IDENTIDAD CATÓLICA

           

             EL GENOCIDIO DE LOS CATÓLICOS DURANTE LA REVOLUCIÓN FRANCESA: LA VENDÉE.

 

            Transcribimos dos fragmentos de libros cuya lectura recomendamos, teniendo presente que sus autores no han comprendido la totalidad de la trama. Pero su valor reside precisamente en esto. No pueden ser "apellidados" con los amables adjetivos que los medios de comunicación colocan a los escritores políticamente incorrectos.

 

“Reynald Secher, el joven autor (nacido en 1955) originario de la Vendée, fue a buscar una documentación que muchos consideraban ya perdida. En efecto, los archivos públicos han sido diligentemente depurados, en la esperanza de que desaparecieran todas las pruebas de la masacre realizada en la Vendée por los ejércitos revolucionarios enviados desde París.

            Pero la historia, como se sabe, tiene sus astucias: así Secher descubrió que mucho material estaba a salvo, conservado, a escondidas por particulares. Además pudo llegar a la documentación catastral oficial de las destrucciones materiales sufridas por la Vendée campesina y católica, levantada en armas contra los “sin Dios” jacobinos.

            En los mapas de los geómetras estatales de la época está la prueba de una tragedia inimaginable: diez mil de cincuenta mil casas, el 20 % de los edificios de la Vendée, fueron completamente derruidas según un frío plan sistemático, en los meses en que se desencadenó la furia de los jacobinos gubernamentales con su lema aterrador: “libertad, igualdad, fraternidad “o muerte”. “ Prácticamente todo el ganado fue masacrado. Todos los cultivos fueron devastados).

            Todo esto, según un programa de exterminio establecido en París y realizado por los oficiales revolucionarios: había que dejar morir de hambre a quien, escondiéndose, había sobrevivido. El general Carrier, responsable en jefe de la operación, arengaba así a sus soldados: “No nos hablen de humanidad hacia estas fieras de la Vendée: todas serán exterminadas. No hay que dejar vivo a un solo rebelde”.

            Después de la gran batalla campal en la que fueron exterminadas las intrépidas pero mal armadas masas campesinas de la “Armada católica”, que iban al asalto detrás de los estandartes con el Sagrado Corazón y encima la cruz y el lema “Dieu et le Roy”; el general jacobino Westermann (1) escribía triunfalmente a París, al Comité de Salud Pública, a los adoradores de la diosa Razón, la diosa Libertad y la diosa Humanidad: “¡ La Vendée ya no existe, ciudadanos republicanos! Ha muerto bajo nuestra libre espada, con sus mujeres y niños. Acabo de enterrar a un pueblo entero en las ciénagas y los bosques de Savenay. Ejecutando las órdenes que me habéis dado, he aplastado a los niños bajo los cascos de los caballos y masacrado a las mujeres, que así no parirán más bandoleros. No tengo que lamentar un sólo prisionero. Los he exterminado a todos”.

            Desde París contestaron elogiando la diligencia puesta en “purgar completamente el suelo de la libertad de esta raza maldita”.

            El término “genocidio”, aplicado por Secher a la Vendée, ha desatado polémicas, por considerarse excesivo. En realidad el libro muestra, con la fuerza terrible de los documentos, que esa palabra es absolutamente adecuada: “destrucción de un pueblo”, según la etnología. Esto querían “los amigos de la humanidad” en París: la orden era la de matar ante todo a las mujeres, por ser el “surco reproductor” de una raza que tenía que morir, porque no aceptaba la “Declaración de los derechos del hombre”.

            La destrucción sistemática de casas y cultivos iba en la misma dirección: dejar que los supervivientes desaparecieran por escasez y hambre.

            Pero ¿cuántos fueron los muertos? Secher da por primera vez las cifras exactas: en dieciocho meses, en un territorio de sólo 10000 km2 , desparecieron 120.000 personas, por lo menos el 15 % de la población total. En proporción, como si en la Francia actual fueran asesinadas más de ocho millones de personas. La más sangrienta de las guerras modernas – la de 1914-1918- costó algo más de un millón de muertos franceses.

            Genocidio, pues; verdadero holocausto; y, como comenta Secher, tales términos remiten al nazismo. Todo lo que pusieron en práctica las SS fue anticipado por los “demócratas” enviados desde París: con las pieles curtidas de los habitantes de la Vendée se hicieron botas para los oficiales (la piel de las mujeres, más suave, era utilizada para los guantes). Centenares de cadáveres fueron hervidos para extraer grasa y jabón (y aquí se superó a Hitler: en el proceso de Nüremberg se documentó –y las mismas organizaciones judías lo confirmaron- que el jabón producido en los campos de concentración alemanes con los cadáveres de los prisioneros es una “Leyenda negra”, sin correspondencia con los hechos). Se experimentó por primera vez la guerra química, con gases asfixiantes y envenenamiento de las aguas. las cámaras de gas de la época fueron barcos cargados de campesinos y curas, llevados en medio del río y hundidos.

            Sus páginas, disponibles ahora, provocan sufrimiento. Pero la búsqueda de una verdad escondida y borrada bien vale el trauma de la lectura.”

            Vittorio Messori, Leyendas negras de la Iglesia. Planeta. Capítulo 23. Le génocide franco-français: la Vendée vengée” de Reynald Secher, pág. 103.

 

“El mismo problema se le presentará a la Convención cuando tome la decisión de exterminar a los de la Vendée. Y el asunto se afrontará en términos de carga para el erario. Fusilar a casi dos millones de personas  costaba cifras astronómicas sólo en balas. Se pensó en romperles la cabeza con las culatas de los fusiles, pero después de un cierto número de cabezas los fusiles tenían la tendencia a estallar cuando eran utilizados normalmente. Los sables y las bayonetas perdían el filo. Se probó a envenenar los ríos con arsénico, pero el agua arrastraba el veneno más allá de los confines de la rebelión.

Se encargó a un farmacéutico que fabricas gas venenoso. Pero también aquí había que contar con el viento que con frecuencia orientaba los efluvios en direcciones no deseadas. El general Santerre comenzó a minar el territorio, pero las minas explotaban incluso bajo los “bleus”. Su colega Turreau utilizó entonces el sistema de las gabarras o lanchones: se ataban en grupos a los prisioneros, se les cargaba a centenares en las gabarras que después se hundían en el Loira. Después, se recuperaban las barcazas.

Al final se optó por los cañones: se encerraban a las víctimas en un edificio, por lo general, en la Iglesia, y se abatía el edificio a cañonazos. También se utilizaron los hornos; este último sistema permitía el aprovechamiento de la grasa de los cadáveres, que se empleaba en los hospitales y para engrasar los fusiles, así como la piel, ya que se despellejaba a las víctimas antes de enviarlas a los hornos ( en el ejército escaseaban las botas, y la idea de utilizar la piel humana fue de Saint-Just). Todavía hoy se puede contemplar en el museo de Historia Natural de Nantes una piel de vendeano debidamente curtida”.

 

Rino Cammilleri. Los Monstruos de la Razón. Viaje por los delirios de utopistas y revolucionarios. Rialp, Madrid, 1995. (Confr. Reynal Secher. Le genocide franco-français. La Vendée-Vengé. Puf, París, 1988.)

 (1) Nota de Manuel de Arbués: Sin duda el tal Westermann trataba así de bien a sus hermanos católicos porque eran de su misma....digamos, religión. Al menos, esto insinúan algunos hoy en día, con gran rigor histórico, por cierto.

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