los israelitas eran más influyentes, era precisamente donde nacían las más
importantes herejías medievales y donde indiscutiblemente los movimientos heréticos
tomaron mayor fuerza.
En su mayoría se iniciaron como movimientos de protesta contra las
supuestas inmoralidades del clero, contra la simonía y contra la acumulación
de riquezas por los eclesiásticos, propugnando un retorno a la pobreza y
austeridad de los primeros cristianos. Atacaban la pretendida opresión y tiranía
de Papas, reyes y nobles, tendían a la abolición de la jerarquía eclesiástica;
al manifestarse anti-sacerdotales, sus dirigentes religiosos se acercaban
bastante al carácter de los rabinos del judaísmo, que no son propiamente
sacerdotes sino directores religiosos y políticos, cuya vida es análoga a la
de los demás hombres, con la única diferencia de sus funciones rabínicas. En
varios movimientos heréticos tuvo especial importancia el aspecto social
revolucionario, ya que también se presentaban como empresas tendientes a las
redención de los pobres, algunas veces con aspiraciones a crear un régimen
comunista.
Sin embargo, en todos los movimientos heréticos se nota que siendo
incitados con banderas muy atractivas para el pueblo, son gradualmente desviados
hacia metas muy distintas de aquéllas que habían logrado cautivar la adhesión
del neófito. En una palabra, tenían como base ese engaño capital que siempre
ha caracterizado a las revoluciones de origen hebreo.
El Arzobispo Obispo de Port-Louis, Monseñor León Meurin, S.J., citando
a Hurter en su obra “Innocent” (p.50), dice:
“
`En Francia, en 1184, un carpintero llamado Durad pretextó una aparición de la
Virgen, y, con tal motivo, reunió a buen número de sus compatriotas, agrupándolos
con el nombre de hermanos del Bonete Blanco; aplicó los principios de la herejía
patarina y dedicó todos sus esfuerzos al derrocamiento del poder superior.
Pretendía crear el pretendido estado de igualdad existente entre los hombres
primitivos, según el cual no debería haber ninguna diferencia externa entre
ellos. Toda autoridad, tanto espiritual como temporal, era declarada perniciosa.
Sus adeptos elaboraron un pacto de fraternidad entre ellos, con el fin de
asegurar, a golpe de cuchillo, la dominación de su secta´ . Lo nuevo en esta
secta de coalición de todos los elementos contrarios al orden era el celo fanático
que caracterizaba a sus adeptos y promotores; lo antiguo, el apoyo que los judíos
le prestaban” (263).
¡Esto es el colmo! Utilizar una supuesta aparición de la Virgen María,
para obtener influencia sobre las gentes; y luego emplear esa influencia en
organizar una secta para destruir a golpe de cuchillo el orden de cosas
existente y establecer un régimen basado en principios parecidos a los del
comunismo moderno.
El cronista del siglo XIII, obispo Lucas de Tuy, decía que:
“Los
príncipes del Estado y los jueces de las ciudades aprenden las doctrinas heréticas
por medio de los judíos a quienes tienen por familiares y amigos”
(264).
Con mucha razón los Concilios Ecuménicos III y IV de Letrán y el Papa
Inocencio III establecieron un régimen de separación de los judíos y los
cristianos, con el fin de evitar que los primeros envenenaran a los segundos con
sus doctrinas subversivas.
El rabino Louis Israel Newman en su valiosa obra titulada “Jewish
Influence on Christian Reform Movements”,
edición citada, página 135, dice: “La presencia de judíos en el sur de Francia
suministró un potente estímulo al surgimiento del pensamiento liberal”.
Y en la página 136 afirma:
“Concomitante
con el crecimiento del pensamiento liberal en el sur de Francia, se fue
gradualmente desarrollando una actitud más liberal hacia los judíos.
El estado de cosas favorable al judaísmo en Provenza no sólo dio
impulso al crecimiento de la herejía en general, sino que abrió las puertas a
una importante contribución por parte de los judíos y del judaísmo, al
desarrollo de varios movimientos heterodoxos; por añadidura, alentó una
distinta tendencia judaizante y un grupo judaizante separado en cada localidad
donde la herejía floreció”
(265).
Y en la página
137 afirma:
“No
sólo los cristianos eruditos sino también los investigadores judíos, entre
ellos Levy, han observado que la disminución de la animosidad contra los judíos
era acompañada por la oposición a los `misterios´ de la Iglesia que ofendían
su razón y a los abusos que eran notorios en los círculos eclesiásticos”.
A continuación el estudioso rabino Newman refuerza sus datos afirmando
que también el escritor israelita Loeb en su obra “La Controverse Religieuse”,
señala el hecho de la relación existente “...entre
la actividad judía y la agitación religiosa en el Languedoc”
(266).
San Bernardo, a su vez, comentando su reciente visita al Languedoc, se
lamenta que allí:
“Las
iglesias son vistas como sinagogas y el Santuario del Señor ya no es santo”
(267).
La obra monumental del judaísmo sefardita, la “Enciclopedia Judaica
Castellana”, refiriéndose a las regiones más afectadas por las herejías,
dice textualmente:
“Durante
los siglos XI, XII y XIII, las regiones más afectadas por la herejía, el
mediodía de Francia y el norte de Italia, gozaban de prosperidad material y
espiritual sin paralelo en el mundo cristiano y sólo comparable con el
florecimiento cultural en la España mora. Era allí donde la Iglesia romana,
presa de creciente corrupción, y el clero cada vez más mundano, suscitaban
indudable hostilidad que compartían todas las capas de la población. Por otra
parte, esos países albergaban comunidades judías numerosas, ricas y respetadas
por los gobernantes y por el pueblo...y a una atmósfera de mutua tolerancia que
Europa no volvió a conocer hasta los días de la Ilustración. Los judíos,
admitidos a los puestos públicos, empleados en la administración de tierra y
municipios, prominentes en las academias y escuelas, convivían amistosamente
con los gentiles, quienes frecuentemente compartían su mesa e incluso la
celebración de su sábado. Los rabinos, médicos, sabios, banqueros y
comerciantes y agricultores judíos, mantenían relaciones estrechas con sus
colegas cristianos y sufrían unos y otros influjos culturales recíprocos. Nada
más natural pues, que los judíos, en libre posesión de la Biblia original,
imprimieran poderoso impulso a los movimientos antipapistas, unidos, no obstante
todas sus divergencias de doctrina, en la lucha contra la falsificación y
desfiguración del cristianismo primitivo por la Iglesia”
(268).
Es curioso percibir cómo entienden los judíos la tolerancia mutua entre
hebreos y cristianos, que según dicen, imperaba en esas zonas de gran
influencia israelita, sólo en forma comparable a la de los tiempos de la
Ilustración. Es preciso notar que así como la fraternidad judeo-cristiana y la
tolerancia mutua degeneraron en aquellos tiempos en un poderoso impulso a los
movimientos antipapistas, en sangrientas revoluciones y en asesinatos de
cristianos, la época de la Ilustración, anterior a la Revolución Francesa
fue, asimismo, el preludio de las grandes matanzas de católicos, clérigos y
seglares, realizadas por los masones jacobinos controlados por el judaísmo,
como ya lo demostraremos. Y es que los hebreos emplean la pretendida tolerancia
o convivencia pacífica, como han dado en llamarle ahora, como un simple medio
que le dé libertad de acción para poder dominar a los cristianos y aniquilar
sus instituciones políticas y religiosas. la espantosa revolución que pudo
organizarse, no sólo contra la Iglesia, sino contra todo el orden social
existente, y que creció al amparo de esta pretendida tolerancia en los siglos
XII y XIII, demostró claramente lo que para los hebreos significaban estos
atractivos y hermosos postulados.
El escritor Dr. Ezequiel Teyssier, basándose entre otras fuentes en el
“Manual Masónico” de Condorcet, nos describe la inmensa
trascendencia de la gran revolución de los albigenses, diciendo:
“Formaron
una agrupación enorme que contaba con burgueses, soldados y hasta personajes de
altísima importancia como el Rey de Aragón, el Conde de Tolosa, el Conde de
Foix, el Vizconde de Bezieres y Carcasona...Alcanzó en lo político gran fuerza
al aparecer en público. Sus teorías eran: en lo teológico, el dualismo moral;
y en lo social, la anarquía. Esto acontecía en el siglo XIII.
La Santa Sede y los tronos pronto se enteraron de este asunto...
Al verse descubiertos y creyéndose suficientemente poderosos dieron el grito de rebelión, formando una revolución que deja pequeña a la del 92 y tenía como cuartel general a Albi, de donde proviene el nombre de Albigenses. Su arma era el terror y la comunidad de bienes, la independencia del hombre de toda autoridad suprema, odio a las instituciones sociales y principalmente a la Iglesia.
Comunicaban
sus secretos solamente a los individuos asegurados por largas y grandes pruebas,
e imponían la obligación de guardarlos hasta de sus familiares.
Sus jefes eran desconocidos de la multitud, lo mismo que los signos de
reconocimiento en la manera de hablar y de entenderse. (Condorcet- `Manuel
Maçonnique´).
Los albigenses, protegidos por magnates poderosísimos, incendiaban, asolaban, perpetraban por todas pastes crímenes sin número ni semejanza.
Organizados en ejércitos de 100.000 hombres entraban a saco a las
ciudades destrozándolas, especialmente los templos y los monasterios. Ningún
crimen dejó de serles familiar ni deleitoso. Los pueblos eran presa de
terror...” (269).
Así terminó la convivencia pacífica entre judíos y cristianos del sur
de Francia. Para apagar esta gigantesca revolución que amenazaba hundir a toda
la Cristiandad, fue necesaria la implantación de la Inquisición Pontificia y
la organización de una gran cruzada por el Papa Inocencio III reuniendo un ejército
de los más poderosos hasta entonces conocidos, con medio millón de soldados,
que después de sangrienta y larga guerra, logró aplastar la revolución; ésta,
en sus sectores más radicales, aspiraba ya a la implantación de la comunidad
de bienes, es decir, al comunismo.
Otro aspecto importante de los movimientos revolucionarios controlados
por el criptojudaísmo es que han sabido y saben explotar en forma habilísima
todos los defectos del régimen imperante y las inmoralidades de los jerarcas
religiosos y políticos. Y de esta manera aparecen ellos como reformadores de
tales defectos y correctores de dichas inmoralidades, ganándose así el apoyo
del pueblo, que a la postre se ha visto defraudado, porque una vez derrocado el
orden de cosas vigente, los redentores criptojudíos incurren, por lo general,
en peores defectos y mayores inmoralidades que las que pretendían corregir.
La Enciclopedia española “Espasa
Calpe” reconoce que
entre las causas que favorecieron el desarrollo de la herejía de los
albigenses, aparece la de la conducta inconveniente de muchos clérigos, señalando
lo siguiente:
“Uno
de los primeros actos de estos herejes fue una ruda oposición al clero, en el
que hallaron tierra abonada para explotar contra él el odio del pueblo, pues
ciertos prebendados dejaban qué desear en la ciencia y en la virtud...el pueblo
tomó el partido de los herejes” (270).
El historiador anticatólico Henry Charles Lea, confirma lo anterior
diciendo:
“Otro
(clérigo) nos informa que los principales argumentos de los herejes estaban
hechos sobre la base del orgullo, la avaricia y las vidas poco limpias de clérigos
y prelados”
(271).
A pesar de lo exagerado que llegan a ser estos ataques, todos sabemos que
con frecuencia encuentran fundamento en la vida de algunos clérigos.
En éste como en todos los casos, lo errores, la mala conducta o las
inmoralidades de los jerarcas civiles o eclesiásticos de un régimen imperante,
son explotados hábilmente por los conspiradores criptojudíos para lanzar al
pueblo contra esos jerarcas y contra el régimen. Por eso, un medio
indispensable para evitar el triunfo de las revueltas judaicas es moralizar
nuestras propias filas y evitar que el enemigo pueda echar mano de lacras reales
que le sirvan de bandera para justificar sus movimientos de rebelión y engañar
a las masas.
Así lo comprendieron entre otros San bernardo, San Francisco de Así,
Santo Domingo de Guzmán y los Papas Inocencio II e Inocencio III, que en
aquellos tiempos tanto lucharon, precisamente, contra la corrupción del clero,
contribuyendo con su obra, sinceramente saneadora, a la derrota de las herejías
de su época, al quitarles con esto un de las principales banderas para atraer
adeptos y propagarse.
Una publicación oficial destinada al consumo interno del judaísmo, cuyo
autor es el destacado historiador israelita Narcisse Leven, titulada “Cincuenta
años de historia. La Alianza Israelita Universal”, de la que se hicieron
sólo 25 ejemplares en papel Japón y 50 en papel Holanda, numerados del uno al
setenta y cinco, y destinados a destacados dirigentes judío, dice textualmente:
“A
principios del siglo XIII la Iglesia tiene que enfrentarse a una herejía, la de
los albigenses, que había estallado en el sur de Francia. Los albigenses no son
los únicos cristianos que atacan a la Iglesia y a sus dogmas; hay incrédulos
también en otros lugares. El mal viene de los judíos, los albigenses son
instruidos por ellos y hay quienes profesan que la doctrina de los judíos es
preferible a las de los cristianos; los judíos son los creadores de la herejía.
La Iglesia no lo duda; los judíos la inquietan. Ellos son aniquilados en el
terreno material, pero no han perdido nada de su fuerza intelectual...El Papa
dirige su ataque contra los albigenses. El Mediodía de Francia es este pequeño
pueblo (de Israel) una resistencia que debe vencer. El no quiere al principio de
su reinado ni la muerte de los judíos ni su conversión por la fuerza. El
espera triunfar de ellos a fuerza de humillaciones y sufrimientos. El Papa
dirige su ataque contra los albigenses. El Mediodía de Francia es colocado a
sangre y fuego. Los judíos se ven mezclados con los albigenses y mueren con
ellos...El había prohibido a los cruzados al comienzo de su pontificado en
1197, robarlos y convertirlos por la fuerza. En 1209 ellos son confundidos con
los albigenses y masacrados con ellos...El Concilio de Aviñón impuso, después
bajo juramento a todos los barones y a todas las ciudades libres, la obligación
de alejar a los judíos de todos los empleos y de todo servicio entre los
cristianos, y de imponerles las observancias de la religión cristiana”
(272).
Esto último se refiere concretamente a los falsos cristianos que
judaizaban en secreto, ya que en esos tiempos, mientras que la Santa Iglesia
prohibía imponer por la fuerza a los hebreos la religión cristiana, a los
cristianos de ascendencia israelita que practicaban el judaísmo en secreto, sí
se les obligaba a abandonar esas prácticas y a que observaran sinceramente la
religión cristiana, que era la que oficialmente profesaban. Era, pues, un
intento de extirpar la quinta columna. Por otra parte, no es de admirar que en
las matanzas de albigenses hubieran muerto muchos hebreos, ya que eran los judíos
los instigadores y creadores de esta herejía y andaban por ello mezclados entre
tales herejes. Además, esta importante obra del judaísmo reconoce que los judíos
eran también los instigadores de otras herejías e incredulidades.
El historiador Vicente Risco indica que:
“En
Provenza y Languedoc, bajo el gobierno condal, los judíos gozaron de la mayor
prosperidad e influencia. Desempeñaban empleos y cargos públicos, incluso bailías
y ejercieron verdadera sugestión sobre los cristianos en materia filosófica y
religiosa, a lo cual se atribuye por algunos autores judíos, el nacimiento de
la herejía de los cátaros y albigenses...”
(273).
El doctor rabino y literato Lewis Browne afirma que:
“Si
se conociese bien la verdad, probablemente se sabría que los instruidos judíos
de Provenza eran en parte responsables de la existencia de esta secta de
librepensadores, los albigenses. Las doctrinas que los judíos habían esparcido
por las naciones durante siglos no podían menos que minar el poder de la
Iglesia” (274).
Pero como es sabido, si la herejía de los albigenses llegó a constituir
un serio peligro para la Cristiandad, fue porque gran parte de la nobleza des
sur de Francia no sólo le prestaba su apoyo, sino que hasta dirigía el
gigantesco movimiento revolucionario que derramó torrentes de sangre,
asesinando a fieles cristianos y a piadosos clérigos.
El célebre historiador galo del siglo pasado, Jules Michelet –uno de
los jefes de los Archivos Históricos Franceses- en su obra monumental titulada
“Historia de Francia”, constata que:
“Fue
entre los nobles del Languedoc, donde los albigenses encontraron su principal
apoyo. Esta `Judea de Francia´, como ha sido llamada, fue poblada por
una mezcla de razas ibéricas, gálicas, romanas y semíticas. Los nobles de allí,
muy diferentes a la caballería piadosa del Norte, habían perdido el respeto a
las tradiciones...”
afirmando expresamente Michelet que: “Había
pocos de quienes al remontarse a sus ancestros, nos e encontrara alguna abuela
sarracena o judía en su genealogía” (275).
Lo de la abuela sarracena no tiene importancia, porque los musulmanes de
Francia, por lo general, se convirtieron sinceramente al cristianismo; pero lo
de la abuela judía sí es muy grave, ya que es una obligación para todos los
hebreos –y deben cumplirla con fanatismo- el iniciar a sus hijos en la
sinagoga, aunque sea en secreto, cuando no puede hacerse en público. De hecho,
en los tiempos de esa espantosa revolución se lanzaron acusaciones insistentes
contra el conde Raymundo VI de Tolosa, el conde De Comminges y otros, en el
sentido de que tras la apariencia de cristianos practicaban el judaísmo en
secreto; y ambos condes eran los principales apoyos de la herejía.
La diligente historiadora inglesa Nesta H. Webster, además de confirmar
lo dicho por Michelet, añade que A. E. Waite dice que en esos tiempos:
“El
sur de Francia era el centro del cual irradiaba hacia el exterior el ocultismo básico
de la judería y sus sueños teosóficos”
(276).
Y continúa diciendo Webster:
“El
conde de Comminges practicaba la poligamia y de acuerdo con las crónicas eclesiásticas
Raymundo VI, conde de Tolosa, uno de los más ardientes de los creyentes
albigenses, tenía su harem. El movimiento albigense ha sido falsamente
representado como una mera protesta contra la tiranía de la Iglesia Romana; en
realidad se levantaba contra las doctrinas fundamentales de la Cristiandad y más
aún, contra todo principio de religión y moral. Pues mientras algunos de la
secta declaraban abiertamente que la ley judía era preferible a la de los
cristianos (Graetz, `History of the Jews’. III, pág. 517), para otros el Dios
del Antiguo Testamento era tan abominable como el `falso Cristo´ que sufrió en
el Gólgota; el viejo odio de los gnósticos y de los maniqueos por el Demiurgo,
revivió en estos rebeldes contra el orden social. Precursores de los libertinos
del siglo XVII y de los Iluminados del XVIII, lo nobles albigenses, con el
pretexto de combatir al sacerdocio, se esforzaron por echar abajo todas las
normas que la Iglesia había establecido” (277).
El ilustre rabino Louis Israel Newman, después de mencionar ciertas
doctrinas antibíblicas de los cátaros –precursores de los albigenses-
basadas en el dualismo maniqueo, sin embargo, en su obra “Influencia judía
en los movimientos de reforma cristiana”, edición citada, páginas 173 y
174, afirma que:
“El
dogma central del catarismo, a saber, el dualismo de la divinidad, encuentra un
paralelo en ciertos aspectos de la tradición judía...
Ha
habido inclusive en el judaísmo, a pesar de su estricta predisposición monoteísta,
un dualismo nativo, basado en material de la Haggadah y aún en porciones apocalípticas
del Antiguo Testamento...
Durante los siglos en que el catarismo floreció, nosotros encontramos un
recrudecimiento de la discusión judía sobre el dualismo, en la Cábala
contemporánea”. Y en la página 176 dice: “Posiciones paralelas pueden
encontrarse, punto por punto, entre las opiniones de los cátaros y la Cábala...”
(278).
No debe olvidarse que la herejía de los albigenses, además de ser una
derivación de la catarense, conservó como ésta el dualismo teológico.
La influencia de los judíos cabalistas sobre cátaros y albigenses y
sobre su dualismo teológico, es aceptada por distinguidos escritores judíos.
Por otra parte aparece evidente que, en el movimiento de los albigenses, el judaísmo
no tuvo escrúpulos al imponer una teología aparentemente antijudía –sobre
todo en sus infanterías- en que se blasfemaba horriblemente contra Jehová;
como ahora no tiene escrúpulos en propagar el ateísmo en los países
comunistas.
Pero, tal cosa era explicable dado que en la Europa de esos tiempos las
grandes masas cristianas de la población eran intensamente antijudías, éstas
no podías controlarse con un movimiento filosemita, sino que para atraparlas
era necesario rodear a la secta de un ambiente –principalmente en sus bajas
esferas- que hiciera creer a los incautos que los judíos nada tenían que ver
en el movimiento; y el medio más adecuado para lograrlo era blasfemas contra
Jehová, renovando las teorías gnósticas que lo identificaban con el malvado
Demiurgo y tomando doctrinas del maniqueísmo. Además, como los dirigentes de
la secta eran judíos secretos, cubiertos con la máscara del cristianismo, a
primera vista no se podía percibir –como ocurrió
siglos después con la francmasonería o los carbonarios- que muchos de
ellos eran judíos, puesto que aparecían bien disfrazados, esgrimiendo su
origen cristiano, sus nombres y apellidos cristianos, de acuerdo con los nombres
cristianos de la región.
La Santa Iglesia no sólo descubrió que la secta era dirigida por
criptojudíos, sino que esa ideología aparentemente antihebrea en las bajas
esferas, iba siendo transformada, poco a poco, hasta llegar a los círculos
superiores de la secta, en donde se llegaba a afirmar que la ley judía, es
decir, la religión judía era mejor que la cristiana.
En la francmasonería del siglo XVIII –en la que aparentemente se
prohibía a los hebreos el ingreso a sus filas- la ideología de los iniciados
también se iba transformando sucesivamente en los distintos grados ascendentes
mediante lecturas de libros, conferencias, liturgia, ceremonial y
adoctrinamiento especial en los distintos grados a medida que el masón iba
ascendiendo, poco a poco iba transformando su ideología, cambiando el
antisemitismo que privaba en la sociedad de esos tiempos, en filojudaísmo. Por
este medio, los judíos secretos, cubiertos con el disfraz del cristianismo,
lograron formar en la masonería legiones de aliados dispuestos a organizar las
revoluciones liberales y a promulgar las leyes que emancipaban a los judíos públicos
y los igualaban en derechos políticos y sociales al resto de la población,
echando abajo los cánones de la Iglesia y las leyes civiles, que desde hacía
siglos eran el principal baluarte de la sociedad cristiana. Cuando los judíos
clandestinos, por medio de la masonería y del liberalismo, lograron extirpar en
la sociedad de los siglos XVIII y XIX el sentimiento antijudío que imperaba,
terminaron con la farsa y suprimieron de las constituciones masónicas los artículos
que prohibían la entrada de judíos a la masonería, la cual, muy pronto se vio
inundada en sus puestos dirigentes por israelitas, profesantes abiertos de su
religión, ante la sorpresa de algunos hombres libres como Benjamín Franklin,
que se alarmaron con esa invasión.
Para terminar con el tema de la herejía de los albigenses, vamos a
insertar un interesante dato sobre sus principios proporcionado por el rabino
Jacob S. Raisin en su obra titulada “Reacciones gentiles a los ideales judíos”,
en donde se lee lo siguiente:
“La
revolución contra la jerarquía fue especialmente fuerte entre los albigenses.
Aparecieron primero en Aquitania en 1010 y en 1017 oímos de ellos como una
sociedad secreta en Orleáns, de la que eran miembros diez canónigos de una
iglesia y un confesor de la reina. Un poco después, los encontramos en Lieja y
Arras, en Soissons y Flandes, en muchas provincias de España, en Inglaterra,
Alemania e Italia, sin exceptuar Roma, donde se les unieron no pocos de la
nobleza; y el pueblo, afectuosamente, les llamaba hombres buenos (Bonshommes)”.
Sigue diciendo después el citado rabino que a pesar de las represiones
ordenadas por la Iglesia “...los herejes persistían en su desatino y
continuaban predicando sus doctrinas y lograban éxitos ganándose algunos
obispos y nobles”
(279).
Los datos que nos proporciona el fervoroso rabino son muy interesantes,
pues nos dan oportunidad de hacer hincapié en una de las tácticas utilizadas
por el judaísmo para la fundación de sus movimientos subversivos dentro de la
Cristiandad. Estos movimientos inicialmente los constituyen un grupo de judíos
secretos, cubiertos con la máscara del cristianismo, con lo cual aparentemente
no se perciben judíos en el núcleo, aunque lo sean todos. Además, suelen
adornar la sociedad secreta naciente o el movimiento público que surge, con clérigos
católicos, si se trata de un país católico o protestantes u ortodoxos, según
el caso. Lo pueden hacer fácilmente, ya que la quinta columna hebrea
introducida en el clero les proporciona los sacerdotes, canónigos o clérigos
de mayor jerarquía que necesiten. Esta medida tiene por objeto lograr que los
fieles cristianos, al ingresar a la asociación, crean que es muy buena, ya que
si forma parte de ella un piadoso canónigo o un ilustre cardenal, es claro que
se trata de algo bueno. Los clérigos quintacolumnistas son, por tanto,
utilizados en estos casos como señuelo para atrapar incautos. Así, la herejía
albigense empezó con canónigos y hasta con un confesor de Su Majestad la
reina, y después siguió adornando con obispos sus secretos conventículos para
darles apariencia de bondad y atrapar más fácilmente al pueblo ingenuo.
El mismo sistema siguieron los judíos siglos después en la francmasonería,
a la que en sus primeros grados dieron apariencia de institución cristiana y de
sociedad filantrópica, y cuyas logias fueron adornadas con sacerdotes, canónigos
y hasta clérigos de mayor jerarquía, lo que permitió al judaísmo desorientar
a la Iglesia y a los cristianos durante mucho tiempo e iniciar en la secta a
millares de engañados, siendo los principales responsables de tal engaño los
clérigos criptojudíos, masones militantes, que sirvieron de anzuelo para
atrapar incautos.
Cuando la Santa Sede y las monarquías se dieron cuenta del fraude y el
Papa excomulgó a los masones, ya la fraternidad había adquirido tal fuerza
universal que no fue posible ni a la Iglesia ni a los reyes contener su
arrollador empuje, pues el embuste inicial había dado resultados decisivos.
Actualmente todavía en Inglaterra y en Estados Unidos los judíos subterráneos
siguen presentando a la masonería como institución cristiana y asociación
filantrópica en sus primeros grados, haciendo incluso alarde de que es extraña
a la política, para que los caballeros anglosajones, una vez prestados los
juramentos, sigan siendo atrapados en la ratonera y en forma inconsciente sirvan
de dóciles instrumentos al judaísmo; manteniendo con ello la Sinagoga de Satanás
su dominio sobre esas dos grandes potencias.
En cuanto al comunismo, la judería observa parecidos sistemas. Hay clérigos
criptohebreos, introducidos en la Iglesia Católica, en las protestantes y
ortodoxas de Oriente, y afiliados a los partidos comunistas, tratando de
desorientar a los cristianos al quererles hacer creer que el comunismo no es tan
malo y que se puede pactar con él. La misión de estos Judas es adormecer al
mundo libre para que afloje sus defensas, y debilitar la resistencia
anticomunista de los pueblos de los que tales clérigos se dicen pastores, para
con ello facilitar el triunfo definitivo del comunismo judaico. Las tácticas
del judaísmo a este respecto son en esencia las mismas, tanto en la época de
los albigenses como en nuestros días. Y es claro, mientras más altas jerarquías
pueda escalar dentro del clero la quinta columna criptohebraica, mayores serán
los estragos que en todos sentidos haga la Cristiandad.
También las llamadas confraternidades judeo-cristianas que han surgido
en la actualidad las encontramos adornadas con clérigos quintacolumnistas de
tan hipócrita como aparente piedad, que con su presencia en tales
organizaciones engañan y atraen a muchos jerarcas de la Iglesia bien
intencionados. Estos, ignorando los secretos fines de tales confraternidades,
que son los de convertir a sus miembros cristianos en satélites del judaísmo,
dan su adhesión a ellas, con lo cual aumenta, como es natural, la desorientación
de los fieles, que son más fácilmente atrapados por dichas asociaciones, para
empujarlos luego a servir como instrumentos de la Sinagoga de Satanás en las
actividades que realiza para aplastar a los patriotas que luchan contra ella en
defensa de la Iglesia y de los pueblos amenazados por el imperialismo judaico.
NOTAS
[259]
Louis Dúchense, Liber Pontificalis, tomo II; J.M. Watterich, Vitae
Romanorum Pontificum ab exeunte saeculo IX usque ad finem saeculi XIII, tomo
II; Rabino Louis Israel Newman, obra citada; Ferdinand Gregorovius, obra citada,
vol. II, tomo II; B. Llorca, S.J., García Villoslada, S.J. y F.J. Montalbán,
S.J., Historia de la Iglesia católica, tomo II; Otto de Frisinga, Crónica,
tomo VII.
[260]
Rabino Jacob S. Raisin, obra citada, cap. XVII, p. 457.
[261]
Enciclopedia Judaica Castellana, edición citada, tomo VIII, vocablo
Pierleoni, p. 452, col. 2.
[262]
James Finn, Sephardism or the History of the Jews in Spain and Portugal.
Londres: J.G.F. y Rivington, St. Paul´s Church Yard, 1841, pp. 216-219.
[263] Mons. León Meurin, S.J., obra citada, libro
I, Cap. XI, p. 169.
[264]
Lucas Tudensis, De altera vita adversus Albigensis errores, Cap. III, 3.
[265] Rabino Louis Israel Newman, obra citada,
libro II, pp. 135, 136.
[266]
Rabino Louis Israel Newman, obra citada, libro II, p. 137.
[267]
San Bernardo, Epístola 241.
[268]
Enciclopedia Judaica Castellana, edic. cit., tomo III, vocablo Cristianismo, p.
222, col. 2.
[269]
Ezequiel Teyssier, México, Europa y los judíos. México: E. Claridad,
1938, pp. 186, 187.
[270]
Enciclopedia Espasa-Calpe, tomo IV, vocablo Albigenses, p. 157.
[271]
Henry Charles Lea. A History of the Inquisition of the Middle Ages. Nueva
York: Russell and Russell, 1958. Vol. I, Cap. II,
p. 61.
[272]
Narcisse Leven, Cinquante ans d´histoire. L´Alliance Israélite Universelle
(1860-1910). París, 1911, Tomo I, pp. 7, 8.
[273]
Vicente Risco, Historia de los judíos. Barcelona: Editorial Surco, 1960.
Libro V, Cap. II, p.
306.
[274]
Rabino Lewis Browne. Stronger than Fiction. Nueva
York. 1925, p. 222.
[275]
Jules Michelet, Histoire de France, edición francesa de 1879. Tomo III,
pp. 18-19.
[276]
Nesta H. Webster, Secret Societies and Subversive Movements (Las
sociedades secretas y los movimientos subversivos). Londres.
Boswell Printing and Publishing Co. Ltd. 1924. Cap.
IV, pág. 75.
[277]
Nesta H. Webster, obra citada, edic. cit, Cap. IV, p. 75.
[278]
Rabino Louis Israel Newman, obra citada, libro II, pp. 173-176.
[279]
Rabino Jacob S. Raisin, obra citada, Cap. XVII, pp. 454, 455.