IDENTIDAD CATÓLICA

CITAS                        

   

“Levántate, soldado de Cristo; levántate, sacúdete el polvo; vuélvete al campo de batalla, de donde huiste, a pelear con mayor fortaleza después de la fuga y a triunfar con mayor gloria. Muchos son los soldados que tiene Cristo, que comenzaron con coraje y perseveraron en él, y vencieron. Muchos menos se cuentan de los que, tras haberse declarado en fuga, volvieron al peligro antes temido e hicieron huir a los enemigos que antes los habían ahuyentado. Mas como todo lo raro es precioso, me alegro de que te cuentes entre aquellos que, cuanto más escasos son, tanto más gloriosos aparecerán. Por otra parte, si te sientes demasiado tímido, ¿a qué temer en donde no hay por qué, y no temer donde verdaderamente se ha de temer? ¿O piensas que porque te fugaste de la fortaleza, evadiste las acometidas de los enemigos? Con más furor te persigue el adversario si huyes que te combatirá si resistes; con mucha más audacia te atacará por la espalda que se resistirá de frente. Hoy, creyéndote seguro, prolongas tu sueño hasta entrada la mañana, cuando a la misma hora ya Jesús se había levantado del sepulcro en su resurrección. ¿E ignoras que estando desarmado, has de hallarte tú mismo más tímido y menos terrible a los enemigos? Tropa de gente armada ha rodeado tu casa, ¿y tú duermes? Ya escalan los muros, ya derriban las defensas, ya irrumpen por las brechas. ¿Y estarás más seguro si te toman solo que si estas con tus compañeros? ¿Valdrá más te sorprendan desnudo en cama que armado en el campo? Levántate, embraza las armas, júntate a los soldados que abandonaste en tu fuga. La misma cobardía que de ellos te separó, vuélvate con ellos a juntar. ¿Por qué rehusas la aspereza y el peso de las armas, cobarde soldado? El enemigo que ya tienes encima y las saetas voladoras que te rodean disparándote al corazón, te harán olvidar lo incómodo de la loriga, lo duro del casco, lo pesado del escudo. Ciertamente al que pasa de súbito de la sombra al sol o de la ociosidad al trabajo sin transición alguna, todo le parece pesado, porque comienza. pero cuando ya va olvidándose de aquello y haciéndose a esto, la misma costumbre quita la dificultad y ve fácil lo que juzgaba imposible. Aun los soldados más bravos tiemblan muchas veces al repentino son de trompeta, antes del combate; pero en llegando a las manos, la esperanza de la victoria y el temor de ser vencidos los hace intrépidos.

            Mas ¿cómo tiemblas tú, rodeado de todos tus hermanos, que te ciñen cual muro defensivo, teniendo a los ángeles que asisten a tu lado y viendo caminar delante a Cristo que anima a los suyos a la victoria, diciendo: Confiad; yo he vencido al mundo? Si Cristo está con nosotros, ¿quién contra nosotros? Seguro puedes pelear allí donde estas seguro de vencer. ¡Oh victoria segura por Cristo y con Cristo, de la que nadie puede defraudarte, ni herido, ni postrado, ni hollado, ni muerto, si posible fuere, mil veces. La única causa de no alcanzarla es la fuga. Huyendo puedes perderla, muriendo no puedes. Y feliz tú, si murieses luchando, porque al punto serías coronado, pero ¡ay de ti si, rehuyendo la pelea, perdieras juntamente la victoria y la corona! No lo consienta Aquel, hijo carísimo...”

            San Bernardo Abad, Doctor de la Iglesia, en el año 1119.

 


 

San Bernardo, De la Loa a la Nueva Milicia.

CAPÍTULO III . DE LOS SOLDADOS DE CRISTO

Mas los soldados de Cristo con seguridad pelean las batallas del Señor, sin temor de cometer pecado por muerte del enemigo ni por desconfianza de su salvación en caso de sucumbir. Porque dar o recibir la muerte por Cristo no sólo no implica ofensa de Dios ni culpa alguna, sino que merece mucha gloria; pues en el primer caso, el hombre lucha por su Señor, y en el segundo, el Señor se da al hombre por premio, mirando Cristo con agrado la venganza que se le hace de su enemigo, y todavía con agrado mayor se ofrece Él mismo por consuelo al que cae en la lid. Así, pues, digamos una y más veces que el caballero de Cristo mata con seguridad de conciencia y muere con mayor confianza y seguridad todavía. Ganancia saca para sí, si sucumbe, y triunfo para Cristo, si vence. No sin motivo lleva la espada al cinto. Ministro de Dios es para castigar severamente a los que se dicen sus enemigos; de su Divina Majestad ha recibido el acero, para castigo de los que obran mal y exaltación de los que de los que practican el bien. Cuando quita la vida a un malhechor no se le ha de llamar homicida, sino malicida, si vale la palabra.; ejecuta puntualmente las venganzas de Cristo sobre los que obran la iniquidad y con razón adquiere el título de defensor de los cristianos. Si le matan no decimos que se ha perdido, sino que se ha salvado. La muerte que da es para gloria de Cristo, y la que recibe, para la suya propia. En la muerte de un gentil puede gloriarse un cristiano porque sale glorificado Cristo; en morir valerosamente por Cristo muéstrase la liberalidad del gran Rey, puesto que saca a su caballero de la tierra para darle el galardón. Así, pues, el justo se alegrará cuando el primero de ellos sucumba, viendo aparecer la divina venganza, mas si cae el guerrero del Señor, dirá: ¿Acaso no habrá recompensa para el justo? Cierto que sí, pues hay un Dios que juzga a los hombres sobre la tierra.

Claro está que no habría de dar muerte a los gentiles si se los pudiese refrenar por otro cualquier medio, de modo que no acometiesen ni apretasen a los fieles y les oprimiesen. Pero por el momento vale más acabar con ellos que no dejar en sus manos la vara con que habían de esclavizar a los justos, no sea que alguien los justos sus manos a la iniquidad.

Pues ¿qué? Si no es lícito en absoluto al cristiano herir con la espada, ¿cómo el pregonero de Cristo exhortaba a los soldados a contentarse con la soldada, sin prohibirles continuar en su profesión? Ahora bien, si por particular providencia de Dios se permite herir con la espada a los que abrazan la carrera militar, sin aspirar a otro género de vida más perfecto, ¿a quién, pregunto yo, le será más permitido que a los valientes, por cuyo brazo esforzado retenemos todavía la fortaleza de la ciudad de Sión, como baluarte protector adonde pueda acogerse el pueblo santo, guardián de la verdad, después de expulsados los violadores de la ley divina? Disipad, pues, y deshaced sin temor a esas gentes que sólo respiran guerra; haced tajos a los que siembran entre vuestras filas el miedo y la duda; dispersad de la ciudad del Señor a todos los que obran iniquidad y arden en deseos de saquear todos los tesoros del pueblo cristiano encerrados en los muros de Jerusalén, que sólo codician apoderarse del santuario de Dios y profanar todos nuestros santos misterios. Desenváinese la doble espada, espiritual y material, de los cristianos, y descargue con fuerza sobre la testuz de lso enemigos, para destruir todo lo que se yergue contra la ciencia de Dios, o sea, contra la fe de los seguidores de Cristo; no digan, nunca los fieles: ¿Dónde está su Dios?

 

Obras de San Bernardo. De la Loa a la Nueva Milicia (1132-1136). BAC. págs. 1442-1443.

 


 

"La sociedad europea se muere, sus extremidades están frías, su corazón lo estará dentro de poco. ¿Y sabéis por qué se muere? Se muere porque está envenenada"

            “Y no se me diga que, si el vencimiento es seguro, la lucha es excusada; porque en primer lugar, la lucha puede aplazar la catástrofe, y en segundo lugar, la lucha es un deber y no una especulación para los que nos preciamos de católicos. Demos gracias a Dios de habernos otorgado el combate, y no pidamos sobre la gracia del combate la gracia del triunfo a aquel que en su bondad infinita reserva a los que combaten bien por su causa una recompensa mayor que la victoria. En cuanto a la manera de combatir, no encuentro más que una que pueda dar hoy día provechosos resultados: el combate por medio de la prensa periódica. Hoy día es menester que la verdad dé en el tímpano del oído y que resuene en él monótona y perpetuamente, si sus ecos han de llegar hasta el recóndito santuario en donde yacen las almas enterradas y dormidas”.

 

                        Donoso Cortés, pensador español del siglo XIX.  

 


            “No es la sociedad en la que se vive la que os salva, sino la manera de vivir...Adán se pierde en el Paraíso y Lot se salva en Sodoma”.

                                    San Juan Crisóstomo


            “¿Es posible un punto de partida histórico para una certidumbre eterna? ¿Cómo puede tal punto de partida tener un interés no meramente histórico? ¿Es posible basar una felicidad eterna en un movimiento histórico?...El cristianismo es el único fenómeno histórico que, a pesar de los histórico, mejor dicho, justamente por lo histórico, ha querido ser para el individuo el punto de partida de su certidumbre eterna, ha querido interesarle de otra manera que la meramente histórica, ha querido basar su salvación en su relación a algo histórico”.

                                 Sören Kierkegaard, en “Fragmentos filosóficos”.

                                                        CONTINUACIÓN

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